Epílogo.

Epílogo.

Treinta y cinco años después...

Leila se encontraba de pie con sus manos a los costados, sus lagrimas descendiendo por sus mejillas mientras miraba hacia adelante.

Tan solo tenía cincuenta y seis.

Se giro al escuchar unos tacones a sus espaldas y encontró a la viva imagen de su hermano.

—Ayla. —Susurro Leila y la chica asintió.

La hija de Jos, aquella que tuvo con la chica de aquel restaurante, en una noche de borrachera en una fiesta organizada por Alonso, Ayla fue creada. Nunca se volvió a casar y tampoco estuvo con la chica sin embargo la apoyo en todo el embarazo y se hizo responsable.

Jos no había pensado en Alaska en treinta y cinco años.

—Tía. —Susurro la chica mientras se separaba de la mujer y miraba la tumba de su padre recién cerrada, aun con el cemento fresco.

—Se fue Ayla, me dejo sola. —Susurro la mujer y Ayla sorbio de su nariz.

—Me llamo una noche antes tía, fue tan diferente, no había hablado con él en tanto tiempo, me pregunto cómo estaba y me dijo que me amaba mucho, siempre me amo a pesar de que mi madre me puso en contra de él desde que empecé a tener uso de razón. —Conto y limpio su rostro lleno de lágrimas.

—Lo siento mucho Ayla. —Susurro Leila y Ayla negó.

—Me conto la razón del por qué jamás se casó con mi madre, fui su adoración y siempre seria su segundo más grande amor. Le pregunte quien era el primero y entonces escuche su nombre por primera vez. —Leila miro a su sobrina quien miraba perdida la tumba de su padre.

—Alaska, Alaska Campbell. —Murmuro y Leila sonrió ligeramente mirando la tumba de su hermano.

—Entonces me conto todo, sentí entre mi cuerpo aquella historia de amor fallida, lo odie por un tiempo porque jamás se casó con mi madre quien siempre lo amo, pero jamás le pregunte el por qué, cuando lo visite la mañana siguiente ya no estaba con vida. —Sollozo ante lo último y Leila la abrazo.

Ayla se separo de su tía y miro la tumba vecina de su padre, ahí estaba el nombre grabado de la mujer que su padre siempre amo. Ayla se arrodillo junto a la tumba de Alaska y sonrió entre lágrimas.

—Él te escribió una carta, treinta y cinco años atrás Alaska, él quería que la leyera para ti. —Susurro mirando la tumba.

Para Alaska Campbell.

En donde quiera que te encuentres ángel mío.

Todas las noches mi mente se deleita pensando en ti, mi hermoso ángel. No estoy seguro del por que redacto esto a la mitad de la noche entre lágrimas, son las tres de la mañana y debería de estar dormido, pero sin embargo no puedo dejar de pensar en ti.

Estoy en nuestra casa, en esta misma casa que fue nuestro refugio de amor, miro la cama mientras pienso en ti y mis lagrimas se corren por mis mejillas ante la idea de imaginarte acostada a mi lado.

No se que me deparara en los siguientes años, pero he decidido dejar que aquel hermoso ángel vuele tan alto, te solté.

Alaska siempre, siempre estarás en mi corazón, siempre será tú y solo tú.

Te amare hasta el día de mi muerte y no hay otra manera Alaska. No lo veo de otra manera jamás.

Para mi ángel caído.

Jos Canela.

Las estaciones pasaron y los años también, las tumbas de ambos seguían ahí juntas una a lado de la otra haciéndose compañía como lo hubieran hecho si siguieran con vida.

Ahora estaban juntos, en alguna parte sosteniendo sus manos y disfrutando lo que no pudieron vivir.

En esta o en otra vida se pertenecen.

Para Siempre. 

Sr. Canela.

Por LaempanadadeJos.

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