Capítulo XXX

Lucy decidió confiar en mí sin reservas. Lo sé porque, en cuanto se termina el himno, se acurruca a mi lado y se queda dormida. Yo tampoco recelo, ya que no tomo ninguna precaución especial. Si quisiera verme muerta, le habría bastado con desaparecer de aquel árbol sin avisarme de la presencia del nido de rastrevíspulas. Sin embargo, muy en el fondo de mi conciencia, noto la presión de lo obvio: no podemos ganar estos juegos las dos. En cualquier caso, como lo más probable es que no sobrevivamos ninguna, consigo no hacer caso a ese pensamiento. Además, me distrae mi última idea sobre los monigotes y sus provisiones. Lucy y yo debemos encontrar la forma de destruir su comida. Estoy bastante segura de que a ellos les costaría una barbaridad alimentarse solos.

Sin embargo, estoy demasiado cansada para empezar a tramar un plan detallado esta noche. Mis heridas están sanando, sigo un poco desorientada por culpa del veneno, y el calor de Lucy a mi lado, su cabeza apoyada en mi hombro, hacen que me sienta segura. Por primera vez, me doy cuenta de lo sola que me sentí desde que llegué al campo de batalla, de lo reconfortante que puede ser la presencia de otro ser humano. Me dejo vencer por el sueño y decido que mañana serán los monigotes los que tengan que guardarse las espaldas.

Me despierta un cañonazo; unos rayos de luz atraviesan el cielo y los pájaros ya están trinando. Lucy está encaramada a una rama frente a mí, con algo en la mano. Esperamos por si se producen más disparos, pero no oímos ninguno.

-¿Quién crees que fue?

No puedo evitar pensar en Matteo.

-No lo sé, podría haber sido cualquiera de los otros-responde Lucy-. Supongo que nos enteraremos esta noche.

-¿Me podes repetir quién queda?

-El chico del Distrito 1, los dos del Distrito 2, el chico del Distrito 3, Ethan y yo, y Matteo y vos. Eso hacen ocho. Espera, y el chico del Distrito 10, el de la pierna mala. Él es el noveno. -Hay alguien más, pero ninguna de las dos conseguimos recordarlo-. Me pregunto cómo habrá muerto el último.

-No hay forma de saberlo, pero nos viene bien. Una muerte servirá para entretener un poco a las masas. Quizá nos dé tiempo a preparar algo antes de que los Vigilantes decidan que la cosa va demasiado lenta. ¿Qué tenes en las manos?

-El desayuno -responde Lucy; las abre y me enseña dos grandes huevos.

-¿De qué son?

-No estoy segura; hay una zona pantanosa por allí, una especie de ave acuática.

Estaría bien cocinarlos, pero no queremos arriesgarnos a encender un fuego. Supongo que el tributo muerto habrá sido una víctima de los monigotes, lo que significa que se recuperaron lo bastante para volver a los juegos. Nos dedicamos a sorber el contenido de los huevos, y a comernos un muslo de conejo y algunas bayas. Es un buen desayuno se mire por donde se mire.

-¿Lista para hacerlo? -pregunto, colgándome la mochila.

-¿Hacer qué? -pregunta Lucy a su vez; por la forma en que se apresuro a responder, está dispuesta a hacer cualquier cosa que le proponga.

-Hoy vamos a quitarle la comida a los es.

-¿Sí? ¿Cómo?

Veo que los ojos le brillan de emoción.

-Ni idea. Vamos, se nos ocurrirá algo mientras cazamos.

No cazamos mucho porque estoy demasiado ocupada sacándole a Lucy toda la información posible sobre la base de los monigotes. Sólo se acerco a espiar un poco, pero es muy observadora. Montaron el campamento junto al lago, y su alijo de suministros está a unos veinticinco metros. Durante el día dejan montando guardia a otro tributo, el chico del Distrito 3.

-¿El chico del Distrito 3? -pregunto-. ¿Está trabajando con ellos?

-Sí, se queda todo el tiempo en el campamento. A él también le picaron las rastrevíspulas cuando los siguieron hasta el lago -responde Lucy-. Supongo que acordaron dejarlo vivir a cambio de que hiciera guardia, pero no es un chico muy grande.

-¿Qué armas tiene?

-No muchas, por lo que vi. Una lanza. Puede que consiga espantarnos a unos cuantos con ella, pero Ethan podría matarlo con facilidad.

-¿Y la comida está ahí, sin nada más? -pregunto, y ella asiente-. Hay algo que no encaja en ese esquema.

-Lo sé, pero no pude averiguar el qué. Nina, aunque lograras llegar hasta la comida, ¿cómo te librarías de ella?

-La quemaría, la tiraría al lago, la empaparía de combustible... -Le doy con el dedo en la tripa-. ¡Me la comería! -Ella suelta una risita- No te preocupes, pensaré en algo. Destruir cosas es mucho más fácil que construirlas.

Nos pasamos un rato desenterrando raíces, recogiendo bayas y vegetales, y elaborando una estrategia entre susurros. Así acabo conociendo a Lucy, la mayor de seis hijos. Lucy, la niña que, cuando le preguntas por lo que más ama en el mundo, contesta que la música, nada más y nada menos.

-¿La música? -repito.

-Si, me encanta cantar -dice sonriendo nostálgica- Con mi papá siempre que nos sentábamos a admirar la luna mientras cantábamos una cancioncita especial -dice; entonces abre la boca y canta una melodía de cuatro notas con una voz clara y dulce-, Por eso creo que me diste tanta confianza cuando te conoci -confiesa- tu luna me trajo muchos recuerdos de esas noches con mi papá.

Señalo hacia la medallita que me dio Luna. Había vuelto a olvidar que la tenia puesta, y no es porque no le de importancia, sino que estoy pasando por tanto acá que una medallita es en lo último en lo que pienso.

-Me la dio mi mejor amiga cuando fue a despedirse de mi -Sonreí con el recuerdo.

-Es muy hermosa -dice Lucy admirando la medallita.

Entonces hice algo que se, en el fondo, era lo correcto.

-Toma, tenela vos -me desprendo la medallita y se la pongo a ella, quien no reacciona al instante cuando le digo eso.

-Oh, no -contesta ella, cerrándome los dedos sobre la luna que cuelga de su cuello-. Me gusta vértelo puesto, por eso decidí que eras de confianza. Además, esto era de tu mejor amiga, no puedo aceptarlo -quiere desprenderse la medallita pero se lo impido.

-Insisto -trato de converserla- Además, me recordas mucho a ella -confieso- Por lo que si te veo llevarla puesta, sera como tener a mi mejor amiga aca, conmigo.

Parece que eso fue suficiente para que Lucy acepte la medallita. Y no mentía con lo que le dije ya que, cuando sonrío acariciando la luna, fue como si por un momento tuviera a la alegre mexicana en frente mio, como en los viejos tiempos. Es algo duro pensarlo como "viejos tiempos" cuando hasta hace menos de un mes, tener a Luna a mi lado era algo casi tan típico como respirar.

A la hora de la comida ya tenemos un plan; lo llevaremos a cabo a media tarde. Ayudo a Lucy a recoger y colocar la madera para la primera de dos fogatas, aunque la tercera tendrá que prepararla ella sola. Decidimos reunimos después en el sitio donde hicimos nuestra primera comida juntas, ya que el arroyo debería facilitarme la tarea de encontrarlo. Antes de partir me aseguro de que la niña esté bien cargada de comida y cerillas, incluso insisto en que se lleve mi saco de dormir, por si no logramos encontrarnos antes de que caiga la noche.

-¿Y vos qué? ¿No pasarás frío? -me pregunta.

-No si agarro otro saco en el lago -respondo-. Ya sabes, acá robar no es ilegal -añado, sonriendo.

En el último minuto, Lucy decide enseñarme su canción de la Luna, la que cantaba con su papa.

-Quizá no funcione, pero, si oyes a los sinsajos cantarla, sabrás que estoy bien, aunque no pueda regresar en ese momento.

-¿Sinsajos? -pregunto confundida.

-Son unos pájaros genéticamente modificados por el Capitolio -me informa- son capaces de reproducir cualquier melodía que les guste.

-¿Hay muchos sinsajos por acá?

-Tienen nidos por todas partes -responde. Reconozco que no me di cuenta, ya que ni siquiera sabía que eran los sinsajos.

-Bueno. Si todo va según lo previsto, te veré para la cena -le digo.

De repente, Lucy me rodea el cuello con los brazos; vacilo un instante, pero acabo devolviéndole el abrazo.

-Tene cuidado -me pide.

-Y vos -respondo; después me vuelvo y me dirijo al arroyo, algo preocupada. Preocupada por si Lucy acaba muerta, por si Lucy no acaba muerta y nos quedemos las dos hasta el final, por dejar a Lucy sola, porque tengo la sensación de que esto, es una mala idea.















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Maratón 1/4

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