Capítulo XXXII

El impacto con la dura tierra de la llanura me deja sin aliento, y la mochila no hace mucho por suavizar el golpe. Por suerte, el carcaj se me ha quedado colgado del codo, por lo que se libran tanto él como mi hombro; además, no he soltado el arco. El suelo sigue temblando por los estallidos, pero no los oigo, en estos momentos no oigo nada. Sin embargo, las manzanas deben de haber activado las minas suficientes y los escombros están disparando las demás. Consigo protegerme la cara con los brazos de una lluvia de trocitos de materia, algunos ardiendo. Un humo horrible lo llena todo, lo que no resulta muy adecuado para alguien que intenta recuperar la respiración.

Al cabo de un minuto, el suelo deja de vibrar, ruedo por el suelo y me permito un momento de satisfacción ante las ruinas ardientes de lo que antes fue la pirámide. Los monigotes no van a conseguir salvar nada.

«Será mejor que salga de aca, seguro que vienen corriendo», pienso.

Sin embargo, al ponerme de pie, me doy cuenta de que escapar no va a ser tan fácil. Estoy mareada, no sólo algo tambaleante, sino con un mareo de esos que hacen que los árboles te den vueltas alrededor y la tierra se mueva bajo los pies. Doy unos pasos y, de algún modo, acabo a cuatro patas. Espero unos minutos a que se me pase, pero no se me pasa.

Empieza a entrarme el pánico. No debo quedarme aca, la huida resulta indispensable, pero no puedo ni andar, ni oír. Me llevo una mano a la oreja izquierda, la que estaba vuelta hacia la explosión, y veo que se mancha de sangre. ¿Me quede sorda? La idea me asusta. En cualquier caso, no dejaré que se me note el miedo; estoy completa y absolutamente segura de que me están sacando en directo en todas las pantallas de televisión del país.

«Nada de rastros de sangre», me digo, y consigo ponerme la capucha y atarme el cordón bajo la barbilla con unos dedos que no se puede decir que ayuden mucho. Eso servirá para absorber un poco de sangre. No puedo caminar, pero ¿puedo arrastrarme? Intento avanzar; sí, si voy muy despacio, puedo arrastrarme. Casi todas las zonas del bosque resultarían insuficientes para ocultarme. Mi única esperanza es llegar al bosquecillo de Lucy y ocultarme entre la vegetación. Si me quedo acá, a cuatro patas, en campo abierto, no sólo me van a matar, sino que Carter se asegurará de que sea una muerte lenta y dolorosa. La mera idea de que mi familia y amigos lo vean todo hace que me dirija obstinadamente, centímetro a centímetro, a mi escondite.

Otro estallido me hace caer; una mina alejada que se habrá disparado al caerle encima una caja. Pasa otras dos veces más, lo que me recuerda a los últimos granos que saltan cuando papa y yo hacemos pochoclos en la chimenea.

Decir que lo consigo en el último momento es decir poco: justo cuando llego a rastras hasta el enredo de arbustos al pie de los árboles, aparece Carter en el llano, seguido de sus compañeros. Su rabia es tan exagerada que podría resultar cómica (así que es cierto que la gente se tira de los pelos y golpea el suelo con los puños...), si no supiera que iba dirigida a mí, a lo que les hice. Si a eso le añadimos que estoy cerca y que no soy capaz de salir corriendo, ni de defenderme, lo cierto es que estoy aterrada. Me alegro de que mi escondite no permita a las cámaras verme de cerca, porque estoy mordiéndome las uñas como loca, arrancándome los últimos trocitos de esmalte para que no me castañeteen los dientes.

El chico del Distrito 3 estuvo tirando piedras al destrozo y debe de haber concluido que se activaron todas las minas, porque los monigotes se acercan.

Carter termino con la primera fase de su rabieta y descarga su ira en los restos quemados, dándoles patadas a los contenedores. Los otros tributos examinan el desastre en busca de algo que pueda salvarse, pero no hay nada. El chico del Distrito 3 hizo su trabajo demasiado bien; a Carter debe de habérsele ocurrido la misma idea, porque se vuelve hacia el chico y parece gritarle. El pobre sólo tiene tiempo de volverse y empezar a correr antes de que Carter lo agarre por el cuello desde atrás. Veo cómo se le hinchan los músculos de los brazos mientras sacude la cabeza del chico de un lado a otro.

Así de rápida es la muerte del chico del Distrito 3.

Los otros dos monigotes parecen intentar calmar a Carter. Me doy cuenta de que él quiere volver al bosque, pero ellos no dejan de señalar al cielo, lo que me desconcierta, hasta que me doy cuenta.

«Claro, creen que el que provoco las explosiones está muerto.»

No saben lo de las flechas y las manzanas. Dieron por sentado que la trampa estaba mal y que el tributo que la activó volo en pedazos. El cañonazo podría haberse perdido fácilmente entre los estallidos. Los restos destrozados del ladrón se los habría llevado un aerodeslizador. Los tributos se retiran al otro lado del lago para dejar que los Vigilantes se lleven el cadáver del chico del Distrito 3. Y esperan.

Supongo que se oye un cañonazo, porque aparece un aerodeslizador y se lleva al chico muerto. El sol se pone en el horizonte. Cae la noche. En el cielo veo el sello y sé que debe de haber empezado el himno. Un momento de oscuridad y después ponen la imagen del chico del Distrito 3; también la del chico del Distrito 10, que debe de haber muerto esta mañana. Después reaparece el sello. Bueno, ya lo saben, el saboteador sobrevivió. A la luz del sello veo que Carter y la chica del Distrito 2 se ponen las gafas de visión nocturna. El chico del Distrito 1 prende una rama de árbol a modo de antorcha, lo que ilumina sus rostros lúgubres y decididos. Los monigotes vuelven a los bosques para cazar.

El mareo ha remitido y, aunque el oído izquierdo sigue sordo, puedo oír un zumbido en el derecho; buena señal. Sin embargo, no tiene sentido salir de aca, en la escena del crimen estoy todo lo segura que puedo estar. Seguro que piensan que el saboteador les lleva dos o tres horas de ventaja. De todos modos, pasa un buen rato hasta que me arriesgo a moverme.

Lo primero que hago es sacar mis gafas y ponérmelas, lo que me relaja un poco, porque así, al menos, cuento con uno de mis sentidos. Bebo un poco de agua y me lavo la sangre de la oreja. Como me da miedo que el olor a carne atraiga a depredadores no deseados (ya es bastante malo que huelan la sangre fresca), me alimento con los vegetales, raíces y bayas que Lucy y yo recogimos esta mañana.

¿Dónde está mi pequeña aliada? ¿Habrá conseguido llegar al punto de encuentro? ¿Estará preocupada por mí? Al menos, el cielo dejo claro que las dos seguimos vivas.

Cuento con los dedos los tributos que quedan: el chico del 1, los dos del 2, la Comadreja, los dos del 11 y el 12. Sólo ocho; las apuestas deben de estar poniéndose interesantes en el Capitolio, seguro que estarán emitiendo reportajes especiales sobre todos nosotros, y probablemente entrevisten a nuestros amigos y familiares. Estamos los dos tributos del 12, aunque, por lo que dijo Carter, Matteo no durará. Tampoco es que importe mucho lo que diga Carter. ¿Acaso no acaba de perder toda su reserva de provisiones?

«Que empiecen los Juegos del Hambre, Carter -pienso- Que empiecen de verdad.»





















------------------------------------------------------

Maratón 3/5

(Le agregué un capitulo mas al maratón porque era necesario ahre💘)

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top