Capítulo 26: Dos mundos

Se percibía un viento helado con aroma a humedad y a orines de rata, mezclado con el movimiento provocado por las olas del mar; todo oculto por la oscuridad que invadía cada centímetro del último piso del barco del comodoro. Ahí se encontraba la celda que aprisionaba a la pareja de recién casados. Ambas partes sentían el miedo, el estrés y la preocupación que ofrecía la incertidumbre de no saber qué era lo que sucedería con sus vidas o en qué momento lo padecerían.

Elena, más allá de padecer su situación, recordaba la muerte de su padre sin poder detener el llanto provocado por su pérdida. Por otra parte, Manuel Barboza buscaba el consuelo en todas aquellas enseñanzas que Montaño le dejó; incluyendo el autocontrol de sus emociones en los momentos menos oportunos como el que tenían frente a ellos. Guardar su enojo y coraje, sería un problema más para enfrentar en prisión.

Pasaron varias horas sin que nadie se hiciera presente. Manuel comenzó a temer que podrían dejarlos morir a causa de la inanición, o que habían iniciado con algún tipo de tortura para obligarlos a hablar. En otras circunstancias aceptaría tal destino si se encontrara solo, pero de ninguna manera lo quería para Elena.

—Créeme si te digo que esto no es para nada el viaje de bodas que soñé tener contigo —dijo tratando de encontrar la mirada de su esposa entre la oscuridad.

—Espero que no hayas imaginado uno donde hubiera mares, playas o barcos —respondió Elena entre sollozos—. Aunque... ¿Qué mujer puede decir que inició su noche de bodas atada a una cama y terminó encerrada en una celda? Si alguien trata de hacerme entender que mi destino es estar a tu lado, supongo que ya lo comprendí.

—Nunca hubiera querido que esto sucediera, ni siquiera alcanzo comprender cómo es que terminamos aquí.

—Mi padre siempre aceptó que esto tarde o temprano sucedería.

—Tal vez suceda para mí, pero no será tu destino —dijo Barboza acercándose a Elena—. En algún momento tendrá que venir Alejandro o tal vez pida hablar contigo. Lo hará porque sé que le interesas, haría lo mismo de estar en su lugar.

—Yo no estoy tan segura de sus sentimientos —replicó Elena.

—Yo sí lo estoy. Vendrá o enviará por ti. Cuando eso suceda, te hablará de lo que pasó en la playa y buscará tu perdón, te pedirá que te quedes a su lado, que te olvides de mí y de todo lo que hemos vivido estos últimos meses...

La castaña abrió los labios, pero apenas si podía pensar en algo para decir.

—Manuel, yo no...

—Debes aceptar —interrumpió Manuel colocando sus fuertes manos sobre el rostro de Elena.

—¿Qué dices? —cuestionó sorprendida.

—Es el único plan que tengo para salvar tu vida. Te amo y mucho, pero no te arrastraré a mi destino, prometí protegerte y eso es lo que pienso hacer.

Elena se internó en los brazos de Manuel, siendo reconfortada por esa calidez y la seguridad que él siempre le proporcionaba en cada abrazo. Por un momento, cerró los ojos imaginando que estaban en el camarote principal de La María, como hace apenas una noche lo estuvieron.

—Manuel, ya perdí a mi padre y a Danielle. ¿También debo perderte a ti? ¿Por qué?

—Debes hacerlo. Sé de tus sentimientos por él y no debí dejar que mis celos me dominaran. Debí permitirte elegir; aceptar que él tiene más para ofrecerte de lo que yo tengo. A su lado tendrás todo lo que un día soñaste para tu vida, todo lo que tú te mereces. Así que, remediaré mis errores y te liberaré de tu promesa de permanecer a mi lado. Aceptarás su propuesta, la que sea que te haga con la finalidad salvar tu vida y tu felicidad. —Existía cierto dolor en su interior, uno que le hiciera desear la muerte.

—Puedo fingir aceptar y luego buscar la manera de sacarte de aquí —dijo la mujer entusiasmada con la idea, pero Barboza no le correspondió de la misma manera.

—Yo no tengo remedio en esto, soy un pirata, uno con un nombre reconocido. Estoy seguro de que no habrá manera de un escape.

Elena se refugió de nuevo en los brazos de su esposo sin decir una sola palabra, en vez de ello, procuró cerrar los ojos y fingir que todo era un mal sueño.

Dos pisos arriba, en uno de los grandes y lujosos camarotes del barco, Alejandro Díaz esperaba la visita de su padre para poder entablar una conversación que aclararía lo sucedido. Debido a la incertidumbre que sentía, iba y venía por toda la habitación como felino enjaulado, con el cuerpo adolorido a causa de su último duelo con Manuel Barboza. Pensaba en las palabras que debían salir de su boca con el propósito de ganar la discusión que sabía que tendría con su padre.

La puerta se abrió de golpe y Alejandro volvió la mirada hacia la misma.

—Hijo, no tienes idea de lo feliz que estoy de haberte encontrado sano y salvo. Ya pronto estarás de nuevo en casa —manifestó Rafael abrazando e inspeccionando cada parte del cuerpo de su primogénito—. Supongo que ya te ha visto el médico.

—Estoy bien y agradezco su interés en mi vida, padre; aunque no era necesario dispararle a mano fría al capitán Montaño.

—Ese hombre estaba destinado a la muerte de todos modos, todos ellos lo están. Hemos dado inicio a la cacería de piratas, ya te enterarás de los detalles más adelante —dijo a la vez que buscaba encender un puro.

—Bien. Entiendo la parte de castigar a quienes han robado y asesinado. Pero, ¿por qué buscas castigar a Elena?

—¿Elena? ¿De quién me hablas? —preguntó el padre, fingiendo no saber de ella.

—Hablo de la mujer que tienen encerrada en una celda en este mismo barco. ¿Por qué a ella? —Las palabras salían de su boca con rebeldía.

—Bueno, hijo, si navegó con ellos tanto tiempo, supongo que es porque es una más de ellos. Los piratas juegan a disfrazarse de gente con clase como nosotros para pasar desapercibidos; sin embargo, eso no debe de preocuparte. Ya tengo gente trabajando en ello —resolvió volviéndose hacia su hijo.

—Tu gente serán los que elijan, ¿quién vive y quién muere? Por ejemplo, hablemos de los piratas que trabajaron a tu favor, ¿viven o mueren? ¿O debo decir los caballeros de la alta sociedad que hacían negocios contigo? —expresó Alejandro de forma burlona.

—¡No te permito que me faltes el respeto de ningún modo! El capitán ese ha dicho un arsenal de mentiras para ponerte en mi contra y tal parece que lo ha conseguido.

—¡Es que no son mentirás, padre! Cuando llegué a su barco no podía creer todo cuanto poseen. Las tierras, los barcos, las armas, la gente que trabaja con ellos. Después desembarqué en esa isla y escuché las historias, las conversaciones; para quién debían robar, a quién le debían cargamento y a quién su parte del botín. Escuché nombres, pero me negaba a aceptarlo. Pensé que todo era parte de una tortura psicológica que estaba viviendo—. Volvió el cuerpo y se encontró de frente con el rostro de Rafael—. Por tal motivo, me niego a aceptar que no hayas tenido nada que ver los robos y saqueos.

—En pocas palabras... Lo que pides es que te confirme que he trabajado con piratas para llegar hasta dónde estamos, ¿no? —cuestionó el Sr. Díaz con gran serenidad y una ceja arqueada.

—¡No necesito conocer toda esa basura que sé que es cierta! Lo que quiero es que liberes a tus prisioneros.

—¿Por qué tanto interés en esa jovencita? ¿Quién es? —preguntó el padre con la mirada puesta sobre su hijo.

—No es quien, sino lo que representa para mí. Ella es la mujer de la que me enamoré y la razón por la que me convertí en un pirata.

—¡Por Dios! Deja de lado esa tontería de que eres un pirata. Ellos te secuestraron y esa mujer no es de tu clase social, ni lo será jamás. Entiendo que te hayas entretenido con ella en el barco, pero de eso a enamorarte es absurdo. Hijo, sí que te golpearon la cabeza —rio burlesco.

—¡No vuelvas a faltarle el respeto a Elena de esa manera! Ella no fue un entretenimiento para mí. Ella fue la única razón por la que sobreviví y te prohíbo tal falta de respeto —espetó el joven de cabellos rubios enfurecido con su padre.

Rafael Díaz se mostraba renuente a aceptar las palabras de su hijo.

—Dime, ¿qué quieres hacer con ella? —cuestionó con un semblante poco amigable.

Alejandro sabía lo que quería, aunque resolverlo sería una tarea complicada.

—La haré mi esposa.

—Eso no lo acepto —negó el otro casi de inmediato—. Hazla tu querida, tu dama de compañía o incluso liberarla. Has lo que quieras, pero no te puedes casar con ella. ¡Te lo prohíbo!

—No me puedes prohibir nada. Después de todo lo que has hecho, no tienes la moral para hacerlo.

—¡Tengo el poder! ¡Soy tu padre, sigo siendo tu benefactor y lo dejaré de ser si te atreves a desobedecerme! Aunque me quede sin un primogénito, soy capaz de desconocerte como hijo. ¡Lo prefiero mil veces a verte casado con esa gentuza! —expresó Díaz para salir del camarote, azotando la puerta.

Alejandro recordó con claridad las palabras del capitán Montaño, palabras que se volvieron una realidad más rápido de lo que imaginó.

«La rechazarán por donde la vean, perderás a tus amistades y tu familia te dará la espalda. Tu padre te retirará el apellido y también la herencia».

Pese a ese resultado, Alejandro se negaba de cualquier manera a perder el derecho que le fue negado desde el principio. Sin duda, quería cortejarla para enmendar sus errores y formar una relación de la cual sentirse orgulloso.

Por otro lado, Manuel y Elena seguían completamente solos en la oscuridad de la celda. Manuel intentó de cualquier manera abrir el candado que los mantenía atrapados, por desgracia para ellos, el pirata falló en cada una de las ocasiones. Ante el evidente fracaso, la frustración se apoderó de su temperamento. Fue un par de horas después, cuando ambos escucharon los ruidos que alertaban la proximidad de uno de los guardias a la celda.

—Requieren hablar contigo —indicó el guardia señalando a Elena y temeroso de ser atacado por Manuel Barboza.

Elena volvió su mirada hacia Manuel, quien asintió en respuesta y de paso recordarle lo que debía hacer.

—Ve tranquila —dijo mientras contemplaba los largos pasos de Elena rumbo a las escaleras de la escotilla.

La joven respiró profundo al salir a la superficie. En ese instante agradecía la pureza del aire que se podía respirar junto con la luz que tanto luna como estrellas reflejaban, permitiendo así, algo de visibilidad. Una corriente de aire frío le recordó su reciente caída al mar, pues sus ropas aún seguían con humedad. El guardia la guío por cubierta, y después por un largo pasillo que atravesaron hasta su arribo a la puerta que sería abierta por el mismo Alejandro. Entrecerró los ojos intentando acostumbrarse a la luz que provenía desde el interior de la habitación, puesto que había permanecido largas horas en total oscuridad.

—Pasa por favor.

La joven dio un par de pasos y observó con detenimiento su alrededor, notando que se quedaría sola con Alejandro luego de que el guardia cerrara la puerta. Miró al rubio con un semblante completamente diferente al de su último encuentro. El hombre ya no portaba cadenas, ni la suciedad en su cuerpo. Ahora usaba ropas más elegantes, similares a las que vestía cuando lo vio en la plaza de Magdalena.

«Ha vuelto a la normalidad» pensó.

—¿Necesitas algo? —preguntó el joven acercándole una silla y una manta a la recién llegada.

—Agua, por favor —respondió señalando la jarra con agua que figuraba sobre una mesa.

—Sí, por supuesto. Espero no te estén tratando del todo mal, y de ser así, dímelo. Yo veré como arreglarlo —dijo Alejandro arrimándole el vaso con agua.

—Para serte sincera, no hemos recibido ninguna visita hasta que el guardia fue por mí. Incluso pensamos que se olvidaron de nosotros, lo que por obvias razones es imposible, ya que fueron a la Isla del Coco exclusivamente en nuestra búsqueda. Lo más probable es que nos dejen morir de inanición —concluyó la mujer para después beber el agua.

—Jamás permitiría tal trato a tu persona. De hecho, esa es la razón por la que te encuentras aquí. Elena, quiero que sepas, que yo no quise que esto sucediera. Al parecer mi padre y otros hombres influyentes de Magdalena tenían negocios con la hermandad. Durante el encuentro en la isla surgieron revelaciones, amenazas, entre otras cosas. De pronto mi padre perdió la razón y disparó, la bala fue a dar al cuerpo del capitán, mas esa nunca fue la intención —explicó Alejandro en cuclillas frente a Elena.

—¿Me dices que la muerte de mi padre fue un accidente? —preguntó Elena alejandose de quien le hablaba. 

—Tampoco lo puedes ver como un asesinato, Elena —manifiesta y se incorpora.

La mujer en el acto frunció el ceño, haciendo notar su molestia.

—¿Por qué no? Eso fue lo que pasó. Tu familia le disparó a mi padre, al hombre más importante en mi vida, o ¿me dirás que tu gente no asesina o daña?

—¡Por supuesto que no! Un asesinato de cualquier mano es un asesinato, pero tú estás incriminando a mi padre: mi familia.

—¡Oh! Ya entiendo. Si se trata de un «caballero influyente» eso es un accidente, aunque, por otro lado, si un filibustero es quien dispara, entonces se convierte en un asesinato —gesticuló furiosa con respiraciones profundas—. ¡Cuánta razón tenía mi padre en esto! ¡Ustedes manejan las leyes a su conveniencia!

—No puedes decirme que ellos son inocentes de toda causa. Escucha, Elena; ellos enfrentarán cargos por piratería tarde o temprano, incluyendo a Barboza. Sin embargo, yo estoy dispuesto a ver por ti. Danielle y tú serán integradas a la sociedad como personas inocentes. A lo que me refiero es que podrán llevar una vida normal y nosotros al fin estaremos juntos —expresó Alejandro tomando las manos de Elena en un intento por calmarla.

La mujer bajó la mirada para observar la unión entre ambos. 

—¿Qué hay de Manuel?

Alejandro observó la cruel  mirada de Elena, no había clemencia, exigía una sola respuesta que él no le podía dar. 

—Él debe morir.

—¿Por qué? —cuestionó la joven en un gritó de impotencia. 

—Es un asesino, un pirata e intentó matarme. Comprende que no puedo hacer nada por él. Por favor, solo acéptame para poder ayudarte —soltó molesto.

—¿Aceptarte? ¿En matrimonio? —preguntó, mirándole a los ojos.

—Sí, eso quisiera yo. Aunque antes tengo que hacerle ver a mi padre que...

—No quiero —interrumpió ella con rapidez.

—¿Por qué no? Si es por tu matrimonio con Barboza, eso para mí no fue importante —dijo el joven señalando los anillos que Elena portaba en su dedo anular.

—Para mí sí.

Las palabras le penetraron los oídos hasta llegar al centro de su cabeza, cada una golpeaba el orgullo que una vez fue pisoteado por el mismo Barboza. Todo lo que podía hacer era dejar que su resentimiento se apoderara de él.

—Entonces, ¡el supuesto amor que decías tenerme fue mentira!

—¡Tú menos que nadie puede hablarme de amor!

—Elena, yo subí clandestinamente al barco de Julia por no renunciar a ti, y lo hice sabiendo que ya eras la mujer del hombre que me mantuvo prisionero por meses, el mismo que se encargó de odiarme y arrancarme cada gota de esperanza de salir vivo del castigo que gané por salvarte la vida.

—¡No, no fue así! —gritó Elena tan llena de rabia que las lágrimas recorrían sus mejillas—. Tú te ganaste el derecho de vivir por salvar mi vida. Sin embargo, tú no sabías quién era yo, creíste que era una dama de tu sociedad y fue por ello que me ayudaste. Barboza y mi padre no hicieron más que cumplir con su trabajo, y si tú crees que nosotros los piratas merecemos la horca, entonces no tienes idea de lo que merecen tú y tu manipuladora sociedad.

—¡¿Es que no entiendes nada?! Yo lo único que quiero es que te quedes a mi lado, no quiero que sufras las consecuencias de ser la hija de un corsario.

—¡Pirata! Mi padre era un pirata, un hombre que vivía según sus creencias y bajo sus propias reglas. Los corsarios son hombres que trabajan para gente como tu padre. Además, no me importa lo más mínimo ser la hija de un pirata. Ese hombre al que tú llamas corsario o pirata fue mi padre; lo dio todo por mí, y me protegió de la única manera que podía hacerlo.

—¡Te arrastró a una vida que no merecías tener, y Barboza hace lo mismo! —declaró el joven golpeando algunos muebles.

—¡Barboza me ama y me acepta sin importar mi apellido o mi sangre! Incluso se casó conmigo sabiendo que fuiste el primero. En cambio, tú fuiste muy poco caballero por habérselo dicho. ¡Corriste a presumir en la primera oportunidad que tuviste! —soltó Elena, igual de exaltada que lo estaba Alejandro.

—Pues sí, lo hice. Fue la rabia y el enojo lo que me orilló a decirlo. Obviamente no le importó que fuese el primero, si el bastardo vio en ti la oportunidad que tenía para dejar de ser un simple segundo.

—Barboza no necesitaba que mi padre le regalara un barco para convertirse en capitán, no es así como funcionan las cosas en el mar. En medio del océano no existen los intereses de un solo hombre, sino los de una tripulación; en más de una ocasión él pudo abandonar a mi padre o favorecer un amotinamiento para hacerse de la nave, mas nunca lo hizo por respeto, lealtad y orgullo. Él siempre cuidó de las espaldas de mi padre y de mi presencia en la nave. Alejandro, si tú te piensas mejor hombre que él, no estás ni cerca de conocerlo.

Alejandro permaneció estático, sin tener palabras para responderle a la mujer que le gritaba de frente, se quedó de pie frente a ella por al menos un par de minutos, sintiendo como se desmoronaba toda esperanza que tenía de permanecer a su lado, pues era evidente que el orgullo de Elena no perdonaría la muerte de su padre o la de Barboza. La mujer estaba herida y no agacharía la cabeza con la finalidad de salvar su vida.

—Llama al guardia que quiero regresar con mi esposo —dijo Elena, después de unos minutos en completo silencio.

—Antes de que te marches. Hay algunas ropas en ese baúl, tal vez encuentres algo que te sirva. Abajo hace frío y podrías enfermarte. Yo esperaré afuera para llevarte de regreso —indicó Alejandro con el conocimiento de que aquella discusión no cambiaría.

Elena analizó con detenimiento el camarote que albergaba la presencia de Alejandro, donde pudo notar que a pesar de las diferencias entre ellos dos, los lujos que ambos frecuentaban eran casi los mismos. Una habitación rodeada de finas telas, hermosos lienzos y lujosa decoración. Por un instante se sintió en su propio camarote, navegando bajo el mando de su padre con Danielle y Manuel acompañándolos. La nostalgia volvía a hacerse notar en su rostro tras los recuerdos, enseguida, tragó algo de saliva y se apresuró a vestirse para salir de ahí.

La castaña abrió el baúl y encontró que la mayoría de las ropas eran de hombre. Sin mayor opción, tomó un camisón francés que después cubrió con un simple vestido viejo y rasgado que desprendía aroma a polvo; por último, colocó sobre su espalda una frazada que la ayudaría a cubrirse del frío. Terminó de vestirse y salió de la habitación para encontrarse de nueva cuenta con Alejandro. Ninguno de los dos dijo una palabra mientras caminaban de retorno a la celda, Alejandro quería mantenerla con él en su habitación para su resguardo con la esperanza de hacerla cambiar de opinión, recordando las viejas cartas que se escribieron y la noche que pasaron juntos en la cabaña de Julia, aunque, por otro lado, los deseos de Elena no podían ser más diferentes, ya que ella solo pensaba en regresar con Manuel Barboza. En dicho escenario, él era esa única persona en la que podía confiar.

Desde la fría y húmeda celda, Manuel se percató de la proximidad de alguien. De inmediato pensó en las posibles muertes que vendrían a darle, o en el mismo Alejandro y sus ansias de regocijarse en su cara por quedarse con su mujer. No obstante, lo que nunca imaginó, es que quien regresaba a compartir el encierro sería Elena. El guardia abrió la puerta para que ella entrara y cerró una vez más.

Alejandro sintió un nudo en la garganta, después de mirar cómo Elena prefería la sucia y fría celda, donde Barboza estaba al resguardo a las comodidades que él disponía para ofrecer.

—Haré que les traigan algo de comer y beber. Elena, no dudes en hacerme saber si necesitas algo —expresó Alejandro con la mirada en ella para después salir detrás del guardia.

Manuel intuyó con rapidez, que algo salió diferente a como lo planeó. Probablemente se equivocó y Alejandro no estaba tan interesando en Elena como lo hizo creer. En caso contrario, pensaba la posibilidad de que las cosas fueran mucho más complicadas de lo que consideraba, y no habría manera de salir de ahí con vida. Cualquiera que fuera la razón no tardaría en averiguarlo.

—¿Qué pasó? ¿Te propuso ayuda? —preguntó de inmediato.

Elena trataba de acostumbrarse de nueva cuenta a la oscuridad y a la humedad que se percibía en aquel lugar.

—Sí, lo hizo —respondió.

—¿Qué fue lo que acordaron? —preguntó con el miedo de escuchar la respuesta.

—Nada.

—¿Qué?

—No hice lo que me pediste. No acepté su ayuda y de ninguna manera podría hacerlo.

—¿Qué fue lo que te propuso? —cuestionó el pirata pensando en que Alejandro había intentado algo indecoroso con Elena, después de todo, ella vestía otras ropas.

—Manuel, cómo aceptar estar bajo su respaldo y protección si fue su padre quien mató al mío, fue su sangre quien derramó la mía. De ninguna manera, puedo cambiar mi dignidad o dejar de ser lo que soy. Él no está listo para darme un lugar en su mundo, y mi padre luchó tanto por darme un hogar, respeto, dignidad. No voy a agachar la cabeza y verte morir colgado. —Agachó un poco el rostro, respiró hondo y luego volvió los ojos—. Lo siento, pero tú y tu capitán me enseñaron que siempre se puede elegir. Ahora yo te elijo a ti, aunque con ello venga la muerte.

Manuel suspiró algo de ese frío aire que se encontraba en el ambiente, y tomó entre sus brazos a la mujer que decidió acompañarlo de por vida y caminar con él a la muerte.

—No aceptaré que terminemos de este modo. Traté de protegerte de todo y de todos, sin darme cuenta de que debía protegerte de mí y de mi destino.

—Te responderé de la misma manera que le he dicho a Alejandro: es mi vida y yo seré la que tome las decisiones sobre ella, no tú, no él, lo haré yo.

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