Capítulo 4
Domingo
Frente al espejo, en ropa interior, evalúo con qué cornos me voy a vestir. No es que sea una ocasión especial ni nada, pero es difícil para mí convivir con mis contrapartes: la personalidad dentro del liceo y fuera de este. Cuando salgo con Nati solemos hacer pavadas y prefiero utilizar atuendos lindos, que destaquen alguna zona de mi cuerpo. Sin embargo, en clases me chupa todo un huevo y uso la remera con su insignia, además de vaqueros y championes.
Tampoco es que tenga una doble vida ni nada por el estilo, solo que mis características se observan más, o menos, dependiendo de las personas a mi alrededor; Emiliano e Ignacio son intrusos, compañeros de clase, pero Nati es mi amiga más cercana... No puedo arruinarle la cita.
Decidida a tener que hacerle el dos, elijo un vestido casual y championes, ¿capaz que así puedo mezclar ambas partes de mí?
No pasa más de media hora cuando escucho a mamá gritarme desde el comedor que ya vinieron a buscarme.
—¡Decile que ya vooooy! —grito a todo pulmón—. ¿Dónde mierda dejé el...? —No termino la frase, ya que encuentro el perfume cítrico que hacía rato no veía.
Reviso rápidamente si tengo mis pertenencias guardadas en el bolso y luego salgo disparada hacia la entrada.
—¡Chau mamá! —Deposito un beso en su mejilla—. A las siete estoy en casa, el padre de Nati me trae.
—Dale, cuidate y diviértanse —sonríe ella—. ¿Te llevás campera? —Levanto el brazo donde cuelga la prenda en cuestión—. Bueno, dale besos a Natalia de mi parte.
Asiento antes de salir.
Cruzo el metro y algo que mide el patio delantero, para luego luchar con el portón medio oxidado. La chica me observa, aguantando reírse.
—¿Cada vez que vengo es lo mismo? —comenta divertida.
—Dale pelotuda, es el portón de mierda no yo, te juro...
Logro abrirla. Cerrar no es tan difícil, al menos.
—Ahora sí, saludame —Envuelvo a mi amiga con los brazos. Ella corresponde entre risas. Después de esto, emprendemos camino hacia el punto de encuentro.
Vivo a tres cuadras de la zona céntrica del balneario, por lo que no nos lleva más de ocho minutos llegar a pie. La charla se basa en que Nati me cuenta todos los chismes de todo el mundo, incluso de gente que solo ella conoce y yo no me los cruzaría ni aunque estuviese por caer un meteorito en Uruguay... Bueno, no tiene sentido lo que quise decir, pero los nervios están impidiendo que mis únicas dos neuronas hagan sinapsis, ¿ok?
Sentadas en la parada de ómnibus, mi pie izquierdo se mueve de forma incesante hacia arriba y hacia abajo. Enredo los dedos en la falda del vestido, acción que mi amiga nota enseguida:
—Mmmmm... ¿Será que por fin te picó el bichito del amor? —Su mirada es una mezcla de sospecha y burla. La calmo con un suave empujón.
—¿Qué decís, pelotuda? Flasheast...
—¡Ahí vienen!
—¿¡Dónde!? —Estiro el cuello hacia ambos lados, pero no está pasando ni la planta rodadora del desierto—. ¡La concha de tu madre, Nati! —Enojada, decido levantarme y caminar de un extremo al otro.
Ella estalla en carcajadas al punto de que suelta su chanchito interior. Me contagio de su risa y nos convertimos en dos prófugas del manicomio más cercano... Apenas puedo respirar, es que, ¡dios! ¿¡Por qué se ríe como chanchito!? ¡Yo no puedo así, yo no puedo...!
—¿No lo van a contar a toda la clase? —La voz de Emiliano me devuelve a la realidad.
Silencio por mi parte, aún más escándalo por parte de mi amiga. Si solo pasaron segundos, ¿o será que estuvimos así por un rato y no nos dimos cuenta?
Al girarme, me encuentro con las dos jirafas sonriendo. Emi lleva shorts con insignia de cuadro de fútbol español y remera roja lisa, mientras que Ignacio viste camisa blanca, de manga corta, con pequeños lunares negros y bermuda oscura, sujetada por un cinturón marrón. Tengo que admitirlo: este Carancho se viste re facherito.
—¿En qué andan, gurise'? —saludo lo más casual posible para disimular mis nervios.
—Esperando a que Doña Risita se tranquilice para poder ir a la rambla...
En eso, Natalia se detiene.
—¿Acabás de decirme Doña Risita, atrevido? —Se levanta. La diferencia de altura entre ambos me da muchísima ternura—. Ya vas a ver quién se ríe primero.
—¿Es un reto?
—¡Haaaaagan sus apuestaaaaas! —intervengo cual vendedora de estadio—. ¿Apuestan plata o...?
El chico está a punto de sacar algo de su bolsillo, pero es detenido por mi amiga, quien solo con una mirada de coqueteo acaba de pactar qué pasará si ella gana. Él le guiña un ojo como respuesta.
¿Y esa habilidad de comunicación de dónde salió?
—¿Podemos ir a la rambla? —Nacho se une a la conversación con timidez.
Los tres respondemos de forma positiva y nos disponemos a caminar hacia el lugar marcado: los tortolitos delante y los paletas detrás. Estoy segura que fuimos invitados por nuestros respectivos amigos para hacerles el dos nomás, aunque creo que ellos solitos podían habérselas arreglado bien...
—Y... ¿Qué tal? —Esconde sus manos en los bolsillos. Un paso suyo son como dos o tres míos, pero parece no tener problema con ir a mi ritmo.
—Igual que vos, supongo, clavada acá por los tortolitos.
Él frunce el ceño.
—¿"Tortolitos"? Emi dijo que él y Natalia son amigos...
—Ajá, sí, amigos —suelto con sarcasmo—. ¿En serio te comiste ese cuento? Ay dios, pa' ser carancho no sos muy vivo que digamos...
—Pero... —Se calla. Cuando vuelvo a mirarlo, noto que está observando las espaldas de la parejita con la misma expresión de antes.
Lo que estoy a punto de hacer pueden considerarlo una locura, y, siendo sincera, yo pienso igual, pero mi curiosidad no puede aguantarse las cosas... Aunque ustedes tampoco, ¿verdad?
—Eu, Carancho... —Se voltea hacia mí—. ¿Alguna vez te chamuyaste a alguien?
¡Buenas, personitas del multiverso! ¿Cómo están?
Me divertí muchísimo escribiendo este capítulo. ¿A ustedes qué les pareció? ¿Cuál creen que sea la respuesta de Nacho? ¿Les gusta el shipp Natalia x Emiliano? Me encantaría saber su opinión.
Como siempre, no duden en preguntar si alguna de las palabras utilizadas les suena algo extrañas, ya que son varios modismos de Uruguay y a veces ni nosotros sabemos qué significan(?) Nah, broma, tampoco para tanto... Bueno, sí, en realidad sí, jajaja.
Saludos desde las nubes, Nadia.
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