Biblioteca.

Predecesor: N/A.

—Tío, ¿y después podemos ir por un helado?— Emilia tiraba de su mano arrastrándolo hacia su siguiente destino, sin duda poseía demasiada fuerza y energía para una niña de seis años.

—Por supuesto, pero no le digas a tu mamá.

—No no— negó con su cabeza agitando sus dos coletas, su cabello oscuro, lacio y largo era brillante, —será nuestro secreto.

Ángel recién se había mudado, ahora vivía en un apartamento muy cerca de la casa de su hermano, cuñada y sobrina. Era el tío favorito de Emilia, por lo que le había pedido que fuera por ella al colegio y luego dieran un paseo. Pero hoy, como todos los miércoles, en la biblioteca se hacían lecturas para niños, Emilia amaba las historias, mejor aún si tenían magia o encantamientos.

—Vamos tío— tiró más fuerte de su mano, —sino Maxi empezará sin mí.

—¿Quién es Maxi?— preguntó frunciendo el ceño, el único amigo que le conocía a su sobrina era un niño llamado Jorge, quien por cierto no le agradaba mucho porque era muy preguntón.

Pero la respuesta nunca llegó, al menos no por parte de ella, ya que el empujar las puertas e ingresar al lugar la niña se soltó de su tío y corrió hacia el mostrador.

—Buen día— saludó.

—Hola pequeña, llegas justo a tiempo— exclamó sonriente una señora con anteojos de marco grueso al ver las dos coletas que se asomaban, Emilia era conocida en ese lugar; —Maxi está justo en ese pasillo— señaló el área infantil.

Ángel caminó rápido hacia el mostrador principal, pero antes de llegar a él la niña ya había emprendido la carrera hacia un pasillo en específico; exhaló y sonrió a la dependiente antes de cambiar el rumbo de sus pasos para seguirla.

—¡Maxi, Maxi!

—¡Emilia!— una voz masculina le llamó alegre pero en un tono quedito.

—¡Maxi, mi mamá horneará galletas el fin de semana!

—Silencio, recuerda que estamos en una biblioteca— el llamado Maxi se arrodillo para estar a su altura.

—Oh, sí— llevó el dedo índice a sus labios, —sshh, sshh.

Ángel rodeó un estante llenos de libros encontrándose con la niña y un muchacho sonriente; carraspeó para hacerse notar.

—¡Tío!— exclamó ella, —¡Maxi nos leerá un cuento!

—Emilia— le reprendió el joven llevando su índice a sus esponjosos labios.

—Oh, perdón; sshh sshh— ella hizo lo mismo.

Ángel miró el muchacho, su cabello castaño rojizo enmarcaba muy bien su suave rostro, sus pómulos se erguían orgullosos debido a su sonrisa, y sus ojos tenían un brillo singular.

—Así que...— se relamió los labios —eres el famoso tío de Emilia, ¿eh?

Sonrió, —sí, soy Ángel— se presentó.

—Y yo Maximiliano— acomodó un mechón de cabello tras su oreja y continuó, —desde la semana pasada Emilia no dejaba mencionar a su tío favorito, y dado que Mónica no está, supuse que eras tú.

Mónica era la madre de Emilia; Ángel ahogó una risa, —soy su único tío.

—¡Vamos Maxi!— la pequeña agitó los brazos, pero enseguida volvió a tocar sus labios exclamando, —sshh, sshh.

Maximiliano sonrió, —sí, vamos—; luego se giró hacia Ángel, —¿nos acompañas?, Mónica siempre espera por Emilia— explicó.

El aludido asintió con un movimiento de cabeza.

—¿Podemos leer este?— la pequeña señaló un tomo en un estante a su altura, "La princesa y el sapo".

El joven fingió pensarlo, —será la próxima, ¿te parece?; esta vez Jorge ha elegido— comenzó a caminar hacia la sala de lectura, la niña iba a su lado y Ángel los siguió.

—¿Cuál es?

—Pulgarcita.

—¿Y tiene dragones mágicos?

—No lo creo— contestó divertido.

Ella hizo un mohín con los labios, a lo que el castaño agregó, —pero la historia te gustará, ya lo verás.

Ángel se recargó en el marco de la puerta, con los brazos cruzados sobre su fuerte pecho; su hermano le había dicho que no debía perder de vista a Emilia en ningún momento, y eso planeaba hacer, aunque no contó con que otra persona llamaría su atención.

El lugar tenía pequeñas sillas plásticas de colores, entre los infantes estaba Jorge, quien no dudó en acercarse a su sobrina. Los demás niños se acomodaron alrededor del muchacho y la historia comenzó.

La voz de Maximiliano era suave y cantarina, era fácil imaginarse los paisajes gracias a la forma en la que relataba. Más de una vez sonrió al ver los gestos de los niños gracias a las escenas que se imaginaban; Max era muy ocurrente, incluso hacía algunos sonidos extraños imitando a los animales o las fuerzas de la naturaleza, como el viento y la lluvia.

Ángel admitió mentalmente que jamás, nunca antes había disfrutado un cuento tanto.

Definitivamente la biblioteca sería uno de sus nuevos lugares favoritos en la ciudad.

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