※ II ※

Título: Linajes diferentes.

Personajes: Katsuki Bakugō, Masaru Bakugō (mención), Mitsuki Bakugō (mención), Krista Litzer (Oc).

Shipps: Katsuki x Ochako.

Advertencia: AU Realeza, Quirkless, OOC leve en algunos personajes.

Cantidad de Palabras: 2708.

El reino de Baku era dirigido por sus monarcas Masaru y Mitsuki Bakugō, reconocidos como unos gobernantes nobles y dedicados a cada una de las urgencias que los habitantes de sus tierras pudieran precisar.

La pareja real contaba con un primogénito, único heredero de todo aquel reino que sin duda algún día, se alzaría con la corona de su padre para gobernarlo. Pero el chico de cabellos cenizos no sentía interés alguno por ser quien dirigiera ese imperio, sino que más bien, contaba con una aspiración diferente.

Katsuki desde muy pequeño, siempre había estado interesado en los caballeros, aquellos fieros hombres que, con sus armaduras resplandecientes, protegían a todas las personas que habitaban el reino, siendo capaces de hasta entregar hasta su último aliento con el fin de servir fielmente al rey y a sus ideales.

Apenas tuvo la edad suficiente y aún con la negativa de sus padres, el chico había solicitado ser parte de aquel grupo de hombres, algo que sin duda sorprendió a los aspirantes como también a los veteranos caballeros que de cierta manera, podían sentirse honrados con aquella decisión por parte del chico.

Más no por ser el príncipe, las cosas le serían completamente fáciles. Aquello había sido una regla o más bien un mandato que solicitó el joven rubio, pues él deseaba demostrar su valía y fortaleza a la hora de encontrarse en el campo de batalla y no que simplemente todo ello le fuera entregado en bandeja de plata por ser el futuro gobernante del reino.

Y aunque en ocasiones los entrenamientos pudieran parecer un tanto brutales, Katsuki era quien al final quedaba en pie, demostrando sus altas aptitudes para la batalla. Pero no siempre lograba salir ileso de aquel campo, pues en más de una ocasión, debió necesitar de las atenciones de una doncella, quien pudiera curar sus heridas.

—Apresúrate, cara redonda. Debo regresar a entrenar —ordenó el chico hacia la castaña que estaba vendándole el brazo izquierdo.

—Le recomiendo que mejor descanse, príncipe —contestó con voz suave la fémina.

—¿Bromeas? Debo seguir entrenando para ser el mejor del reino.

—De hecho, ya lo es —musitó desviando su vista hacia los carmines ajenos.

—Lo dices porque soy el príncipe, nada más. Como todos, tú...

—Por supuesto que no —interrumpió, ganándose la atención del chico—. Lo digo porque es la verdad... Yo he visto cada uno de sus entrenamientos, cada una de sus victorias... Usted está por encima de cualquier caballero que el reino ha tenido —, sus mejillas se tiñeron con un suave rubor—. Usted es el mejor y lo digo porque es cierto... No por rendirle alguna pleitesía.

El asombro fue algo que invadió por completo el rostro del rubio, pues él estaba bastante acostumbrado a oír halagos por sus acciones de todo aquel que lo rodeaba, más que nada por su posición en la jerarquía existente en el reino, pero en ese instante, estaba recibiendo las palabras más sinceras que jamás había escuchado.

Y lo sabía, era consiente que lo expresado por Ochako era cierto, pues desde que conocía a la chica, podría hasta decir que era la única que le hablaba con un tono y balance que nunca antes había experimentado. Aquella joven de melena castaña solía elogiarlo por sus logros, como también regañarlo por sus excesos e incluso velar por él hasta que estuviera recuperado del todo.

Uraraka había sido escogida junto con su familia para trabajar en el palacio real, aquello sin duda era como una especie de premio para quienes fueran seleccionados, pues gozaban de ciertas comodidades que podían brindarse en el castillo. Gracias a sus dotes y conocimientos con respecto a las hierbas medicinales, Ochako había sido asignada como la doncella del príncipe, a quien debía atender luego de cada entrenamiento.

—Lo-Lo siento, joven príncipe —expresó apenada al momento de apartarle la mirada.

—No hagas eso —espetó Katsuki, extendiendo su diestra para levantarle el rostro—. No rehúyas de tus acciones —dijo al momento de dedicarle una sutil sonrisa—. Gracias por ser la única persona sincera conmigo, cara de ángel.

Bakugō podía ser un tanto arrogante, orgulloso y altanero, pero con aquella chica, sin duda podía revelar esa faceta calma que casi nadie era capaz de apreciar. Y eso era algo que el rubio había pasado por alto, hasta que un día entendió que se debía tal vez, por el hecho de sentir algo por ella.

Con el transcurrir de los años, Katsuki se convirtió en el líder más capaz de todos los caballeros del reino, siendo uno los adversarios más fieros en el campo de batalla, el cual sin un atisbo de vacilación era capaz lanzarse a alguna pelea, obteniendo un resultado satisfactorio tanto para él como para las tropas de las cuales estaba a cargo.

Más con la mayoría de edad, el joven príncipe debía de atender sus tareas como futuro monarca y una de sus obligaciones, era desposar a alguna princesa de los reinos cercanos, con el fin de lograr alianzas que pudieran beneficiar a ambas partes y así fortalecer el poderío de las mismas.

Por esta razón, sus padres habían arreglado diversos encuentros en el reino, logrando que cada cuatro días, un nuevo cortejo transitara por las calles hasta el castillo. Cada una de las visitas era prometedora, las señoritas eran hermosas y delicadas, pero el interés de Katsuki por alguna era completamente nulo. Cruzaba con ellas un par de palabras y ya con eso, era más que suficiente para descartar a la candidata.

—¿Cómo te fue con la princesa Himiko?

—Por fin se ha marchado —espetó el rubio, dejándose caer a su cama—. Esa chica está loca, así que extremen la seguridad del castillo —ordenó hacia la azabache.

—No seas exagerado, se veía como una joven muy adorable —comentó Krista observándolo.

—¡La desquiciada quería probar mi sangre! —bramó con molestia—. Además..., no era tan bonita... Ninguna de hecho —soltó luego de unos segundos.

—¿Ah no? —inquirió con cierta curiosidad—. Pero si se veían fabulosas con sus vestidos de seda, llegando al castillo en esas vistosas caravanas que sin duda encantaron a los habitantes del pueblo. De seguro y hasta creyeron que pronto habrá boda...

—He dicho que ninguna llamó mi atención en lo absoluto —interrumpió con sequedad—. Todas parecían seguir una especie de patrón o algo, pues decían casi las mismas mierdas... —suspiró pesadamente—. Ninguna tenía algo que objetar o decir respecto a mis "modales", tampoco les pareció malo el hecho de que fuera parte de la caballería del reino, ni siquiera trataron de corregirme en algo. Ninguna...

—Ninguna de ellas era Ochako —soltó la chica, ganándose la atención y sorpresa del rubio.

—¿Eh? No digas estupideces, arpía.

—No lo hago —contestó al momento de acercarse hasta Katsuki, quien ya se encontraba sentado en la cama—. Nos conocemos desde niños, tú eres como mi hermano y desde que recuerdo, siempre he logrado saber lo que quieres, lo que te gusta, lo que te llama la atención, como también lo que no.

—Entonces si es así, porque...

—Petición de tus padres —cortó el reclamo que estaba por expresar el contrario—. Me lo ordenaron. Sabes que eso de ser caballero no es algo que les agrade mucho —enmudeció un instante—. Más yo tengo el pensamiento de que debes de hacer lo que tú desees y debes estar con quien realmente quieres y..., sé que estás loco por esa chica.

—¿Cómo se te ocurre eso? —cuestionó disimulando un tono ofendido, fallando por completo en aquel intento.

—Di lo que quieras de boca para afuera, King —contestó Krista al momento de dirigirse a la salida de la habitación—. Tus ojos no mienten. La manera en que la ves a ella es tan distinta y especial —musitó sonriendo de lado.

—Eres una estúpida.

—Insultarme no hará que pierda la razón... Sólo ten en cuenta que, tu felicidad es la que vale Katsuki —abrió la puerta, deteniéndose un segundo en el umbral—. Y yo solo deseo lo mejor para ti.

La estancia fue envuelta por el silencio, mientras el chico todavía observaba la puerta de madera por donde la azabache se había marchado. No quería admitirlo, pero le daba la completa razón a Krista, incluso en ese instante pudo siquiera percatarse de que con más tiempo que pasaba con alguna de esas princesas, más deseaba estar lejos de ellas, reemplazando a cada una,  con la compañía de la dulce Ochako.

Pero, aunque por su mente pasaran escenarios donde compartía su vida junto a la fémina, las dichosas reglas protocolares del reino eran un obstáculo en aquel ideal, pues debía casarse con una princesa para ser completo heredero del trono, logrando siquiera odiar el hecho de pertenecer a la realeza.

Con el transcurso de los días, el rubio se hallaba bastante inquieto, entrenando más de la cuenta y evitando encontrarse con la castaña. Verla era un anhelo que poseía, pero se encontraba completamente inseguro sobre los sentimientos de la chica. No tenía idea de si ella, tal vez lo correspondería, o de si algún otro había conquistado su corazón, algo que lograba hacerlo tener náuseas de solo pensarlo.

—Te creía más astuto.

—Si vas a molestarme arpía, mejor vete.

—Se suponía que el día en que te diste cuenta de lo que sentías, debías ir a confesar tu amor a Ochako —recriminó cruzada de brazos.

—Métete en tus asuntos —espetó al momento de blandir su espada hacia la chica, ambos estaban nuevamente en la habitación de éste.

—Sólo digo la verdad —habló sin siquiera inmutarse ante la reacción ajena.

—Sabes que es imposible —inquirió viéndola a los ojos—. No podemos estar juntos, ella es una doncella y yo un príncipe... Somos opuestos.

—No puedo creer lo que estoy oyendo —expresó con cierta apatía—. ¿Lo dices en serio?

—Nunca hablo con rodeos.

—Estás enredándote tú solo ahora mismo —contestó Krista al momento de apartar la espada con un manotazo—. Eres el príncipe Katsuki Bakugō, futuro monarca que, sin importarle las reglas se metió a ser uno de los mejores caballeros en toda esta tierra, cambiando por completo ciertos aspectos protocolares —apuntó hacia el chico, tocando su pecho con la punta de su índice—. Has estado metido en numerosas batallas, ganado cada una de ellas y llevado en alto el prestigio de tu familia... Has hecho lo que siempre deseaste, por esa razón, no me vengas ahora con esa tontería del estatus de cada uno.

—Arpía...

—Aún no he terminado —vociferó callándolo con su dedo, el cual se desplazó desde su posición anterior—. Ya estás en edad de imponer o reglamentar nuevas cosas en el reino. En un futuro tú serás quien tenga el mando de esto —pausó al momento de despojarlo de su arma y dejarla a un lado—. Como tu consejera, te digo que vayas allá, seas honesto con esa chica y luego me avises cuando será la boda.

Ya para ese punto, Krista lo había quitado de su habitación, logrando arrastrarlo hasta el pasillo donde con un leve empujón, lo envió unos pasos frente a ella. Al momento en que éste se giró a verla, pudo notar como le indicaba de una manera un tanto autoritaria que se largara de aquel sitio.

Katsuki podía gritarle, mandarla a las mazmorras y que la castigaran o siquiera destituirla del cargo que tenía, pero era consciente que eso no lo ayudaría, no si en verdad deseaba estar con aquella muchacha de melena castaña.

Con pasos firmes se dirigió al sector del castillo donde se alojaban los trabajadores del mismo, logrando encontrar sin mucho contratiempo los aposentos de Ochako. Si bien el rubio era conocido por su fiereza en el campo de batalla, en ese momento se sentía un tanto vulnerable, pues no deseaba que los resultados de los siguientes acontecimientos fueran contraproducentes para él.

Dio un par de toques a la puerta, aguardando a que esta fuera abierta y sintiendo que aquella espera de tan solo un par de minutos, parecía volverse eterna. Cuando por fin la misma reveló tras de sí la figura de la joven doncella, el corazón de Katsuki dio un vuelco, latiendo repentinamente rápido.

—Príncipe, ¿qué hace aquí? ¿Se encuentra bien? ¿Está herido? —, el tono de la contraria paso del asombro a la angustia casi de manera instantánea.

—Estoy bien, cara redonda... —dijo sin dejar de verla—. Sólo deseaba hablar un momento contigo.

—Oh, claro. Pase, por favor —contestó al tiempo en que le permitía el acceso al chico.

Sin tiempo que perder, la fémina se desplazó por el sitio, ofreciéndole asiento a Katsuki quien declinó cortésmente. Observó el lugar un instante, no era la primera vez que se encontraba en el mismo ya que durante años, siempre iba ahí a que la chica lo ayudara a sanar sus heridas.

—Lo escucho, joven príncipe —musitó al tiempo de quedar ante él.

Los nervios nuevamente afloraron en el rubio, sintiendo ese ligero deseo de querer salir de ahí rápidamente, más por otro lado, su orgullo le impedía hacer tal cosa siquiera, pues luego de tantos días sin siquiera oír la voz de la chica, tenerla ante él era un completo deleite del cual no desea privarse otra vez.

–Seré muy breve... —pausó mientras notaba la atención que la fémina le estaba entregando—. Yo... No escogí a ninguna princesa.

—Eso... Creo que es una lástima, su alteza. Seguramente su consejera volverá a...

—No escogí a las que vinieron, porque ninguna de ellas me interesa —expresó dando un paso adelante—. Aunque traigan miles —prosiguió con otro más—, la princesa que quiero, no está en otro reino... Sino aquí, ante mi presencia —finalizó levantando su diestra y tomando la barbilla de la chica.

Aquella declaración dejó completamente sin palabras a Ochako, quien con un marcado rubor en sus mejillas solo atinó a observar los ojos carmines del chico, perdiéndose en estos y detallando al mismo tiempo, que sus palabras no sonaban con un tono sarcástico o burlesco

—¿E-Eh? ¿P-Pero... D-De...?

No lograba concretar una frase coherente, de su boca escapaban unos cuantos balbuceos pobres que sólo generaban una cierta satisfacción en el rubio, pues aquella reacción podría siquiera parecer positiva para él, aunque deseaba escuchar realmente algo de parte de la fémina.

—Lo que oíste, cara de ángel. No me interesa otra chica que no seas tú —declaró con firmeza en su voz, desplazando su agarre a la mejilla de la contraria—. Por esa razón, deseo conocer lo que piensas...

Un nudo se había formado en la garganta de Uraraka, deseaba poder responder de manera afirmativa a esos sentimientos, pues ella desde hacía tiempo se había percatado de que estaba enamorada del rubio, más comprendía que su amor era imposible y hasta incluso podría ser algo prohibido, pues ambos venían de linajes completamente diferentes.

—Ochako...

—Yo... Yo quiero corresponderle, príncipe. Pero...

—¿Hay alguien más?

—No —contestó rápidamente.

—Entonces qué es.

—No somos iguales... No tenemos el mismo prestigio.

—Eso puede irse a la completa mierda —contestó severamente—. Yo quiero estar contigo, que seas tú quien este a mi lado, gobernando este reino.

—Pero...

—Nada de peros —cortó al momento de acercar un poco más su rostro al de la chica—. Quiero estar a tu lado, eso es lo que deseo —afirmó viéndola a los ojos—. Y si estás dispuesta a lo mismo, me encargaré de que todo sea posible para que eso suceda.

Las palabras cálidas del chico envolvieron por completo a la doncella quien, en respuesta a tales declaraciones, se apoyó contra el pecho ajeno, depositando un beso suave en los labios del contrario que no dudó en corresponderle, sellando de cierta manera aquel amor recientemente profesado.

Cuando los monarcas se enteraron de las intenciones de su hijo, no pudieron estar más que de acuerdo con él, pues además de apoyarlo en lo que deseara, aun si eso implicara que no estuvieran de acuerdo con éste en todo, su mayor anhelo como padres era verlo feliz, algo que podían notar tan siquiera verlo junto a aquella doncella de melena castaña.

La boda se celebró meses después, sorprendiendo y regocijando al pueblo con aquella unión. Los habitantes no tenían dudas de que, en un futuro, el joven Katsuki sería un confiable y respetable rey, mientras que Ochako se volvería la noble y bondadosa reina, siendo ambos capaces de mantener la calma y la paz de aquellas tierras. 

Publicado: 28/07/2020.

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