Urdimbre.

Predecesor: N/A.

—¡¿Pero qué carajos estás haciendo?!— exclamé desconcertado en cuanto abrí la puerta del dormitorio que compartía con mi amigo.

—¿Qué parece que hago?— habló sin mirarme, concentrado en un montón de hilos de diferentes tonos amarillos esparcidos por el suelo y un cuerpo de madera al cual yo no lo veía forma ni uso.

—No lo sé— ingresé rodeando su tiradero.

—Estoy armando un telar, necesito un urdimbre.

—¿Un qué?— mi rostro se deformó mostrando mi evidente duda, jamás en mi vida había escuchado esa palabra tan extraña.

—Haré una hermosa tela, pronto será el cumpleaños de Sandra y quiero sorprenderla con materia prima para sus próximos diseños— sonrió tontamente. Claro, debí imaginarlo, su novia estaba detrás de todo esto.

—Ismael, esto es más extremo que lo del año pasado, cuando aprendiste a cocinar— me senté en mi cama, con cuidado de no pisar los hilos.

—No me culpes por querer ofrecerle lo mejor— sonrió satisfecho al ver la estructura de madera firme, —ahora dame ése hilo— señaló una madeja de color tan amarillo que lastimaba la vista.

Resignado, le ofrecí lo que me había pedido, —creo exageras— le dije lo que pensaba.

—Oye, que tú sólo le regales a Ricardo los tontos trofeos que ganas en cada partido de soccer no es asunto mío— sentado sobre la alfombra, comenzó a enredar el hilo entre las varas de madera.

—No son tontos, además él es feliz con ellos.

—Pues qué anormal— masculló.

—¿Qué dijiste?— me puse de pie, mirándolo desde arriba; claramente había escuchado sus palabras pero sólo quería que lo repitiera para que después no hubiera duda del porqué le estamparía mi puño en la cara, nadie le decía eso a mi novio.

Dejó de mover sus manos entre los hilos al momento que viraba el rostro hacia mí fulminándome con la mirada, —dije eres un anormal Santiago, eres un imbécil por pensar que con cosas que solo a ti te gustan lo mantendrás feliz—; exhaló y suavizó su semblante, —sino me vas a ayudar no me distraigas, es la primera vez que hago uno de estos y quiero que quede perfecto.

Sus palabras me traspasaron como dagas haciéndome sentir un poco mal al pensar que podría tener algo de razón. Me dejé caer en mi colchón y remembré: llevaba saliendo con Ricardo un mes, un maravilloso mes en el cual él siempre estaba apoyándome desde las butacas durante los partidos, e incluso en los entrenamientos. Sabía que él adoraba ver películas de suspenso o terror encogido debajo de una sábana. Creo que lo más que había hecho por él fue rentar "Sleepy Hollow", "Gothika" y "The Silence of the Lambs" para pasar una tarde lluviosa en su dormitorio, aprovechando que su compañero de apartamento llegaría hasta la noche. ¡Ah! Y cuando nos hicimos novios le compré un helado de fresa.

En mi escritorio, tenía un pisa-papel con un diseño extraño, una lámpara cuya base era un balón de soccer hecho de cerámica, e incluso de mi llavero colgaba una figura en forma de zapatilla deportiva; todos esos detalles cortesía de Ricardo.

Miré a Ismael concentrado en su labor, ya había terminado de colocar los hilos verticales del urdim-no-sé-qué y ahora parecía enfrascado en la decisión de qué tono de amarillo usar para lo siguiente. Él siempre hacía todo por Sandra; y... si yo no hacía algo similar, ¿acaso Ricardo podría... perder el interés?

Giré y ahogué mi gruñido de frustración en la almohada, no quería ni pensar en una posible respuesta afirmativa.

—¿Y ahora ti qué te pasa?— escuché la voz de mi amigo.

—Que soy un tonto, eso me pasa.

—Ah, eso— exclamó despreocupadamente.

—Sí, eso— estando boca abajo, me arrastré hasta la orilla de la cama para apoyarme sobre mis antebrazos y verlo desde allí; —¿crees que tú podrías... cuando termines... tú...?

—¿Qué cosa?— frunció el ceño, tal vez por mi divagación o porque el hilo se le había enredado entre los dedos.

—¿Crees que podrías enseñarme a hacer eso?— señalé el urdim-no-sé-qué.

—¿Quieres hacer...?— y estalló a carcajadas, —¿quién es el que exagera ahora, eh?

Recordé que la manta en la cual Ricardo solía esconderse durante los filmes de suspenso era demasiado pequeña y algo vieja, pensé que reemplazarla por una hecha a mano sería un agradable detalle.

Al no recibir respuesta de mi parte, más que una seria mirada, Ismael dejó de reír poco a poco para decir, —está bien, pero primero quítame esto— extendió juntos los brazos, inexplicablemente tenía un nudo alrededor de las muñecas.

Hacer un urdim-no-sé-quéno parecía tan complicado después de todo. 

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