Moño.
Predecesor: N/A.
—Señor Black, la reunión de la una ha sido cancelada, así que después de la hora de la comida tiene tiempo libre para, no sé, dar un paseo— me informó Sonya, mi secretaria, al momento que colocaba la diestra en la pronunciada curva de sus caderas y se apoyaba sutilmente en el respaldo de una de las sillas que estaban frente a mí.
—Gracias por avisarme, señorita Smith— le agradecí y moví levemente mi cabeza de manera afirmativa, luego clavé la mirada de nuevo en los documentos sobre mi escritorio, haciéndole saber de esa manera que le había escuchado y que podía marcharse. Escuché sus pasos sobre el piso de mármol y luego la puerta al cerrarse, entonces cuando estuve solo otra vez, sonreí. Días antes ya me había dado cuenta de que Sonya quería llamar mi atención; a veces se paseaba innecesariamente frente a la puerta abierta de mi oficina, o si no me daba información o ideas de más, como es esa ocasión. Lo cierto es que en vez de provocarme o incitarme a lo que justamente ella deseaba, me daba algo de gracia y hasta cierto punto curiosidad. ¿Hasta dónde sería capaz de llegar por tener mi atención? Eso y el hecho de hacer crecer mi "ego de macho", como mi amigo John diría; eso que podría hacerme sentir muy importante al tener a una de las mujeres más bonitas de toda la oficina a mis pies. Y sí, repito, era sólo cuestión de "ego" puesto que yo ya tenía a alguien en mi vida: hacía dos meses que salía con Alexander, mis amigos más cercanos ya lo conocían y en la oficina los únicos que sabían de su existencia eran mis compañeros Charles y Brad.
...
—Mira, es Charly— esa tarde había salido con Alexander a un "bazar de pulgas" y coincidentemente nos encontramos con mi compañero de trabajo.
—¡Ey, pero si es Alex el pequeñín!— Charles, sonriente, se acercó a nosotros. Hacía alusión a la palabra "pequeño" porque mi novio era unos centímetros más bajo que nosotros.
—Qué agradable encontrarte en un lugar como este— Alex no le dio importancia al apodo.
—Estoy buscando un regalo para mi hermana, a ella le gusta este tipo de cosas— señaló un puesto donde vendían bisuterías.
—¡Oh, pero qué considerado!— exclamó mi novio entre sorprendido e irónico; me eché a reír, él erar bastante ocurrente y a veces locuaz.
—Bueno, me voy, sino me doy prisa se me hará tarde y tengo una cita después— se despidió Charles, —fue un gusto saludarlos.
—Nos vemos mañana— le contesté; Alexander le sonrió y agitó la mano libre, la otra yo la tenía sujeta.
—¿Por qué le dijiste eso?— le pregunté cuando continuamos avanzando, tomando un camino menos concurrido.
—¿Qué no escuchaste como se expresó?— frunció el ceño e imitó la voz de Charles, —a ella de gusta ese tipo de cosas— recobró la compostura, —no debería hablar de manera tan despectiva si se trata de un obsequio para alguien especial.
—No lo hizo con mala intención— lo justifiqué, —puedo apostar a que ni siquiera se dio cuenta.
—Estoy seguro de que no, pero tú me preguntaste porqué le dije aquello, ¿no?— se encogió de hombros. Para él las cosas que hasta el momento yo había considera insignificantes eran importantes. Tiré suavemente de su mano y lo hice detenerse, me posicioné frente a él y besé su nariz, —te quiero, Alex— confesé y le besé ahora los labios.
—Más te vale— contestó sonriente antes de rodear mi cuello y atraerme hacia él para besarme de nuevo.
...
Al día siguiente, Brad nos llamó a mí y a Charles a la sala de reuniones en reposición a la que se había cancelado, sólo nos citó a nosotros junto con nuestras respectivas secretarias porque el tema no podía esperar, los demás departamentos sí, pero nosotros no.
A la gran mesa ovalada se sentó Brad a la izquierda de Glenda, su secretaria; enfrente de él me posicioné yo al igual que Sonya.
—¿Y Charles?— preguntó Brad.
—Jessica no vino, es por ello que él está un poco ocupado— explicó Sonya; Jessica era la asistente de Charles.
—Bueno, entonces para empezar quiero que leas esto— Brad me extendió una carta que había enviado el corporativo. La tomé y me dispuse a hacer lo que me indicó, pero no había finalizado siquiera con el primer párrafo cuando sentí que repentinamente algo rozaba mi pie, de puro milagro no di un salto del susto. Tragué saliva algo nervioso al sentir que esa caricia ascendía hasta llegar a mi rodilla; miré de soslayo a mi asistente y noté que garabateaba en su libreta mientras sonreía. Bien pude ponerme de pie o pedirle que saliera de la sala mandándola por un café para alejarla de mi, pero nuevamente mi "ego de macho" pudo más que yo; así que sonreí ligeramente y traté de concentrarme en el documento. Con su pie comenzó a frotar mi pierna hasta llegar casi a mi rodilla cuando de repente las puertas dobles se abrieron; —lamento la tardanza— era Charles, que al verme levantó una ceja pero luego miró a Brad para explicar, —estaba en una llamada telefónica con uno de los proveedores.
—No hay problema, aún no hemos iniciado— contestó. Sonya en ningún momento levantó la mirada de su cuaderno, sólo detuvo por un instante sus caricias.
Charles se acercó y se sentó al otro lado, dejándome entre él y mi secretaria; —vaya, qué guardadito te lo tenías— me susurró, luego carraspeó y la reunión empezó; no sin que antes Sonya volviera a acariciar mi rodilla.
Cuando salimos de la reunión, Charles tiró de mi antebrazo y me llevó a su oficina.
—Will eres mi héroe, pero también un completo tonto— expresó cuando estuvimos solos.
—¿A qué te refieres?
—Cuando entré a la sala el pie de Sonya estaba casi en tu entrepierna.
—¿Bromeas?— fruncí el ceño, hasta donde yo recordaba solo había llegado a mi rodilla.
—Es fantástico que eches una canita al aire, pero no con alguien tan cercano.
—¿Cómo dices?— mi diálogo hasta el momento consistía en preguntas.
—O sea, acuéstate con cualquiera menos con Sonya; es tu asistente, es demasiado cercana, tiene acceso a tu agenda y contactos personales, si en alguno de sus encuentros no queda satisfecha podría perseguirte. No imaginas de lo que es capaz una mujer obsesionada, no lleva ni un año en la empresa, y aunque no tiene antecedentes penales no sabes qué tan loca está.
Charles tenía un buen argumento, pero había algo que... —¡espera!— le miré ceñudo, —¿tú crees que me he acostado con ella?
—Pues no lo sé— se encogió de hombros, —solo debo decir que no te vi incómodo en la sala cuando llegué.
—Por favor, tú sabes cuáles son mis gustos.
—¿Y qué? También sé que los hombres somos curiosos— sonrió.
Exhalé y traté de relajarme para pensar con serenidad; Charles me había pillado en una situación comprometedora y aún siendo cercano estaba dudando de mi, ¿qué sucedería si alguien más se enteraba del interés de Sonya por mi?
Lo que restó del día me la pasé trabajando: leyendo reportes, redactando documentos, firmando autorizaciones; todo con la mínima ayuda de mi asistente.
La hora de salida llegó más pronto de lo que esperé, así que tomé mi abrigó y tras cerrar mi oficina me dirigí al elevador.
—Señor Black— Sonya me interceptó, —me preguntaba si... si podría llevarme, es que el clima... y bueno yo... yo no traje paraguas.
Miré por el ventanal, estaba lloviendo, no era un diluvio pero probablemente sería algo tardado conseguir un taxi.
—Si gusta sólo déjeme en la quinta avenida, mi departamento está muy cerca de allí— explicó al notar que tardaba un poco en responderle.
—Lo lamento señorita Smith, pero tengo un compromiso importante— traté de sonar amable.
—Oh, bueno; entiendo— me sonrió, —será la próxima vez, hasta mañana señor Black.
Cabeceé a manera de despedida y salí de allí.
Una vez en el vehículo me debatí y llegué a la conclusión de que debía decírselo a mi novio. Adoraba a Alexander y lo que menos quería era que nuestra relación se rompiera por habladurías y por la falta de confianza; pero las cosas no iban a ser tan sencillas, por lo que pensé en llevarle un regalo.
Conduje hasta una tienda donde vendían artículos para artistas; Alexander adoraba dibujar y hace un par de días había visto que su caja de tizas estaba incompleta, así que esa tarde decidí comprar la que tenía la más amplia gama de tonalidades. Pedí que la envolvieran para regalo y que le pusieran un gran moño amarillo.
—Hola— me saludó sonriente cuando abrió la puerta de su apartamento, pero luego su sonrisa se esfumó y me miró serio, —¿Will, cómo se te ocurre salir a la calle con el clima así?— y no era para menos, mi cabello estaba húmedo, me había mojado un poco al cruzar la calle. —Pasa— tiró de mi mano, —siéntate, prepararé café, no quiero que enfermes— caminó a la cocina.
Saqué la caja que escondía en mi abrigo, acomodé el moño que se había aplastado un poco y lo seguí.
—No te preocupes tanto— le dije al ver su espalda, estaba poniendo el agua en la estufa.
—Cuando enfermas te pones gruñón, debo evitar eso— dijo divertido y se dio la vuelta; sus ojos marrones se clavaron en lo que tenía en mis manos.
—Te traje algo— se lo ofrecí.
Sonrió ampliamente, —¿y a qué se debe?— luego su gesto cambió a uno de sorpresa, —¡Oh! ¿No me digas que olvidé algún aniversario o algo?
Yo solté la carcajada, era tan tierno que no podía dejar de observarlo y ser feliz.
—Por supuesto que no— negué con la cabeza, —es sólo que... recordé que te faltaba esto.
—¿Qué es, puedo abrirlo?— lo tomó.
—Claro— lo seguí de nuevo hacia la sala, donde se sentó en el sofá más amplio y subió las piernas para cruzarlas, acomodándose mejor.
Caminé a la percha que colgaba tras la puerta principal para colgar mi abrigo y regresé a su lado, donde también tomé asiento.
Noté que fue muy cuidadoso al quitar el moño, luego desgarró la envoltura y sus ojos brillaron cuando tuvo la caja de tizas entre sus dedos.
—¡Gracias Will!— se lanzó a mis brazos, por la alegría en su rostro me recordó a mis sobrinos en navidad. —Pero— se separó, —¿cómo supiste; a qué se debe?
Y allí estaba, "el regalo se debe a que soy un estúpido y quiero compensarte", no podía decirle eso, no así.
—Lo supe porque soy muy observador— me jacté, él rió y yo proseguí, —y la razón... bueno, no hay ninguna en realidad.
—Vaya, me alegra tener un novio desinteresado— me dio un rápido beso en los labios y se puso de pie para guardar la caja de tizas en un mueble cerca de la puerta hacia su habitación.
—Alex— le llamé.
—¿Sí?— abrió uno de los cajones.
—Verás; yo... sucede algo... — rasqué mi nuca, decirlo sería más difícil de lo que pensé, —mi secretaria... ella...
—¿Qué sucede con Sonya, está bien?— preocupado cerró el cajón de golpe y regresó junto a mí; ellos ya habían sido presentados, pero en ese entonces Alexander aún no era mi novio, sólo mi amigo.
—Sí, bueno no... Sonya coquetea conmigo— solté así, sin más rodeos.
Por unos instantes su rostro fue impasible, no pude imaginar si estaba molesto, triste o indignado; cuando ya no pude soportar su silencio le pedí, —por favor Alexander, dime algo.
—¿Qué quieres que te diga?
—No lo sé; ¿que soy un idiota?
Exhaló jugueteando con el moño amarillo entre sus dedos, luego endureció su gesto, —te diría que no me importa, pero supongo que no es todo, ¿verdad? Sino no me hubieras traído esto— colocó el moño junto con la envoltura rota a la altura de mi rostro.
Me conocía bastante bien, así que me armé de valor y confesé, —eh... yo... soy culpable de no detenerla; y hoy fue más insinuante— cerré los ojos esperando tal vez un manotazo en mi rostro; pero no llegó.
—Lo sabía— musitó.
—¿Qué?— abrí los párpados.
—Que lo sabía. ¿Pero por qué me lo dices hasta ahora?
—¿Hasta ahora?— lo miré confundido; —¿a qué te refieres?
—A que desde que nos presentaste noté la manera en cómo te mira.
¿Sería eso cierto?
—Pero yo no lo sabía— me defendí.
—Tienes unos lindos ojos Will, pero a veces no sé porqué son tan grandes si no te das cuenta de lo que ocurre a tu alrededor.
—Creo que merezco algo de crédito; te lo estoy diciendo ahora que lo sé, antes de que ocurra algo.
—¿Antes de que ocurra algo?— cruzó los brazos sobre su pecho, —¿qué quieres decir con eso?
Entonces noté lo mal que podría interpretarse lo que dije, así que aclaré, —antes de que comiencen las habladurías y los chismes entre las secretarias.
La tetera pitó, Alexander deshizo su pose y se fue a la cocina; estaba bien, podíamos tomarnos esos minutos para pensar. Yo estaba seguro de que había hecho lo correcto, no de la mejor manera y algo tarde, pero era correcto.
Demoró un poco en la cocina, pero cuando decidí ponerme de pie para buscarlo apareció con una taza de café en cada mano; me ofreció una, la cual yo deposité sobre la mesita cercana.
—Ya que estamos hablando de nuestros admiradores— volvió a sentarse, —quiero decirte que hoy... Gael se me confesó y me regaló flores— señaló con la cabeza un jarrón sobre la barra del desayunador, el cual yo había pasado por alto. Fruncí el ceño, Gael y Alexander eran profesores de danza y pintura respectivamente en una academia de artes. Sentí mi sangre arder.
—¿Y?
Sorbió de su taza antes de decir tranquilamente, —¿cómo que y?
—¿Qué le dijiste?
—Le dije la verdad, que estaba en una relación.
—¿Pero aceptaste sus flores?— indagué sorprendido.
—¿Por qué no? Es lindo sentirse deseado.
—¡Alexander, eso es...!— y me quedé callado; claro, eso era; justamente mi novio me estaba dando a entender cómo se sentía. Me desplomé en el sofá y dije profundamente apenado, arrepentido y avergonzado —lo lamento, en verdad.
—Lo sé— dejó su taza junto a la mía y se acercó, me abrazó y susurró, —te quiero Will.
Lo apreté con un poco más de fuerza, —y yo odio a Gael— declaré.
—Por favor no— se separó colocando las palmas de sus manos en mi pecho para vernos a los ojos, —era una mentira; las flores nos las regaló Joan, a todos los profesores de la academia.
Me sentí sumamente aliviado de que fuera su directora la responsable; —¿pero por qué hiciste eso?— indagué aunque ya sabía la respuesta.
—Porque quería que comprendieras mi sentir; no es incorrecto tener admiradores o pretendientes, sino que hay que cuidar la forma en la cual nos comportamos, a veces sin querer puedes darle falsas esperanzas; ¿comprendes?— picó mi mejilla.
—Lección aprendida— sonreí; —ahora, ¿quieres que la despida?
—¡No! No seas extremista— me reprendió.
—¿Entonces?
—Sólo déjale las cosas claras, ¿de acuerdo?— mevolvió a abrazar; —aunque si lo deseas podría ser yo quien vaya a decírselo—rió.
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