Celos.
Celos
Predecesor: N/A.
Con las manos en las caderas, el ceño fruncido y los labios apretados, Allan miraba a aquél castaño, luego comenzó con su cantaleta.
—Estoy de acuerdo en que ayudes a Kimberly, es tu amiga desde la universidad; entiendo que ayudes a Lauren porque es prima de Kimberly; pero no me gusta que ayudes a Rebecca—; Rebecca era la amiga de Lauren, y desde su punto de vista su alto novio no tenía absolutamente ninguna responsabilidad ni compromiso con ella.
—Becca se está mudando; Lauren nos pidió el favor—, se justificó.
—¿Por qué la llamas así y por qué siempre tienes que ser tan caballeroso, James?—, ahora cambió su pose, cruzó los brazos sobre su pecho.
—No empieces, por favor—, suspiró, una vez que Allan iniciaba con sus rabietas usualmente se salía con la suya, sin embrago, James decidió que esta vez no sería así; no porque Rebecca tuviera algo de especial, sino porque creía que era justo que de vez en cuando no fuera como el otro quería; —eres mi novio, no mi dueño; además simplemente ayudaré con la mudanza, que es en un edificio a un par de calles de aquí— alzó los hombros para restarle importancia a las cosas.
Los ojos de Allan estuvieron a punto de salirse de sus cuencas al escuchar aquello; —¡¿Qué?!
—Así como lo oyes; no voy a faltar a mi palabra, ya le había prometido a Lauren que ayudaría a su amiga; además, no sé de qué te preocupas.
—Amor. ¿Acaso eres tontito, qué no te das cuenta como te mira esa mujer? Si por ella fuera ya te habría arrancado la ropa—; Allan decidió cambiar su estrategia y hablar de manera amorosa; estaba consciente de que su novio no pasaba desapercibido ante los ojos de hombres y mujeres, y Rebecca era bastante obvia para su gusto.
El alto entrecerró los ojos, el que Allan hubiera iniciado con sus celos era molesto, pero el haber sido llamado "tontito" fue la gota que derramó el vaso.
—Ya detente, no voy a soportar otra de tus escenas inmaduras.
—¿Me estas llamando inmaduro?
—No; te estas comportando como uno, es distinto—; James tomó su abrigo y se dirigió a la puerta —me voy, hablaremos cuando quieras razonar.
—¡Eres tú el que tiene que razonar!—, gritó antes de que la puerta se cerrara tras la ancha espalda del alto.
~*~
Abandonó el departamento con el ceño fruncido y los puños apretados; conocía muy bien a Allan, aún así sus celos le parecían excesivos; bajó por las escaleras y salió del edificio, se dirigía al que sería el nuevo departamento de Rebecca, tal y como había dicho, a un par de calles, allí esperaría el camión de la mudanza para ayudar a trasportar las cosas al interior; Kimberly y Lauren también estarían presentes, así que no veía el problema ni el porqué de la actitud de Allan.
—¡James!—, alguien lo llamó a unos cuantos metros antes de llegar a su destino, volteó y allí estaba su amiga, tomado de la mano de su novio.
—Espéranos— se quejó Terry acelerando el paso tanto como le era posible.
—Lo siento, no los había visto—, se detuvo para esperarlos, una escena como esa ya era normal para él.
—¿Y dónde está Allan? ¿No nos acompañará?— preguntó Kimberly, de cabellera rubia.
—No lo creo, dijo que tiene unos compromisos— el alto lo justificó cuando continuaron su andar.
—Lo sabía, no le agradamos, ¿cierto?
—¡Kim!— exclamó Terry, a veces la chica decía las cosas sin prever las consecuencias.
—¿Qué? Yo sólo digo lo que pienso; casi nunca sale con nosotros, es como si no se quisiera integrar. Lo bueno es que aún no te ha prohibido vernos, James.
—¡Ey, chicos!—; exclamó Lauren desde la ventanilla de un auto deportivo, el cual segundos después aparcó y de él bajó también una morena de cabello largo y lacio, era Rebecca quien conducía; seguido de ellas, un camión de mudanza llegó justo en la entrada del edificio. Con ello, el acarreo de cajas dio inicio.
~*~
—Soy un tonto, ¿verdad?—, Allan se desplomó en el sofá, había ido a visitar a Albert, su amigo desde la infancia.
—Si, lo eres— contestó de manera simple mientras sacaba dos tazas del estante.
—¿No se supone que debes darme ánimos?
—¿Para qué haría eso? Te conozco, te conoces, James te conoce; sería absurdo negar lo obvio, eres un tonto celoso.
—Pero es que... tú no entiendes; no has visto como lo mira.
—No creo que debas inquietarte por eso; preocúpate cuando él la mire—, sirvió el café.
—Piensa—, el invitado se acomodó en su asiento ya que su amigo traía sus bebidas; —¿Qué harías en mi lugar? Bien sabemos que Gloria tiene compañeros de trabajo que no dudarían en tirársele encima y besuquearla— Gloria era la novia de Albert, una latina muy bonita.
El mayor rió divertido; —Siempre eres tan literal. Pero, si no mal recuerdo, esta conversación ya la habíamos tenido antes, no comprendo la razón de ser repetitivos—, tomó asiento enfrenté de él.
—La razón es que lo necesito— sentenció antes de tomar una de las tazas de la mesita de centro.
—Verás; no te negaré que si siento celos. ¿Pero qué más puedo hacer? ¿Encerrarla para que nadie más la vea?
—Me has dado una excelente idea— sonrió y parpadeó un par de veces a modo de broma; el otro rodó los ojos y luego continuó.
—Como te decía, no puedes ser tan... — hizo una pausa tratando de buscar una palabra que no ofendiera tanto a su amigo, —egoísta.
—¿Egoísta?
—En vez de prohibirle que...
—Yo no le prohíbo nada— interrumpió, por lo que Albert tuvo que corregir, —en vez de pedirle que no haga ciertas cosas, como reunirse con sus amigos, deberías unirte a ellos; quien sabe, igual y compaginas con alguno y amplías tu circulo de amigos—, le dio un sorbo a su café.
—No olvides el hecho de que se pasa de caballeroso— argumentó.
—¿Y? Así lo aceptaste, así decidiste andar con él.
—Pero no me gusta que quiera ayudar a todo mundo.
—Entonces con más razón debes estar a su lado; si va a ser caballeroso y gentil, que lo sea contigo siempre y primero ante los demás; así serás la envidia de todos.
¡Bingo! Dio en el clavo con ese comentario, Allan amaba ser el centro de atención y que mejor si él tenía algo que los demás deseaban.
~*~
Después de un par de horas, la cantidad de objetos a transportar había disminuido considerablemente.
—Muchas gracias, han sido muy amables conmigo— dijo Rebecca durante un breve descanso, sólo ella, James y Kimberly se encontraban en la entrada del edificio; Terry había subido al departamento con una gran caja y Lauren acababa de regresar a su trabajo.
—Una amiga de Lauren también es nuestra amiga— exclamó sonriente Kimberly.
—Gracias, es lindo sentirse bien recibida en una ciudad nueva—; antes ya se habían reunido, pero en esta ocasión, la chica no perdía la oportunidad de agradecerles; —en cuanto esté todo instalado les aseguro que los recompensaré ¿Les gustan las galletas? Se hornear unas muy deliciosas.
—¡Si! Las galletas de avena con mis favoritas— contestó de inmediato Kimberly; —pero como a Terry le gustan las de vainilla, será una difícil decisión.
—Y tú, James. ¿Cuáles prefieres?— Rebecca se dirigió al alto.
—¿Eh? Yo no...
—¡Fresa! A James le encanta la fresa—, Kimberly era demasiado alegre y habladora.
—Las mías son de chocolate; entonces serán unas de vainilla con avena y otras de fresa con chocolate— dijo la anfitriona.
—¿Y qué esperamos? Démonos prisa, hablar de galletas me dio hambre y ya quiero las mías—, la rubia levantó un par de objetos más y se dirigió al interior.
La otra tomó una caja mediana pero resultó ser algo pesada, o al menos eso pensó el castaño ya que ella se quejó y arqueó un poco las cejas; de inmediato, el lado caballeroso de James surgió y se acercó en su ayuda.
—¿Estas bien?— preguntó al sujetar el objeto; la chica asintió y no se movió ni un centímetro al quedar frente a él, clavó su mirada por unos segundos en aquellos ojos claros que tanto le llamaban la atención, se puso de puntas y estiró el cuello para alcanzar sus labios.
James no se inmutó, fue algo que realmente lo tomó por sorpresa, tanto que no pudo mover ni un músculo; no le correspondió pero tampoco se retiró; y aún sintiendo el estado de asombro del muchacho, la chica se mantuvo en esa posición y aumentó la presión de sus labios sobre los ajenos.
—Galletas de vainilla y avena suenan bien. ¿No crees?—, Kimberly se encontraba saliendo del edificio seguida por Terry.
—Sí, pero yo las prefiero sólo de vainilla— contestó su novio.
—Lo sé, por eso le dije que... oh oh— la rubia se detuvo al ver la escena: Rebecca prendada a los labios del James, James sin moverse, y Allan a unos metros cuando justo aparecía por la esquina.
—Esto no pinta bien— susurró Terry.
~*~
—¡Eres un infiel!—, subía a zancadas por las escaleras hasta su departamento seguido de otro; Allan había pensado seriamente lo que su amigo había dicho, y creyó conveniente hacer las paces y aparecer para intentar ayudar, sin embargo lo ocurrido lo molestó bastante.
—No, Allan; no es lo que piensas—, lo alcanzó justo antes de que abriera la puerta.
—¡¿Ah no? ¿Entonces qué era?! ¿Ella abusó de ti?— lo apartó de su camino y metió la llave en el cerrojo.
—Pues... — ¿Qué explicación daría? Fuera cual fuera, era claro que Allan no lo creería, —... ¡Si! Así fue.
—¡Vete! Lárgate, y si no tienes una mejor excusa no regreses—, dio un portazo muy cerca del rostro del alto.
James apretó su puño dispuesto a golpear.
—Abre la puerta.
—¡No!
—¡No me iré hasta que me escuches, y lo sabes!—; James era bastante persistente, irónicamente esa era una de las cosas que había enamorado a Allan.
No hubo respuesta.
—Estoy dispuesto a tirar la puerta; no creo que quieras que tus vecinos se enteren... ¡Allan!—, golpeó con más fuerza.
—¡Ya! — luego varios gritos más cedió y lo dejó pasar.
—¿Por qué te cuesta tanto entender que yo sólo tengo ojos para ti?— cuestionó tras cerrar a sus espaldas.
—Porque no creo que no mires a otras personas— se defendió sagazmente.
—¿Es en serio? ¿No crees en mi amor por ti?—, Allan rehuyó a su mirada ante la pregunta; James insistió, —¿por qué?—, lo tomó de los hombros y lo obligó a encararlo, —¿cuál es la razón?, ¿no me tienes confianza? ¡¿Es eso?!
—¡Porque yo miro a otros, maldita sea!— estalló Allan y en segundos se quedó estático al escuchar su propia declaración, pero luego trató de justificarse, —es... es decir, eres de carne y hueso, es natural que algo así suceda.
Allí estaba, él mismo se contradecía y ahora sus celos no tenían fundamentos.
Mantuvieron esa postura por unos segundos, los cuales le parecieron eternos a Allan, luego el alto suavizó su expresión y lo atrajo hacia él para unir sus frentes y sonreír.
—¿Qué sucede, James? ¿No vas a enojarte conmigo?— sollozó incrédulo; —¿Por mi comportamiento infantil y todo lo demás?
—No, está bien; no me molesta. ¿Y sabes por qué?— dijo tranquilamente el acariciando su mejilla.
—No, no lo sé.
—Porque quiere decir que yo te amo más.
—Eres un ton... — apenas se alcanzó a escuchar aquel susurro, ya que el alto capturó sus labios; suavemente, sin prisas.
Luego, con pasos torpes y sin despegar sus labios se adentraron más al departamento.
—Lo que viste no significa nada; yo debería disculparme contigo por no haberte escuchado. Te amo, te amo tanto Allan; nunca dudes de ello.
—¿En verdad no te molesta?— le miró con el ceño fruncido y dijo con sinceridad, —creo que deberías recibir algo tan intenso como lo que das; estoy siendo una persona muy tacaña y desconfiada.
—¿Eso piensas— lo atrajo a su torso para abrazarlo, acercó su boca a su oreja e hizo una declaración que dejó al otro perplejo; —Si me amaras igual, te aseguro que no saldríamos de la habitación, moriríamos de hambre; todo sería un caos—, le besó el cuello; —te amo y no me cansaré de decírtelo.
Allan sonrió ligeramente y exclamó, —a veces creo que no te merezco.
James lo alzó con facilidad y se encaminó a la recámara; allí se dedicó a demostrarle cuanto le quería: su hábil lengua se paseó por todos los rincones y recovecos de cuerpo, su boca disfrutó de la exquisitez de su piel, del aroma que emanaba.
Cada centímetro de su ser fue redescubierto y atendido como si la vida de James dependiera de ello.
Las cuatro paredes de aquella habitación fueron testigos de las miles de caricias y besos dados y correspondidos; de aquella delgada y blanca figura cabalgando en la cintura del alto; porque así era como ambos disfrutaban.
De vez en cuando se escuchaban susurros, palabras como: Tócame, más, y así; emanaban de sus labios entre los húmedos besos.
—Te amo Allan— repitió cuando llegó a la cúspide del placer.
—Te amo, James— se abrazó a él sintiéndose dichoso, tenía al mejor novio del mundo, y sólo era suyo.
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