Capítulo XXIV
El juego dio un giro inesperado: el incendio es una excusa para hacer que nos movamos, para que la audiencia vea diversión de verdad. Cuando oigo el siguiente siseo, me tiro al suelo boca abajo sin distraerme en mirar atrás, y la bola de fuego da en un árbol a mi izquierda y lo envuelve en llamas. Quedarse quieta significa morir; apenas me puse en pie cuando la tercera bola golpea el lugar en el que estaba tumbada y levanta una columna de fuego a mis espaldas. El tiempo pierde significado mientras intento esquivar los ataques. No puedo ver desde dónde los lanzan, aunque no es un aerodeslizador, pues los ángulos no son lo bastante extremos. Seguramente han armado toda esta zona del bosque con lanzadores de precisión escondidos en árboles o rocas. En algún lugar, en una habitación fresca e inmaculada, hay un Vigilante sentado delante de unos mandos, disparando los gatillos que podrían acabar con mi vida en cuestión de segundos; sólo hace falta un blanco directo.
Corro en zigzag, me agacho, me levanto de un salto y, entre unas cosas y otras, me quito de la cabeza el vago plan de regresar al estanque. Las bolas de fuego son del tamaño de manzanas, pero liberan una potencia enorme al hacer contacto. Tengo que utilizar todos mis sentidos al máximo para sobrevivir, no hay tiempo para juzgar si un movimiento es correcto o no: si oigo un siseo, o actúo o muero.
Sin embargo, algo me hace seguir adelante; según lo poco que nos contaron, sé que hay algunas zonas del estadio que están preparadas para ciertos ataques y que, si consigo salir de esta zona, quizá pueda alejarme del alcance de los lanzacohetes. También es posible que acabe dentro de un nido de víboras, pero ahora no puedo preocuparme por eso.
Aunque no sé cuánto tiempo paso esquivando bolas de fuego, finalmente, los ataques empiezan a decaer, lo que me parece estupendo, porque vuelvo a sentir arcadas. Esta vez se trata de una sustancia ácida que me quema la garganta y se me mete en la nariz. Me veo obligada a parar, entre convulsiones, intentando desesperadamente librarme de los venenos que he absorbido durante el ataque. Espero al siguiente siseo, a la siguiente señal para salir corriendo, pero no llega. La violencia de las arcadas ha hecho que se me salten las lágrimas, y me pican los ojos. Tengo la ropa empapada en sudor y, de algún modo, a pesar del humo y el vómito, me llega el olor a pelo quemado. Me llevo la mano a la coleta y descubro que una bola de fuego me ha achicharrado al menos quince centímetros; los mechones de pelo ennegrecido se me deshacen entre los dedos y me quedo mirándolos, fascinada por la transformación, hasta que, de repente, vuelven los siseos.
Mis músculos reaccionan, aunque esta vez no son lo bastante rápidos y la bola de fuego cae al suelo junto a mí, no sin antes deslizarse por mi pantorrilla derecha. Ver un pedazo del pantalón en llamas me hace perder los nervios: me retuerzo y retrocedo a gatas, chillando, intentando apartarme del horror. Cuando por fin recupero el sentido común, hago rodar la pierna por el suelo, lo que sirve para apagarlo casi todo. Sin embargo, en ese momento, sin pensar, me arranco la tela que queda con las manos desnudas.
Me siento en el suelo, a pocos metros del incendio que ha causado la bola. La pantorrilla me arde y tengo las manos llenas de ampollas rojas; tiemblo demasiado para moverme. Si los Vigilantes quieren acabar conmigo, éste es el momento.
Escucho la voz de Dominic, que me trae imágenes de telas lujosas y gemas resplandecientes: «Nina, la chica en llamas». Los Vigilantes deben de estar muertos de risa con esto. Aún peor, puede que los bellos trajes de Dominic sean la razón de esta tortura concreta. Sé que él no podía preverlo y que debe de estar pasándolo mal porque, de hecho, creo que le importo. A pesar de todo, en perspectiva, quizá me habría ido mejor si hubiese salido desnuda y cubierta de pintura negra en el carro.
El ataque termino. Está claro que los Vigilantes no me quieren muerta, al menos todavía. Todos saben que podrían destruirnos en cuanto suena el gong, pero el verdadero entretenimiento de los juegos es ver cómo los tributos se matan entre ellos. Si son tan retorcidos, estoy segura que de vez en cuando matan a uno para que los demás jugadores sepan que pueden hacerlo, aunque, lo mas obvio es que tratan de manipularnos para que tengamos que enfrentarnos cara a cara. Eso significa que, si no me matan ellos, es porque hay al menos un tributo cerca.
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