ˢᵉᵛᵉⁿ⠃ʟᴀ ᴇꜱᴘᴀᴅᴀ
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Los pecados, la princesa y el cerdito salieron detrás de Mead caminando con neutralidad para poder escuchar el discurso de los caballeros.
—Escuchen bien, gentuza. —Ambos caballeros se colocaron a los lados de la espada. —Si no consiguen sacar la espada antes del atardecer deberán pagar diez veces más impuestos que de costumbre.
—"Eso es un abuso, incluso con la taberna no podríamos pagar esa cantidad." —Pensó frunciendo el ceño al ver la mala situación.
—¡Son unos malditos!
—¡Sin agua no tendremos ni una sola botella de cerveza! ¡Mucho menos diez! ¡Qué injusto!
—Ese es su castigo. —Comenzó a hablar el otro caballero. —No solo insultaron a un caballero sacro, también dicen ser amigos de los ocho pecados capitales.
Kaida pudo escuchar algunos murmuros insultantes hacia Mead, ¿cómo es posible que hablen así de un niño?
Mead apareció corriendo hacia la espada agarrándola con sus manitas e intentando sacarla del piso, los caballeros amenazaron con aumentar el impuesto veinte veces más, la frustración en los aldeanos incremento gritándole al niño que se detenga y se alejara de ahí.
La capitana escuchaba cómo el jefe de la aldea intentaba que pararan los gritos y reclamos, pero su voz al debilitarse con el tiempo no pudo ser lo suficientemente fuerte para que lo escucharan.
—¡Su jefe les ha dicho que guarden silencio! —Exclamó con voz autoritaria logrando que todos se callaran y voltearan a mirar al anciano.
En sus tiempos, con un susurro su gente le habría prestado atención.
—Quiénes hirieron nuestro orgullo como destiladores. —Las caras arrepentidas no tardaron en aparecer. —¿Fue Mead? ¡No! Las acciones de ese pequeño solo expresaban el sentir público.
Miro a la mujer que se acercó al niño y lo comenzó a ayudar a sacar la espada, algunos niños que le habían tirado piedras también se acercaron a ellos.
—¿Acaso dejaran que niños y mujeres hagan el trabajo pesado? —Murmuro con la intención de que los hombres la escucharan.
Los hombres se miraron entre sí y asintieron con la cabeza, se acercaron a ellos y alejaron a la mujer y a los niños, menos a Mead que no se apartaba de la espada, amarraron sogas a la espada y entre todos jalaron con todas sus fuerzas siendo realmente inútil.
Los caballeros se reirán rojos de tanto alcohol y burla, bebían cerveza, siendo realmente despreciable que sus bocas tuvieran el honor de tocar la cerveza de Vania.
—¡Maldición! —Volteo a mirar a Mead que había gritado —¡Sal!
Y eso fue suficiente para que Meliodas y Kaida se acercaron, la capitana se quedo al lado de los caballeros arrebatándole las cervezas, no sin antes darle una a Meliodas.
—Ustedes no tienen el honor de beber esta cerveza —Los miro con sus ojos brillantes del enojo, reemplazando el rojo de sus caras por un pálido blanco como si su alma se hubiera salido.
Las sogas se rompieron y el polvo se levantó ante todos los hombres que cayeron al suelo.
—Ya me aburrí. —Meliodas se acercó a la espada de manera tranquila, dejando su tarro al lado de la cabeza de Mead. —Veinte veces, es un precio alto, pero... —Levanto su mirada, mirándo a su capitana fijamente —¿Qué tal esto?
Al sacar la espada todos se encontraban sorprendidos, los caballeros a su lado murmuraban cosa inentendibles, el suelo comenzó a temblar y el poso en el que los caballeros se encontraban desbordo una fuente de agua, mojando su cuepo al igual que a todo el mundo.
Hermosas sonrisas de felicidad aparecieron en todos, una sonrisa también apareció en la de ella.
Meliodas se acercó a ellos y les tiro la espada para después cargar y hacer girar a su capitana, le dio una vuelta y la hizo inclinarse sujetandola de la cintura para no caerse, llevo su pelo hacia atrás y le guiño el ojo haciéndolo lucir más atractivo. Kaida le sonrió coqueta y dejo un beso en sus labios cuando nadie los veía.
—Díganme la verdad, ¿ustedes son...? —Se separaron para después mirar a Mead, quien fue interrumpido por Meliodas.
—¡Sí! Correcto, pequeño. —Se señaló con su pulgar. —Soy el dueño de un gran negocio de bebidas y ella es mi mejor camarera. —La abrazo por la cintura pegando la a él.
—No hablo de eso. —Kaida solto una risita ante su frustración, se acerco y le acaricio la cabeza sonriendo nostálgicamente.
—Pequeño Mead, ¿no tienes algo más que hacer? —Y así, los tres miraron al pueblo detrás de Mead.
—Querido Mead. —La voz rasposa del jefe de la aldea se alzo sobre todo lo demas. —Nos equivocamos, ¿podrías perdonarnos algún día?
—Pero, ¿por qué tendría que perdonarlos? —Miro hacia otro lado apenado. —Recuerden que no soy uno de ustedes.
Meliodas lo empujo hacia ellos mientras Kaida los veía con una sonrisa.
—Adelante.
—¡Oye, pero que haces! Es inútil, no entiendo por qué...
Se hizo el fuerte por un momento, hasta que sus ojos lagrimearon y comenzó a correr hacia ellos, siendo recibido por los brazos del jefe. Los ojos de la capitana picaron y su garganta se cerró por un segundo, era una escena realmente hermosa.
—Puedes mentir lo que quieras. —Miro a Meliodas que ya la estaba mirando a ella —Pero jamás puedes engañar a tu corazón —Sus palabras se dirigieron a ella, asintío con la cabeza y ambos sonrieron juntando sus meñiques.
[...]
Ya era de noche, las estrellas surcaban el cielo y la luna llena estaba en lo más alto de su cúspide. La princesa Elizabeth se la pasaba botando los platos y tropezando con todos y todo. La paciencia de Kaida se terminó al ver cómo le botaba la cerveza encima a un cliente.
—Princesa. —La llamo con un aura oscura que la rodeaba mientras una vena palpitante y una sonrisa forzada aparecía en su rostro. —Será mejor que tome un descanso. —La empujo levemente hacia la puerta.
Con un movimiento de manos, una brisa arreglo todo el desastre y limpio la cabeza del cliente.
—Señorita. —Mead la llamo con un brillo en los ojos —¿Puede utilizar su magia conmigo?
—¿Magia? —Se preguntó a sí misma recordando a una pequeña gigante.
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