Capítulo LIII

Matteo me sube de nuevo y allí me quedo, arco en mano, con el carcaj vacío.

-¿Le has dado? -me susurra. El cañonazo le responde-. Entonces, ganamos -añade, sin emoción.

-Bien por nosotros -consigo decir, aunque en mi voz no se nota la alegría por la victoria.

En ese momento se abre un agujero en la llanura y, como si siguieran órdenes, los mutos que quedan vivos saltan en él, desaparecen en el interior y la tierra vuelve a cerrarse. Dramático.

Esperamos a que llegue el aerodeslizador para llevarse los restos de Carter, a que suenen las trompetas de la victoria, pero nada.

-¡Oigan! -grita Matteo al aire- ¿Qué está pasando? -La única respuesta es el parloteo de los pájaros al despertarse- Quizá sea por el cadáver, quizá tengamos que apartarnos.

Tengo el cerebro demasiado embrollado para estar segura, pero ¿qué otra cosa podría ser?

-De acuerdo, ¿crees que podes llegar hasta el lago? -le pregunto.

-Creo que será mejor que lo intente.

Bajamos poco a poco por el extremo del cuerno y caemos al suelo. Si yo tengo las extremidades tan rígidas, ¿cómo puede moverse Matteo? Me levanto la primera, y doblo y agito los brazos y piernas hasta encontrarme en condiciones de ayudarlo a levantarse. Conseguimos llegar al lago, aunque no sé cómo, y recojo un poco de agua fría para Matteo; yo también bebo.

Un sinsajo emite un largo silbido bajo y se me llenan los ojos de lágrimas cuando aparece el aerodeslizador y se lleva a Carter. Ahora vendrán por nosotros, y podremos irnos a casa.

Sin embargo, sigue sin haber respuesta.

-¿Qué están esperando? -pregunta Matteo débilmente.

Entre la pérdida del torniquete y lo que nos había costado llegar al lago, se le había abierto la herida.

-No lo sé.

No sé a qué se deberá el retraso, pero no soporto seguir viéndolo perder sangre. Me levanto para buscar un palo, pero encuentro rápidamente la flecha que rebotó en la armadura de Carter; servirá tan bien como la otra flecha. Cuando voy a agarrarla, la voz de Steve Russell retumba en el estadio.

-Saludos, finalistas de la primera edicion de los Juegos del Hambre. La última modificación de las normas se ha revocado. Después de examinar con más detenimiento el reglamento, se ha llegado a la conclusión de que sólo puede permitirse un ganador. Buena suerte y que la suerte esté siempre de vuestra parte.

Un pequeño estallido de estática y se acabó. Me quedo mirando a Matteo con cara de incredulidad hasta que asimilo la verdad: nunca han tenido intención de dejarnos vivir a los dos. Los Vigilantes lo han planeado todo para garantizar un inicio épico a estos estúpidos juegos, y nosotros, como idiotas, nos lo hemos tragado.

-Si te paras a pensarlo, no es tan sorprendente -dice Matteo en voz baja.

Lo observo ponerse en pie a duras penas. Se mueve hacia mí, como a cámara lenta, sacándose el cuchillo del cinturón...

Antes de ser consciente de lo que hago, tengo el arco cargado y apuntándole al corazón. Arquea las cejas y veo que su mano ya estaba camino de tirar el cuchillo al lago. Suelto las armas y doy un paso atrás, con la cara ardiendo de vergüenza.

-No -me detiene- hacelo.

Matteo se acerca cojeando y me pone las armas de nuevo en las manos.

-No. No lo voy a hacer.

-Hacelo, antes de que envíen otra vez a esos animales o a otra cosa. No quiero morir como Carter.

-Pues disparame -respondo, furiosa, devolviéndole las armas con un empujón- ¡Disparame, volve a casa y vivi con eso! ¡Vos podes hacerlo!

Mientras lo digo, sé que la muerte aquí, ahora mismo, sería más fácil que seguir viviendo.

-Sabes que no puedo -dice él, tirando las armas- Bueno, de todos modos yo seré el primero en morir.

Se inclina y se arranca la venda de la pierna, eliminando la última barrera entre su sangre y la tierra.

-¡No, no podes suicidarte!

Me pongo de rodillas e intento pegarle la venda en la herida, desesperada.

-Nina, es lo que quiero.

-No vas a dejarme sola -insisto, porque, si muere, en realidad nunca volveré a casa, me pasaré el resto de mi vida en este campo de batalla, intentando encontrar la salida.

-Escucha -me dice, poniéndome en pie- Los dos sabemos que necesitan a su vencedor. Sólo puede ser uno de nosotros. Por favor, aceptalo, hacelo por mí. Por Luna. Por Gastón. Por tu familia.

Y sigue hablando sobre lo mucho que me quieren y me necesitan en casa, sobre cómo sería sus vidas sin mí y de como debe cumplir su promesa de hacerme volver con vida, pero yo ya no lo escucho, porque sus anteriores palabras han quedado atrapadas dentro de mi cabeza y están ahí, dando vueltas.

-Necesitan a su vencedor -susurro entendiendo que tiene razón. Tarde o temprano mandaran algo para acabe con alguno de los dos, y la sola idea hace que tenga ganas de llorar por lo injusto que es todo esto, desde crear los juegos, hasta ilusionarnos con volver a casa juntos para después hacer que nos matemos entre nosotros aun sabiendo nuestra historia.

Comenzaba a analizar cuantas probabilidades tenia de enterrarme un cuchillo antes de que Matteo se de cuenta cuando habla.

-¡Exacto, Nina! -exclama con entusiasmo, como si acaba de descubrir la cura contra el cancer.- Ellos NECESITAN un vencedor

La forma en la resalto el "necesitan" y ver su mirada dirigirse hacia mi cintura, mas específicamente...hacia el saquito con las bayas venenosas, me hace al instante entender lo que se le ocurrió.

Sí, necesitan un vencedor. Sin vencedor, a los Vigilantes les estallaría todo en la cara: fallarían al Capitolio, puede que incluso los ejecutasen de alguna forma lenta y dolorosa, en directo para todas las pantallas del país. Incluso, con suerte, cancelaran estos ridículos juegos al darse cuenta que no sirven para armar algo así y mucho menos para controlar a jóvenes como nosotros.

Si morimos Matteo y yo, o si pensaran que vamos a...

Me llevo las manos al saquito del cinturón y lo desengancho bajo la mirada brillante de Matteo que es acompañada por una media sonrisa. Supongo que esta feliz de que lo haya entendido.

Abro el saquito y le echo un puñado de bayas en la mano; después agarro unas cuantas para mí- ¿A las tres?

-A las tres -responde Matteo, para luego estrecharme entre sus brazos una última vez juntos con un suave beso en mi cabeza.

-Volveremos a vernos, preciosa

Susurra en mi oído mientras me abraza y resisto contra en impulso de llorar al escucharlo llamarme como lo hacia Germán.

-Volveremos a vernos, principito

Le susurro también, esperando que sea verdad. Lo escucho reír levemente antes de alejarnos. Poniendonos de pie, espalda contra espalda, agarrados con fuerza de la otra mano

-Enseñalas -le digo- Quiero que todos lo vean.

Abro los dedos y las oscuras bayas relucen al sol. Le doy un último apretón de manos a Matteo para indicarle que ha llegado el momento, para despedirme, y empezamos a contar.

-Uno. -Quizás me equivoque- Dos. -Quizás no les importe que ambos vayamos a morir- ¡Tres!

Es demasiado tarde para cambiar de idea. Me llevo la mano a los labios y le echo un último vistazo al mundo. Justo cuando las bayas entran en la boca, las trompetas empiezan a sonar.

La voz frenética de Steve Russell grita sobre nosotros:

-¡Paren! ¡Paren! Damas y caballeros, me llena de orgullo presentarles a los vencedores de la Primera Edición de Los Juegos del Hambre: ¡Nina Simonetti y Matteo Balsano! ¡Les presento a... los tributos del Distrito 12!




















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