Capítulo 8
Durante el resto de la hora libre no volví a mi asiento. Las pocas neuronas funcionales tenían miedo de morirse si llegaba a hacerlo.
No le escribí a Nati en todo el día, más que nada para evitar sus comentarios de que me picó el bichito del amor. Pero, ¿por qué el pibe desconfigura a mi yo racional cuando está cerca mío? Él anda ahí, existiendo, y yo funciono peor que el sistema de las mutualistas. No entiendo qué carajos me pasa. Aparte su personaje favorito me recuerda un poquito a él, aunque en realidad no se parecen físicamente en nada, solo que usan lentes. Tampoco puedo comparar sus personalidades porque apenas vi el primer capítulo. Sé que me van a preguntar "entonces, Ade, ¿por qué decís que te recuerda un poquito a él si no tenés idea sobre Kazuma?", pero no tengo respuesta a eso. No sé, me cuesta una banda pensar con claridad cuando se trata del Carancho este. ¿Y si me engualichó¹ o algo así? Bue', ya me estoy yendo a la mierda. El chiquilín no chamuyó nunca en su vida, así que menos lo puedo imaginar consultándole a una bruja para hacerme un amarre o algo medio turbio.
La notificación de un mensaje de Natalia me devuelve a la realidad. Es extraño que me mande un audio a las once de la noche, por lo que enseguida me fijo de qué se trata:
—Perdón que te hable así de la nada sobre esto... —El hecho de que se disculpe y el tono triste de su voz me preocupa todavía más—, pero ta', le sigo dando vueltas a lo que pasó el otro día con el pibe este, Leandro, ¿te acordás? Onda no me quiero meter en la vida de Emiliano, ¿viste? Pero me dejó una sensación tan rara... ¿Qué habrá pasado entre ellos? Lo de los ojos rojos, lo que le dijo a Nacho de que lo va a reemplazar con otro, no sé. Incluso que el profe de Música se haya metido en el quilombo, o sea, alguna relación tienen los dos, ¿no? Porque le dijo algo de dejarlo un segundo sin vigilancia y nosequé. Pero que yo sepa no tuvo hijos. Y suponiendo que el pibe tiene 17 como Emi, no creo que Martín lo haya tenido a los 15 porque, bueno, viste cómo es él, ¿no? —Se escucha claramente un suspiro de cansancio—. Bueno, era eso nomás. Me voy a dormir. Te amo bella, nos vemos mañana, ¿dale? Besitos.
Tiene razón, yo también huelo gato encerrado en todo este quilombo. Nacho no quería que nos preocupáramos, pero, ¿cómo no sentirse así, si vimos a Emiliano a punto de cagarse a piñas con ese tal Leandro? Y tampoco me cuadra qué hacía el profe de Música ahí. Ignacio y Martín se conocen, Ignacio es el mejor amigo de Emiliano, Emiliano tuvo alguna relación con Leandro en el pasado, y Leandro está conectado a Martín, aunque esto último tenemos la certeza de que no son padre e hijo... Fah, esto está más enredado que cable de auriculares en un bolsillo.
Antes de terminar ahorcada con los nudos sin deshacer, le respondo a Natalia que estoy de acuerdo con ella y le cuento sobre los mínimos cabos que he logrado atar.
En el fondo, siento la necesidad de hallar qué se oculta tras este lío y así entender la rivalidad entre ellos. El problema es que no estamos en suficiente confianza como para ir de una a cuestionar. A menos que...
No, Adelina Clavijo, no pienses en flashear confianza. Sabés que es algo delicado y que podría terminar muy, muy mal. No. Te. Metas.
•••
Miércoles
Desde el principio del turno estoy metida en mi cuadernola. Sé que ando en la segunda hora de Literatura, pero desconozco qué parte de La Divina Comedia estamos analizando.
A través de iniciales, escribo teorías sobre qué relación pudieron tener Martín, Leandro, Emiliano e Ignacio para estar todos conectados. Garabateo líneas que los unen. También anoto fragmentos de aquella discusión y trato de interpretarlos. Sin embargo, algo se me debe estar escapando, ¿qué es? ¿Qué puede ser lo que no me cuadra?
—Clavijo... ¡Señorita Clavijo!
Me sobresalto y atino a esconder los apuntes con mis brazos. La clase entera ríe.
—¿Qué pasa, profe? —sonrío inocente.
Anna Literarisch me escudriña (qué palabra más fifí, eu) con la mirada. Está a mi lado, como si esperara a que yo rematase con alguna de mis idioteces. Sin embargo, mi cerebro no logra formular ni un mínimo comentario.
—¿Le gustaría aportar uno de sus apuntes a la clase? Durante estas dos horas ha estado con el rostro sobre el papel.
De pronto me descoloca notar una expresión menos severa. Hasta que segundos más tarde entiendo la indirecta.
Anna Literarisch no me está regañando ni humillando frente a la clase, sino que busca disimuladamente preguntar si pasa algo.
—Vio que La Divina Comedia se llama así pero de divina, preciosa, no tiene nada, ¿no? Como que mucho quilombo entre los personajes y lo que hicieron o lo que no hicieron, y todo eso. Hay que andar anotando, sino después te enredás y no entendés nada —respondo con mi típico tonito, aunque por un instante arqueo las cejas hacia abajo.
—¿Por qué no mejor se queda en el salón durante el recreo y me muestra a ver qué tanto anotó?
No me importa que la clase reacciona con un generalizado "woooooh", porque su sonrisa amable antes de volver al pizarrón reafirma lo que había percibido.
Por primera vez en todo el turno, levanto la cabeza y presto atención al tema que estamos dando.
Minutos más tarde suena el timbre. Guardo las cosas en mi mochila y la cuelgo en el hombro derecho.
—Clavijo, no se olvide que debo hablar con usted —me advierte la profesora.
Camino hacia allí, cruzándome con algunos compañeros que palmean mi espalda en señal de apoyo, y tomo asiento al lado de Anna.
Cuando el salón queda completamente vacío, ella afloja su ceño fruncido.
—¿Te encuentras bien, Adelina?
Me remuevo en la silla, incómoda. ¿Acaba de llamarme por mi nombre y no por mi apellido?
—Sí, no pasa nada, es solo que... —Me detengo. No puedo creer lo que estoy a punto de hacer, pero necesito un consejo urgente—: ¿Alguna vez sintió que no debía meterse en el asunto de otras personas, pero como es algo medio delicado tiene un... no sé, un algo que le dice que es buena idea preguntarle a una de las personas que está involucrada en ese asunto, pero en el fondo tiene miedo de que la persona se aleje por haberse metido en ese asunto?
La mujer me observa. Por su cara parece no haber entendido lo que quise preguntarle.
—¿Podrías plantearlo con una situación hipotética? —Definitivamente me expliqué para el orto.
Respiro profundo e intento de nuevo:
—Imaginemos que persona A conoce a persona B, y actualmente se detestan, pero en medio de una discusión dan a entender que alguna vez se llevaron bien, tal vez hasta eran cercanos. Hasta ahí bien, ¿no? —Ella apenas emite sonido para afirmar—. Bien, entonces también está persona C, quien tiene una relación cercana con persona A y que conoce lo que pasó entre A y B antes de odiarse. Entonces, en esa discusión, persona B le dice a la persona C que va a terminar como él, o sea como persona B, con respecto a la relación que tiene con persona A.
—¿O sea que B le dice a C que terminará detestando a persona A?
—No sé si detestándola, pero que la relación cercana se va a romper —Un ademán de su mano me indica que continúe, por lo que obedezco su orden—: en plena discusión se suma persona D, quien persona A y C conocen, pero que además parece tener una relación cercana con persona B, pero sin ser el mismo tipo de relación cercana que tienen A y C, ¿me explico? Capaz que no son amigos, sino que tienen algún grado de parentesco o tal. Ahora teniendo todo este hipotético caso planteado, mi pregunta es: ¿debería preguntarle a la persona C sobre por qué A y B no se llevan, aunque no debería meterme en ese asunto porque parece ser algo delicado, arriesgándome a que la persona C se aleje de mí?
La mujer suspira. Escondo las manos bajo mis muslos, sintiéndome como una niña pequeña esperando a su mamá en Dirección.
—¿Cuánto te importa saber el asunto? O tal vez mejor planteado: ¿qué tan poco te importa perder a alguien con tal de conocer ese dichoso asunto?
Silencio.
¿En serio estoy dudando sobre esto?
—Muchas gracias, profesora —Me levanto de sopetón² y voy directo hacia la puerta—. Me sirvió mucho hablar con usted, en serio. Nos vemos el viernes.
Abandono el sitio sin escuchar su respuesta. Al salir, me encuentro con que Natalia e Emiliano están esperando en los escalones, sentados, mientras que Nacho se halla un poco más apartado, recargando la espalda sobre una pared.
La chica casi se lanza encima de mí, rodeándome la cintura con sus brazos. Lo bueno de que ella sea más baja que yo es el hecho de no alcanzar mi cuello, porque me lo haría puré en un segundo.
—¿¡Estás bien!? ¿¡Qué te dijo esa vieja piruja!?
—¡Natalia, estamos en la puerta! ¡Te va a escuchar!
—Pffff... Como si no fuera la primera vez que le decimos así.
Ambas reímos a carcajadas.
—Pero te pregunto en serio, ¿qué te dijo? ¿Pasó algo? Aparte estuviste rara todo el día —El nivel de preocupación que está manejando en estos momentos me llena de ternura. Toda chiquita diciéndome eso, ¿no les dan ganas de convertirla en un bombón y comérsela a besos?
—Traaaaaanqui muchacha, conversamos de algo y la verdad me sirvió un montón —Abro exageradamente los ojos por un instante, señal de que más tarde se lo voy a contar.
—Nos alivia que te encuentres bien ahora, Ade —No vi en qué momento Nacho se acercó a nosotras—, me atrevo a hablar por los tres al decir que nos importa tu bienestar, ¿sí? Y no dudes en charlar con Nati o conmigo, o incluso con Emi —Palmea el hombro de su amigo—, si es que eso te ayuda a sobrellevar lo que sientes.
Es entonces que las palabras de Anna vuelven a cruzar mi pecho de lado a lado. Y comprendo, al fin, que no estoy dispuesta a perderlos por un asunto del pasado que no me incumbe. Ellos ya no son intrusos, sino que ahora forman parte de nuestro grupo de amigos. Me importan demasiado como para pensar siquiera en arriesgar nuestra amistad por una nimiedad de otros tiempos.
—Gracias, gurise'... Ahora vengan pa' acá y únanse al abrazo que no me pongo tan cariñosa seguido.
—¡Aprovechen, es un milagro! —acota Natalia con cierto tono divertido.
Ellos dos, aunque al principio un poco descolocados, también deciden rodearme con sus brazos.
—Ejem... —carraspea Anna detrás de nosotros.
Somos conscientes de que andamos a lo Ositos Cariñositos frente a la puerta, por lo que deshacemos todo y nos movemos de ahí.
La profesora me dedica una sonrisa cálida antes de marcharse.
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¹· Engualichar: lanzar un hechizo, un "gualicho", a otra persona, en general con intenciones malignas. Estar "engualichado" es cuando uno ya está con el gualicho, es decir, cuando a uno ya lo hechizaron. En ocasiones se utiliza esta última expresión para justificar una racha de infortunios que no tienen una explicación clara.
²· De sopetón: de sorpresa, sin que el otro se lo espere.
¡Buenas, personitas del multiverso! ¿Cómo están?
¿Qué les pareció este capítulo? ¿Deberíamos hacer mini-maratones más seguido? ¿Qué opinan de la actitud de la profesora Anna con nuestra enredadísima Adelina? ¡Los voy a estar leyendo!
No olviden dejar un voto si les gustó, ¿sí? Es gratis y le alegran el día a esta atrapadora de nubes. *Guiño guiño*
Les deseo felices fiestas y espero que disfruten estos días con quienes más aman. Coman cosas ricas, tomen (y si es alcohol, que sea responsablemente), bailen toda la noche y estén atentos a los chismes. ¡Se los adora mucho, mucho! Gracias por acompañarme en este 2021 complicadísimo. Gracias por cada voto y comentario, más de una sonrisa iluminó mi rostro por ustedes. GRACIAS. Posta se los digo. ¡Les envío vibras bonitas para el 2022!
Saludos desde las nubes, Nadia.
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