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«Hope is the thing with feathers

That perches in the soul,

And sings the tune without the words,

And never stops at all,

And sweetest in the gale is heard;

And sore must be the storm

That could abash the little bird

That kept so many warm.»

Emily Dickinson

Blair Nightingale era aficionada a los libros de suspense e investigación.

Así que iba vestida con su gabardina beige y sus gafas de sol y, aunque hacía un poco de calor, se sentía misteriosa y enigmática mientras caminaba por los adoquines de la ciudad escuchando Taylor Swift. Una parte de ella sentía que se estaba mirando desde lejos, como si pudiera dividirse en dos, y estuviera negando constantemente con lástima. Decía algo cómo:

—Pobre Blair. Ha perdido la cabeza.

Pero la otra parte tenía seis años como Paisley y daba saltitos, emocionada, vestida de bruja por Halloween. Se miraba y se levantaba los pulgares para darse ánimos.

—¡Adelante, Blair! ¡Tienes que intentarlo!

Trataba de no pensarlo demasiado. Tan organizada que era con todo, decidió dedicarle un máximo de una semana a su plan. Si no encontraba ni una sola nueva pista por la que tirar, pararía las rotativas y toda aquella fantasía terminaría. No se lo contaría jamás de los jamases a nadie y así nadie tendría que reírse de ella por ser tan ilusa. Ella lo veía como una concesión a sí misma tras tantos meses nadando en la miseria tras la noticia sobre Darcie. Se merecía dejarse llevar por las ilusiones.

Según Google Maps, no existía ningún San Mungo, ni ningún Callejón Diagon, ni ningún colegio llamado Hogwarts. La única información que había encontrado tras varias horas buscando y buscando había sido un comentario en un foro dosmilero de un usuario llamado BettyBoomBoom69 que decía haber hablado con alguien en un bar y que él le había hablado sobre un colegio llamado Hogwarts y sobre un árbol que cobraba vida y se movía. La gente, por supuesto, le había dicho que aquello no existía. Luego el foro se volvía bastante erótico para el gusto de Blair, así que simplemente se había anotado el nombre del bar en el que BettyBoomBoom69 había tenido el encuentro con la otra persona y ahora se había dirigido a aquel lugar.

La calle Charing Cross no tenía nada de mágico más allá de sus vistosos escaparates repletos de objetos amontonados. Blair no tenía el número en el que se encontraba el bar, solo el nombre de la calle, así que se dedicó a mirar número por número, hasta que llegó a un extremo de la calle, y luego siguió por el otro.

Había visto varios bares, pero ninguno se llamaba El Caldero Chorreante ni tenía pinta de haberse llamado así en 2006, cuando BettyBoomBooom69 había publicado aquel comentario. Preguntó, incluso, en una cafetería, pero la dependienta la miró con extrañeza, como si pensara que le estaba tomando el pelo.

Así que Blair terminó dentro de una librería, mirando estanterías sin demasiado interés mientras intentaba no derrumbarse ante el primer inconveniente. ¿Qué podía esperar de un comentario en un blog de hacía casi veinte años de una persona que claramente parecía ser una señora de setenta años cachonda?

Pero como estaba en un momento en el que se estaba dejando ser optimista, no tiró la toalla. El comentario había mencionado Hogwarts, y no podía ser simple casualidad. Paisley no le había dicho mucho más porque Winston había regresado en ese momento a la casa y Fred le había saludado con la cara toda maquillada y la marca en el pómulo del almohadón sobre el que se había dormido.

Blair estaba pensando en lo adorable que le había parecido Fred junto a su hermana y en el beso en la mejilla que le había dado al despedirla cuando, al mirar a través del escaparate de la librería hacia la calle, le pareció verlo.

Dejó el libro en su sitio y salió tan rápido como pudo.

—¡Eh, Fred!

El chico se giró ante la mención de su nombre. Blair reparó entonces en que no andaba solo. Junto a él, caminaba una joven rubia con el cabello corto.

—¿Blair? —preguntó Fred, contrariado al encontrarla en la calle—. ¿Qué te trae por aquí?

Blair sonrió sin saber bien cómo explicarlo. Estaba nerviosa por el encontronazo, y solo supo mirar de reojo a la acompañante de Fred, una joven rubia de cabello corto y ojos color avellana. Fred miró de reojo a la joven y chasqueó la lengua.

—Ah, claro. Verity, esta es Blair. Blair, Verity.

La joven sonrió y asintió.

—Es más guapa en persona, incluso, Fred —dijo Verity, asintiendo—. Vaya, Blair, dijo que eras muy guapa, pero ¿tanto?

Blair se sonrojó. No quiso mirar a Fred, muerta de la vergüenza como estaba. Se preguntó cuál debía ser la probabilidad de toparse con Fred en una calle cualquiera de Londres, a la misma hora del mismo día. Mientras se suponía que estaba en el trabajo. Se fijó entonces en que cargaban con enormes cajas de cartón.

—¿Estás trabajando ahora...? —preguntó Blair en dirección a Fred, quien parecía abochornado por lo que había dicho Verity.

Fred miró también las cajas que cargaba y pareció ponerse rígido, dando un cortito paso hacia atrás.

—Eso es. Bueno, estamos repartiendo, en realidad.

Blair asintió, sin pasar por alto lo nervioso que parecía Fred de repente. Verity carraspeó para llamar la atención de Blair.

—¿Quieres ver lo que venden Fred y su hermano? —preguntó, levantando las cejas varias veces.

—Veri, no...

—Claro —respondió Blair con genuina curiosidad.

Pero su sonrisa curiosa se desvaneció cuando lo que sacó Verity de la caja resultó ser un juguete sexual. Su sonrisa pasó a ser una forma de O que hizo que Verity soltara una carcajada. Se lo tendió a Blair, que no tuvo más remedio que cogerlo ante la mirada abochornada de Fred.

Era un vibrador naranja. Y la caja estaba decorada con colores chillones.

—Vaya... —dijo Blair, con voz temblorosa—. No sabía que vendían este tipo de productos...

Fred se lo arrebató de las manos.

—Bueno, esto es algo nuevo. No hacíamos este tipo de productos antes, pero...

Verity cogió el vibrador de la mano de Fred y se lo devolvió a Blair.

—¡Pero dáselo a la chica, Fred! —le riñó, antes de guiñarle un ojo a Blair—. A este invita la casa.

—Oye, que el jefe soy yo.

—Pero la que sabe de mujeres soy yo, así que regálale el vibrador a la chica, hazme caso.

Se quedaron mirando a Blair, que sujetaba el vibrador en sus manos en mitad de una concurrida calle del centro de Londres con las mejillas sonrojadas.

—No hace falta que...

Fred se aguantó la risa al verla tan avergonzada. Verity puso los ojos en blanco.

—Eso decíamos todas, y luego lo probamos y nos dimos cuenta de que hacía falta. Tú hazme caso, Blair.

Ante su insistencia, Blair terminó guardándolo en el bolso porque le pareció ver una excursión de niños que se acercaba por la acera.

—Bueno, yo... estaba en esa librería —dijo Blair, señalando hacia sus espaldas.

—Nos vemos en una hora y media, ¿no? —preguntó Fred, tratando de mirar su reloj a pesar de la montaña de cajas con la que cargaba.

Blair observó que llevaba una camisa de manga corta blanca y, al tratar de acercarse la mano para ver la hora, flexionó el brazo, dejando ver sus músculos. Aquello solo hizo que se pusiera aún más roja.

—Oye, ya que eres el jefe, podrías dejarme a mí repartir esto y ya te vas con ella —propuso Verity, codeando a Fred.

—No, no. No pasa nada, tiene que terminar su jornada —dijo Blair, sin querer ser una molestia.

Habían vuelto a quedar, esta vez con la promesa de Blair de que no irían a cuidar de niñas de seis años ni conocerían al padre de nadie en una tercera cita. Blair contaba con tener esa hora y media para seguir con su investigación, pero lo cierto era que, con la pista del blog siendo errónea, no sabía por dónde tirar a continuación.

—Bueno, si no estás ocupada... —cedió Fred, sonriendo con calma—. ¿Podemos adelantar la cita?

—Si puedes dejar el trabajo a medias...

—Claro que puedo.

Dejó las cajas sobre el suelo y miró a Verity.

—¿Te apañas?

—Pues claro, apílalas.

Fred apiló las cajas sobre los brazos de Verity. Blair verdaderamente no entendía cómo la joven, que no era mucho más fuerte que ella a simple vista, iba a poder cargar con tantas cajas y caminar con ellas en una calle llena de gente, pero ella parecía confiada.

—Por cierto, Fred, ¿le has contado lo de...?

Blair miró primero a la joven y luego hacia Fred, que de nuevo tenía las mejillas sonrojadas.

—Bueno, no he tenido tiempo —se excusó, antes de sonreír—. Este sábado hacemos una fiestecita por el lanzamiento de los nuevos productos de la tienda.

Blair miró hacia las cajas que cargaba Verity. Se imaginó que estaban repletas de juguetes sexuales.

—¿Te apetece venir? No sé si te van mucho las fiestas, pero...

No le iban nada las fiestas, para ser sincera. Su idea de una noche ideal era en pijama, con una manta y comiendo dulces después de la cena hasta quedarse dormida en el sofá con una película romántica de fondo.

Pero Fred la estaba invitando. Era distinto.

Y honestamente, su vida era una completa locura desde hacía varios días y la única cosa que la hacía feliz era el momento en el que la pantalla de su móvil se iluminaba y aparecía su nombre sobre ella. Cualquier excusa para pasar tiempo junto a él le parecía una buena excusa. Aunque fuera una fiesta llena de gente que no conocía para celebrar nada más y nada menos que el lanzamiento de una gama de juguetes sexuales.

Pensar en ello hizo que apretara los abdominales por la tensión. Juguetes sexuales. El chico que le gustaba vendía productos eróticos y ella tenía uno en el bolso. Y aunque la había mirado con un poco de vergüenza al confesarlo, luego había sonreído.

Qué calor hacía. La culpa era de la gabardina, seguro.

—Sí, claro. Me encantaría ir —mintió.

—Te apunto en la lista —asintió Verity con una sonrisa—. Y ahora os dejo, tortolitos. Pórtate bien, Freddie.

—Pórtate bien tú, Veri.

Cuando la chica siguió su camino, con la pila de cajas sobre sus brazos, dejó a Fred y a Blair sumidos en un breve silencio de unos segundos. Blair se quedó parada, todavía reponiéndose de sus pensamientos intrusivos. Fred la miraba también, decidiendo cómo retomar la conversación.

Finalmente, dio un paso hacia delante y le dio un abrazo.

—Tenía ganas de verte.

Blair le correspondió. Dejó escapar el aire por la nariz mientras escuchaba su voz adolescente chillando en su interior. Era la tercera vez que veía a Fred y, sin embargo, se sentía tan nerviosa como el día en que lo había conocido.

—No me había quedado claro por tus mensajes —bromeó Blair, con un carraspeo—. Aunque tampoco me había quedado claro que vendías... Juguetes eróticos. Pensaba que eran productos de broma.

—Ah, no, sí vendemos productos de broma y pirotecnia. Los juguetes fueron idea de Verity, en realidad. Mi hermano y yo teníamos un poco de reparo, pero... Son un éxito. Es innegable.

—¿Pero no es ahora la fecha de lanzamiento?

—Llevamos un mes tanteando el terreno con los clientes —explicó, comenzando a caminar. Blair se quitó la gabardina porque, de verdad, tenía mucho calor, y le siguió—. Como vemos que gustan, hemos decidido seguir adelante con la línea de productos.

Blair asintió. No sabía qué más decir porque hablar de masturbación y sexo con Fred era algo para lo que no sabía si estaba preparada. Darcie estaría riéndose de ella sonoramente si pudiera verle la cara.

—Gracias por acceder a venir a la fiesta. Quería invitarte, pero no sabía si te sentirías cómoda con...

—¿Juguetes sexuales a mi alrededor? —preguntó ella con sarcasmo, haciéndole reír.

—Bueno, en realidad iba a decir con mis conocidos. Vendrán amigos y familiares y eso, aunque justo mi hermano George no estará. Van a pasar el fin de semana con la familia de Angie.

Angie.

La ex que ahora salía con su hermano. Blair asintió, guardándose esa información. Sentía curiosidad por conocer a George, el hermano de Fred con el que compartía un negocio y, al parecer, el gusto por las chicas. Fred tenía razón en que a Blair la ponía un poco nerviosa tener que conocer a su familia tan pronto, pero en realidad, una fiesta le parecía menos avergonzante que una comida en un restaurante. Esas comidas implicaban silencios incómodos y al menos dos horas de conversación, mientras que en una fiesta hablaría con diversas personas a la vez y, por el volumen de la música, la conversación sería breve y cargada de sonrisas.

—¿Tu madre va a la fiesta? —preguntó ella, mirándole de reojo.

—Ah, no, claro que no —rio Fred, indicándole con un gesto que cruzaran la calle—. Solo vienen mis dos hermanos pequeños. Seguro que la novia de Ron te cae bien, además. Si quieres traer a alguien... Eras amiga de la prima de Sam, ¿no? Él estará allí, así que si quieres invitarla...

Blair iba a aceptar y ya se estaba imaginado a Darcie bailando, pero entonces recordó su imagen sobre la cama y la imagen la dejó quieta en el sitio. Fred ya estaba empezando a cruzar la calle, pero el semáforo se puso en rojo en ese momento y tuvo que dar tres rápidos pasos hacia atrás para volver hacia el lugar en la acera en el que estaba Blair.

—¿Blair?

Ella pestañeó, con la mirada clavada en las marcas del asfalto.

Fred no debía saber que Darcie estaba en cama y que apenas podía salir de casa. No habían hablado de aquello, por mucho que a Blair le doliera guardar a Darcie como un secreto. De nuevo, se sentía egoísta por querer dejar de lado su enfermedad y ocultarla, como si no existiera. Sabía que en cuanto soltara la bomba, Fred la miraría diferente y trataría de consolarla todo el tiempo y todo cambiaría.

Y no lo conocía tanto como para hablarle sobre Darcie. No era el momento. Necesitaba confiar más en él. O había esperado que, tal vez, Sam le hubiera comentado algo. No parecía ser el caso.

—¿Conoces mucho a Sam? —dijo, tratando de cambiar de tema.

—Pues, precisamente, la empresa de Sam es la que nos ha ayudado con la línea de juguetes. Por eso nos conocemos.

Blair sonrió, aunque no sabía si estaba haciendo un buen trabajo porque Fred seguía mirándola de reojo y estudiando su rostro.

—Entonces, no conoces a su prima, ¿no? —continuó, forzando la voz.

—No... Sam es más amigo de mi hermano, en realidad. Fueron ellos quienes organizaron la cita a ciegas.

Blair asintió. Fred no sabía nada sobre Darcie, confirmado.

—¿Tus amigos también te dicen que estás muy solo?

Fred puso la vista en blanco, antes de sonreír.

—Más bien, yo me quejaba de estar solo y ellos decidieron callarme, así que Sam me enseñó tu perfil de Instagram.

Habían llegado a la fachada del museo Tate. Blair miró hacia las columnas de estilo griego, imponentes y enormes frente a ellos. Luego miró a Fred. Él había visto su perfil de Instagram. Su perfil con menos de cien seguidores, cuidadosas fotos con un filtro que hacía que todas tuvieran un tono cálido y una frase de Taylor Swift a modo de caption. El museo salía en una de esas fotos.

—¿Viste mi perfil? Eso no es justo. Yo no he visto el tuyo.

—Para eso tendría que tener uno —respondió Fred, guiñándole el ojo—. ¿Entramos?

No esperó a que ella respondiera. Comenzó a subir las escaleras y ella le siguió, preguntándole si acaso la cita era una visita a un museo. Fred sonrió, señalando la puerta.

—¿He acertado? Además, me han dicho que hacen un chocolate caliente riquísimo en la cafetería. ¡Y tienen biblioteca!

Fred había acertado de lleno, y Blair se preguntaba cómo era posible acertar tanto sin haberle preguntado a Darcie, la única persona que Blair sabía a ciencia cierta que la conocía como la palma de su mano. La entrada era gratuita, pero primero tenían que pasar por el control de seguridad, así que se pusieron en fila.

—¿Blair?

Blair se giró ante aquella voz. Frente a sus ojos, estaba el mismísimo Archie, su primer novio. "El tóxico", lo apodaba Darcie. Hacía cuatro años que no lo veía, y siempre se había felicitado a sí misma por haber sido capaz de conseguirlo. No era difícil, puesto que, que ella supiera, Archie se había ido a Gales a estudiar, pero de alguna manera nunca se había cruzado con él durante las vacaciones, a pesar de frecuentar ambientes similares.

Blair pensaba que toda persona tenía su Archie. Una persona tóxica del pasado, en mayor o menor medida, que había aparecido en su vida, había arrasado con todo y luego había desaparecido sin más. Archie había sido su primer novio, su primera vez y su primer corazón roto, sin contar con el que rompió su padre.

Archibald Edwards, con su cabello cortado a lo mullet, su chaqueta vaquera desgastada, sus botas Dr.Martens, sus comentarios sarcásticos y sus opiniones de manual acerca del capitalismo, la sociedad y la filosofía occidental. Archibald Edwards, que iba de moderno, filósofo, incomprendido, independiente y solitario. Archibald Edwards, cuyos padres tenían una fortuna, casas de vacaciones en el Mediterráneo y un establo con caballos de verdad. En plural.

Archie había alterado la química cerebral de la joven Blair, de manera positiva y negativa. La había hecho dudar de sí misma, cambiar sus gustos, moldear sus pasatiempos y crear un nuevo miedo a decir lo que pensaba por riesgo a las críticas. También, le había hecho darse cuenta a Blair de aquello que no quería y que no permitiría jamás que le arrebataran, nunca más. Eso, junto al miedo al compromiso que su padre le había legado, había sido la fórmula perfecta para romper después el corazón del pobre Keith.

—Archie —saludó Blair, ojiplática.

El brazo que tenía alrededor del de Fred se tensó. El chico sabía todo acerca de Archie porque Blair se lo había contado en una explosión de sinceridad y chistes malos acerca de relaciones pasadas. Fred sabía cuánto daño le había hecho Archie, con su luz de gas y sus opiniones de mierda, y también sabía lo difícil que era para Blair aún hablar de ello. Así que se puso recto y lo miró de arriba abajo, para nada impresionado con su forma de vestir fingidamente moderna y despreocupada.

Al lado de Archie, había una chica joven, que quizás no llegaba a los dieciocho. Vestía similar a Archie, pero todo el maquillaje no escondía lo joven que era. Blair sintió lástima por ella, y rabia por Archie.

¿Han decidido volver todos los fantasmas de mi pasado para amargarme la existencia? ¿Primero mi padre, y ahora Archie?

—Vaya, Blair, ¡cuánto tiempo!

—Pues sí, sí. ¿Qué tal por Gales?

Archie hizo un gesto.

—Qué va, la uni no era para mí. No me gustan esos ambientes tan reglados y formales, ni el plan de estudios, ya sabes. No creo que un título signifique gran cosa. ¿Qué tal te va a ti?

—Camino al doctorado.

Era tan evidente que Archie había metido la pata que hasta él mismo se dio cuenta, y eso que normalmente no era consciente de lo que ocurría a su alrededor porque estaba demasiado ocupado pensando en sí mismo. Hubo un breve silencio incómodo hasta que Blair volvió a hablar.

—¿Estás trabajando, entonces?

—Me he tomado un año sabático. He estado viajando, y eso —explicó, pagado de sí mismo. Después, reparó en la chica que lo acompañaba—. Esta es Nelly. Venía al instituto con nosotros.

Querrás decir que va al instituto, porque es imposible que se haya graduado.

—Hola —saludó Blair, tratando de ser amable.

—Yo soy Fred —saludó él, sin necesidad de presentaciones, tendiéndole la mano a Archie.

Archie se la tomó, y Blair percibió el ligero choque de egos entre los dos, por lo fuerte que se estrecharon la mano. Rodó los ojos con exasperación.

Avanzaron un poco en la cola para pasar el control. Archie, que miraba a Fred con desaprobación, hablaba de su viaje, en el que había visitado la India y Egipto.

—Ah, yo estuve en Egipto hace unos años —explicó Fred, con una sonrisa.

—¿En serio? —preguntó Archie, levantando la vista de los zapatos de Fred, que estaba analizando para descubrir la marca.

—Sí, mi hermano solía trabajar en una de las excavaciones.

—Vaya, ¿es arqueólogo? —preguntó Nelly, con evidente fascinación.

Fred arrugó la nariz antes de responder.

—Eso mismo.

Llegó su turno de pasar por el escáner. Fred se quitó el cinturón y lo dejó en una caja junto a su cartera, su móvil y su reloj, y pasó por el arco sin problemas. Después, Blair dejó su bolso en la caja y esperó su turno para cruzar el arco. Aprovechó entonces para mirar con curiosidad la pantalla del agente de seguridad, en la que se veía una imagen de aquello que pasaba por la cinta.

—Vaya, Blair, qué atrevida —comentó Archie, con una sonrisa amplia en los labios—. Sí que te ha cambiado la uni.

—Ay, mi madre —se lamentó Blair.

El vibrador, aún en su caja, se percibía con facilidad por encima del resto de objetos del bolso de Blair. Era imposible esconder lo que era, o inventarse una excusa. Fred, al otro lado del arco, se tapó la boca para no soltar una carcajada.

Blair no podía soportar el bochorno, y mucho menos delante de Archie. Echó un vistazo a Nelly, que parecía más bien impresionada, y luego miró a Archie.

—Bueno, como insistías siempre en correrte antes que yo y no te molestabas por ayudar, tuve que aprender a cuidarme yo solita —dijo, sacando una valentía que no sabía dónde tenía guardada—. Un placer volver a verte, Archibald.

Salió prácticamente corriendo una vez pasó el arco y recogió su bolso de la cinta, amarrada al brazo de Fred como si le fuera la vida en ello y sin molestarse por disimular ni un poco sus carcajadas. Fred compartía su risa, llevándola escaleras arriba sin dejar de felicitarla por su comentario. Blair aún sentía la adrenalina impulsando cada uno de sus pasos. No dejaba de recordar el gesto pasmado de Archie, que no podía creer que Blair le hubiera contestado eso.

—¿De dónde ha salido eso? —preguntó, verdaderamente sorprendido.

—¡No tengo ni idea! —respondió ella, con un ligero jadeo tras la carrera escaleras arriba—. Creo que la Blair de dieciocho años lo tenía guardado, listo para la siguiente vez que le viera esa cara de caballo que tiene.

Fred aplaudió lentamente, con un gesto que denotaba lo impresionado que se encontraba.

—Debo admitir que ha sido brutal —concedió, con un asentimiento—. Y también que no me explico qué pudiste ver en una persona como él. Se le ve que es un prepotente a leguas.

Blair alzó una mano, como pidiéndole que no hablara más, antes de hacer una mueca.

—Ni lo digas. Darcie lleva años riéndose de mí por esa elección, pero... —se encogió de hombros—. No sé, era joven y él parecía saber más que yo y...

—Sí, tiene pinta de saber más que nadie de todo —dijo Fred, poniendo la vista en blanco.

Fred la llevó hacia una de las exposiciones. Rossetti rezaba el título. En las paredes estaban expuestos los cuadros del pintor, y aunque Fred parecía más decidido a leer todas las explicaciones, Blair prefería simplemente admirar la obra. Le encantaba observar cosas antiguas e imaginárselas en la época.

Se imaginaba al pintor dando pinceladas aquí y allá, o veía los objetos del cuadro y le fascinaba lo similares que eran a objetos del día a día, o pensar en cómo las cosas no habían cambiado tanto con el pasar de los siglos. Veía los rostros en los cuadros, muchos de ellos de mujeres jóvenes, y observaba una tristeza en su mirada con la que se sentía reflejada.

Por alguna razón, Rossetti pintaba muchas jóvenes pelirrojas. Y por esa misma razón, todas le recordaban a Darcie. Había una sobre una cama, de hecho, que le era tan similar que Blair tuvo que apartar la mirada y fingir que prefería ver el cuadro siguiente.

—Esa se parece a mi madre —observó Fred, señalando una obra llamada Bocca Baciata.

Blair sonrió.

—¿El pelirrojo predomina en tu familia?

Fred se echó a reír.

—Se podría decir —respondió, con guasa. Después, señaló hacia una cabina—. ¿Qué es eso?

Se acercaron hacia lo que parecía una cabina fotográfica. Por fuera, estaba decorado con imágenes de algunas de las obras de la exposición de Rossetti. Blair descorrió la cortina y entró, y Fred lo hizo tras ella, volviendo a correrla para dejarlos en la oscuridad. Al parecer, la cabina tomaba una foto y después la transformaba hasta que parecía sacada de uno de los cuadros del pintor.

—¿Y qué tenemos que hacer? —preguntó Fred, toqueteando todos los botones.

Blair le dio una palmadita para que dejara de tocar todo sin ton ni son y escogió la opción de tomar la foto.

—Tenemos que posar, ¡vamos!

Blair alzó una mano sobre su cabeza con dramatismo, y se puso de perfil y miró a la cámara. Fred, que pronto captó la intención, también se colocó de perfil y puso las manos a modo de súplica, mirando hacia ella. La máquina tardó unos pocos minutos en procesar la imagen antes de mostrar el resultado.

No era perfecto, pero sí parecía sacado de uno de los cuadros. El pelo de Blair parecía más rojizo, y sus mejillas y labios estaban también encendidos con tonos rosados. Fred, a su lado, parecía más triste que suplicante, mirándola con verdadera angustia.

—Qué pasada —dijo Fred, observando la imagen—. ¿Cómo lo habrán hecho?

—Magia —respondió Blair, con una risilla—. No, es una inteligencia artificial que ha aprendido los rasgos de la obra de Rossetti. Hay apps para el móvil que te transforman una foto en lo que quieras.

—¿Una inteligencia artificial? —preguntó él, con el ceño fruncido—. ¿Se podía tener una artificial todo este tiempo y yo he estado usando la mía?

Blair le dio un codazo.

—Hagámonos otra foto. Sales un poco triste.

Tardaron unos segundos en elegir otra postura. Empezaba a hacer calor en el interior de la cabina, y el espacio era tan reducido que sus costados estaban completamente pegados el uno al otro. Se movieron para posar, riéndose cuando se chocaban sus brazos, y cuando la máquina hizo la cuenta atrás y llegó al 1, Fred se abalanzó a besar la mejilla de Blair por sorpresa.

El falso cuadro mostraba a una joven de cabello anaranjado con los ojos cerrados y una sincera sonrisa, y a un chico que besaba su mejilla y tomaba la otra con delicadeza para sujetarla en el sitio. La foto se imprimió con un efecto que hacía parecer que volaban chispas doradas alrededor de la pareja. Blair se guardó esa foto en el primer cajón de su mesilla de noche, después de mirarla durante casi una hora.

Y pasó otra buena hora imaginándose cómo podía haber respondido a ese beso en la mejilla en lugar de con una risita nerviosa. Antes de quedarse dormida, pensó que podría haberle respondido con un beso en los labios.

Flair <3

Capítulo cinco y ya los tengo así. Si es que si ya saben cómo me pongo, ¡para qué me invitan!

Tengo poco que decir y +1000 de cosas por hacer, pero no podía no subir, aunque este capítulo haya llegado más tarde de lo acostumbrado.

Gracias por leer ❤️

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