#8: Sweater Weather

«Lo hice, lo hice, lo hice... Enserio lo hice. Acabo de perder la virginidad...¿Ahora que hago? ¿Debería ir a casa? Mamá me matará por no llegar. Puedo culpar a Butch, no uso esa excusa desde hace dos años. Maldición, se está afirmando más. Siento su respiración en mi pecho. Incluso escucho como tragó saliva, ¿¡Por qué mierda escucho todo tan alto!? Esto es muy raro.»

Richard se mantenía quieto sintiendo el cuerpo de una Charlotte que según él debía seguir durmiendo. El chico sintió como es que una mano tocaba su pierna derecha, al bajar su mirada, Richard notó como es que la pelinegra le sonreía, claramente despierta.

—Hola —saludó la mujer con una sonrisa cansada.

—H-hola —devolvió el saludo, con un pequeño rubor en sus mejillas.

—Esto es raro, ¿no? —el chico solo asintió ante la pregunta— Oye, noté que —Charlotte movió su mano por la pierna del chico— tienes varias cicatrices en tu cuerpo, ¿por qué?

—Yo... —por la mente de Richard pasaron bastantes ideas, incluso revelar su identidad como Spider. Decidió omitir el tema con una mentira— Ya sabes. Hago parkour de vez en cuando y algunas veces me caigo —Charlotte miró con seriedad al chico, sabía que él no decía la verdad—. Bueno, también he peleado varías veces como la vez que nos conocimos —en este caso no metía. Omitió detalles, importantes detalles.

Charlotte gruño un poco ante la respuesta tan evasiva.

—Pues será mejor que dejes de meterte en problemas. Eso haría que esto fuera aún más complicado de lo que ya sería.

—Osea que tú y yo...

—Supongo que sí. Pero tal vez deberíamos establecer algunos límites —dijo Charlotte, aún seguía al cuerpo de Richard. Levantando su pierna desnuda para posarla sobre el torso del muchacho.

—Eso creo. ¿Cómo cuál? —preguntó Richard, observando el techo. Sintió como es que su pene volvía a levantarse ante los constantes frotes del muslo de Charlotte.

—Que las próximas veces uses condones, eso esta claro —afirmó a pelinegra, haciendo sonrojar al chico.

—Perdón por eso.

Ninguno dijo otra palabra. Los segundos se transformaban en minutos.

—¿Por qué dicen que las chicas tienen cuatro bocas? —preguntó Richard, provocando la risa de Charlotte.

Para saciar su curiosidad, la pelinegra uso sus dos senos para aplastar su pene entre ellos. Un masaje sobre su miembro fue una de las sensaciones más soñadas por cualquier adolescentes. Era algo difícil de expresar, pero era tener dos almohadas de carne en una constante discusión por el dominio total de la polla. Charlotte se separó un momento para montarse sobre el pelinegro. Rodeó sus brazos alrededor del cuello de Richard.

—Entonces, ¿en serio es tu primera vez?

—¡Creo que es bastante obvio!

—No realmente. Hay chicos menores que tú que posiblemente tengan más experiencia que yo —dijo Charlotte, haciendo una mueca. Charlotte paseó su dedo índice izquierdo por el pecho del joven Parker.

—Buen punto. Algunos ya son padres. ¿Es normal que hablemos de esto en este momento?

—A los dos nos gusta pensar en exceso —Charlotte soltó una pequeña risa, mirándolo con sus oscuros y notorias ojeras que no hacían más que sentir a Richard nervioso—. ¿Qué tienes?

—Eres hermosa —murmuró el pelinegro. La mayor giró la cabeza, negando. Sus mejillas se sonrojaron, ella ni siquiera había podido ocultar ello. Notando las mejillas de la fémina, él desvió la conversación—. Entonces, ¿quién más llegará a saber esto? —preguntó Richard— ¿Cómo crees que reaccionarán tus padres?

—Bueno, ellos viven en Pawnee. Pero si se llegarán a enterar —ella suspiró. Se tomó casi un minuto para responder, algo que extrañó Richard—. Mi madre comenzaría a rezar como loca y mi padre te trataría de disparar con una escopeta.

—¿¡Qué!? —exclamó nervioso el joven Parker, esto solo haría que la mujer riera un poco.

—Mi madre es una loca religiosa, quería casarme joven y que tuviera hijos. Mi padre es un ex-militar, tenía un par de armas y me enseñó a usar algunos rifles de caza —Admitió Charlotte, a la vez que sentía como es que Richard acariciaba su cintura—. ¿Aún sigues explorando terreno? —intuyó con una sonrisa pícara la pelinegra. El chico solo la miro confundido— Olvídalo, ¿cómo reaccionarían tus padres al saber que te acostaste con una mujer mayor?

—Mi madre, me mataría, principalmente por no usar protección. Si la cagué con eso,  ¿verdad? —la fémina solo asintió con la cabeza en señal de afirmación— Bueno, en cuanto a mi padre, no estoy tan seguro, él... —Richard soltó un pesado suspiro, Charlotte entendió y se limitó a apretar más su cuerpo contra el suyo.

—Está bien que no quieras hablar de eso —Charlotte besó su mejilla izquierda—. Lo entiendo.

El pelinegro para tratar de aligerar las cosas nuevamente decidió preguntar.

—Lo de lamerme el trasero, no fue gay ¿o sí?  —Richard recordó un momento en el que se descuidó y Charlotte se deslizó bajo suyo para lengüetar entre las nalgas del chico.

—Pues lo hizo una mujer, así que técnicamente no. ¿No lo vuelvo a hacer? —cuestionó la joven de ojeras.

—Solo no metas nada ahí, me da algo de asco —aseguró Richard, expresando incomodidad en el rostro a través de sus muecas.

—Lo prometo y si te soy sincera... Lo hice por curiosidad.

—¿A ti nunca te han...? —Charlotte negó con la cabeza— ¿Y tú tampoco has...? —negó por segunda ocasión.

Charlotte se levantó y volteó a ver al chico.

—¿Lo hacemos de nuevo? —esta pregunta hizo que el chico casi se atragantara con su propia saliva. La fémina se acercó a la oreja de Richard y le susurro— Tal vez si te hablo en alemán tomes la decisión más rápido.

—Ich werde tun, was Sie von mir verlangen, Sir —interrumpió Charlotte con un dulce susurro al oído del chico. Los ojos de Richard se abrieron como platos al sentir como es que la mano de Charlotte se colocaba debajo de las sábanas, llegando a la entrepierna de Richard—. Parece que estás listo, kleine Spinne.

—Ni siquiera sé alemán. ¿Por qué se volvió a parar?

—Keine Fragen gestellt, wunderschön. No es tiempo para las preguntas, guapo. Disfruta.

Las jugarretas pasaron entre la lujuria hasta juegos un tanto más inocentes. Las cosquillas fueron una forma para mantenerse en lo que la llama del sexo volvía a emerger.

—¡Oye, espera, ahí no! —Richard tenía sus manos en el abdomen de la chica; moviendo sus dedos haciéndole cosquillas— No es justo, tú no sientes nada —comentó Charlotte tratando hacerle cosquillas al pelinegro a quien realmente no le afectaba.

—Será inútil —rió Richard, acariciando bajo el cuello de la pelinegra.

Charlotte se recostó en el hombro del chico. No hablarían, el único ruido provenía de los autos que pasaban afuera del edificio. La única luz que permitía que se vieran el uno al otro provenía del exterior.

—¿Por qué sabes alemán? —preguntó un intrigado Richard.

—Mis padres, ambos son de descendencia alemana. Mis abuelos por ambas partes vinieron a este país para escapar de la segunda guerra mundial. Mi madre nació y creció en Pawnee. Mi padre vivió aquí en Nueva York por varios años, a los veinte se fue a de vacaciones a Pawnee, conoció a mi madre y se quedó ahí. Nací yo. Luego estuvo en Afganistán y pues no volvió tan chiflado, así que todo bien. Y me enseñaron alemán mientras crecía.

—Vaya eso es muy loco.

—Casi irreal —Charlotte se mordió los labios—. Lo sé.

Uno frente al otro, podían escuchar sus latidos y respiraciones de manera mútua. Aunque lucían calmados, por dentro querían gritar. La primera vez estaban alborotados en hormonas, ahora era más conscientes de sus acciones, con ganas, pero más conscientes de lo que harían. Richard, apesar de ser el más tímido entre ambos, era un adolescente que quiera o no, entendía que hacer en estas situaciones, tal vez el porno o las películas románticas le habrían enseñado algo.

Richard recostó a Charlotte dejando la cabeza de ella delicadamente sobre la almohada. El chico bajó hasta los pechos de la fémina, eran de tamaño proporcionado a la chica. En un principio solo los tocaría, frotandolos entré si. Luego acercó su boca al pezón izquierdo, lamió ese a la vez que su brazo vendado jugaba con el seno derecho de la joven. Provocó ligeros gemidos. Su aliento escapaba de su boca en forma de vapor. Una sonrojada Charlotte, trataba de hacer el menos ruido posible, incluso mordiendo su boca, pero le era inevitable emitir sonidos debido al placer. Poco a poco la boca de Richard bajaba de los pechos, pasando por su abdomen, un tanto por una de las piernas, hasta llegar a la vagina. Richard besó la boca inferior de la pelinegra. Casi gritando, ella envolvió la cabeza de Richard con sus piernas, aferrándose a él. Estarían en esa posición al rededor de unos diez minutos. Cada lamida estimulaba más y más hasta el punto en el que Charlotte dio un fuerte gemido, al mismo tiempo que sus fluidos vaginales estallaron sobre el rostro de Richard. El pelinegro levantó la mirada. Sus ojos se encontraron entre aquella niebla de placer. Las mejillas de Charlotte se enrojecieron en lo que solía ser su piel blanquecina. Los fluidos de la chica gotearon por la barbilla del pelinegro.

El joven Parker rió nervioso. Charlotte se quedó viéndolo unos segundos. Ella suspiró, pero la risa del muchacho fue contagiosa.

Luego de un rato, ambos experimentaron con posiciones alternativa. La punta de la nariz de Charlotte fue tocada por el miembro erecto del pelinegro. La mujer tocó el falo. Su mano se envolvió a su alrededor, moviendo de arriba hacia abajo. A unos centímetros pde colocarlo en su boca, un pequeño disparo de semen llegó a su cara, impactando su ojo derecho. Eso si fue vergonzoso para Richard, eyaculó en nueve segundos.

—La primera te la regalo —se excusó Richard, en un intento de distraer a Charlotte, pero esto solo resultó un tanto infantil y enternecedor para la pelinegra.

—Entiendo —Charlotte vió como es que el pene seguía igual de duro que al momento de correrse—. No te tardas en recargar —susurró para sí misma. La mirada de la pelinegra se desvió al brazo vendado del chico—. Oye —Charlotte tomó los pliegues bajo el brazo para quitar las vendas. Dos reconocibles cicatrices de bala se ocultaba, para la sorpresa de la fémina—. No te las hiciste haciendo parkour, ¿cierto? —Richard volteó la mirada algo avergonzado— ¿En que demonios te estas metien...? —el dedo del chico se posó sobre su boca, deteniendo su habla.

En este momento literalmente cada palabra que dijera sería esencial.

—Te contaré en algún momento, ¿bien? —prometió Richard en lo que me esperó fuera una mentira a futuro— Pero ahora debo preguntarte algo. De importancia para ambos. ¿Realmente quieres estar conmigo por gusto?

—¿¡A qué demonios viene eso!? —exclamó Charlotte, moviendo al chico por los hombros— ¡Es obvio que sí, idiota! ¡No soy una cualquiera! —ella lo empujó, haciendo que él diera un ligero brinco en el colchón— Pero —el tono de la fémina se aligeró. Charlotte acercó sus muslos sobre sus pechos para enrollar, abrazándose a sí misma—. Tal vez sí estemos yendo demasiado rápido, solo han pasado unos meses y... ¿¡Por qué mierda me lo cuestionas ahora que ya lo hicimos!?

—¡Quiero que esto no sea por hoy y ya! —el chico apretó su brazo herido hasta que sangre se deslizó entre sus dedos— He pensado y sé que quiero estar contigo todo el tiempo—admitió con vergüenza a la vez que un par de lágrimas salían del rostro de Richard— Soy penoso.

—La verdad, es un poco patético —reconoció Charlotte, ocultando su sonrisa tras su mano—. Pero al menos fuiste sincero. Creo que nadie me había dicho alguna cosa así  —sus ojos se mantuvieron uno sobre el otro. Charlotte se abalanzó sobre el chico para besarlo, tomándolo por los hombros para que no se aleje en ningún momento.

—Desde cierto punto de vista esto se vería enfermizo —murmuró Richard, teniendo a Charlotte sobre él—.

—Richie —dijo Charlotte, sonrojando al chico por el apodo que usó—, lo nuestro es diferente. ¿Vale? No está tan mal. Solo, que se quede entre los dos, ¿de acuerdo?

El pelinegro asintió, con sus mejillas rojas aún por su vergüenza, pero sin perder el contacto visual. Ella besó su frente.

—Buen niño.

• • •

En medio de la noche, la luz de la luna iluminó la habitación. El cuerpo de Richard abrazaba a Charlotte, ella cubriéndolo con su muslo sobre su cadera. La fémina acarició el oscuro cabello del chico. Las lágrimas caían por las mejillas de Charlotte. Mordía su labio inferior con la intención de no despertar al joven, sin dejar de aferrarse a su cuerpo.

—Oye —un susurro masculino llamó a Charlotte a sus espaldas—, ¿quieres charlar un rato?

Sentado en el marco de la ventana, un hombre enmascarado, envuelto en una gabardina de cuero. Su mentón se apoyaba en su puño, observando a los amantes en la cama.

—Karlota Koch.

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