III
Título: El culpable eres tú.
Personajes: Katsuki Bakugō, Katsumi Bakugō (Oc), Katsuo Bakugō (Oc) Taiyō (Oc)
Ships: Katsuki x Katsumi
Advertencia: Quirkless. Muerte de un personaje.
Cantidad de Palabras: 1875.
El rubio cenizo se encontraba en la sala de su hogar, leyendo algunos documentos que le hicieron llegar de la oficina para que los analizara. Su hijo Katsuo, de unos seis años, se hallaba sobre la alfombra de aquella estancia, jugando con sus pequeños soldaditos, mientras que su esposa Katsumi preparaba el almuerzo del día.
Katsuki no podría pedir más, era un joven exitoso y brillante, contaba con su propia firma de abogados, tomando los casos más controversiales y ganándolos con pruebas irrefutables, su mujer era una diseñadora reconocida de alta costura y su pequeño todo un prodigio a su edad.
Podría decirse que él sin duda tenía una vida perfecta, llena de lujos, placeres y cosas maravillosas. Una que tristemente se derrumbaría de una forma inevitable y que sin siquiera él sospecharlo, sería por causa suya.
Tras el almuerzo, la familia se reuniría en la sala para juntos ver una película, insistencia del pequeño de la casa a quien consentían mucho. El niño fue a acomodarse en el sofá, esperando a que sus padres se le unieran.
Para el momento en que Katsumi se aproximó al mueble, notó el cuerpo de su pequeño recostado en el mismo, creyó que tal vez éste se quedó dormido, por lo que se acercó a cargarlo para llevarlo a su habitación.
El grito que profirió la mujer, logró asustar al rubio quien se encontraba saliendo de su despacho. Con rapidez fue a su encuentro, viéndola temblorosa junto al cuerpo de su hijo, el cual tenía los ojos en blanco y leve espuma salía de su boca.
—¡¿Qué demonios sucedió?! —cuestionó casi gritando.
—¡No lo sé! Cuando llegué lo encontré así —expresó llorosa.
Katsuki se acercó a su hijo, buscando su pulso en su pequeña muñeca y sintiéndolo débil. Sin tiempo que perder lo cargó en sus brazos con sumo cuidado, para velozmente encaminarse al hospital.
Se pasó unos cuantos semáforos en rojo, profirió varios insultos mientras que su mujer sostenía al pequeño entre sus brazos, llorando y rogando a Dios que no se lo arrebatara tan pronto.
Irrumpió en el hospital vociferando que los atendieran, siendo retenido por el personal de seguridad al tiempo que algunos paramédicos se acercaban a ellos. Katsumi entregó al pequeño a una de las enfermeras, quién tras colocarlo en una camilla lo llevó a la sección de urgencias.
Unas dos horas transcurrieron sin que tuvieran noticias de su pequeño, lo que ocasionó el atropello del ojicarmín contra el personal del sitio. Su esposa a duras penas logró contenerlo, aguardando a que alguien le diera el diagnóstico de su hijo.
El doctor de guardia se reunió con ellos en la estancia de espera, pasados apenas unos minutos de que el rubio hiciera otra tropelía. Embestido en su bata blanca y reluciente, observó a los padres, quienes casi saltaron contra su humanidad para quitarle respuestas.
—Su hijo se encuentra estable en este momento. Lograron traerlo a tiempo —inició observándolos —. Según analicé en su historial médico, es un chico muy sano. Por ello llamó mi atención el cuadro de epilepsia que presentaba.
—¿Qué? ¡Mi hijo no sufre de eso! —bramó Katsuki acercándose al profesional.
—Permítame decirle señor, que nadie está exento de padecerla. Es una enfermedad que puede presentarse en cualquier persona —explicó con calma mientras lo miraba fijamente—. Ya he mandado hacer algunos estudios, los resultados estarán pronto y apenas los tenga, los llamaré.
—¿Podemos verlo? —preguntó Katsumi secándose las lágrimas.
—Por supuesto, su habitación es la 250. Queda al final del pasillo, en el lado izquierdo del segundo piso.
Katsuki y Katsumi se precipitaron por el pasillo, rebasando al doctor quien los observaba perderse por el lado de los elevadores. Una vez ambos estuvieron en la habitación, se aproximaron al pequeño que estaba conectado con varias vías y un respirador.
Se encontraba durmiendo plácidamente, su pulso era normal y su rostro ya no presentaba la palidez de antes. Katsuki llamó a su oficina, dando las directrices necesarias a su asistente, mientras que Katsumi tenía la mano libre del pequeño entre las suyas, besándola con suavidad.
Los análisis no mostraron nada anormal en Katsuo, quién según los documentos, rebosaba de buena salud. Algo que desconcertó a los médicos e incluso a sus padres. Katsuki pidió que volvieran a hacerse los estudios, terminando los mismos con aquel resultado: todo estaba bien.
Katsuo despertó muy entrada la noche, sintiéndose desorientado y alegrando en demasía a sus padres. El pequeño permaneció en observación un día más antes de ser dado de alta.
Ya en casa, su madre se encargó de cuidarlo, postergando varios de los pedidos que tenía para dedicarse a atender a su pequeño. Mientras que Katsuki irremediablemente debía atender los nuevos casos de la oficina, por lo que lamentaba dejar a ambos cada día.
Una semana transcurrió de aquel incidente y Katsumi debía ir a un evento en el cual no podía faltar, intentó de todas formas cancelarlo, más le fue imposible. Ante esto, Katsuki dijo que cuidaría de su pequeño, quien se encontraba dormido en su habitación.
—Si despierta, ya su comida está lista. En caso de que se sienta mal sus medicamen...
—Fea, ya lo sé —interrumpió el rubio—. Tal vez no esté en todo el día, pero sé que no pierdes detalle de nada. Estaremos bien.
Katsumi depositó un suave beso en los labios del chico antes de partir a aquel evento. Por su parte, Katsuki fue a su habitación, la cual quedaba frente a la de su hijo y de donde podría estar vigilándolo mejor.
Leyó por cerca de una hora algunos casos que estaban resultando complicados, cuando unos leves quejidos llamaron su atención. Con rapidez se encaminó al cuarto de su hijo, donde lo encontró removiéndose en la cama.
—Hey, enano. Despierta —dijo con una gran calma en su voz mientras lo sujetaba—. Katsuo, hey. Despierta —volvió a decir, sin ningún resultado.
Repentinamente notó que partes de la piel de su niño presentaban pequeñas manchas, las cuales eran de un color violáceo y negro.
—¿Golpes?
Aquello le resultaba imposible de dimensionar, su mujer era demasiado buena y sobreprotectora, sería incapaz de siquiera hablarle fuerte a su hijo. Lo inspeccionó mejor, notando que la altura de su corazón, aquello parecía tener un diseño que le resultaba conocido, más no recordaba de dónde.
—Quiero... quiero quedarme... con mi papi y mi mami —espetó con la voz temblorosa el pequeño.
Tras estas palabras, aquel manchón en su pecho tomó la forma de una serpiente, la cual rodeaba una especie de manzana que presionaba con fuerza, mientras el niño se retorcía entre sus brazos y sus quejidos aumentaban.
Llamó a su mujer mientras salía de la casa apresuradamente y cargando al pequeño, le explicó la situación casi sin mucho detalle, advirtiéndole que sí era muy grave. Pasados unos treinta minutos, el rubio llegó hasta donde estaba su esposa, indicándole que subiera rápido.
—¿Qué sucede? ¿Qué tiene?
—No lo sé, pero creo tener una vaga idea de dónde solucionarlo.
Condujo a las afueras de la ciudad, recibiendo los reproches de su mujer por no llevar al niño a un hospital. A la cuarta queja, Katsuki le dijo que solo confiara en él y que dejara de fastidiar un momento. Esto obviamente molesto a la fémina, pero en ese momento no deseaba pelear, sólo quería que su hijo se pusiera bien.
Detuvo el auto frente a una modesta casa, la cual quedaba a una hora de la urbe. Su mujer no entendía que pasaba al tiempo que el rubio le pidió que la esperara ahí. El pequeño presentaba cada vez más manchas en su piel, lo cual comenzaba a alterar a Katsumi.
Katsuki se acercó a la puerta, la cual abrió gracias a la llave que se encontraba bajo la maceta de la derecha, tal como recordaba. Ingresó al sitio, percibiendo aquel aroma a vainilla que tanto le había gustado en el pasado, caminando con rumbo a la habitación que se encontraba en la parte superior de la casa.
Llegó hasta la puerta de color coral, esa que tantas veces atravesó con diversos sentimientos, todos con la intención de terminarlos de expresar con la chica que permanecía ahí, dándole la espalda mientras estaba en el balcón.
—¿Qué le has hecho a mi hijo? —cuestionó sin rodeos.
—Sabía que algún día regresarías.
—No tengo tiempo para tus juegos, Taiyō —espetó desafiante.
—Siempre tan fiero y prepotente. He de decir que eso extrañé de ti estos años —pausó observando los ojos carmín del rubio—. Has tenido una vida muy exitosa, Katsuki. Algo que predije muy bien.
—Ya déjate de rodeos, maldita perra. Dime que mierda le has hecho a mi hijo
—¿Yo? Pff, yo no le he hecho nada.
—Tiene en su pecho aquella extraña marca que me mostraste una vez en el tuyo.
—Vaya, me pone feliz que lo recuerdes —sonrió con maliciosidad—. Pero esa marca no la he puesto yo, más bien el culpable aquí eres tú y solo tú, Katsuki.
—¿De qué mierda hablas? —apretó los dientes.
—Cuando decidiste abandonarme por esa asquerosa estúpida, te maldije Katsuki. Maldije tu vida y la de tu linaje, todo aquel ser que provenga de tu sangre, que sea un engendro de tu parte, a la mitad de su sexto año de vida presentará malestares, los cuales no tendrán causa aparente y ocasionaran que el susodicho muera en una semana.
—Estás loca, Taiyō. Eres una demente.
—Yo te amaba Katsuki, pero tú despreciaste mis sentimientos y preferiste largarte con esa perra adinerada. Jugaste conmigo y espero ahora pagues por ello.
—¡Mi hijo no tiene por qué sufrir a causa de mis errores!
—Error, ¿eh? —cuestionó con cierta amargura en su voz.
—Taiyō... —suspiró frustrado—. Revierte lo que me lanzaste. Hazlo para que mi pequeño Katsuo viva.
—Bonito nombre, lástima que esto no puede revertirse. Estarás maldito para siempre, igual que tu descendencia. Ahora lárgate de aquí, mejor ve a compartir el último momento de vida de tu hijo.
Tras esas palabras la mujer cerró las puertas del balcón, y ante esto el rubio se acercó a amedrentarla de nuevo. Sacudió la puerta por el agarre al picaporte que tuvo, además de golpear la misma repetidas veces.
Un desgarrador grito erizó por completo la piel del cenizo al tiempo que abandonaba aquel sitio para encaminarse a donde estaba su mujer. Al llegar la vio hecha un manojo de llanto y nervios.
Entre sus brazos, yacía el cuerpo inerte de su pequeño hijo, la espuma que brotaba de ente sus labios era más espesa, su piel estaba pálida y sus ojos permanecían cerrados.
Cayó de rodillas ante la escena, aullando de la impotencia y rabia de no haber podido hacer nada, de ni siquiera haber podido salvarlo. Katsumi le pidió explicaciones, gritándole que eso era su culpa, por no llevarlo rápido a que lo atendieran. Katsuki simplemente quedó en silencio, no podría decir nada, no se sentía capaz de ello.
Nunca se lo diría, no le confesaría la cantidad de locuras que le expresó su ex novia y mucho menos le confesaría la verdadera causa de muerte de su primogénito, de aquel niño inocente que, sin tener culpa de las decisiones de su padre, yacía ahora muerto ante él, entre los brazos de su madre.
Publicado: 15/06/2019
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