·20·


«I remembered that the real world was wide, and that a varied field of hopes and fears, of sensations and excitements, awaited for those who had the courage to go forth into its expanse, to seek real knowledge of life amidst its perils.»

Charlotte Brontë, Jane Eyre

Blair Nightingale se dio cuenta de algo sumamente importante aquel 20 de octubre, sentada en una silla de madera en el apartamento que había sobre Sortilegios Weasley, en el nº 93 del Callejón Diagon.

Se dio cuenta, en primer lugar, de que la soledad no era su mejor amiga. Que no quería pasar ni un solo segundo más de su vida como ella misma como única compañía, cuando había tanto ahí fuera por descubrir, por ver, por disfrutar. No quería perderse nada de un mundo que estaba lleno de magia.

En segundo lugar, se dio cuenta de que salir de su zona de confort y aislamiento la había llevado a conocer a personas sumamente maravillosas que habían llenado sus días de ilusión. Y la primera de todas esas personas no había sido otra que el mismísimo dueño de aquel apartamento en el Callejón Diagon que la había guiado de la mano hacia la fuente de toda aquella felicidad.

Mentira, no eran solo dos cosas las que Blair había descubierto. Eran tres, en total. La tercera de todas ellas, y la más esclarecedora de todas, era la que hacía que su corazón retumbara de felicidad en el pecho.

Blair Nightingale se había dado cuenta de que estaba irremediablemente enamorada de Fred Weasley.

Se cercioró de ello cuando lo escuchó terminar de relatar aquella historia sobre cómo se habían conocido, hablando con recelo y el fantasma de una sonrisa que no sabía si debía o no dejar salir. Había aprovechado que él hablaba para observar su rostro y deleitarse en lo familiar que se había vuelto para ella el movimiento de sus cejas al expresarse y la manera en la que se pasaba la mano por el cabello para llenar los silencios.

Lo supo porque estaban separados por una tabla de madera que conformaba la mesa y le parecía un tremendo obstáculo que la alejaba de sus brazos, de sus manos, de su pecho, sobre el que quería tumbarse de nuevo para escuchar su corazón latir bajo la piel. La voz de la ansiedad la intentaba sacar de su sopor de enamorada para hacerla entrar en razón:

Te mintió.

Usó la magia sobre ti.

Casi te ataca una bestia por su culpa.

Blair desechó esos pensamientos como si fueran moscas de lo más molestas. Le dio igual. Con él había visto cosas mucho más maravillosas que molestas moscas. Había visto luciérnagas, chispas de luz que iluminaban todo lo que envolvía a Fred: sus amigos, que lo querían con todas sus fuerzas, su humilde familia que la había acogido con los brazos abiertos, su tienda, llena de color, de alegría, de vida.

Fred había mentido para proteger todo eso. Había esperado hasta que todo estuviera seguro para volver a conocerla.

—Mantuviste tu promesa. Me encontraste y me volviste a conocer.

Fred asintió. Volvió a pasarse la mano por el pelo por los nervios, y Blair dejó escapar todo el aire, intentando asimilar en un breve espacio de tiempo lo que normalmente le costaría varios días entender y procesar.

—¿Qué pasó con ese hombre?

—Está en una prisión de máxima seguridad —desveló Fred con tono grave—. Lo encarcelaron en julio, por fin.

Esta vez fue el turno de Blair de asentir. Se quedó mirándolo unos segundos, cavilando sus siguientes palabras.

—¿Puedo recordarlo? ¿Me puedes devolver el recuerdo de esa noche?

Fred se levantó con reticencia y anduvo hasta el sofá. Blair divisó por fin su varita, entre los pliegues de una manta. Blair se levantó también de su asiento, guiada por la curiosidad y por las ansias de hacer otra cosa que estar sentada de brazos cruzados. Fred se acercó y se la tendió como si fuera un objeto cualquiera. Blair la tomó entre sus manos y la admiró, maravillada. No era un simple palo de madera. La empuñadura estaba tallada con esmero, y Blair pasó los dedos por los detalles, notando que los salientes estaban romos por el contacto con la piel de Fred desde hacía años. Aquel palo de madera era capaz de hacer cosas que a Blair se le hacían inimaginables. Miró a Fred y se corrigió.

Fred es capaz de hacer cosas inimaginables.

Fred hace magia.

Le devolvió la varita y cerró los ojos, esperando que él lanzara el hechizo.

—¿Estás segura?

Blair movió la cabeza para decir que sí con determinación. El único recuerdo que tenía de aquella noche era una fiesta terrible en la que todo olía mal, todos le caían peor y Darcie había desaparecido para desencadenar los que serían los peores meses de la vida de Blair. Si algo tenía claro, era que si había una sola forma de hacer que aquella última noche de ignorancia del porvenir fuera una noche mágica, lo necesitaba como el respirar.

Fred susurró una palabra en latín y Blair se quedó esperando notar algo. Una ráfaga de aire, o un cosquilleo en sus entrañas, pero nada. Siguió con los ojos cerrados, esperando, hasta que notó un suave roce de piel contra su frente. Blair se separó un solo segundo, aún sin atreverse a abrir los ojos. El impacto de los labios de Fred sobre su frente se había quedado grabado, como un tatuaje. Hizo memoria.

Y recordó a Fred entre toda la gente, brillante, bailando sin miedo al qué dirán, montando con ella un castillo de naipes, corriendo por las afueras de Londres mientras el aire salía en forma de nubecitas blancas de entre sus labios. Los ojos brillantes de chispas de fuegos artificiales, su mano cálida contra la suya, sobre el césped del parque. Su rostro triste al tener que decirle adiós, descompuesto por el miedo tras haberse enfrentado a su peor enemigo.

—¿Valió la pena? —susurró Blair, con los ojos cerrados.

—Le puse fin a esa historia, por fin —respondió Fred en un tono de voz similar—. Esa noche terminó esa pesadilla para nosotros y... empezó otra nueva historia para mí. Conocí a una chica amable, llena de vida, sarcástica... mil veces más inteligente que yo, preciosa.

Blair bufó. Notó que se le formaba un nudo en la garganta; una mezcla de vergüenza, nervios y pena. Ya no era esa chica vibrante de la que Fred hablaba.

—Y conté cada día para poder volver a verte. En cuanto se dictó la sentencia y pasé unos días con los míos, le hablé a Sam, pero tardó bastante en contestarme y... ahora sé por qué. Estaba preocupado por su prima y tenía otras cosas más importantes que hacer —suspiró, con pesar—. Y cuando te volví a ver... te noté distinta. Sabía que había ocurrido algo en esos ocho meses que te había hecho cambiar de algún modo, pero no sabía cómo preguntarlo. Sabía que me lo contarías si me conocías mejor, porque yo también quería contarte lo mío eventualmente.

Blair abrió los ojos. Fred tenía los suyos llenos de lágrimas, pero no había dejado que cayeran todavía.

—Me gustas mucho, Blair. Me gustas tanto que me da miedo este sentimiento tan fuerte y tan real y tan... —confesó, arqueando las cejas con temor—. Tan grande que, cuando te enteraste de la existencia de la magia a pesar de que yo no te dijera nada, sentí que era una especie de señal del destino. Ya lo pensé cuando apareció ese maldito hombre frente a tu casa, Blair, ¿qué probabilidad había?

Blair recordaba ahora que ese hombre había vagado por su barrio durante meses antes de que Fred lo reconociera. Fred tenía razón: ¿qué probabilidad había de que se conocieran en una fiesta y él la acompañara a su casa y viera al vagabundo que llevaba unos días dando vueltas por la vecindad?

—Perdóname —suplicó Fred, tomando sus manos—. Perdóname por haber fingido no saber nada estos meses, y por haberte llevado a ese bosque y pensar que ya no había peligro. Perdóna...

—No tengo nada que perdonarte, Fred —susurró ella. Soltó su mano para acercarla a su rostro y acariciar su mejilla. Retiró un par de lágrimas con el paso de su dedo—. Tengo mucho que agradecerte.

—Pero...

—Shh... —Blair lo acalló—. ¿No más secretos?

Fred tomó su mano entre las suyas y se la llevó a los labios para depositar un beso.

—No más secretos.

Blair lo miró, abrumada. También se le llenaron los ojos de lágrimas, pero se había prometido no llorar. Sonrió al verlo. El corazón le dio un brinco de pura felicidad. Ya no tenía sentido fingir que no quería pasar cada segundo de aquel día con él. Hacerlo era engañarse a sí misma, mentirse, negarse la poca felicidad que la vida estaba dispuesta a brindarle.

Así que se puso de puntillas, le miró con una pregunta en los ojos y él se la respondió juntando sus labios con los suyos. A Blair la embargó una sensación de que el mundo daba mil vueltas a su alrededor mientras que ellos se quedaban estáticos, piel con piel, abrazados mientras todo se desmoronaba.

Fred recogió su rostro entre sus manos para profundizar el beso, acariciando su mentón con los pulgares. A medida que el beso se intensificaba, Blair sintió que sus barreras mentales se caían una tras otras. Nada importaba más que el suave roce de los dedos de Fred sobre su rostro, que las manos de ella aferrando su jersey con una mezcla de desesperación y deseo. Sus labios se movían en perfecta armonía, explorando cada rincón con urgencia y anhelo.

Blair se separó con un chasquido de su lengua y movió las manos hacia la cintura de Fred. Sin pensarlo demasiado, trató de quitarle el jersey. Fred miró el movimiento y luego buscó otra respuesta en su mirada. Blair asintió con urgencia, sin querer decir con palabras lo que su cuerpo pedía con desesperación.

Le quitó el jersey y la camisa al mismo tiempo y depositó un beso sobre su clavícula y su cuello y el espacio bajo su oreja izquierda. Acarició la piel desnuda de su cintura y sonrió ligeramente cuando Fred se retorció por el roce. Aquello debió de encender algo en él, puesto que respondió con un leve gruñido antes de tomar a Blair en brazos y sentarla sobre la mesa del comedor.

Devoró esta vez él su cuello. Blair introdujo los dedos entre los mechones de su pelo y se dejó besar, apresando su labio inferior entre los dientes para no susurrar, o gritar, o reír de pura felicidad. Fred, sin embargo, decidió hablar.

—Por Morgana, Blair. Por Godric, me gustas demasiado —se lamentó, apartándose un solo segundo de su cuello para mirarla a los ojos y decirlo con sinceridad. Depositó un beso sobre sus labios—. No quiero que esto termine, no quiero que se acabe o que termine fastidiándolo todo y...

—Eso no va a pasar —prometió Blair, sin ningún fundamento. Le dio otro beso para sellarlo como si fuera una promesa—. No va a pasar, te lo prometo.

Y se desabotonó los primeros botones del vestido. La prenda estaba atada por una hilera de botones que iban desde el cuello hasta el final del vestido, y tras recibir la invitación, Fred fue desabotonándolos uno a uno, besando cada centímetro de piel que quedan descubierta con cada movimiento.

Blair se retiró las mangas del vestido y quedó en ropa interior, mirándolo con una valentía que no sabía que tenía. Ya la había visto desnuda, en realidad. Ya la había visto alcanzar el orgasmo y sabía cómo sonaba su voz entrecortada y cómo sus ojos lo miraban con desesperación para que la ayudara a mantenerse en ese estado en el limbo entre el cielo y la tierra.

Fred la abrazó con ternura y besó sus mejillas. Susurró algo que Blair entendió como un halago. Algo similar a eres preciosa o eres hermosa o me vuelves loco, Blair Nightingale. Se dejó llevar en ese abrazo hasta la habitación de Fred. Estaba todo a oscuras hasta que Fred chasqueó los dedos y unos farolillos idénticos a los que decoraban la furgoneta de Charlie se encendieron sobre el cabecero de su cama. Blair los miró de reojo y luego sonrió.

—No tenían pilas, ¿verdad? Se encendían con magia. Por eso no encontraba el botón.

Fred asintió, con una sonrisa. La había depositado sobre la cama y él se había quitado los pantalones del pijama antes de tumbarse junto a ella. Blair, recostada sobre su espalda y sus codos, lo siguió mirando con inquisición.

—Y verdaderamente no tenías móvil.

Fred se rio, negando de un lado a otro.

—Me lo compré para poder escribirte.

Blair se sonrojó, pero se echó también a reír con incredulidad. Tenía muchas preguntas y poco tiempo para hacerlas, así que hizo la primera que se le ocurrió y tomó nota mental de guardar las otras para más adelante.

—¿Y por qué conoces a Sam? ¿Él sabe que...?

—Él es muggle, pero su novia es bruja, venía conmigo al colegio, aunque no era de mi curso. Él sabe acerca de la magia, y necesitábamos sus conocimientos muggles para hacer nuestros... productos.

Su mirada se deslizó a la mesilla de noche y Blair miró también. No había nada encima, pero se pudo imaginar lo que había en los cajones. Carraspeó. Fred la miró con una sonrisa y acarició su mejilla.

—Para otro día.

Blair asintió, antes de echarse a reír. Fred se relamió el labio inferior mientras la miraba. Acarició los rizos que enmarcaban su rostro y besó de nuevo su frente.

—Ah, y dragones.

—¿Qué?

—Los animales que cuida Charlie son dragones.

Blair ahogó un grito y abrió los ojos como platos.

—¿Existen los dragones?

—Y las sirenas.

Blair abrió la boca, intentando hacer otras veinte preguntas, todas a la vez, pero solo surgió un balbuceo sin demasiado sentido. Finalmente, con una sonrisa digna de una niña, pidió:

—¿Me llevarás a verlos?

Fred la besó, esta vez tomándose su tiempo. Se separó de nuevo y suspiró.

—Te llevaré a ver todo el mundo si me lo pides, Blair.

Aquella tarde el mundo que tenían por ver estaba entre cuatro paredes, sobre una colchón de 1,60 y contra un cabecero de madera que por suerte no chocaba contra la pared de la habitación. Blair se dejó llevar por la calidez de sus dedos en su interior, de sus labios en el lugar exacto, del movimiento correcto en el instante preciso. Se aferró al cabecero para dejarse llevar por su movimiento. Su otra mano se aferraba a su espalda, manteniéndolo bien pegado a ella, como si tuviera miedo de que fuera a desaparecer en cualquier momento. Apretó sus piernas alrededor de su cintura y sintió que el tiempo se detenía por unos instantes y solo estaban ellos dos en ese apartamento y que todo podía esperar un poquito.

Se colocó encima de él y dejó que Fred abrazara sus muslos y su cintura. Fred apoyó su espalda contra el cabecero y dejó que Blair tomara todas las decisiones. Que se meciera sobre su cuerpo y que arañara su piel cuando alcanzó el clímax. Que besara sus labios con demasiada fuerza cuando fue él quien lo alcanzó unos segundos más tarde.

Acariciaba su espalda desnuda unos minutos más tarde mientras descansaban sobre la cama sin deshacer. Blair confesó algo que no había dicho hasta aquel momento.

—Hoy es mi cumpleaños.

Fred se sobresaltó.

—¿Y por qué no has dicho nada?

—También es el de Darcie. Nacimos el mismo día.

Fred alzó las cejas.

—Qué casualidad. Mi mejor amigo y yo también nacimos el mismo día.

Fred se refería su hermano gemelo, por supuesto. Blair suspiró, con el clásico remolino de felicidad y tristeza que ya se le había hecho familiar dando vueltas en su interior. Se tomó unos segundos hasta que se bajó el ardor de vuelta a su estómago antes de hablar.

—Me gustaría presentártela, si quieres. Ella quiere amenazarte, o felicitarte. No sé cuál de las dos cosas.

Fred asintió.

—Será un honor ser amenazado por Darcie Brown.

Darcie Brown cumplió los veintidós años en casa, con sus padres, su gatita Morgana —le hacía gracia pensar que toda la comunidad mágica mencionaría a su gatita de manera diaria—, Jean, Blair, Fred y Hermione. La última había tejido dos enormes mantas, una para cada una de las amigas que cumplían años, conformadas por cuadros de lana que imitaban portadas de libros. También había llevado brownies, ya que a Darcie le habían encantado en su última visita.

El regalo de Fred fue, con la ayuda de Hermione, transportar a Darcie y a Blair hasta su tienda. Blair se desapareció pegada a Fred con un grito, que se transformó en un chillido de euforia al ver que, literalmente, se había teletransportado de un lugar a otro en cuestión de unos segundos. Fred le mostró a Darcie, con paciencia, todos y cada uno de los productos, porque verdaderamente era una persona curiosa y quería saberlo absolutamente todo. Blair, a su lado, comía golosinas mágicas y se reía al ver a su amiga tan, tan feliz. Llevaba el pelo de colores por un gorro mágico que se lo había puesto de ese color y, si sacaba la lengua, esta se extendía y se enrollaba como si fuera un matasuegras.

—¿Llegamos tarde a la fiesta?

George apareció por la puerta del negocio, seguido de Angelina, Alicia, Ginny, Fred y Ron. Sam y su novia no tardaron mucho en aparecer también. Darcie se presentó a todos los recién conocidos y los miró con detenimiento.

—Blair, desde luego tienes un tipo. ¡Pero mi pelirrojo es mucho más bonito que el de ellos!

De la tienda se desaparecieron hasta el prado frente a la casa de Fred. Alicia guió la desaparición de Darcie, pues sabía cómo llevarla sin alterarla demasiado. Se había quedado pálida tras la primera aparición desde su casa a Sortilegios Weasley, así que Alicia había tenido mucho cuidado para transportarla en aquella ocasión.

Se tumbaron sobre unas mantas que cubrían el césped, y Blair se apresuró a cubrir a su amiga con una de ellas para que no pasara frío. Darcie la miraba con los ojos brillantes por la felicidad. Hacía meses que no se divertía tanto, que no hablaba hasta quedarse con la voz ronca de tanto reír y bromear con gente de su edad. Blair no sabía qué le había dado Alicia antes de transportarla, pero las mejillas de Darcie estaban un poco más sonrosadas, y no parecía tan débil como antes.

No se hacía ilusiones; Theresa y Alicia le habían dicho que solo era un tratamiento paliativo que la ayudaría a pasar sus últimas semanas, o meses, no había forma de saberlo, sin tanto dolor y sufrimiento, pero Blair se alegraba verdaderamente de reconocer a su amiga de antes en la chica que tenía ahora a su lado.

—¿Hay más sorpresas? —preguntó Darcie, mirando a su alrededor.

Blair sacó de su bolsillo una carta. Darcie la reconoció al instante como su carta de despedida, que Blair solo debía leer una vez ella se hubiera ido para siempre. Darcie miró la carta sin comprender, pero Blair solo negó de un lado para otro, con los ojos también brillantes por la emoción.

—Querías leerla antes de tiempo para reprocharme si había alguna falta de ortografía, ¿a que sí, Bibi? Eres una pedante insoportable.

Pero le cayó una lágrima de felicidad, que quedó absorbida por el jersey de Blair cuando se abrazó a su amiga con fuerza. No se había ido todavía, y sin embargo, Blair ya empezaba a echarla de menos. Aspiró su olor, memorizando el perfume al detergente de su ropa y a la colonia de jazmín que seguía llevando desde los catorce años.

—Dijiste que querías que celebrara una nochevieja como dios manda, con chocolate y fuegos artificiales, que escuchara a Taylor, que fuera a bodas, que bailara... —dijo Blair, acomodando un mechón de pelo tras la oreja de Darcie—. Pero tenemos tiempo para hacer todo eso juntas, Darcie.

—¿Quién se casa?

George alzó la mano, y Angie, a su lado, le secundó, con una amplia sonrisa. Ante los ojos confusos de Darcie, la pareja apuntó hacia su ropa con la varita y esta se cambió por un esmoquin y un sencillo vestido blanco de novia. Darcie empezó a reírse, sin poder todavía creer lo que veían sus ojos.

—¿En serio os vais a casar ahora? —preguntó, abrumada.

—Bueno, no es del todo oficial, pero... así nos sirve para ensayar —respondió Angie, guiñándole el ojo—. Fred, ¿serías tan amable de oficiar la boda?

Fred se mordió el labio inferior, con una sonrisa.

—Nada me haría más ilusión.

George y Angelina se casaron con unos votos tan ridículos, claramente sarcásticos, que Blair no dejaba de reír, especialmente cuando Fred intervenía para añadir más detalles a las declaraciones de los amantes. Le preguntó a Angelina si aceptaba a su hermano, a pesar del olor de sus pies y de sus ronquidos, y luego le preguntó a George si querría a Angelina para siempre, a pesar de que tenía una manía que rozaba lo compulsivo con poner almohadones de diversos tamaños encima de su cama y de que siempre amaría el Quidditch por delante de él y de cualquier descendencia que pudieran tener.

Bailaron música de Taylor Swift para celebrar el estrafalario enlace de la pareja. Blair y Fred sostenían a Darcie entre los dos, haciéndola mecerse de un lado a otro, vibrante de felicidad y extasiada. Cantaron 22 hasta quedarse roncas, bromeando acerca del tiempo que habían esperado cumplir los veintidós para poder apropiarse de aquella canción.

Y entre todos, contaron hasta 0 para iniciar un nuevo año falso que empezaba un 20 de octubre cualquiera. El cielo, entonces, se iluminó de cientos de colores. Los fuegos artificiales iluminaban el espacio sobre sus cabezas, haciendo que Blair se quedara boquiabierta ante aquel esplendor. Observó a su amiga avanzar a paso lento sobre la hierba, mirando embobada los castillos explotar y brillar en el horizonte.

Blair notó unos brazos sosteniéndola desde atrás, abrazándola y dejando que ella apoyara su peso contra su pecho. Fred depositó un beso sobre su mejilla y le susurró un primer te quiero. Prematuro, arriesgado, pero certero. Directo a su corazón, lleno de parches y grietas. Sintió que este se iluminaba por fin con una luz que no había brillado jamás en su interior. Apretó la mano de Fred que sostenía su cadera para hacerle saber que era un sentimiento recíproco.

Blair observó el cielo con los ojos llenos de lágrimas. Las brillantes chispas de todos los colores, ligeramente difusas y borrosas por las lágrimas, le parecieron el cielo más reluciente y hermoso que había visto jamás. Le recordaron inevitablemente al rostro de su amiga, surcado de pecas anaranjadas. Sintió que el recuerdo de su amiga la acompañaría por siempre, imborrable y permanente, esculpido en lo más profundo de su alma. Un recuerdo eterno de lo que la vida le había arrebatado.

Pero entonces recordó que aquel cielo que ahora estaba surcado de chispas, normalmente estaba plagado de estrellas, y aunque a veces no pudiera verlas, estas estaban siempre ahí, desde la lejanía, cuidando de ella en los momentos más inciertos, igual que Darcie había prometido cuidarla siempre desde el más allá.

Blair Nightingale pensó entonces que, mientras hubiera estrellas en el cielo, en realidad, ella nunca, jamás, estaría sola.

Su recuerdo siempre la acompañaría.


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