01:¿Puedes oír mi voz?
01: ¿Puedes oír mi voz?
Pequeños copos de nieve viajan desde ninguna parte hacia el rostro de Kim Seokjin. Tan frío, pálido e inmóvil sobre el jardín que cada vez se ve más blanco por la reciente tormenta.
Su cuerpo, tendido en toda su longitud, sin más que una camisa blanca demasiado delgada y unos pantalones negros doblados hasta los tobillos dejando ver sus pies descalzos, se muestra tan paralizado en medio de la terraza que cualquier vecino puede verlo con claridad.
—Pareces un cadáver —la voz de su madre le llega de algún lugar detrás suyo pero Seokjin no reacciona. Su rostro apacible cada vez se pone más descolorido y los labios entreabiertos se agrietan con rapidez —Sólo estás siendo dramático, Jinnie, levántate o te vas a enfermar
La puerta suena cuando su madre entra a la casa y él solo puede soltar un suspiro de alivio. Quiere estar solo, quiere salir corriendo y no volver a casa donde todas las personas actúan como si el mundo siguiera girando igual, pero no era así, el mundo de Seokjin se hallaba detenido desde esa misma mañana cuando vio a un hombre vestido con un traje extraño asesinar brutalmente a un joven que bien podía tener su edad, a solo unos metros de distancia de su propio patio trasero.
Vuelve a cerrar los ojos, esperanzado con que el frío del invierno le cale los huesos y deje de sentir el pánico que se instala en su pecho.
Pero era inútil. Seokjin sigue viendo, en la oscuridad de sus párpados, la imagen grabada de la sangre que se seca en el jardín y el cuello abierto del chico que sigue teniendo la vista clavada en su ventana.
Él me vio y supo que no hice nada para ayudarlo incluso cuando la vida se escapaba de su cuerpo.
Levanta la mirada hacia el cielo y se pone de pie con cuidado. Su vecino tenía unos ojos muy lindos y una sonrisa tranquila que no volvería a ver.
Mira hacia esa casa, a unas cuantas rejas de la suya, y se da cuenta de lo tétrica y vacía que se ve.
No es extraño, en Hiemis todas las calles poseen ese encanto gótico y esa oscuridad anticuada, pero hay algo en la casa veinticuatro que parece susurrarle al oído.
Hiemis es una tierra diferente, vaya. El frío es eterno y de allí su nombre, proveniente del latín, que significa invierno.
Aunque cada tanto puedes sentir rayos solares en tu rostro, eso no hace nada para calentarte el corazón.
Descalzo, sin abrigo y con la mirada perdida, Seokjin camina entre la capa fina de nieve sin sentir nada más allá que anticipación. Acercándose a la, recientemente, desocupada casa veinticuatro, donde hasta esa mañana había vivido su vecino.
La calidez que emana la madera vieja y ennegrecida que recubre sus paredes es abrumadora.
El viento sopla fuerte cuando coloca un pie en la propiedad desprotegida y Seokjin sonríe porque siente una extraña adrenalina. Se siente adecuado, las astillas contra su planta desprotegida se sienten correctas; la tela frágil agolpándose a la piel de sus costillas parece apropiada; la sensación de que alguien lo observa desde la puerta principal y abierta de la casa veinticuatro le resulta cómoda.
No quiere alzar la mirada, pero siente un par de ojos esquivos sobre su cabeza, desde la ventana del segundo piso, pero eso no lo congela. Suspira, porque no tiene miedo.
Recuerda las palabras de su madre y se siente enojado de repente. Él no estaba siendo dramático, ¿Cómo era que decían que no habían encontrado ningún cuerpo si él lo vio? ¿Acaso aquel hombre tenía comprada la policía? Seguramente.
Y quieren ocultarlo, se dice, de eso ni hablar. ¿Cómo es que le dicen que aquella casa estaba abandonada? Si él los ha visto, a la señora mayor que paseaba por el patio y le daba los buenos días y al chico... el chico que siempre se asomaba a la ventana de su habitación y le sonreía.
Empuja la puerta con suavidad y el sonido que hace le provoca cosquillas en los oídos.
Él sabe que no es normal. Sentirse a gusto, sentirse bienvenido, no es normal, pero cuando la brisa fresca susurra en su oído y le acaricia el cabello hacia atrás, él no puede evitar sentirse así.
Entra y sabe que la calidez que siente su piel no es normal, que las paredes blancas que dan la impresión de estar hechas de hielo no son comunes y que la nieve que sigue cayendo como si la casa estuviese desprovista de techo no es lógica.
Hay símbolos garabateados por las paredes blanquecinas que dan la impresión de estar hechas de granizo y Seokjin se acerca a una de ellas mientras siente que la puerta se está cerrando a sus espaldas.
태태
—¿Tae Tae? —susurra con una sonrisa en sus labios mientras las yemas de sus dedos congelados delinean las figuras talladas en la pared con ahínco. ¿Era un nombre? ¿Era una palabra común?
Se escucha una tos, pero Seokjin la ignora olímpicamente.
—¿Por qué entró? —la voz que retumba en sus oídos suena en alguna o ninguna parte. Sobresaltando su cuerpo mientras, por instinto, se da la vuelta. Algo como un quejido se oye sobre las escaleras que dividen la sala y una risa femenina y gastada suena en, lo que cree, es la puerta de la cocina
—Hijo, creo que se asustó —esta vez la voz pertenece a una mujer mayor, quien bien podría tener problemas con el tabaco.
Otra risa gastada y otro quejido de exasperación
—¿Me oyó? ¿Crees que me oyó? —Vuelve a decir la primera voz, con un toque de desespero que Seokjin cree reconocer, pero se queda allí, estático, observando a todas partes y a la nada al mismo tiempo —Es inútil abuela —un suspiro casi en su oído le pone la piel de gallina al de cabellos castaños —él no puede oírme
Pasos que se alejan hacen que el corazón de Seokjin entre en pánico.
—¿Quién está ahí? ¿Dónde están? ¡No puedo verlos! ¡Quiero verlos! —las mejillas pálidas del joven se sienten a punto de sonrosar por el esfuerzo mientras camina de un lado a otro de la casa.
Parece que no hay muebles, no hay fotografías, no hay nada, pero cada vez que dobla una esquina tiene la sensación de tropezarse con algún borde, de rozar sus ropas con estantes inexistentes y caminar por superficies afelpadas cuando realmente toca la madera.
Entonces se detiene, porque el aire parece esfumarse y la lucidez de sus pensamientos comienza a brillar por su ausencia.
Él está ahí, en medio de la sala donde Seokjin había estado unos minutos atrás, observándolo con curiosidad y desvergüenza. Él está ahí, con sus labios fruncidos con duda, sus cejas un poco elevadas y el cabello rubio alborotado en su cabeza, arremolinando copos de nieve que venían de ninguna parte desde el cielo inexistente sobre sus cabezas. La sangre aun escurre por su garganta como si estuviera fresca y sus dedos sostienen un pequeño ramo de tres rosas ensangrentadas cuyas gotas desprendidas caen en la inmensidad de la nada.
—¿Puedes oír mi voz? —Pregunta con ilusión y duda, sus ojos tiemblan y brillan con pureza y angustia, con dolor que casi puede tocar los poros de Seokjin y que estremecen algo dentro de sí que no sabía que existía.
El aliento frío sale y revolotea frente a su rostro cuando Seokjin responde:
—Puedo verte también
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