Serpiente.

Predecesor: N/A.

Incluso los vellos de la nuca se le erizaban con sólo mirar esa piel rugosa y llena de escamas, esos inexpresivos ojos color verde le daban escalofríos; una vez más reafirmaba su temor hacia las serpientes. Pero entonces, ¿qué hacía en el nuevo serpentario del zoológico? ¡Ah, sí! A Roger le fascinaban esos animales.

—¿Viste aquella? Las figuras en su coronilla son impresionantes— exclamó el chico alto y castaño al acercarse un poco a la vitrina, dejando al otro muchacho allí.

Obviamente no es impresionante, es tenebroso; quiso responder, pero sólo atinó a decir un leve "ajá".

—Gerardo, tenemos que venir con Samuel y Josué; ¡a ellos les fascinará también!

¡Ni loco!

—Claro—, respondió quedito y desvió el rostro, la mirada del reptil lo estaba poniendo nervioso.

—Tal vez la próxima semana— dijo entusiasmado Roger cuando retrocedía, tomaba la mano de su novio y tiraba de él para reanudar el camino con destino a otra vitrina con un espécimen más grande y aterrador.

...

—¿Y? ¿Qué tal tu cita?— Luana , la mejor amiga de Gerardo le cuestionaba sobre su salida del día anterior.

—Bb-bien.

—¿Sólo bien?— entre cerró los ojos, Luana no estaba convencida.

—Sí, bien.

—No te creo; la última vez estabas demasiado emocionado sólo porque compartieron una bebida y tomaron de la misma pajilla.

—Sólo... fuimos a pasear al zoológico, es todo.

Miró a su joven amigo, tratando de descifrarlo; —no me digas que... el idiota de mi primo intentó propasarse contigo— además de ser su amiga, Luana era la prima de Roger.

—No— negó inmediatamente, —nada de eso.

—¿Entonces, qué te hizo?

—No me hizo nada... nada que yo no aceptara.

—¡Gerardo!— se sobresaltó, pensando lo peor.

—Entré con él al serpentario.

Los ojos de Luana amenazaron con salirse de sus cuencas; —eso es mucho peor; tú le tienes pavor a esas cosas.

—Sí pero... él no lo sabe.

—¿Y no se lo dijiste?

—No— bajó la mirada.

—¿Por qué?

—Pues porque... porque él estaba muy emocionado, no iba a arruinar nuestra cita— explicó levantando un poco el rostro.

—De todos modos se echó a perder porque no la disfrutaste; de seguro tuviste pesadillas.

Gerardo suspiró resignado, su amiga lo conocía bastante bien.

—Promete que no irás otra vez— exigió Luana.

Desvió de nuevo la mirada, no podía prometer eso cuando había quedado con Roger de volver a ir con Josué y Samuel.

...

Estaba emocionado, casi tanto como cuando tenía un partido de basquetbol, porque en unas horas iría al serpentario con dos de sus mejores amigos y su novio.

—¿Sí?— habló cuando identificó el número de Luana en su móvil.

—¡Oye tú, ¿cómo se te ocurre hacerle eso a Gerardo?!

—¿Qué cosa?— alejó el artefacto de su cara, sino quedaría sordo; —¿de qué me hablas; qué le hice?

—Lo llevaste al serpentario, y no contento con ello lo harás de nuevo.

—¿Y?— Roger no entendía.

—¡Si serás tonto!— exhaló, al parecer sólo era ignorante; pero si ni el mismo Gerardo le había dicho, ella no tendría por qué hacerlo; aún así quiso darle una pista, —velo de esta forma, es como si tú me acompañaras este sábado, todo el día, al centro comercial porque necesito unos zapatos nuevos.

—Eso sería horrible, Luana.

—¡Exacto! Y no te obligo porque tú si tienes el valor para decirme que no te gusta y no quieres ir.

—¿Estás loca? No te entiendo, ¿qué tiene que ver Gerardo con tus zapatos?

—¡Nada, genio!— colgó frustrada; corrección, Roger era un ignorante y un tonto.

...

La enorme imagen en la entrada parecía diabólica, esos ojos y ese hocico abierto mostrando los incisivos era horrorosa.

—¿Habrán serpientes de cascabel?— preguntó entusiasmado Josué.

—Sí, Gerardo y yo las vimos la otra vez— contestó Roger sin soltar la mano del nombrado, —son enormes.

—Ya, deja de recordarnos que las han visto. Eres un mal amigo por no esperarnos— exclamó Samuel.

—¿Pero si fue Josué quien me preguntó?— se defendió.

Mientras, Gerardo quería desaparecer, no sabía si podría soportar otra vez una hora allí dentro, con decenas de ojos mirándolo a través de los vidrios.

Bajó la mirada y se concentró en la mano que sujetaba la suya, aquella que lo arrastraba, sin saber, al lugar que más temía.

Sin embargo no contó con que esta vez hubiera algo especial: sólo habían avanzado unos metros al interior y se encontraron con un sujeto que posaba con una enorme y larga serpiente enrollada en su cuello y brazos.

—¿Alguien desea cargar a esta belleza?— ofrecía el hombre.

—¡Yo!— Josué agitó las manos y se aproximó al hombre, Samuel lo siguió y Roger también, arrastrando consigo a Gerardo.

—¡Oye, yo también quiero!— pidió Samuel.

Roger se echó a reír y exclamó, —¿no te parecen graciosos?— miró a su novio; —¿Gerardo, te sientes bien?

No, no estaba bien, estaba aterrado, petrificado, porque ahora no existía la protección del vidrio y ese animal estaba a solo un par de metros; por eso había quedado pálido.

Roger notó que su respiración comenzó a agitarse cuando Josué, con la serpiente sobre los hombros, dio unos pasos hacia ellos; —oye Roger, deberías intentarlo.

No, no y no; eso no podía estar pasado; su peor pesadilla estaba demasiado cerca, así que en un movimiento brusco se zafó de la mano de su novio y salió corriendo de allí despavorido.

—¡Gerardo!— escuchó que le llamaba, pero no podía quedarse ni un segundo más.

Las palabras de Luana llegaron a su mente como por arte de magia: Y no te obligo porque tú si tienes el valor para decirme que no te gusta y no quieres ir.

Pero la reacción de Gerardo iba más allá de un solo "no gustar". Su actitud lo había dejado preocupado y algo intrigado; así que separándose de su par de amigos locos, Roger salió del serpentario y comenzó a buscar a su novio. Pensó que había ido a los baños, así que se dirigió a los más cercanos pero no lo halló.

La desesperación comenzaba a invadirlo justo cuando lo encontró sentado una banca de madera, muy cerca del puesto de dulces de algodón.

—¿Estás bien?— atinó a preguntarle, acariciando su hombro.

—Sí— no levantó la mirada, la cual estaba clavada en el piso.

—No te creo— le dijo sonando serio pero no rudo; luego se sentó a su lado, —dime, ¿qué sucede?

—No es nada.

Lo tomó del mentón y lo obligó a mirarlo, —por favor— insistió.

Gerardo exhaló, tenía un poco de vergüenza pero debía expresarlo; —no me gustan las serpientes; me dan mucho miedo.

Batió un par de veces su pestañas y frunció el ceño, —¿y por qué no me lo habías dicho?— más que enojado estaba preocupado; si tenía mucho miedo imagino que estar allí dentro debió ser una tortura.

—Porque no quería molestarte.

—¿Molestarme?

Gerardo volvió desviar la mirada, nunca se había sentido muy cómodo hablando acerca de sus inseguridades; no quería que Roger pensara que era un cobarde.

—Cariño, no lo haría— suavizó su voz.

—Pero es que... te veías tan emocionado cuando... y yo... yo no quise arruinarlo— exhaló.

Roger sonrió, su novio siempre era tan acomedido y amable con él, tanto que esta vez no le importó pasar un mal rato con tal de hacerlo feliz; en verdad era muy afortunado por tenerlo a su lado.

—Para nada— pasó el brazo sobre los hombros del menor acercándolo a su cuerpo, —al contrario, hubiéramos buscado algo más divertido qué hacer.

—¿Ah, sí?

—¡Por supuesto!— le sonrió, —pero antes, ¿quieres un algodón de azúcar?— señaló el puesto ambulante, sabía que era de las golosinas favoritas de Gerardo pero aún así quiso preguntar.

Asintió frenéticamente mientras sus labios se curvaban dibujando también una sonrisa.

Roger se puso de pie y caminó sólo un par de pasos para ir por el algodón; Gerardo lo observó, tal vez, muy pronto le diría la razón de su miedo relatándole sobre el día en que una serpiente lo atacó, o mejor dicho, le dio el susto de su vida.

Erasólo un niño cuando jugaba en la orilla del mar con sus primos; corrieron yescalaron unas enormes piedras, y entonces de entre unas cavidades rocosasemergió una serpiente marina, traumando a Gerardo para siempre. 

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