Diario.

Predecesor: Otoño.

Después del accidente automovilístico el único familiar cercano a mi novio era su hermano mayor: Jeremías.

Jeremías era mi amigo y fue gracias a él que conocí y me hice cercano a Román, pero ahora... ahora estaba nervioso ante él. Rasqué mi mejilla y noté que mis manos sudaban, la verdad era que quería esconderme, su mirada me dio algo de miedo.

—¿Qué has dicho?— entrecerró sus ojos.

—Que voy a pedirle que vivamos juntos.

—¿Bromeas?

—No, por supuesto que no— fruncí el ceño, algo me decía que esta conversación no iba a terminar nada bien.

—¿Estás seguro?

—Absolutamente, lo amo— declaré seria y firmemente, dispuesto a debatirle lo que fuera y a convencerlo; pero sus palabras y lo que vi en su rostro me dejó atónito por unos segundos y luego me enfureció.

Exhaló tan fuerte que sus aletas nasales se dilataron, su mandíbula se tensó y sus ojos me dejaron en claro que no le agradaba para nada mi plan,—cuando me dijiste que querías invitarle a salir pensé en oponerme rotundamente, pero luego pensé que sería bueno que Román se distrajera un poco; cuando se hicieron novios he de confesar que estuve bastante incómodo; pero esto, yo no...

—¿Tú no qué?— le miré molesto, —¿no lo vas a permitir, crees que ya fui suficiente distracción para tu hermano?

—No Ezequiel, no me refiero a eso; Román necesitaba pensar en otra cosa, no quería que se deprimiera por el diagnóstico médico y...

—¿Y yo aparecí justo a tiempo?

—¡Que no!— manoteó.

—¡Yo le quiero!— le aseguré alzando la voz.

—¡Eso ya me lo dijiste!

—¡¿Y aún así no me crees?!

—¡Las cosas no son como piensas!

Tras decir eso nos quedamos callados por un instante, contadas veces habíamos discutido de esa manera, entonces bajé la mirada tratando de calmarme un poco; suspiré y dije antes de marcharme; —ya entendí, no soy lo suficientemente bueno para él, ¿no es así?.

Román vivía con sus padres, pero luego del accidente se mudó con Jeremías a la capital, fue entonces cuando lo conocí; había escuchado hablar maravillas de él, mi amigo le quería y cuidaba mucho.

—Nn-no, no es eso.

—Pues no encuentro otra razón válida— le contesté; había aprovechado que Román se encontraba impartiendo su lección de piano para ir a hablar con Jeremías, —pero ¿sabes qué? Se lo propondré, ya está demasiado grandecito para decidir—, y salí por la puerta.

—Ezequiel, escúchame...

No le hice caso, sólo seguí mi camino rápido escaleras abajo y salí del edificio.

Eran casi las ocho de la mañana; había acompañado a Román a la academia puesto que su clase de piano iniciaba a las siete, luego regresé a su apartamento para hablar con su hermano, pero las cosas habían terminado mal.

Tal vez era muy temprano para visitar a mis locos amigos, no quería despertarlos pero debía hacerlo, debía hablar con alguien.

*

—Vaya, parece ser que alguien se cayó de la cama— bromeó Fausto en cuanto abrió la puerta para dejarme pasar. Su cabello rubio lucía más brillante con ese albornoz celeste que vestía y sus pantuflas del mismo color.

—Fausto, no estoy de humor— le contesté mientras me dirigía a la pequeña mesa del comedor.

—Eso ya lo noté, traes una cara de pocos amigos— luego miró hacia la cocina y exclamó, —¡Patt, Ezequiel quiere hablar!

Patricio y Fausto vivían juntos desde hacía cuatro meses, compartir departamento era lo más parecido, por no decir equivalente, al matrimonio homosexual, por eso había considerado pedírselo a Román.

—¿Qué hay, hermano?— tras unos instantes Patricio apareció vistiendo solamente el pantalón de sus pijamas, con una taza de café en cada mano y el diario bajo uno de sus tonificados brazos.

—Le dije a Jeremías mi plan.

Mi fortachón amigo alzó sus cejas sorprendido y soltó un silbido, dejó las tazas sobre la mesa ofreciéndome una; Fausto se limitó a sentarse a mi derecha, tomar el diario que luego Patt le brindó e ignorarnos.

—¿Cómo lo tomó?— indagó Patricio.

—Peor de lo que imaginé.

—¿Ah, sí?

—Sí— asentí, —nos gritamos y nos dijimos cosas; al final resulta que no soy lo suficientemente bueno para Román.

—Viejo— se frotó la nuca, —no sé qué decirte.

—No tienes por qué decir nada, con que sólo me escuches creo que me basta— me encogí de hombros y sorbí de la taza; Patricio se cruzó de brazos, mirándome con una expresión pensativa; y Fausto sólo pasó la hoja del diario, ignorando mi lamentable situación y concentrándose en las noticias.

—¿Y qué piensas hacer?

—Lo que tenía en mente, se lo propondré hoy mismo; Román ya no es un niño y puede decidir, no importa que Jeremías se oponga.

—Bien dicho— Patricio me sonrió dándome ánimos.

Imité su gesto pero luego el sonido de la hoja del diario al ser plegada de manera violenta me hizo voltear.

—Tú no piensas, ¿verdad?— me cuestionó Fausto seriamente, ahora el diario estaba sobre la mesa, bajo las palmas de sus manos.

—¿Dd-de qué hablas?— tartamudee; su ceja, esa que tenía una cicatriz extraña, se encontraba levantada en un gesto inquisidor.

Frunció los labios y luego exhaló, —Jeremías es la única familia que a Román le queda, no te conviene enemistarte con él; no seas tonto, son amigos ¿no? Arreglen sus diferencias—, se volvió a acomodar para continuar leyendo el diario y remató, —además, dudo que Román acepte tu propuesta si ustedes están peleados.

Oh oh, tenía razón; Román quería mucho a su hermano, definitivamente no aceptaría algo que pudiera entristecerle o enojarle.

—Muchas gracias— le dije al rubio y me puse de pie.

—Lo sé, soy genial— se jactó sin apartar la mirada del diario, de esa manera comenzó a ignorarme de nuevo.

—Patt debo irme, tengo que hablar con Jeremías.

—Entiendo— cabeceó sonriente y me acompañó a la puerta.

—No sé como lo soportas— musité señalando con la cabeza al rubio que tenía las piernas cruzadas y leía el diario.

Ahogó una risilla, —ni yo lo sé y estoy seguro de que perdería el tiempo tratando de entenderlo, mejor lo disfruto— lanzó un guiño a lo que yo hice un mueca.

Me despedí y fui de regreso al departamento de los hermanos.

*

—¿Ezequiel?— el gesto sorprendido de Jeremías lo delató cuando abrió la puerta, definitivamente no me esperaba, al menos no tan pronto después de nuestra discusión.

—Yy-yo... discúlpame, no debí gritarte.

—No, no hay problema; yo también tuve la culpa— respondió; —es que todo fue tan repentino que me descontrolé y alcé la voz.

—Si— me rasqué la mejilla, Fausto siempre me regañaba cuando lo hacía, él aseguraba que así revelaba mi nerviosismo, —sobre eso... yo estoy dispuesto a esperar para proponérselo, haré lo que sea necesario para demostrarte que soy digno de Román, no tocaré el tema hasta que tú me apruebes como pareja de tu hermano— declaré.

Tras escuchar mis palabras sonrió amablemente, me tomó de los hombros y luego me abrazó, —te equivocas Ezequiel, eres amable, gentil y muy cariñoso; no podría pensar en una mejor persona para Román.

—¿Y entonces?— no quise deshacer el contacto pero era necesario encararlo para saber sus razones, así que lo empujé suavemente.

—La verdad es que...— miró sus pies, como si tomara valor y luego explicó, —tu vida con Román no será fácil, ¿comprendes? Aunque lo entendería, no me gustaría que tras un tiempo de vivir juntos sintieras que es una carga; y estoy siendo sincero Ezequiel, vivir con una persona ciega no es tan sencillo como parece.

No negaré las ganas que tuve de estamparle mi puño en su cara por pensar que Román era una carga, pero el sentimiento de empatía fue más fuerte y apaciguó mi molestia; debía ser algo muy impresionante y triste pasar por la pérdida de sus padres y el diagnóstico de su hermano. De entre todos los pensamientos y sentimientos que se arremolinaron en mi interior sólo pude agradecer que se preocupara por mí, no deseaba que yo pasara por lo que él; pero eso no me importaba, yo sabía que mi afecto por Román era muy fuerte por lo que invidente o no, su compañía era lo que quería por el resto de mis días.

—Jeremías, óyeme bien, jamás consideraré a Román una carga; yo lo conocí después del accidente, le quise y le quiero como es. Me enamoré de su personalidad y de su forma de ser, su invidencia no es relevante en mi decisión.

Me miró por unos instantes, —te creo, gracias Ezequiel— volvió a sonreír, palmeó mi hombro y ya más tranquilo continuó —ahora iré a buscar la valija— dio media vuelta y se adentró al apartamento.

—¿La qué?

—Ya sea que Román se mude contigo o los dos vengan a vivir aquí, vamos a necesitar la maleta.

Solté la carcajada ante sus palabras y luego le dije; —pero aún no se lo he propuesto.

—No importa, estoy seguro que aceptará. 

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