Capítulo 29: ¡Esto no es un robo!

Las festividades planeadas en la ciudad comenzaban a hacerse notar con todas las preparaciones para la celebración. La entrada de la iglesia había sido decorada con una larga guirnalda de flores de color blanco con hojas de eucalipto, como si de una boda o un bautizo se tratara. 

Por otra parte, en el interior de la iglesia, se percibía un cálido aroma a incienso y una tenue luz de vela que iluminaba la figura del patrono de la ciudad. Sin duda,  nadie negaría la paz que se contagiaba al ingresar en el enorme y lujoso edificio. 

Al exterior del mismo, sobre la plaza principal, ya se miraban los pequeños puestos de los comerciantes que aprovechaban las aglomeraciones que asistían a la celebración. 

Podría decirse que, había de todo: desde sorbetes de sabores hasta listones para el cabello; artistas que hacían de su talento un negocio hasta mujeres que aseguraban conocer el futuro. Únicamente, hacía falta que llegaran aquellas personas dispuestas a disfrutar de un divertido fin de semana, aunque no faltara mucho para ello, pues las diligencias comenzaban a llegar desde ciudades vecinas a Magdalena. Los barcos de pasajeros se esperaban para el siguiente atardecer, justo cuando se diera inicio de manera oficial a las celebraciones del Santo Patrono de la ciudad.

El JJ se mantenía flotando sin movimiento alguno sobres las tranquilas aguas del océano pacífico, con el radiante sol sobre las cabezas de los hombres que se encontraban holgazaneando en cubierta. A excepción de dos tripulantes con el puesto de vigía que esperaban la aparición de los barcos que representaban su entrada a la ciudad de Magdalena. 

Sin embargo, Julia comenzaba a mostrarse escéptica ante el plan que diseñó junto con Bartolomeo y el Búlgaro. Sentada frente al timón de su barco, intentaba ser paciente a fin de evitar alterar a sus compañeros tripulantes. Lamentablemente, para Julia, ni todo el vino que había en el barco podía mantenerla con la suficiente confianza que requería en esos momentos de enorme desespero.

—¡Ay, por Dios! ¡Esos barcos no van a aparecer! —expresó prácticamente en un grito, al tiempo que se ponía de pie de un brinco—. Tenemos que irnos de inmediato a Magdalena antes de que ese par se conviertan en el evento principal de la fiesta.

Enseguida comenzó con un arsenal de indicaciones que hicieron que sus hombres se pusieran a trabajar, yendo y volviendo igual a gallinas sin cabeza. 

—Julia, entiende que ese barco de pasajeros tiene que aparecer pronto, no podemos nada más dar órdenes sin sentido para llegar y atacar. Nos matarán a todos si ese es tu plan —reprendió Bartolomeo, quien se percató del escándalo que hizo la mujer. 

—Lo lamento, capitán. Aunque, ya ha pasado un día desde que llegamos a este punto y aún no hay señales de esos barcos que el Búlgaro mencionó —declaró Julia con ambas manos en la cintura.

—Llegarán, mi señora. Deme hasta la media noche y si esos barcos no aparecen, seré yo quien le dé un nuevo plan para ingresar a la ciudad. Mi mente ya está trabajando en ello —resolvió con rapidez el Búlgaro, mientras acercaba una copa de vino a su capitana.

—¡Por mi tesoro, Julia! Deja de beber, te necesitamos sobria —expresó Bartolomeo, observando la copa de vino.

—Capitán, créame, soy mejor pensando cuando estoy ebria. Así puedo olvidar que soy una dama —dispuso con una grata asonrisa.

—¿De verdad? —Funció el entrecejo—. ¿Te consideras una dama?

—Por supuesto que sí. Estoy bebiendo de una copa, ¿no lo ves? —Julia señaló la copa haciendo un elegante ademan simulando a las señoritas de alta sociedad. 

—¡Qué calamidad! —se lamentó Bartolomeo, mientras que se llevaba una mano a la cabeza y ponía los ojos en blanco.

—Bueno, bueno... ¿Nos iremos o qué? —preguntó la mujer con un tono de desespero.

El regaño que estaría a punto de recibir por Bartolomeo de nueva cuenta, fue interrumpido por el grito de uno de los vigías del barco.

—¡Barco a la vista! —gritó el marino que se encontraba en el carajo del JJ. 

El ensordecedor momento provocó una ola de órdenes por parte de Julia y Bartolomeo. Después de observar cómo se hacía cada vez más grande el barco de pasajeros, cada una de las indicaciones iban encaminadas al comienzo del ataque de la embarcación recién avistada.

No pasó mucho tiempo para que las naves de bandera negra avanzaran a velocidades aceleradas, acechando a quien se convertiría en su presa. Julia sentía el aire fresco sobre su cara y lo disfrutaba como hace tiempo no lo hacía. Desde la muerte de su madre no había tenido oportunidad de navegar sobre las aguas del mar para asaltar a cuanto barco se cruzara en su camino. En su lugar, tuvo que dedicar su tiempo a cuidar de la isla y a ejercer como intermediaria entre piratas y compradores de mercancías robadas. 

Por otro lado, Bartolomeo era un hombre de amplia experiencia en robo y asaltos, gustaba de asaltar enormes naves comerciales que transportaran consigo metales dorados. Se trataba de un hombre realmente hábil en cuanto al manejo de los barcos, ya que, solía sacar el mayor provecho posible a los vientos y a las corrientes del mar. Era un conocedor del arte de la navegación a los ojos de los demas.  

En esta ocasión, el capitán Bartolomeo era quien tenía el curso y el timón bajo su control con una sonrisa que figuraba en su rostro solo cuando un ataque estaba a punto de desencadenarse. Después de todo, eran piratas, caracterizados por la intención de asesinar y las inquietantes ansias de hacerse de aquello que no les pertenecía; vivían para esos momentos que les provocaban placer. 

La María se mantenía a pocos metros del JJ, moviéndose a la misma velocidad con las velas extendidas y los cañones listos. Finalmente, el barco de pasajeros fue hostigado hasta ser alcanzado por dos naves de bandera negra. Los cañones fueron encendidos y los disparos comenzaron en señal de advertencia, disparando en dirección de las velas. Bartolomeo maniobró el JJ, con el objetivo de rodear la nave de bandera nacional. Estaba claro, que no podían permitirle escapar bajo ninguna circunstancia, ya que el plan completo dependía de ese barco. 

Tres naves de bandera negra golpeaban y acechaban a la pequeña embarcación que no tuvo más remedio que permitirse someterse, puesto que a escasos metros de separación entre los cuatro barcos, las tripulaciones piratas se enaltecieron por medio de gritos, ruido y disparos que mostraban su intención de atraco.

Los pasajeros que estuvieron viajando durante semanas, fueron removidos por los pocos hombres que se encargarían de defender el barco y enviados a sus respectivos camarotes bajo cubierta para su resguardo. Solamente quienes podían luchar, deberían estar sobre cubierta. Sin embargo, los navíos de abordaje tenían la orden de no resistirse en caso de un ataque de mismas similitudes, ya que podía ser aún más perjudicial para los viajeros, oponerse a semejantes enfrentamientos.

Los custodios del barco de pasajeros observaron la imponente cantidad de piratas que saltaron a su cubierta y al ver que ellos eran apenas unos cuantos guardias, no tuvieron más opción que soltar sus armas y ofrecerles oro a sus atracadores para que les permitieran vivir.

—¿Quién es su capitán? —demandó el Búlgaro con aires de grandeza. 

El resto de los hombres trataban de controlar las cuatro naves y a los tripulantes de su nueva adquisición.

—Soy yo, señor —dijo un hombre cuyo rostro no era el de un hombre adulto, más bien parecía un niño a quien le acababan de regalar un barco para jugar.

—¿Es una broma? —Se mofó el pirata, después de reír con descaro. 

No obstante, después de ver el uniforme que portaba el joven, no había dudas, el capitán del barco era apenas un niño.

—Mi nombre es Leopoldo Córdoba y soy el responsable de esta nave de pasajeros. Dígame, ¿qué puedo hacer por usted? —preguntó el capitán con valentía. 

—Eres joven, pero no eres tonto, muy bien niño —aseguró el Búlgaro, inclinando la cara hacia un costado—. ¿Desde cuándo navegas esta nave?

—Es este mi primer viaje, señor —respondió el joven, que posteriormente tragó saliva y volteó su nerviosa mirada hacia el resto de su tripulación. 

El resto de los piratas, que asechaban la nave e incitaban a los guardias a no intentar nada, comenzaron a reír con descaro. Sin duda, estaba claro que habían dado justo en el clavo que necesitaban. 

—Eso imaginé —confirmó de un movimmiento de cabeza el Búlgaro—. Vaya bienvenida que te hemos dado. Te diré una cosa, te ayudaremos siempre y cuando seas cooperador con nosotros. ¿De acuerdo?

—Sí, por supuesto, solo le pido que no mate a ninguna de las personas que he jurado llevar a salvo a Magdalena. —Un poco de alivio se veía en la cara del capitán. 

—Oh, no te preocupes por eso, muchacho. Esta vez no mataremos civiles. Nosotros hemos venido a robarles, pues ese es nuestro pago. Supongo que eso ya lo entiendes. ¿Cierto? —El Búlgaro rodeaba al capitán con pasos lentos y atemorizantes, igual a un buitre que desea comerce a su presa.

—Sí, señor —repuso el capitán que se esforzaba por no verse temeroso. 

—Muy bien, pero mira, no todo es tan sencillo como tú lo crees, también necesitaremos un favor o dos. ¿Ves aquellas dos personas en aquel barco de allá? —preguntó el Búlgaro, señalando a Julia y Bartolomeo: los capitanes que supervisaban lo que pasaba en el barco retenido.

Los ojos del joven se posicionaron donde los dedos huesudos del Búlgaro señalaban, mediante una observación detallada concluyó que ese par era a quien debía temer. 

—Sí, señor —confirmó tragando saliva.

—Ellos necesitan que los lleves a Magdalena, junto con algunos hombres más.

—¿Llevarlos? Yo... no entiendo —declaró Leopoldo con unos enormes ojos.

—Muchacho, supuse que serías más inteligente. —El Búlgaro colocó una mano sobre el hombro del capitán—. En fin, te explico. Mis señores, dueños de las tres tripulaciones piratas que acosan tu nave y por ahora dueños de tu vida, así como las personas que se encuentren en este barco: desean entrar a Magdalena.

El pirata Chasqueó la boca e hizo una pequeña mueca.

»Lamentablemente, solo  podremos hacerlo por medio de este barco, entrando por el puerto principal que es hacia donde tú te diriges. Tú nos llevarás allá y eso es todo. Por supuesto, no deberán decir una sola palabra de nuestra presencia en la ciudad, o no volverás a navegar un barco, ni en esta vida, ni en la otra. ¿Ahora sí me explique, niño? 

El pirata logró intimidar al joven e inexperto hombre con su discurso atemorizante y el acento particular que lo caracterizaba como el Búlgaro. Finalmente, y como única opción, el capitán del barco aceptó la petición de sus atacantes para permitir la nueva distribución de personas. En ese instante, tendrían la oportunidad de ingresar no solo un barco repleto de piratas a Magdalena, sino que podrían permitirse llevar dos o tres de las naves.

Los pasajeros, que comenzaron a ser hostigados por los andrajosos marinos, sentían miedo y rechazo hacia los piratas. Tales emociones se apoderaban de ellos, luego de haber iniciado la colecta de joyas y pertenencias más costosas que traían consigo los pasajeros. Sin embargo, no todos los afectados estaban dispuestos a cooperar y a cumplir con las exigencias de la tripulación de bandera negra. Un hombre fuerte, fornido y atractivo, de apariencia sencilla, —parecía ser un simple mozo de algún caballero importante—, se negaba a entregar a los piratas sus pocas pertenencias de valor, así como las últimas monedas que traía consigo.

—¡Que entregues lo que traes o te vuelo los sesos, muchacho! —amenazó un enorme pirata calvo y moreno.

 Sin ánimos de dialogar, el pirata puso un arma de fuego sobre la sien del hombre.

—¿Por qué no sueltas esa arma y te enfrentas conmigo como un hombre? —desafió el muchacho sin temerle a su muerte. 

El enorme pirata se molestó tanto que de una aventó el arma y se fue a los golpes contra quien se atrevió a retarlo. El alboroto provocó que tanto pasajeros, guardias y piratas iniciaran una pequeña trifulca sobre la cubierta de aquella nave comercial. Los guardias intentaban defenderse, incluso cuando sabían que sería inútil y estúpido llegar a las armas contra la enorme tripulación de los barcos contrabandistas.

El bullicioso alboroto llegó a los oídos de Julia, causándole enfado y ansiedad. Después de todo, aquel altercado estaba cercas de sabotear el único plan que tenían para el rescate. 

—¡Maldita sea! ¿Y ahora qué sucede? —gritó después de ver el alboroto. 

En el acto brincó de un barco a otro, balanceándose con las cuerdas y garfios que colgaban del mástil, disparó su fusil al aire con la finalidad de parar la trifulca y provocar silencio en la cubierta. Enseguida, miró con recelo a cada uno de sus marinos con un semblante desencajado y furioso que algunos de ellos ya reconocían. 

—¡¿Qué demonios está sucediendo aquí?! —cuestionó molesta.  

—Este hombre se niega a entregar sus monedas —resolvió el pirata que recolectaba su botín, mientras señalaba la bolsa de cuero y llena de tesoros que traía consigo.

—¿Quién diablos les dijo que tenían que robar? —preguntó Julia.

No obstante, ninguno de los piratas supo dar respuesta, pues a eso se dedicaban. En pocas palabras, era parte fundamental e importante de su esencia como pirata. ¿Por qué habrían de adueñarse de un barco de pasajeros sin hacerse de sus pertenencias? 

Nada tenía sentido para ellos.

—Mi señora, los hombres solo buscan recolectar su botín —dijo el Búlgaro.

—Yo no di esa orden —comentó con un semblante que producía miedo.

—Creo que sería mejor permitirles continuar con el atraco, Julia —propuso el capitán Bartolomeo al oído de la mujer.

Julia, únicamente plantó su mirada en el viejo lobo de mar y se mantuvo seria por algunos segundos, buscando averiguar lo que debía hacer.

—Me dijiste que habría que entrar sigilosamente. Si robamos, esta gente llegará corriendo a la comandancia y alertarán de nuestra llegada a Magdalena.

El capitán tomó a Julia del brazo y le habló más en privado. 

—Pensarán que es un atraco de piratas y a esos ya no les dan importancia. Mejor que consideren eso a que imaginen que hemos llegado por los nuestros. Además, si no les damos a estos hombres lo que demandan ahorita, lo exigirán en la ciudad y ahí sí que se pondría en peligro no solo el plan, sino también nuestras vidas.

—Nuestras vidas ya están en peligro, Bartolomeo, pero está bien, haré lo que me dices.

La pirata dio pasos lentos pero certeros con la mirada fija en joven que se negaba a entregar sus monedas. Al tenerlo tan cerca caminó a sus espaldas y le sopló el aliendo de alcohol al oído. Luego se posicionó frente a él una vez más. 

—Es una pena lo que tengo que hacer, porque eres muy guapo —confesó después de contemplarlo de arriba hacia abajo por unos segundos. 

De un instante a otro, le rebanó el cuello con el filo de un cuchillo que portaba en el cinturon.

El hombre cayó en la cubierta mientras todos escuchaban los sonidos producidos por la sangre que emanaba de su boca y garganta. Un par de gritos de mujeres se oyeron y los murmullos de los hombres remplazaron los llantos. Julia levantó la mirada de la sanguinaria escena que provocó y fijó los ojos sobre los civiles que seguían lamentando su suerte.

 —¿Alguien más que no esté dispuesto a cooperar? —preguntó sin el más mínimo temblor en su voz. 

El silencio y el miedo sofocó el lugar, pues nadie estaba dispuesto a terminar como aquel pobre diablo.

—Ya saben qué hacer, muchachos. Finalicen lo que iniciaron y apresúrense que tenemos prisa —ordenó una vez más. 

El resto de los piratas se sintieron satisfechos con las órdenes y acciones de Julia. Continuaron con la preparación de los navíos para entrar a Magdalena, como si nada hubiese pasado, como si se tratase de un par de barcos de pasajeros llenos de feligreses que acudían a las fiestas de la ciudad. 

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