7
Mientras Melek tomaba un baño, sus pensamientos giraban en torno a lo que Mehmed le había dicho días atrás: "No te atrevas a creer que puedes cambiar lo que soy." se cuestionaba a sí misma si estaba haciendo las cosas bien, lo que al principio la atormentaba y le daba pesadillas. Ahora lo recordaba con cariño, no deseaba ser desfavorecida y reemplazada por otra, su corazón lo quería con tanta fuerza que haría lo imposible por hacer del sultán suyo. Sin embargo, no era la única en el harem que pensaba así pues recordó que en ese lugar era ganar o morir.
De pronto, las risas y susurros de las mujeres resonaron en los baños, como serpientes acechando en la oscuridad. Una de ellas, con una mirada llena de resentimiento, se acercó con una sonrisa maliciosa.
—Dicen que el sultán no te ha vuelto a llamar, Melek —comentó, con voz venenosa—. ¿Acaso lo aburriste tan rápido?
Melek mantuvo la calma, tomando un mechón de su dorada cabellera y desenredándolo con delicadeza sin siquiera levantar la mirada.
—Al menos a mí me ha llamado.—respondió con una sonrisa.—Dime tú, ¿Cuántas veces has pisado sus aposentos? ¿Cuántas veces te ha hecho el amor?
La mujer apretó los dientes y dio un paso hacia ella.
—Quizás sea la próxima—replicó, con dureza—No seas tan arrogante, Melek. Aquí todas estamos jugando el mismo juego, y nadie es indispensable.
Melek se puso de pie con gracia, ajustándose la toalla mientras la miraba con una seguridad que buscaba ocultar el temor que crecía en su pecho.
—Y tú, mejor sigue fantaseando con cosas que nunca pasarán—susurró, dejándole claro que no se sentía intimidada.—Aunque, claro, en tu posición, soñar es lo único que te queda.
—Después de esto, no creo que el sultán desee volver a tocarte —murmuró la mujer con una sonrisa maliciosa, sus ojos llenos de celos.
Antes de que Melek pudiera reaccionar, sintió cómo un par de manos firmes la sujetaban por los brazos, inmovilizándola. Las mujeres se abalanzaron sobre ella, y en cuestión de segundos, estaba siendo arrastrada y empujada al suelo, mientras los murmullos burlones resonaban por todo el baño.
—¿Qué pasa, mi sultana? —se burló una, con un tono venenoso, mientras otra le arrancaba la toalla de un tirón, dejándola expuesta y vulnerable. Las risas resonaban a su alrededor, cada una más cruel que la anterior.
—Mírala, ¿crees que con esos ojos de cordero inocente vas a mantener el favor del sultán? —se mofó otra, mientras sus manos le dejaban marcas en la piel, arañando y pellizcando con la única intención de dejarle moretones y rasguños.
Melek sentía cómo su cuerpo ardía de vergüenza y dolor; luchaba por cubrirse y evitar los golpes, pero las manos que la sostenían eran implacables. El frío del mármol bajo su cuerpo desnudo hacía más amarga la humillación, y cada comentario era un puñal directo a su dignidad.
—¿Y tú te crees mejor que nosotras? —se rió otra, dándole un fuerte pellizco en la pierna, dejándole una marca rojiza que poco a poco se volvía morada.
—¡Basta! —gritó Melek, su voz llena de frustración y rabia.—¡Cobardes!
Las mujeres solo reían más fuertes disfrutando de los gritos de la favorita, Melek intentó zafarse pero los golpes continuaban sin piedad al mismo tiempo que sus lágrimas se mezclaban con el agua que antes la había lavado mientras el odio y rencor la consumían.
—Oh, ¿Lloras?—Se burló una de ellas al verla sollozar.—Pequeña estúpida, no eres nada.
La tortura culminó con un golpe brutal en el estómago, uno que dejó a Melek sin aliento, doblada de dolor sobre el frío suelo de mármol. Las mujeres la miraban desde arriba, sonriendo con crueldad, mientras ella trataba de recuperar el aire, sus manos temblorosas protegiendo su desnudez.
—Cuando el sultán te vea así, ya no tendrás oportunidad de darle un hijo —murmuró una de ellas, la última puñalada antes de que todas se retiraran entre risas y burlas.
Al quedarse sola, el silencio y el dolor llenaron el baño. Melek permaneció ahí, vulnerable y desnuda, abrazando su cuerpo con los brazos y sollozando en silencio. Las lágrimas caían con fuerza, mezclándose con el dolor en su piel y la humillación en su alma. Su pecho subía y bajaba en desesperados intentos de recuperar el aire, y cada jadeo se tornaba en un grito ahogado de impotencia y vergüenza. La joven cerró los ojos con fuerza, tratando de ahogar su llanto, pero el dolor era profundo, el de las heridas físicas y el de las palabras que aún resonaban en su mente.
—¿Qué ha sucedido?
El sonido de pasos apresurados y una voz femenina rompió el silencio. Una Kalfa entró al baño, alertada por otra criada que había presenciado la cruel escena y, compadeciéndose, fue en busca de ayuda. Al llegar, la Kalfa se detuvo en seco, horrorizada ante lo que veía. Melek estaba tirada en el suelo, con marcas de golpes, arañazos y moretones visibles en la piel.
—¡Melek Hatun! Por Alá, ¿qué te han hecho?—exclamó la Kalfa, arrodillándose a su lado con un temblor en la voz, su rostro dominado por la preocupación.
Con manos temblorosas, la Kalfa tomó una toalla y, con cuidado, la envolvió alrededor de Melek, intentando cubrir su cuerpo y darle un mínimo de dignidad. Melek apenas pudo levantar la vista; sus ojos estaban llenos de lágrimas, y los sollozos silenciosos escapaban de sus labios entrecortados. Al inclinarse más cerca, la Kalfa notó algo que la llenó de inquietud: un líquido rojo escurría lentamente por las piernas de Melek, manchando el mármol bajo ella.
—No... No... —susurró la Kalfa, su voz temblando mientras trataba de contener el horror.—¡Doctora! ¡Traigan rápido una doctora!
Angustiada volvió su mirada a la favorita, preocupada por el estado de la joven se quedó con ella acariciando su cabello en un intento de consolarla Melek, aún con los ojos cerrados, apenas podía reaccionar; su cuerpo temblaba por el dolor y la humillación, y cada vez que trataba de respirar, un gemido de dolor salía de sus labios.
—Tranquila, Melek... -susurró la Kalfa, ahogando un sollozo propio mientras acariciaba su mejilla.
Melek solo asintió débilmente, pero su llanto continuaba, un llanto de desesperanza y desamparo. Cada sollozo parecía quebrarla un poco más, y la Kalfa, aunque afectada, no se movió de su lado.
La visión de Melek se volvía borrosa, mientras el mareo nublaba sus sentidos y los sollozos que escapaban de su pecho se entremezclaban con los murmullos cada vez más audibles de las mujeres que acudían en su auxilio. La confusión y el dolor dominaban su mente, y su cuerpo temblaba al sentir las manos de varias criadas intentando sostenerla.
—¡Por Alá, está muy lastimada! —susurró una de las mujeres.
—Rápido, alguien debe avisar a la madre sultana. ¡Esto no puede quedar así! —otra voz intervino.
Los murmullos crecían, algunos entremezclados con preguntas apremiantes y órdenes desesperadas. Melek apenas podía entenderlo todo, pero percibía preocupación en cada palabra.
—¡Encuentren a las responsables! —se oyó una voz más grave—. Si la madre sultana se entera de lo que le han hecho...
Entre susurros y pasos apresurados, alguien mencionó:
—Llamen al sultán. Él tiene que saber lo que ha pasado... esto no puede ocultarse.
Un profundo silencio cayó por un instante, hasta que uno de las doctoras que la examinaba se incorporó, su rostro palidecido por la noticia que estaba a punto de dar. Su voz, apenas un murmullo, se oyó entre las demás mujeres que contenían el aliento.
—Ha... ha perdido al bebé —dijo, su tono sombrío y grave.
Ese último susurro, la fría noticia, resonó en la mente de Melek. Un dolor profundo, tanto físico como emocional, la atravesó, dejando sus lágrimas caer en silencio mientras el mundo a su alrededor se desvanecía.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top