Tijeras.
Predecesor: N/A.
Apoyado en el lavamanos observaba su reflejo minuciosamente, pensando con seriedad en lo que estaba por hacer. Cada vez que ese tonto, engreído y presumido chico nuevo tiraba de su cabello se enfurecía, y más aún cuando lo llamaba "nenita".
Su cabello de un tono rojizo había sido admirado por sus compañeros de escuela por años, y lo mejor fue cuando decidió dejarlo largo hasta la altura de sus hombros. Siempre había sido reservado y algo resistente al cambio; aunque desde que inició la preparatoria había considerado en dejar su cabello crecer, pero no fue hasta que su amiga Yamily le aconsejó, y prácticamente lo obligó a hacerlo, cuando dejó de recurrir a las tijeras.
Entonces recibió muchos elogios, Omar en realidad se veía muy bien, incluso comenzó a ser la envida de algunas de sus compañeras; y hasta un chico de un grado mayor le invitó a salir. Vaya que ser bonito tenía sus privilegios; nunca había sido pretencioso pero no podía negar que tener la atención de los demás se sentía bien.
Sin embargo toda su atmósfera de felicidad se turbó el día que Randall ingresó al colegio. El muchacho era de muy buen ver: alto, moreno, atlético, de ojos oscuros y hermosa sonrisa; pero luego, con el pasar de los días, lo detestó.
—Ey, cerecita; ¿me prestarías tu libro de historia?
Al principio Omar pensó que "cerecita" no era un mal sobrenombre.
—Oye fresita, hazte a un lado que no me dejas ver.
Ésa vez creyó que era otra forma de decir "con permiso, no veo la pizarra".
—Mariquita, obstruyes el paso—, tras decir aquello el alto chico le dio un leve empujón para quitarlo de su camino. Después de eso empezaron los tirones de cabello y a llover los sobrenombres: Cangrejo, Cardenal, Manzana podrida, Jitomate...
Las cosas empeoraron un día cuando Randall, al pasar junto a él tiró de su cabello.
—¡Fíjate, tonto!— se quejó con el ceño fruncido.
El moreno le lanzó un guiño y le enseñó la lengua antes de decirle, —lo siento, nenita.
Desde entonces no podía llevar el cabello suelto, sino Randall tiraba de él cada vez que podía.
Y luego, en san Valentín recibió globos rojos y rosas rojas de parte de un "admirador anónimo".
—¡Miren, el rostro de la nenita es del mismo color que su cabello!— Randall lo señaló con burla; sus compañeros soltaron la risotada. Y es que sí estaba rojo, primero por haber recibido semejante presente se avergonzó, pero luego cuando supo que todo era una broma de mal gusto el color en sus mejillas permaneció y se acentuó por el enojo.
—¡Cállense, tontos primates!— Yamily intentó defenderlo, pero al parecer los deportistas eso eran: un grupo de primates.
No entendía por qué era el centro de las bromas de Randall; es decir, no era por querer fastidiar a su amiga pero Yamily tenía el cabello rubio y vestía extravagante, viéndolo fríamente ella una mejor candidata para las bromas.
Pero hoy; hoy terminaría su suplicio. Hoy se desharía de su cabello. Lanzó un suspiro antes de ver por última vez su reflejo, después tomó las tijeras y de unos cuantos cortes sus orejas estuvieron visibles de nuevo.
—¡¿Que hiciste qué?!— casi queda sordo cuando Yamily pegó el grito; ya que tras su hazaña llamó a su amiga.
—Lo corté, ya me tenía harto.
—¿Estás loco?
—No, no lo estoy; ahora sólo debo cambiarle el color. Para eso necesito tu ayuda.
—Oh, nene; por supuesto que la necesitas. Espera, voy para allá— y colgó.
Adoraba su cabello, amaba cómo se veía; pero contal de que Randall dejara de fastidiarlo haría lo que fuera.
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