Final.
Final.
Algunos años más tarde...
Jos Canela sonreía mientras leía el mensaje de su mejor amigo, se colocó de pie rápidamente y salió de su oficina.
—Señor. —Dijeron sus secretarias y él las miro.
—Cancelen todo hoy, regresare mañana. —Dijo y sin más salió disparado hacia la salida.
Su camino hacia el lugar que Alonso lo había citado no fue tardado, sus hombres esperaron afuera como siempre y Jos entro dentro, Alonso se encontraba a unos metros con una carpeta entre sus manos sentado en una mesa, Jos llego hasta donde estaba y tomo lugar enfrente.
—¿Qué sucede? —Pregunto confundido y Alonso le extendió sobre la mesa el folder.
Jos lo reviso confundido y sintió su corazón apretujarse.
—Están muertos, como lo pediste, Thomas Campbell y el otro hombre están muertos, me he encargado de no dejar huella de nada, esta terminado Jos, eres libre. —Susurro el pelirrojo y Jos sonrió ligeramente mientras negaba.
El pelinegro contuvo sus lágrimas y sonrió lo mejor que pudo a Alonso.
—¿Cómo se encuentra África? —Pregunto rápidamente para cambiar de tema.
—Bueno, ha mejorado demasiado en estos siete años, nuestro hijo le ha ayudado demasiado en el proceso, ahora solo la recuerda con una sonrisa. —Jos sonrió ante ello y suspiro para desviar su mirada a la ventaba del restaurante.
—¿Y tú como vas? —Pregunto Alonso y Jos suspiro.
Cuando estaba por hablar la muchacha llego con la comida que Alonso había ordenado, Jos recibió el platillo sin mirarla, pero Alonso si noto que la mujer le sonreía a su amigo completamente embobada.
—Gracias, puedes retirarte. —Pidió Alonso y la chica asintió sin más y se fue.
—He tenido mejores días Alonso, estoy en mi treinta y cuatro, Alaska tendría treinta y tal vez estuviéramos esperando a nuestro segundo hijo. —Conto mientras cortaba con sus cubiertos la carne.
—El hecho de que hayas decidido no quitarte la vida después de perderla me deja con demasiadas dudas Jos, podía verte decidido esa noche en el edificio. —Jos mastico sus alimentos y trago para así mirar a Alonso.
—Encontré una carta Alonso, una carta de Alaska escondida en unos de sus libros, lo que ella puso ahí dentro hizo que comenzara con mi venganza lenta y dolorosa contra todos aquellos que la lastimaron, gracias a ella pude obtener toda la información, me pidió quedarme en este mundo de mierda, me pidió vivir por ella. —Alonso suspiro largamente y después bebió de su vino tinto.
—Lo siento realmente Jos, se que la amas aun y que jamás la podrás olvidar. —Jos sonrió ligeramente ante sus palabras.
—Solo existo Alonso, realmente prefiero estar así, con el amor que le tengo en mi y solo dejarlo para mí, no me voy a volver a enamorar jamás, no pienso hacerlo. —Susurro lo último y Alonso asintió.
Continuaron su comida en tranquilidad, entre charlas profundas e intimidas que casi les sacan lagrimas a ambos, al terminar de comer Alonso pago la cuenta.
—Cobra todo a mi tarjeta. —Dijo mientras buscaba la tarjeta VIP del restaurante.
Pero su plan era otro y ya había esperado demasiado para acatar las ordenes de Alaska, por que Jos no era el único con una carta de la chica, algunos meses después de que la castaña se diera por muerta Alonso entre el estrés y el que África no quisiera vivir por la muerte de su amiga una carta ilumino su vida, aquella misma carta que había salvado su matrimonio.
—Jos no traje mi tarjeta del restaurante, ya pagué, pero necesitan registrarme para que me llegue la factura. —Jos miro al pelirrojo en la caja y suspiro largamente.
Jos busco entre su cartera la tarjeta del restaurante y la saco, se la extendió a la chica, lo que Jos no sabia es que era la misma chica que los había atendido y la misma que llevaba enamorada de él meses desde la fiesta que topo al pelinegro ahí en el restaurante por el bautizo del hijo de su amigo.
—A nombre de... —La chica miro directamente al pelinegro y Jos la miro seriamente.
—Jos Canela. —Dijo y la chica asintió sonrojada.
La chica le regreso su tarjeta con el recibo y sin más salió con Alonso sin mirarla.
Alonso realmente se preocupaba por Jos, cada día lo veía más ausente.
El pelinegro se despidió de su amigo y camino hasta donde se encontraban sus hombres quienes le abrieron la puerta del carro e ingreso. Su camino a casa fue rápido, desde la muerte de su esposa había decidido dejar la casa en el bosque por unos años, su madre no quería que la vendiera por lo que ahora ella vive ahí con su esposo actual, el doctor Leyva, era un gran hombre y la quería mucho al punto de que habían decidido adoptar juntos una niña, Jos tuvo una crisis tras ello ya que siempre fue el nene de mamá toda su vida y él menor, pero lo entendió cuando su madre se lo conto con un brillo inusual en sus ojos.
Su hermana se había ido del país y realmente no sabia nada de ella desde entonces, prefería que fuera así lo que le restaba de vida.
Al llegar a su departamento en él que ahora vive bajo rápidamente e ingreso al ascensor siendo escoltado por sus hombres, vivía en el decimo piso y todo el piso le pertenecía, al entrar a su departamento miro a la mujer que trabajaba con él y le ayudaba con el aseo del lugar.
—Gracias, puedes retirarte. —Ordeno al ver que la mujer terminaba de limpiar la mesa.
Sin más se retiró a su cuarto el cual quedaba cerca de la cocina.
Jos entro a su habitación y cerró la puerta, abrió su computadora y empezó a trabajar en sus cosas de la empresa perdiendo la noción del tiempo. Cuando despego la mirada de su computadora fue gracias a su hermana Leila Canela quien le lanzo un cojín fuertemente.
—¿Qué haces aquí? —Pregunto al verla dentro de su habitación.
—Mamá realmente esta preocupada por ti idiota, quiere que vayas a casa para la cena. —Jos la miro y le regreso el cojín de golpe.
—¿Cuándo maduraras? Tienes veinte Leila. —Dijo Jos y su hermana le enseño la lengua.
—Cuando tu decidas dejar de ser un amargado, prepotente e irritante. —El pelinegro rio ante ello y se coloco de pie de su silla.
Leila había sido adoptada a la edad de catorce años y tras siete años había cumplido los veinte, estudiaba y Jos estaba seguro de que sería la mejor doctora del país, la amaba y quería demasiado, era su joya más preciada y le daba todo lo que ella pedía sin decir no.
—Antes de ir a casa, quiero que me compres una hamburguesa, la ultima vez que la probe fue en el bautizo del bebe de Alonso. —Jos suspiro y asintió mientras tomaba su saco.
Ambos hermanos salieron siendo escoltados por sus guardias, Leila traía su carro por lo que Jos dejo que lo llevara al restaurante en el que le compraría comida, ambos entraron al lugar que se encontraba semi vacío. La misma chica que los había atendido esa tarde los atendió en la caja.
—Dos hamburguesas con doble carne, papas, extra-queso y una malteada de chocolate. —Jos miro a su hermana sorprendido y la castaña le sonrió.
—¿Qué? ¿Quieres tener diabetes? —Pregunto el pelinegro y su hermana negó mientras reía.
—La malteada es para...
—Nombre. —Dijo secamente la chica frente a ellos y Jos la miro.
—Jos Canela. —Dijo mientras le extendía su tarjeta del restaurante.
Jos noto el cambio de humor de la chica de la caja, confundido y enojándose por su trato aparto a su hermana un poco de ahí.
—Si me vuelve a tratar así, voy a hablar con el gerente. —Dijo su hermana y Jos negó.
—No todos tenemos días buenos Leila. —La chica bufo-molesta mientras se cruzaba de brazos a esperar su pedido.
Jos miro a la chica que atendía la caja, no era la misma que les había atendido, por el lugar busco a la castaña que recordaba ver en la caja, la encontró en una mesa limpiando, sintió una mirada sobre él y se giro a una mesa cercana, ahí había una mujer mirándolo mientras detenía su limpieza, funcio su seño y desvió su mirada lejos de ambas.
El pedido de su hermana estuvo listo y ambos tomaron las bolsas, salieron del lugar rápidamente y fueron escoltados por sus guardias hasta el carro.
—¡Señor Canela! —Un grito los detuvo a todos, Jos se giro y noto a la mujer que había sido grosera acercarse corriendo.
—No se acerque señorita por favor. —Dijo un guardia y la chica se detuvo a un metro de distancia.
—Genial, ahora que quiere. —Susurro su hermana y Jos miro nuevamente a la chica.
—Su tarjeta, olvido su tarjeta. —Dijo mientras le extendía el plástico.
Jos se acerco y la tomo no sin antes mirarla.
—Gracias, sonría más señorita, se que no todos tenemos buenos días, pero tampoco merecen los clientes ser tratados mal. —Susurro y la castaña lo miro apenada.
—Una disculpa. —Murmuro sonrojada y apenada, sin más se giro para regresar al restaurante.
Jos la miro alejarse y entre sus manos apretó la tarjeta.
—¿Hermano? —Pregunto su hermana y Jos se giró a verla, sonrió y terminaron de caminar hasta el carro.
Jos tomo su teléfono cuando su hermana se coloco en marcha hacia la casa de su madre, había notado el nombre de la chica sobre su uniforme de trabajo, solo mando un mensaje a su seguridad y mañana en la mañana tendría todo.
Cuando llegaron a casa, bajaron y entraron, su madre los recibió con un gran abrazo y en lo que la cena era servida Jos subió a la que era su habitación hace algunos años.
Su madre había respetado la recamara y todo seguía igual a como la ultima vez que él la había dejado, se acerco al estante de libro y toco estos delicadamente, la esencia de Alaska seguía ahí, siempre ahí.
—¿Era bonita? —Pregunto Leila a sus espaldas y Jos sonrió sin mirarla mientras asentía.
—Era la mujer más hermosa que pudieras conocer, linda con todos, honesta, leal... —Susurro lo ultimo y suspiro largamente mientras tomaba el último libro que Alaska leía.
—Nunca me has hablado de ella con claridad. —Dijo su hermana y Jos sonrió al leer una frase marcada con marca textos rosa.
—¿Crees en el destino? —Pregunto a Leila y su hermana asintió.
—El destino siempre obtiene su parte, y no se retira hasta obtener lo que le corresponde. —Leila lo miro detenidamente mientras las lagrimas de su hermano se deslizaban por sus mejillas.
—Esa noche lloré, lloré por lo que éramos y ya no sería jamás. Me derrumbe. Fui frágil, vulnerable y sensible. Me sentía sin vida. Llore como la lluvia en medio de una tormenta aquí encerrado; y una mezcla de rabia y tristeza se apoderaron de mí. —Conto y su hermana apretó sus labios mientras lloraba al ver a su hermano tan mal.
Tan roto.
Lo abrazo fuertemente, Jos estaba dejando ir a Alaska por fin, hablo con su hermana todo lo que podía, su madre los escucho a ambos desde el pasillo mientras lloraba por el sufrimiento que su hijo había estado viviendo.
El dolor físico es molesto, pero aun más molesto es el emocional.
No.
Es asfixiante.
Y Alaska Campbell lo había hecho tocar fondo de una manera tan profunda que Jos Canela jamás volvió a ser el mismo.
Ahora, mañana, pasado, allá, siempre, nunca o alguna vez. Su sonrisa siempre permanecería en su mente, en su corazón aquel que toda la vida le pertenecerá a una sola mujer.
Al final los amores que juran ser eternos no son aquellos que se prometen frente aun altar, frente a una escena romántica o entre las sabanas de su nido de amor. Si no, aquellos en la que la felicidad se transmite de alma a alma, de corazón a corazón, repetidas veces volviéndola eterna.
La ha soltado, la soltó por completo, en el universo ningún futuro es real, si elige quedarse en el pasado no serviría de nada el vivir atrapado, ya que el futuro, su futuro es experimentar junto al presente una existencia que nadie entiende.
Amar.
Creer.
Ilusionarse.
Enamorarse.
Existir.
Él lo decía, solo existía, pero ¿Por qué estaba existiendo?
Todo coexiste en una sola materia, todo sucede simultáneamente como una cadena. Desde el amor hasta el dolor.
Ahora lo sabia con certeza. Jos cumplió treinta y cuatro; pero Alaska siempre tendría veintitrés.
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