Dolió conocerte...

Hola, ¿cómo están? Me reporto por aquí. Ha pasado un tiempo, pero, como siempre digo, lo bueno se hace esperar. ¿Y qué mejor que un nuevo capítulo?

Así que hay que dejar mucho amor y comentarios en el capítulo, ya que el anterior no llegó ni a 20 comentarios.
Sin nada más que decir, ¡a comentar mucho!

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El sonido constante de la lluvia golpeando la ventana me hizo abrir los ojos con pesadez, admirando la sombría realidad que me rodeaba: un sitio que, a mi parecer, no valía la pena.

Una risa amarga brotó internamente ante mi propio chiste sobre mi desgracia, antes de mover mi cuerpo con lentitud para buscar la hora en el despertador: 7:15 AM. Antes de siquiera sentarme en la cama, ya estaba buscando mis instrumentos para evadir las clases, pues la idea de salir hoy me resultaba insoportable.

Busqué en mi gaveta secreta el cigarro y la aguja que contendría mi ansiada dosis diaria, mi manera de sobrevivir a esto que llamamos vida, o al menos, a mi vida.

Después de todo, solo soy un Omega destruido, un blanco fácil para aquellos que desean verme caer aún más. Solté una risa sarcástica mientras encendía el cigarro, llevándolo a mis labios para inhalar una calada fuerte y profunda...

El humo denso del cigarrillo danzaba perezosamente en el aire, mezclándose con el hedor dulzón y rancio de la heroína quemándose en la cuchara.

Mis dedos temblaban ligeramente mientras acercaba la aguja a mi vena, la marca oscura tenía un testimonio silencioso de incontables escapes fugaces.

Otro día, otra dosis para silenciar los fantasmas que me perseguían desde que mi viejo desapareció, dejándonos a mi madre y a mí a la deriva en este laberinto de calles rotas y promesas vacías.

Mamá su rostro cansado, las manos ásperas de tanto trabajar. Tres empleos mal pagados para apenas arañar una existencia miserable. Siempre con esa mirada de preocupación clavada en mí, en mis perforaciones, en mis noches sin volver, en mi aroma omega que parecía gritar rebeldía en cada poro de mi piel.

Un omega que se negaba a ser doblegado, a ser poseído. Un omega defectuoso, según las miradas de tantas alfas prepotentes del barrio.

Y luego llegó ella, la alfa adinerada,con su perfume caro y su altivez insoportable. Su propuesta es casarme con su hija. Una alfa, por supuesto. Una salida, decía ella, para mi madre y para mí.

Una jaula dorada, pensaba yo...

La bilis me subía a la garganta solo de imaginarlo. Su hija, una mocosa engreída a la  que le sobraba la arrogancia y le faltaba humanidad.

Dejando esa tortuosa maraña de pensamientos oscuros a un lado, retiré lentamente las punzantes agujas de mi piel, sintiendo un escalofrío recorrer mi cuerpo al escuchar los suaves murmullos de mi madre preparando el desayuno en la cocina.

Lo último que necesitaba era que sus ojos, ya cargados de preocupación, presenciaran una vez más mi autodestructiva recaída. Quizás, en el fondo, ya lo sospechaba, pero mientras pudiera postergar la dolorosa confrontación, me aferraría a esa pequeña ilusión con desesperación.

Con un nudo en la garganta, guardé sigilosamente las jeringas y el resto de mis parafernalias en su escondite habitual, ese rincón oscuro que conocía demasiado bien.

Caminé con pesadez hasta el baño, dejando caer agua fría sobre mi rostro demacrado, intentando ignorar las profundas ojeras que ensombrecían mi mirada cansada. Mis ojos, enmarcados por restos de delineador negro de la noche anterior, clamaban por descanso, así que, con desgano, retocé el maquillaje fallido. Por último, y con la esperanza de borrar cualquier rastro de mi vicio, me tragué una menta de sabor intenso.

Con una sensación agridulce de insatisfacción, o quizás una tenue máscara de normalidad, salí de mi habitación, aunque en mi interior sabía que mi cuerpo y mi alma estaban hechos trizas.

¿A quién engañaba? Nadie se detendría a mirar realmente a alguien tan consumido. Cerré la puerta con llave, un hábito nacido del miedo a las miradas curiosas, y descendí lentamente las escaleras hasta la cocina, donde mi madre me esperaba con un plato humeante.

El desayuno consistía en unas tostadas pálidas, un huevo frito solitario y una pequeña porción de arroz, un intento silencioso de compensar la avalancha de toxinas que mi cuerpo imploraba expulsar.

Una punzada de humor negro surgió en mi mente, un chiste amargo sobre la ironía de buscar nutrientes después de envenenarme, pero lo ahogué al instante al cruzarme con la mirada de mi madre.

Sus ojos, llenos de una mezcla indescifrable de tristeza y resignación, se posaron en mí mientras se acercaba a la mesa con su propio plato, sentándose a mi lado en un silencio cargado de palabras no dichas.

Comencé a jugar nerviosamente con la comida en mi plato. A pesar de los esfuerzos de mi madre, este tipo de comidas siempre revolvían mi estómago con una punzada de náuseas. Sabía que ella se esforzaba al máximo para que tuviéramos algo decente en la mesa, pero esta situación ya estaba llegando a extremos insoportables, y conocía muy bien la raíz de todo.

Todo comenzó hace unos días, cuando una mujer desconocida irrumpió en nuestras vidas junto a su hija alfa. Esta mujer le hizo una propuesta escalofriante a mi madre: al cumplir yo los diecinueve años, me casaría con su hija para concebir un heredero. Su urgencia por asegurar una descendencia era palpable, casi desesperada..

Si me preguntas a mí, toda esta idea es una completa ridiculez. Apenas tengo diecisiete años y la sola idea de casarme me aterra, mucho menos la de tener un hijo. Visualizar mi cuerpo transformándose, hinchándose para albergar un bebé, me produce una repulsión visceral. Sin mencionar que esa criatura dependería completamente de mí, y la idea de tener que amamantar me resulta sencillamente asquerosa.

Así que, en un acto de pura rebeldía juvenil, me negué rotundamente. Sé que mi madre también intentó oponerse, pero el dinero que le ofrecieron era una tentación demasiado poderosa para una mujer que ha luchado incansablemente toda su vida. Sin dejarme resquicio para huir o escapar, terminó aceptando mi destino.

Y lo peor de todo es que, siendo aún menor de edad, ella firmó ese maldito contrato que me ata a casarme con esa extraña, a pesar de mi rotunda negativa. Ahora me encuentro atrapado en esta pesadilla, sin vislumbrar una salida. Pero juro que, de alguna manera, encontraré la forma de liberarme de estas cadenas que me asfixian.

Continuaba jugando distraídamente con la comida, absorto en un turbio mar de pensamientos que me anegaban. Sin darme cuenta, derramé un puñado de arroz sobre la mesa. Intenté remediar torpemente la situación, pero mi reacción fue demasiado lenta.

Ese pequeño accidente hizo que mi madre detuviera su propio bocado, clavando en mí una mirada de fría rudeza. Antes de que pudiera articular una disculpa, su mano se abalanzó sobre una de mis muñecas, aprisionándola con una fuerza dolorosa.

—Siempre las mismas escenas contigo, Gi-hun —siseó, dejando escapar un suspiro cargado de frustración, mientras su agarre en mi muñeca se intensifica.

—Dime hasta cuándo vas a seguir así. ¿Acaso no entiendes la precaria situación económica que estamos atravesando para que vengas a desperdiciar la comida de esta manera?

Realmente deseaba que comprendiera la gravedad de nuestra situación financiera, pero también anhelaba que ella entendiera mi profunda aversión a casarme con una desconocida, mucho menos por dinero.

Esta conversación solo lograba que un nudo de angustia se apretara en mi pecho. El agarre en mis muñecas se volvía cada vez más opresivo, provocando un dolor sordo que amenazaba con desencadenar un torrente de lágrimas silenciosas, las cuales me esforcé por contener.

—Lo siento, mamá —murmuré con la voz apenas audible—. No quería derramar la comida. Estaba perdido en mis pensamientos y no me di cuenta de que había botado el arroz.

—Contigo todo son excusas, siempre tienes una justificación para cada una de tus acciones. ¿Por qué no puedes aceptar que esta es solo una pataleta de rebeldía porque no quieres casarte con esa alfa? ¡Cuando lo único que hago es pensar en ti y en tu bienestar, en el futuro mejor que podrías tener, en que seas alguien más de lo que yo he sido con mis errores del pasado!

—Vas a poder tener una posición económica sólida, vas a ser alguien importante en esta vida, hijo. Pero no, tú siempre con esa rebeldía estúpida. ¡Y ni hablar de que te sigues drogando! ¿Crees que no me doy cuenta? Sé perfectamente lo que haces todas las mañanas y todas las noches.

Escuchar esas últimas palabras de mi madre fue como recibir un golpe seco, para el que nadie te prepara. Saber que ella era consciente de mi secreto me causó un nudo tan apretado en la garganta que no pude contenerlo. Las lágrimas silenciosas comenzaron a brotar, dejando surcos oscuros de rímel corrido sobre mis mejillas.

Ella pareció reaccionar, aunque sea mínimamente, al ver mi rostro bañado en lágrimas. Soltó mi muñeca, y ese fue mi instante para comenzar a sobarla con desesperación mientras las lágrimas seguían cayendo, intentando en vano secarlas con las mangas oscuras de mi suéter.

—A cambio de mi libertad… esto no es vida, mamá —alcancé a decir, con la voz quebrada—. Lamento que sepas que me drogo, pero estoy desesperado, sin encontrar una salida. Y casarme no es una de ellas. Quiero ser capaz de tomar mis propias decisiones.

Las últimas palabras se ahogaron en un sollozo. Admitirlo ante mi madre era algo que había evitado con todas mis fuerzas, pero ella lo había descubierto, y ahora debía enfrentar las consecuencias, o como sea que se diga.

—Entonces, si quieres ser responsable de tus acciones y de lo que haces con tu vida, como drogarte todo el tiempo, no me dejas otra opción que decirte que te marches. No voy a seguir soportándote así en mi vida.

Me agarró con fuerza de ambas muñecas, levantándome bruscamente de la mesa antes de arrastrarme hasta mi habitación. Con un empujón, me lanzó sobre la cama y comenzó a escupir la palabra "lárgate" una y otra vez, como una letanía cruel.

—¡Lárgate! ¡Lárgate! Por tu culpa me arruinaste la vida, eres un malagradecido… Pudiste haber nacido Alfa, pero no, eres un Omega…

—Un omega defectuoso. Un omega siempre debe servir a un alfa, para eso existimos, y tú solo me has traído problemas y decepción… Fuiste un error, debí haberte abortado cuando supe que estaba embarazada. ¡Ahora vas a ir a esa cita y serás un omega, un omega que sirve a su alfa!

Cuando terminó de vomitar toda su frustración sobre mí, se dirigió al armario y sacó uno de mis trajes más elegantes, arrojándolo sobre la cama antes de volver a hablar, con un tono que intentaba suavizar la dureza anterior.

—Gi-hun, por favor, piénsalo —suplicó mamá, con los ojos inundados de una mezcla agónica de esperanza y desesperación—. Es una oportunidad… una vida mejor.

—¿Una vida mejor a cambio de mi libertad, mamá? —respondí, con la voz áspera por la frustración y la rabia contenida—. ¿A cambio de ser un trofeo para esa alfa?

La discusión terminó, como tantas otras, en un silencio denso y cargado de reproches tácitos. La tensión entre nosotros se había convertido en un inquilino permanente en nuestra pequeña y desvencijada casa.

Ella cerró la puerta de mi habitación con un golpe seco, un sonido al que sencillamente no presté atención. Me acurruqué bajo mis cobijas y por fin me permití llorar libremente, sin importarme lo que pudieran decir de mí. A estas horas, mi madre ya debía haberse marchado al trabajo, dejándome solo, como casi siempre.

Ignoré esa soledad punzante mientras permanecía enroscado entre las sábanas durante casi todo el día. No tenía la menor intención de salir de allí hasta que una chispa, una idea desesperada, se encendió en mi mente: escapar.
Necesitaba huir. Necesitaba ese olvido efímero que la droga me ofrecía, aunque solo fuera por un instante..

Así que, reuniendo una pizca de valor, me levanté de la cama y me dirigí al baño. Me di una ducha rápida, intentando desprenderme de la sensación de suciedad que me envolvía.

Cuando estuve listo, me detuve nuevamente frente al espejo, ignorando las profundas ojeras que ensombrecían mi rostro, para maquillarme y poder salir de allí. Pero la realidad me golpeó con fuerza: me habían encerrado.

Sin embargo, eso no iba a detenerme. Con una agilidad desesperada, salí por la ventana de mi habitación, sintiendo el aire fresco y contaminado de mi barrio calar hasta mis huesos mientras comenzaba a caminar por sus calles pobres y malolientes. Finalmente, llegué al bar donde uno de los vigilantes, sin siquiera cuestionar mi identidad, me abrió paso.

Me dejó pasar hasta el área VIP, donde inmediatamente comenzaron a servirme los tragos. A cada vaso, dedicaba una sonrisa vacía y lo bebía de un solo trago, como si no hubiera un mañana, porque en ese momento, para mí, no lo había.

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Y con esto hemos terminado este capítulo, uno de los primeros sobre el pasado de Gi-hun. Aquí estaremos conociendo otra faceta de él, la cual a algunos puede que les guste o no.

Además, debí decirles que para este pasado se preparen, porque se viene lo fuerte, y no es lo esperado, sino lo inesperado.

Así que por aquí les dejo la sección de comentarios.

¿Cuál fue la mejor parte del capítulo para ustedes? ¡Déjenla por aquí!

¿Qué teorías se formaron en sus cabezas con este capítulo? ¡Compártanlas por aquí!

¿Qué piensan de este nuevo Gi-hun?

Cómo siempre el link de mi grupo.

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