Capítulo V
Aire
El aire es algo fundamental en nuestras vidas. Una vez, cuando era pequeña y mas flexible, estaba jugando con mis primos a las escondidas y para que no me encontraran me escondí en la rama de un árbol, esperando inmóvil a que apareciese alguno de ellos, pero tardaron tanto y yo estaba algo cansada que me quedé dormida y caí al suelo de espaldas desde una altura de tres metros. Fue como si el impacto me dejase sin una chispa de aire en los pulmones, y allí me quedé, luchando por inspirar, por espirar, por lo que fuera.
Así me siento ahora. Intento recordar cómo respirar, no puedo hablar y estoy completamente aturdida, mientras el nombre me rebota en las paredes del cráneo. Escucho que siguen diciendo mi nombre hasta que alguien me empuja para el lado del escenario, obligándome a caminar aún aturdida, unos funcionarios me escoltaron hasta las escaleras para subir. La regla es que, cuando se saca el nombre de un tributo de la bola, otro chico en edad elegible, si se trata de un chico, u otra chica, si se trata de una chica, puede ofrecerse a ocupar su lugar. Pero estoy muy segura que nadie arriesgaría su cuello por mi, por lo que seguí subiendo los escalones hasta llegar al lado de Fiama Rossi, quien me acomodo para que quedara con la mirada hacia la multitud. Decidí mirar hacia un punto fijo por sobre las personas que estaban allí, sabia que si miraba a alguien, sobretodo alguien conocido, podría derrumbarme ya que la situación me altera y no quiero llorar. Cuando emitan la repetición de la elección esta noche, todos tomarán nota de mis lágrimas y me marcarán como un objetivo fácil. Una enclenque. No les daré esa satisfacción.
-¿Cuántos años tienes querida? -me pregunta Fiama una vez estoy ubicada a su lado.
-Dieciséis -digo con la voz un poco ronca por retener las lágrimas.
-¡Que divina! ¿Algún voluntario? -y como esperaba, nadie se ofreció- En ese caso, ¡Vamos a darle un gran aplauso a nuestra primera tributo! -canturrea Fiama Rossi.
La gente que estaba allí siempre podrá sentirse orgullosa de su reacción: nadie aplaude, ni siquiera los que llevan los papeles de las apuestas, a los que ya no les importa nada. Así que, en vez de un aplauso de reconocimiento, me quedo donde estoy, sin moverme, mientras ellos expresan su desacuerdo de la forma más valiente que saben: el silencio. Un silencio que significa que no estamos de acuerdo, que no lo aprobamos, que todo esto está mal.
-Bueno -dice Fiama una vez que se da cuenta que nadie va a aplaudir -¡Qué día tan emocionante! ¡Pero todavía queda más emoción! ¡Ha llegado el momento de elegir a nuestro tributo masculino! -Con paso firme avanza hacia la urna de los chicos, después coge la primera papeleta que se encuentra, vuelve rápidamente al podio y yo ni siquiera tengo tiempo para desear que no lea el nombre de Gastón cuando dice bien claro otro nombre que no esperaba:
Matteo Balsano
«Oh, no --pienso--. Él no.»
Porque se quien es y cuan importante es para mis amigos, especialmente para Luna y Gastón.
No, sin duda hoy la suerte no está de mi parte.
Lo observo avanzar hacia el escenario. En la cara se le nota la conmoción del momento, se ve que lucha por guardarse sus emociones, pero en sus ojos marrones constato una especie de alarma. De todos modos, sube con paso firme al escenario y ocupa su lugar.
Fiama Rossi pide voluntarios; nadie da un paso adelante.
El gobernador empieza a leer un largo y aburrido discurso, pero no escucho ni una palabra.
«¿Por qué él?», pienso. Después intento convencerme de que no importa, de que Matteo y yo no somos amigos, ni siquiera somos vecinos y cuento con los dedos de una mano las veces que hablamos. Nuestra única conexión es Luna y, en menor medida, Gastón pero después Matteo y yo no nos conocemos realmente.
El alcalde termina de leer el lúgubre discurso del que no tengo idea de que hablaba, y nos indica a Matteo y a mí que nos demos la mano. La suya es consistente y cálida, mientras que la mía esta algo fría y sudada. Me mira a los ojos y me aprieta la mano, como para darme ánimos, aunque quizá no sea más que un espasmo nervioso.
Nos volvemos para mirar a la multitud, mientras suena el himno nacional.
«En fin -pienso-. Hay veinticuatro chicos, sería mala suerte que tuviese que matarlo yo.»
Aunque, últimamente, no hay quien se fíe de la suerte.
Pero aunque se que seguramente no vaya a sobrevivir, no pienso dejarme vencer tan fácilmente. Decidí luchar para sobrevivir por lo menos al primer día, decidí que no voy a ser la misma Nina débil que fui todo este tiempo, sino que voy a ser más como Felicity: valiente y fuerte.
No pienso darme por vencida tan fácil, no voy a dejársela tan fácil a Matteo o al resto de los tributos que van a desear cortarme el cuello de lado a lado.
Porque Nina Simonetti, va a pelear por su vida cueste lo que cueste.
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