Guitarra.

Predecesor: Diario.

Sólo como diversión yo pertenecía a un pequeño grupo que tocaba los fines de semana en bares locales, así que los ensayos eran comunes. Justo terminaba uno cuando mi novio tuvo una excelente idea.

—Vamos a visitarlos, ¿qué te parece?— entrelazó sus dedos con los míos, íbamos saliendo del edificio donde fue el ensayo, ése día él me había acompañado.

—¿Crees que sea apropiado?

—Por supuesto, hace una semana que Román se mudó al departamento de Ezequiel, ya ha pasado un tiempo considerable; pero sólo por si acaso le llamaré— soltó mi mano y buscó en su bolsillo; yo aproveché para acomodar la correa, llevaba mi guitarra en su funda colgada en mi hombro.

—¡Hola!... Me preguntaba si podríamos pasar a su departamento... ¿Pero qué diablos? Es casi medio día, ¡levántate perezoso, ya vamos para allá!— y colgó.

Reí un poco.

—El muy holgazán aún estaba dormido— me explicó.

—Es domingo, sabes que solamente se levanta temprano cuando tiene algún evento deportivo— volví a tomar su mano.

—Lo sé, pero ¡es casi medio día!— exclamó y yo reí un poco más.

*

—¿Sí, quién es?— escuchamos la voz de Román segundos después de que yo tocara a la puerta.

—Somos nosotros— contestó Fausto alegre.

Oímos el cerrojo removerse de manera algo torpe y luego la puerta se abrió, —¡hola!— exclamó sonriente, —Ezequiel dijo que vendrían, pasen— se hizo a un lado.

Recuerdo que cuando nuestro amigo nos presentó a Román me sentí algo incómodo; sus bonitos ojos cafés carecían de brillo y cuando hablaba con él no sabía donde posar mi mirada, es decir, cuando uno platica con alguien suele verle a los ojos, en cambio con él no sabía qué hacer.

—¿Ya despertó el flojo?— indagó mi novio.

Román negó con la cabeza, —está semana ha tenido mucho trabajo, pensé que era justo dejarlo descansar; sólo desayunó y volvió a la cama— explicó.

Levanté las cejas sorprendido; mientras su novio dormía, ¿qué más podría estar haciendo un muchacho invidente en un departamento solitario? Miré hacia el sofá y vi algo desconocido.

—¿Qué es eso?— lo señalé, pero luego caí en la cuenta de mi error y agregué; —parece un libro pero no tiene letras.

—Es un libro— aclaró Román, —pero es especial, ven— tanteó a su alrededor para llegar al sofá, se sentó y tomó el libro para ponerlo en su regazo; —en vez de letras tiene puntos y líneas, de esa manera puedo leerlo.

Con el rostro al frente comenzó a pasar sus dedos por la superficie.

—¿Y qué dice?— pregunté, dejando la guitarra a un lado del sofá, al colocarla sobre la alfombra causó su leve sonido peculiar.

El oído es el único sentido que no tiene en si mismo capacidad de exclusión. Si no quieres ver cierra los ojos, si no quieres oler deja de respirar, si no quieres hablar calla, si no quieres sentir no lo toques, pero ni aun tapándote los oídos con los dedos puedes evitar el escuchar. Los sonidos fueron creados para no poder dejarlos de lado algo importante tendrán que decirnos*— recitó.

—¿Es un libro de música?

Afirmó con la cabeza.

—¿Podrías enseñarme a leerlo?

—Por favor Patt— intervino Fausto, —ni siquiera lees los libros normales.

—Pero sabré algo que Iron y Zion no, literalmente podré leer la música con los ojos cerrados— expliqué, mis compañeros de banda eran algo competitivos, normalmente yo no entraba en sus juegos por pereza, pero esta vez contaba con Román.

Fausto rió, se acercó al otro para tomar su mano y en su palma comenzó a presionar su puño y dedos. Mi novio sabía el lenguaje de sordo-mudos puesto que constantemente participaba como voluntario en un centro de rehabilitación; de esa manera aquellos dos se "secreteaban".

—Oigan, estoy aquí y sé qué están haciendo— me quejé.

Román sonriente asintió, y luego giró hacia mí, —está bien, te enseñaré a leer braille, pero a cambio ¿tú me enseñarías a tocar la guitarra?

Fingí pensarlo unos instantes, —me parece un trato justo.

En ese momento Fausto se encaminó hacia la cocina.

—Bien— cerró el libro, —te enseñaré a leer con el libro básico, el cual tengo que sacar de la biblioteca el día de mañana; así que mejor empecemos con mis lecciones de guitarra— estiró las manos al frente.

—Tocas el piano, ¿no es así?— pregunté antes de darle la espalda para sacar la guitarra de su funda.

—Así es.

—Entonces no habrá problema con las notas, tendrás que conocer primero las partes de la guitarra— coloqué el instrumento sobre su regazo. Él tanteó con algo de cuidado el objeto.

—Espera— le indiqué antes de tomar sus manos y colocarlas en cada parte del instrumento e ir mencionando su nombre.

Y menos de diez minutos después Román ya había memorizado, además de la estructura de la guitarra, cinco notas básicas. Suponía que su condición le había despertado algún tipo de memoria táctil o algo así.

—Eres sorprendente— declaré.

—No, tú eres un buen maestro.

Negué con la cabeza, —claro que no, en dos semanas no he podido hacer que mi sobrina toque siquiera un "do".

—Eso es porque pasan la mayor parte del tiempo jugando— me acusó Fausto, quien llegaba hacia nosotros con dos tazas de café.

Román se echó a reír, yo le quité la guitarra de su regazo y luego alargué la mano para recibir la bebida que Fausto me ofrecía; después él tomó ambas manos de Román para colocar la taza entre ellas, —ten cuidado, no te vayas a quemar— le susurró.

Él sorbió sólo un poco del líquido y luego buscó la mesa para colocar la taza, Fausto le ayudó puesto que estaba más cerca de él.

—Amigos, podría.... yo podría...—jugueteó con sus dedos un poco nervioso, —¿me permitirían saber cómo son?

—¿Eh?— no entendí a lo que se refería.

—Por supuesto que sí— mi novio se arrodilló ante él y tomo sus manos para colocarlas sobre su propia cara.

Abrí los ojos sorprendido, Fausto cuidaba mucho su rostro, era extraño que permitiese que alguien que no fuera yo lo tocara; pero entonces comprendí, Román sólo conocía nuestras voces.

—Eres muy hermoso, y creo que la cicatriz te da algo de estilo— exclamó una vez que tanteó desde su frente hasta su nariz.

—Es bueno saber que reconoces lo bueno— contestó con los ojos cerrados.

—Ahora yo— exclamé cuando por fin Román llegó a la barbilla de Fausto.

Román giró y quedó frente a mi; levantó las manos y buscó mi rostro. A pesar de que sus manos eran algo callosas su toque era cálido, suave y gentil. Cerré los ojos y percibí cómo se detenía un poco en el puente de mi nariz, tanteó mis pómulos y mis mejillas, rodeó mis labios y se detuvo.

—Tienes la mandíbula algo grande— declaró y abrí los ojos.

—Sí, es muy extraño— dijo Fausto conteniendo la risa.

—Yo diría que está deforme— agregó Ezequiel al hacer acto de presencia por el pasillo que daba a su habitación.

—¡Ezequiel!— exclamó Román feliz.

—Buenos días— se acercó y le besó la frente.

—Buenas tardes, querrás decir— le reprendió Fausto, —¿ya viste la hora?

—Sí, ya sé— se dirigió a la cocina, —es tardísimo, ¿por qué aún siguen aquí?

—No puedes culparnos por querer visitar el nidito de amor.

—Desde la semana pasada así se refiere a este lugar— le susurré a Román entes de beber de mi café, noté como se sonrojó y eso me causó ternura.

—¿Es en serio, Fausto?— contra-atacó Ezequiel, —¿vinieron porque no tenían algo mejor qué hacer?

—¡Eish! Tienes razón, nosotros tenemos la culpa por ser buenos amigos y preocupamos por su bienestar— caminó hacia mí, —vámonos Patt.

Asentí divertido y me dispuse a guardar la guitarra.

—Román, mi prima se casará dentro de dos meses y necesita ayuda para seleccionar el mejor pastel, ¿me acompañarías a las pruebas?

—Yo también quiero comer pastel gratis— exclamé.

—No lo creo, tú tienes que ir a tus ensayos— declaró.

—Olvídalo Patt, mejor yo te invito a beber— intervino Ezequiel, sentándose al lado de su novio y abrazándolo con la mano libre, en la otra sostenía una taza de café; Román rió por lo bajo.

Fausto rodó los ojos antes de dirigirse de nuevo al chico; —cariño, ¿te llamo durante la semana para indicarte la hora y el día?

—Por supuesto.

Nos despedimos, no sin antes acordar que nos pondríamos de acuerdo para nuestra siguiente lección de guitarra y de braille.

—¿Qué fue lo que le dijiste a Román con las manos?— pregunté cuando salíamos de su edificio.

—¿Para qué quieres saber?

—¿Estaban hablando mal de mí?— parpadeé sorprendido e indignado.

Fausto soltó la carcajada; —claro que no.

—¿Entonces?

—Desde mucho antes Román me había dicho que le gustaría aprender a tocar la guitarra, así que yo solamente le di la idea del intercambio. ¡Ah! y también le pregunté si podía pasar a la cocina a preparar algo de café.

—Oh, vaya—exclamé convencido, ajustando lacorrea de la funda de mi guitarra al hombro.    

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