Capítulo XXXI
Una vez en el arroyo, no hay más que seguir su curso colina abajo hasta el lugar en que empecé a recorrerlo, después del ataque de las avispas. Tengo que moverme con precaución por el agua, porque no dejo de hacerme preguntas sin respuesta, la mayoría sobre Matteo. Esta mañana sono un cañonazo. ¿Era para anunciar su muerte? Si es así, ¿cómo murió? ¿A manos de un monigote? ¿Y habrá sido para vengarse de que me dejara escapar? Intento recordar de nuevo aquel momento junto al cadáver de Brooke, cuando apareció entre los árboles. Sin embargo, el hecho de que estuviera brillando me hace dudar de todo lo que sucedió.
Tardo pocas horas en llegar a la zona poco profunda donde me bañé, lo que significa que ayer tuve que moverme muy despacio. Hago un alto para llenar la botella de agua y añado otra capa de barro a la mochila, que parece decidida a seguir siendo naranja, independientemente de la cantidad de camuflaje que le ponga.
Mi proximidad al campamento de los monigotes hace que se me agudicen los sentidos y, cuanto más me acerco a ellos, más alerta estoy; me detengo con frecuencia para prestar atención a ruidos extraños, con una flecha preparada en la cuerda del arco. No veo a otros tributos, pero sí que descubro algunas de las cosas que menciono Lucy: arbustos de bayas dulces; otro con las hojas que me curaron las picaduras; grupos de nidos de rastrevíspulas cerca del árbol en el que me quedé atrapada; y, de cuando en cuando, el parpadeo blanco y negro del ala de lo qje supongo es un sinsajo en las ramas que tengo encima.
Llego al árbol que tiene el nido abandonado en el suelo y me detengo un momento para reunir valor. Lucy me dio instrucciones específicas para llegar desde este punto al mejor escondite para espiar el lago. «Recorda -me digo-, tenes que hacerlo»
Agarro el arco con decisión y sigo adelante. Llego hasta el bosquecillo del que me hablo Lucy y, de nuevo, admiro su astucia: está justo al borde del bosque, pero el frondoso follaje es tan espeso por abajo que puedo observar fácilmente el campamento de los monigotes sin que ellos me vean. Entre nosotros está el amplio claro en el que comenzaron los juegos.
Hay cuatro tributos: el chico del Distrito 1, Carter y la chica del Distrito 2, y un chico escuálido y pálido que debe de ser del Distrito 3. No me causó ninguna impresión durante el tiempo que pasamos en el Capitolio; no recuerdo casi nada de él, ni su traje, ni su puntuación en el entrenamiento, ni su entrevista. Incluso ahora que lo tengo sentado delante, jugueteando con una especie de caja de plástico, resulta fácil no hacerle caso al lado de sus compañeros, más grandes y dominantes. Sin embargo, algún valor tendrá para ellos, porque, si no, no se habrían molestado en dejarlo vivir. En cualquier caso, verlo sólo sirve para hacerme sentir más incómoda sobre los motivos de los monigotes para ponerlo de guardia, para no matarlo.
Los cuatro tributos parecen seguir recuperándose del ataque de las avispas. Aunque estoy un poco lejos, distingo los bultos hinchados de las picaduras gracias a los increíbles lentes de contacto que me pusieron para no cargar con mis lentes en el estadio. Seguramente no habrán tenido la sensatez necesaria para quitarse los aguijones o, si lo hicieron, no saben nada de las hojas curativas. Al parecer, las medicinas que encontraron en la Cornucopia no les sirvio de nada.
La Cornucopia sigue donde estaba, aunque sin nada en el interior. La mayoría de las provisiones, metidas en cajas, sacos de arpillera y contenedores de plástico, están apiladas en una ordenada pirámide a una distancia bastante cuestionable del campamento. Otras cosas se quedaron dispersas por el perímetro de la pirámide, como si imitaran la disposición de suministros alrededor de la Cornucopia al principio de los juegos. Una red cubre la pirámide en sí, aunque no le veo otra utilidad que alejar a los pájaros.
La configuración en su conjunto me resulta desconcertante. La distancia, la red y la presencia del chico del Distrito 3. Lo que está claro es que destruir estos suministros no va a ser tan sencillo como parece; tiene que haber otro factor en juego, y será mejor que me quede quieta hasta descubrir cuál es. Mi teoría es que la pirámide tiene algún tipo de trampa; se me ocurren pozos escondidos, redes que caen sobre los incautos o un cable que, al romperse, lanza un dardo venenoso directo al corazón. Las posibilidades son infinitas, claro.
Mientras le doy vueltas a mis opciones, escucho a Carter gritar algo. Está señalando al bosque, lejos de mí, y, sin necesidad de mirar, sé que Lucy habrá encendido ya la primera hoguera. Nos aseguramos de recoger la suficiente madera verde para que el humo se viera bien. Los monigotes empiezan a armarse de inmediato.
Se inicia una pelea; gritan tan fuerte que escucho que discuten si el chico del Distrito 3 debe quedarse o acompañarlos.
-Se viene. Lo necesitamos en el bosque y aquí termino su trabajo. Nadie puede tocar los suministros -dice Carter
-¿Y el ángel guardián? -pregunta el chico del Distrito 1.
-Ya te dije que te olvides de él. Sé dónde le di el corte. Es un milagro que todavía no se haya desangrado. De todos modos, ya no está en condiciones de robarnos.
Así que Matteo está en el bosque, malherido. Sin embargo, sigo sin saber qué lo llevó a traicionar a los monigotes.
-Vamos. -Insiste Carter, y le pasa una lanza al chico del Distrito 3; después se alejan en dirección a la fogata. Lo último que oigo cuando entran en el bosque es:- Cuando la encontremos, la mato a mi manera, y que nadie se meta.
Por algún motivo, dudo que se refiera a Lucy; no fue ella la que les tiró el nido encima.
Me quedo donde estoy una media hora, intentando decidir qué hacer con las provisiones. Mi ventaja con el arco y las flechas es la distancia, podría disparar sin problemas una flecha ardiendo a la pirámide (con mi puntería puedo meterla por uno de los agujeros de la red), pero eso no me garantiza que prenda. Lo más probable es que se apague sola y, entonces, ¿qué? No lograría nada y les habría dado demasiado información sobre mí; que estoy aca, que tengo un cómplice y que sé usar el arco con precisión.
No tengo alternativa: habrá que acercarse más y ver si descubro qué está protegiendo los suministros. De hecho, estoy a punto de salir al descubierto cuando un movimiento me llama la atención. A varios metros a mi derecha, veo a alguien salir del bosque. Durante un momento creo que es Lucy, hasta que reconozco a la chica con cara de comadreja (es la que no lograba recordar esta mañana), que se acerca a rastras al alijo. Cuando por fin decide que no hay peligro, corre hacia la pirámide dando pasitos rápidos. Justo antes de llegar al círculo de suministros que hay esparcidos alrededor, se detiene, mira por el suelo y coloca los pies con cuidado en un punto. Después se acerca a la pirámide dando unos extraños saltitos, a veces a la pata coja, otras balanceándose un poco y otras arriesgándose a dar unos cuantos pasos. En cierto momento se lanza por el aire por encima de un barrilito y aterriza de puntillas. Sin embargo, se ha dado demasiado impulso y cae hacia adelante, dando un chillido al tocar el suelo con las manos. Como ve que no pasa nada, se pone rápidamente de pie y sigue adelante hasta llegar a las cosas.
Por lo visto, tengo razón con respecto a las trampas, aunque parece algo más complicado de lo que me imaginaba. También tenía razón acerca de la chica: debe de ser muy astuta para haber descubierto el camino seguro hasta la comida y ser capaz de reproducirlo con tanta precisión. Se llena la mochila sacando algunos artículos de varios contenedores: galletas saladas de una caja, un puñado de manzanas de un saco de arpillera colgado en el lateral de un cubo. Procura no agarrar demasiado, para que nadie note que falta comida, para que nadie sospeche. Después repite su extraño baile hasta abandonar el círculo y sale corriendo de nuevo por el bosque, sana y salva.
Me doy cuenta de que tengo los dientes apretados por la frustración; la Comadreja me confirmo lo que ya suponía, pero ¿qué clase de trampa requerirá tanta destreza y tendrá tantos puntos de disparo? ¿Por qué chilló la chica cuando tocó el suelo con las manos? Cualquiera habría pensado..., entonces empiezo a entenderlo..., cualquiera habría pensado que iba a estallar.
-Está minado -susurro.
Eso lo explica todo: lo poco que les importaba a los monigotes dejar los suministros sin vigilancia, la reacción de la Comadreja, la participación del chico del Distrito 3. ¿Y de dónde los habrá sacado? ¿De las provisiones? No es el tipo de arma que suelen proporcionar los Vigilantes, ya que prefieren ver a los tributos destrozarse cara a cara. Salgo de los arbustos y me acerco a las placas metálicas redondas que suben a los tributos al estadio. Se nota que han escarbado el suelo a su alrededor para después volver a aplanarlo. Las minas se desactivan después de los sesenta segundos que tenemos que pasar encima de las plataformas, pero el chico del Distrito 3 debe de haber conseguido reactivarlas. Seguro que hasta los Vigilantes están sorprendidos.
Bueno, pues un hurra por el chico del Distrito 3, que fue capaz de superarlos, pero ¿qué hago yo? Está claro que no puedo meterme en ese laberinto sin acabar volando por los aires. En cuanto a lanzar una flecha ardiendo, sería una tontería. Las minas se activan con la presión, y no tiene que ser una presión muy grande.
¿Habrá puesto el chico del Distrito 3 las minas de forma que el estallido de una sola no afecte a las otras? Así se aseguraría de la muerte del invasor sin poner el peligro los suministros. Aunque sólo hiciera estallar una mina, seguro que los monigotes volverían corriendo por mí. De todos modos, ¿en qué estoy pensando? Está la red, precisamente colocada para evitar un ataque por el estilo. Además, lo que de verdad necesito es lanzar unas treinta rocas a la vez, disparar una reacción en cadena y destruirlo todo.
Vuelvo la vista atrás, hacia el bosque: el humo de la segunda fogata de Lucy sube por el cielo. Los monigotes deben haber empezado a sospechar que se trata de una trampa. Se me agota el tiempo.
Sé que todo esto tiene solución, y que sólo tengo que concentrarme a fondo. Me quedo mirando la pirámide, los cubos y las cajas, todo ello demasiado pesado como para derribarlo de un flechazo. Quizá alguno contenga aceite para cocinar; a punto de revivir la idea de la flecha ardiendo, me doy cuenta de que podría acabar perdiendo las doce flechas sin darle a un contenedor de aceite, ya que estaría tirando a ciegas. Estoy pensando en intentar recrear el camino de la Comadreja hacia la pirámide, con la esperanza de encontrar nuevas formas de destrucción, cuando me fijo en el saco de manzanas. Podría cortar la cuerda de un flechazo, como en el Centro de Entrenamiento. Es una bolsa grande, aunque puede que sólo dispare una explosión. Si pudiera soltar todas las manzanas...
Ya sé qué hacer. Me pongo a tiro y me doy un límite de tres flechas para conseguirlo. Coloco los pies con cuidado, me aislo del resto del mundo y afino la puntería. La primera flecha rasga el lateral del saco, cerca de la parte de arriba, y deja una raja en la arpillera. La segunda la convierte en un agujero. Veo que una de las manzanas empieza a tambalearse justo cuando disparo la tercera flecha, acierto en el trozo rasgado de arpillera y lo arranco de la bolsa.
Todo parece paralizarse durante un segundo. Después, las manzanas se esparcen por el suelo y yo salgo volando por los aires.
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Maratón 2/4
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