Capítulo XXXVIII
Me volteo de golpe; viene de mi izquierda, así que no lo oigo muy bien, y la voz es ronca y débil, aunque tiene que ser Matteo. ¿Qué otra persona me llamaría preciosa en este lugar? Recorro la orilla con la mirada, pero nada, sólo barro, plantas y la base de las rocas.
-¿Matteo? -susurro-. ¿Dónde estás? -No me responde. ¿Me lo he imaginado? No, estoy segura de que era real y de que estaba cerca-. ¿Matteo? -Me arrastro por la orilla.
-Bueno, no me pises.
Retrocedo de un salto, porque la voz viene del suelo, pero sigo sin verlo. Entonces abre los ojos, de ese color chocolate entre el lodo marrón y las hojas verdes. Ahogo un grito y me recompensa con la fugaz visión de sus dientes blancos al reírse.
Es lo último en camuflaje; Matteo tendría que haberse olvidado del lanzamiento de pesas y haberse dedicado a convertirse en árbol en plena sesión privada con los Vigilantes. O en canto rodado. O en una orilla embarrada llena de malas hierbas.
-Cerra otra vez los ojos -le ordeno. Lo hace, y también la boca, y desaparece por completo. La mayor parte de lo que creo que es su cuerpo está debajo de una capa de lodo y plantas. La cara y los brazos están tan bien disfrazados que resultan invisibles. Me arrodillo a su lado-Jamas crei ver al chico fresa con barro en su perfecto rostro
-Nunca subestimes a un moribundo cuando se trata de utilizar su ultima defensa.
-No te vas a morir.
-¿Y quién lo dice? -Tiene la voz muy ronca.
-Yo lo digo.
-¿Quien es la fresa ahora, eh?
-Seguis siendo vos. Ahora estamos en el mismo equipo.
-Eso escuche -responde, abriendo los ojos-. Muy amable por tu parte venir a buscar lo que queda de mí.
-¿Te cortó Carter? -le pregunto, sacando la botella para darle un poco de agua.
-Pierna izquierda, arriba.
-Vamos a meterte en el arroyo para que pueda lavarte y ver qué tipo de heridas tenes
-Primero, acércate un momento, que tengo que decirte una cosa. --Me inclino sobre él y acerco el oído bueno a sus labios, que me hacen cosquillas cuando me susurra:- Recorda que soy tu ángel guardian, así que podrías peinarme las plumas cuando quieras.
-Gracias -respondo, rodando los ojos, pero sin poder evitar reírme-. Lo tendré en cuenta.
Al menos es capaz de bromear. Sin embargo, cuando empiezo a ayudarlo a llegar al arroyo, toda la ligereza desaparece. Está a poco más de medio metro. ¿Tan difícil va a ser? Pues sí, porque me doy cuenta de que no puede moverse ni un centímetro él solo; está tan débil que su única ayuda consiste en dejarse llevar. Intento arrastrarlo, pero, a pesar de que sé que hace todo lo posible por estarse quieto, se le escapan algunos gritos de dolor. El lodo y las plantas parecen haberlo atrapado y, al final, tengo que dar un enorme tirón para arrancarlo de sus garras. Sigue a medio metro del agua, tumbado, con los dientes apretados y las lágrimas abriéndole surcos en la porquería de la cara.
-Mira, Matteo, voy a hacerte rodar hasta el arroyo. Acá es poco profundo, ¿ok?
-Fantástico -responde.
Me agacho a su lado. Pase lo que pase, me digo, no pararé hasta que esté en el agua.
-A la de tres -le aviso-. ¡Una, dos y tres! -Sólo consigo que ruede una vuelta completa antes de pararme, por culpa de los horribles sonidos que está haciendo. Ahora está al borde del agua, quizá sea mejor así-. Ok, cambio de planes: no voy a meterte dentro del todo -le digo. Además, si lo consigo, quién sabe si después podré sacarlo.
-¿Nada de rodar?
-Nada. Vamos a limpiarte. Vigila el bosque por mí, ¿de acuerdo?
No sé por dónde empezar: está tan cubierto de lodo y hojas apelmazadas que ni siquiera le veo la ropa..., si es que la lleva puesta. La idea me hace vacilar un momento. Jamas vi a ningún chico desnudo y la verdad, me incómoda la idea, pero luego me doy cuenta de que en el estado en el que esta Matteo, debería hacer un pequeño sacrificio. Ademas, los cuerpos desnudos no importan mucho en el estadio, ¿verdad?
Tengo tres botellas de agua; las apoyo en las rocas del arroyo para que, mientras dos se llenan, pueda vaciar la tercera sobre Matteo. Tardo un rato, pero al final quito el barro suficiente para encontrar su ropa. Le bajo la cremallera de la chaqueta con mucho cuidado, le desabrocho la camisa y le quito las dos cosas. La camiseta interior está tan pegada a las heridas que tengo que cortarla con mi cuchillo y volver a mojarlo para soltarla. Está muy magullado, tiene una larga quemadura en el pecho y cuatro picaduras de rastrevíspula, contando con la de la oreja. Sin embargo, me siento un poco mejor, porque esas cosas puedo arreglarlas. Decido ocuparme primero de su torso, aliviar parte del dolor antes de encargarme de lo que le haya hecho Carter a su pierna.
Como tratarle las heridas no tiene mucho sentido si está tumbado en un charco de barro, lo apoyo como puedo en un canto rodado. Se queda ahí sentado, sin quejarse, mientras le lavo la tierra del pelo y la piel. Está muy pálido a la luz del sol y ya no parece fuerte y atractivo. Le saco los aguijones de las picaduras, lo que le arranca una mueca, pero, en cuanto aplico las hojas, suspira de alivio. Mientras se seca al sol, lavo la camisa y la chaqueta, que están asquerosas, y las coloco sobre las piedras. Después le pongo la crema para las quemaduras en el pecho. Entonces me doy cuenta de lo caliente que tiene la piel. La capa de lodo y las botellas de agua habían ocultado el hecho de que está ardiendo de fiebre. Rebusco en el botiquín de primeros auxilios que le quité al chico del Distrito 1 y encuentro píldoras para reducir la temperatura.
-Tragate esto -le digo, y él se toma la medicina como un chico obediente-. Debes de tener hambre.
-La verdad es que no. Qué raro, llevo días sin tener hambre -responde Matteo.
De hecho, cuando le ofrezco ganzo, arruga la nariz y da vuelta la cara. Entonces me doy cuenta de lo enfermo que está.
-Matteo, tenes que comer algo -insisto.
-Sólo servirá para que lo vomite, y ya estuve cerca de muchas cosas asquerosas como para agregar otra mas. -Lo único que consigo es obligarlo a comer unos trocitos de manzana desecada-. Gracias. Estoy mucho mejor, de verdad. ¿Puedo dormir un poco, Nina?
-Dentro de un momentito -le prometo-. Primero tengo que mirarte la pierna.
Con todo el cuidado del mundo, le quito las botas, los calcetines y después, centímetro a centímetro, los pantalones (puedo sentir mis mejillas arder al hacerlo). Veo el corte que ha hecho la espada de Carter en la tela sobre el muslo, pero eso no me prepara de ninguna manera para lo que hay debajo. El profundo tajo inflamado larga sangre y pus, la pierna está hinchada y, lo peor de todo, huele a carne podrida.
Quiero huir, desaparecer en el bosque y tragar alguna baya venenosa, quizás asi se me vaya esta imagen de la cabeza. Sin embargo, acá no hay nadie más que yo; intento mantenerme serena a pesar de mis deseos de escapar.
-Bastante feo, ¿eh? -dice Matteo, que me observa con atención.
-Regular -respondo, encogiéndome de hombros como si no fuese gran cosa-. Lo primero es limpiarla bien.
Le deje puestos los calzoncillos porque no tienen mala pinta y no quiero pasarlos por encima del muslo herido; bueno, ok, y también porque la idea de que esté desnudo me incomoda. Coloco mi trozo de plástico debajo de él para poder lavarlo del todo. Con cada botella que le echo encima, peor aspecto tiene la herida. El resto de su mitad inferior está bastante bien, sólo una picadura de rastrevíspula y unas cuantas quemaduras pequeñas que le trato rápidamente. Por otro lado, el corte de la pierna..., ¿cómo demonios voy a curarlo? Puede que viva leyendo libros de supervivencia, psicología, astronomía y esas cosas, pero jamas estudie como tratar una herida de esta gravedad.
-¿Por qué no lo dejamos un momento al aire y...?-dejo la frase sin acabar.
-¿Y después lo curas? -responde Matteo. Es como si sintiera pena por mí, como si supiera lo perdida que estoy.
-Eso. Mientras tanto, comete esto.
Le pongo unas peras secas partidas por la mitad en la mano y vuelvo al arroyo a lavarle el resto de la ropa.
Una vez la tengo puesta a secar, examino el contenido del botiquín; son cosas bastante básicas: vendas, píldoras para la fiebre, medicinas para el dolor de estómago. Nada del calibre de lo que necesito para curarlo.
-Vamos a tener que experimentar -admito.
Sé que las hojas para las rastrevíspulas acaban con la infección, así que empiezo por ellas. A los pocos minutos de apretar la sustancia verde masticada en la herida, el pus empieza a bajarle por la pierna. Me digo que es buena señal y me muerdo con fuerza el interior de la mejilla, porque estoy a punto de vomitar el desayuno.
-¿Nina? -dice Matteo. Lo miro a los ojos y sé que debo de tener la cara verde-. ¿Y ese peinado? -Sacude un poco su espalda como si estuviera agitando unas alas. Me echo a reír, porque todo esto es tan asqueroso que no puedo soportarlo-. ¿Va todo bien? -me pregunta, en un tono más inocente de lo normal.
-Es que..., es que no se me dan bien estas cosas. No tengo ni idea de qué estoy haciendo y odio el pus. ¡Puaj! -Me permito exclamar mientras limpio la primera ronda de hojas y aplico la segunda-. ¡Puaaaaj!
-¿Cómo pudiste cazar todo este tiempo?
-Créeme, matar animales es mucho más sencillo que esto. Aunque, por lo que sé, podría estar matándote.
-¿Puedes darte un poco más de prisa?
-No. Cerra el pico y comete las peras.
Después de tres aplicaciones y de lo que parece un cubo entero de pus, la herida tiene mejor aspecto. Como la inflamación ha bajado un poco, veo la profundidad del corte de Carter: llega hasta el hueso.
-¿Y ahora qué, doctora Simonetti? -pregunta Matteo.
-Puedo ponerle un poco de pomada para las quemaduras. Creo que ayudaría con la infección. ¿Lo vendo? -Lo hago y todo parece mucho más manejable cuando está cubierto de algodón blanco y limpio, aunque, comparado con la venda estéril, el borde de sus calzoncillos parece sucio y lleno de bacterias. Agarro mi mochila y tomo el saco de dormir que Lucy se empeño en que me lo llevara yo-. Toma, cubrite con esto y te lavo los calzoncillos.
-Oh, no me importa que me veas.
-Pero a mi si, así que callate y hacelo.
-A sus ordenes, jefa -dice con un tono burlón haciéndome rodar los ojos.
Me doy vuelta y miro el arroyo hasta que los calzoncillos caen en la corriente. Debe de sentirse un poco mejor si es capaz de lanzarlos.
-¿Sabes? Para ser que estas acá dentro y mataste a vatios animales, me sorprende que sigas siendo tan vergonzosa -dice Matteo mientras le lavo la ropa interior entre dos piedras-. Ojalá te hubiera dejado darle la ducha a Germán.
-¿Qué te ha enviado hasta ahora? -le pregunto, arrugando la nariz al recordar la escena.
-Nada de nada. -De repente, se da cuenta de algo y hace una pausa-. ¿Por qué? ¿A vos sí?
-La medicina para las quemaduras --respondo con timidez.
-Siempre supe que eras su favorita.
-No digas tonterías, si ni siquiera soporta estar en la misma habitación que yo.
-No soporta esta con la nueva Nina, porque a la antigua la habría adorado -murmura Matteo, aunque no le hago caso, porque no es momento para ponerme a analizar lo que dijo.
Dejo que Matteo se adormile mientras se le seca la ropa, pero, a última hora de la tarde, me da miedo que siga, así que le sacudo un poco el hombro.
-Matteo, tenemos que irnos ya.
-¿Irnos? -pregunta, como si estuviera aturdido-. ¿Adonde?
-Lejos de acá. Quizás arroyo abajo, a algún lugar en el que podamos escondernos hasta que te pongas más fuerte. -Lo ayudo a vestirse y le dejo los pies descalzos para caminar por el agua; después lo levanto. Se queda pálido en cuanto apoya peso en la pierna-. Vamos, podes hacerlo.
Pero no puede; al menos, no por mucho tiempo. Recorremos cincuenta metros aguas abajo, él apoyado sobre mi hombro, y me doy cuenta de que va a desmayarse. Lo siento en la orilla, le pongo la cabeza entre las rodillas y le doy unas palmaditas torpes mientras examino la zona.
Aunque está claro que me encantaría subirme a un árbol, no puede ser. Por otro lado, la cosa podría estar peor: hay algunas rocas que forman unas pequeñas estructuras similares a cuevas. Elijo una que está unos veinte metros por encima del arroyo. Cuando Matteo logra volver a levantarse, lo llevo medio a rastras hasta la cueva. La verdad es que me gustaría buscar un sitio mejor, pero habrá que conformarse con éste, porque mi aliado está rendido: cara blanca como la cal, jadeos y, aunque acaba de empezar a refrescar un poco, él tiembla.
Cubro el suelo de la caverna con una capa de agujas de pino, desenrollo el saco de dormir y lo meto dentro. Le doy un par de píldoras con agua cuando está despistado, pero se niega a comer, ni siquiera admite la fruta. Después se queda tumbado y me mira fijamente, y yo fabrico una especie de cortina con vides para ocultar la entrada. El resultado no es satisfactorio; un animal no lo miraría dos veces, pero un humano notaría en seguida que es artificial. La rompo en pedazos, frustrada.
-Nina -me llama. Me vuelvo y le aparto el pelo de los ojos-. Gracias por encontrarme.
-Vos lo habrías hecho de ser al contrario -respondo.
Tiene la frente ardiendo, como si la medicina no tuviera efecto. De repente, sin más, me asusta que se muera.
-Sí. Mira, si no regreso... -empieza.
-No digas eso, no he sacado todo ese pus para nada.
-Lo sé, pero, por si acaso... -intenta seguir.
-No, Matteo, ni siquiera quiero hablar del tema -insisto, poniéndole los dedos en los labios para callarlo.
-Pero... -lo interrumpo antes de que siga hablando.
-No te vas a morir. Te lo prohibo, ¿ok? -le digo mientras lo arropo con el borde del saco.
-Ok -susurra él.
------------------------------------------------------
Espero que les guste👌
Besooos💘
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top