Capítulo 11

     El resto del día fue bastante extraño. Natalia le pidió a Emiliano que no nos juntáramos en los recreos restantes, acción que no ayudó a mi sentimiento de culpa, pero entendí que era lo mejor para todos. La tensión entre ella y yo fue palpable durante cada interacción mínima que tuvimos.
     En ningún momento me atreví a buscar con la mirada a Nacho.
     Ya en casa, mi mejor amiga y yo hablamos mejor sobre lo ocurrido. Recibí otro sermón, aunque con un tono más tranquilo respecto al primero, para luego permitirme dar mi versión de los hechos. No me salteé ningún detalle: la actuación en teatro, cuando vi al Caranchito merodeando con papeles en mano, los halagos de Ramiro y la conversación con él, las palabras del profesor, y que volví a mi asiento para agarrar el celular y saber si ella vendría. Aclaré, por supuesto, no haberme percatado de que Ignacio me esperaba fuera del salón, pero asumí el error. De esta manera, acordamos que mañana debo disculparme en persona, aunque pude convencerla para hacerlo a solas. Seré sincera: me pone nerviosa tan solo pensar en las caras o comentarios que Nati haría en esa situación, por lo que es preferible mantenerla lejos de esto.
     Ahora me siento más tranquila. No quiero perderlos, en especial a mi mejor amiga. Tal vez suene algo exagerado, pero el liceo es un mundo superficial y fugaz, donde no importa si sos el más popular o el payaso de la clase, en el momento que suena el timbre de recreo, los verdaderos amigos son aquellos que te buscan o esperan para estar juntos durante esos cinco minutos. Compartir ese momento con las personas correctas es un desafío, ya que nunca se sabe cuándo pueden traicionarte, alejarse o abandonarte sin decir el motivo. Más difícil es que las mismas amistades se mantengan en el transcurso de los seis años de liceo, casi imposible, diría yo. En mi caso, por ejemplo, conocí a Natalia en tercero. Ya ni me acuerdo cómo fue que empezamos a conversar, solo sé que Martín Iglesias notó nuestra química y más de una vez nos juntó para trabajos grupales, en los que yo aportaba mi conocimiento en bandas o cantantes, y ella aprendía rápido a tocar acordes en los diversos instrumentos que el profe le prestaba. Las cosas se fueron dando, evidentemente, hasta que me invitó a salir con ella en verano. Estuvimos en su casa, en la mía, hemos ido a plazas y pequeños conciertos organizados cerca de acá. No vamos al cine porque no coincidimos en gustos, pero una vez fuimos de compras a un shopping, ya que ella necesitaba ropa para salir y yo buscaba obras de teatro para leer (y practicar, aunque eso es secreto).
     Nuestra amistad no es superficial, a pesar de habernos conocido en el liceo, así como tampoco creo que lo sea entre Ignacio y Emiliano. El asunto es que debemos unir ambos lazos en uno solo, lo cual no creo que sea tan fácil porque SIEMPRE que pareciera estar sucediendo, algo reconstruye esa gran barrera divisoria.
     Mañana tengo que dar el primer golpe para derribarla de una vez y, en lo posible, para siempre.

Faltan dos viernes

     Tomo aire antes de cruzar el umbral hacia el interior del edificio. Como cada viernes, el tumulto de gente en los pasillos no se hace esperar. Camino dentro de esa corriente humana para encontrar a Ignacio, quien se supone debe haber llegado ya al liceo, aunque desconozco si estará en su salón o no.
     Alcanzo la sala de profesores y me detengo cuando noto quién se está yendo de allí. Con todo el asunto de las disculpas, casi me olvido de aquello que habíamos prometido hacer con Nati el otro día. Como ella seguramente llegue sobre la hora, tendré que enfrentarlo yo sola.
     —¡Martín! —lo llamo desesperada. Él se gira hacia mí.
     —¿Adelina? —Cuando llego a su lado, trato de sonreírle inocente y él niega con la cabeza, soltando una pequeña carcajada—. ¿Qué hiciste ahora? Según sé, te has estado portando muy bien esta semana.
     —No hice nada, tranqui, es solo que... —No me atrevo a terminar la frase en un lugar tan presenciado, por lo que decido cambiar el rumbo—: ¿le parece si hablamos en la puerta?
     Sus cejas se levantan, pero un segundo después frunce el ceño. En silencio, me indica el camino hacia la puerta.
     ¿Por qué tiene que hacerlo tan dramático? Ni que fuera el profesor de teatro.
     Avanzamos a su ritmo. Me mantengo rígida en la zona superior, casi me da miedo respirar y que la tensión entre los dos empeore.
     Mierda, ahora soy yo la que dramatiza el momento.
     —Dime, Adelina —Me sobresalto al escucharlo hablar. Nos encontramos detenidos en la vereda. Su auto se halla en el otro extremo—, querés hablar de lo sucedido el domingo, ¿cierto?
     —Sí, tampoco hay que ser un genio para saberlo. —No alcanzo a carcajear por los nervios y su mirada seria tampoco ayuda—. Perdón, es que... Agh... ¿Qué fue lo que pasó entre Emiliano y ese pibe, el tal Leo? ¿Por qué se llevan tan mal? Eran amigos, ¿no? ¿Tuvieron una discusión fuerte o pasaron muchas cosas entre ellos y todo quedó en malos términos? ¿Por qué Emiliano se puso tan agresivo? Bueno, los dos se pusieron agresivos y casi se agarran a las piñas, hasta me preocupé que eso pasara y terminara viniendo la policía a detenerlos, y que Emi o Nacho hubiesen quedado hechos paté, porque el Caranchito también andaba metido en el medio y no entiendo la relación entre ellos tres y...
     Él levanta una mano, tranquilo, por lo que detengo mi vómito verbal abruptamente.
     —¿Le preguntaron a Emiliano y a Ignacio sobre lo sucedido? —Niego enseguida y él cierra los ojos por un momento—. Lo imaginé. Dime, Adelina, si yo te preguntara algo muy personal de Natalia, ¿me lo contarías?
     —Emmm... —Me quedo en silencio. Sé la respuesta: no se lo diría, no me correspondería hacerlo.
     —¿Ves? Y como no les preguntaron, significa que ninguno de los dos habló del tema. Por ende, Adelina... —Coloca su mano en mi hombro, señal de que debo prestarle total atención a sus siguientes palabras—: tiempo al tiempo, ¿sí? No puedo garantizar que ellos les cuenten qué historia hay detrás, pero les recomiendo que no los presionen a hacerlo, ¿está bien?
     Asiento con la cabeza cual niña pequeña siendo regañada. Él suspira antes de apartarse.
     —Gracias...
     —Sé que están preocupadas por ellos, pero tranquilas, en serio. Trato de mantener a Leo lejos de los problemas, aunque los atrae siempre, se parece a un imán, ¿sabes? Y en el fondo es un buen gurí, solo hay que encaminarlo en esa dirección.
     —¿Entonces tenés un vínculo cercano con él? —Entrecierro los ojos.
     —Sí, Leo es mi sobrino.
     —Eso explica muchas cosas...
     —¿Ah, sí? —pregunta con tono divertido—, mirá, no conocía esa faceta Sherlock Holmes tuya. Pero... —Su expresión se transforma a una de seriedad—: no te dejes llevar por la curiosidad, que vas a terminar en peores problemas que llevarte Literatura a examen.
     Dejándome sin palabras, se despide veloz y cruza la calle en dirección a su auto.
     Vuelvo al edificio a paso lento. Mi mente, sin embargo, está funcionando a mil millones de revoluciones por segundo. Mierda, mierda, mierda.
     Martín tiene razón, mucha razón. ¿Qué estoy haciendo flasheando Sherlock Holmes? ¿Por qué me empeciné tanto en investigar la historia detrás de Leo, Emiliano e Ignacio? Es un tema personal del que no debemos meternos. Pero... ¿Alguna vez se animarán a contarnos? ¡Agh! ¡Ni siquiera tendría que andar cuestionándome al respecto! Adelina, basta, dejá el tema por ahí. Ahora lo importante es pedirle perdón a Nacho por la cagada que te mandaste el otro día. No querés perderlo, ¿verdad? ¡Entonces centrate en acercarte a él y decírselo!
     Hablando del Carancho, ¿estará ya en su clase? Aunque no creo que sea buen momento llevar a cabo el plan ahora, ya que acaba de sonar el timbre destrozatímpanos y esa es mi señal para entrar al salón rápido. Si no lo hago, entonces la profesora de Literatura va a tener una buena razón para dejarme afuera... otra vez.

•••

     En 17 años de vida, nunca se me había cruzado la idea de sentirme nerviosa por tener que pedirle disculpas a alguien.
     Mi pierna derecha sube y baja en un movimiento constante. Tomo apuntes sobre lo que habla la profesora de Literatura, pero solo es una excusa para no pensar en lo que sucederá dentro de unos minutos. ¿En serio no puedo simplemente decirle "mala mía, che", darle una palmada amistosa en la espalda y seguir con nuestras vidas? No, obvio que no. Ayer la recontra re cagué.
     El sonido atronador da por finalizada la clase. Mis compañeros salen en manada del salón, ignorando completamente el recordatorio sobre el tiempo estimado para realizar el trabajo final.
     Te odio, Anna Literarisch. Si no fuera por vos y tu idea del orto de juntarme con Ignacio Leyes, estas cosas no me estarían pasando ahora.
     Me dirijo hacia la puerta. Siento que todo mi cuerpo está en alerta ante el más mínimo movimiento o sonido que se pueda efectuar a mi alrededor. Puedo percibir la presencia de Natalia detrás de mí, casi como si estuviera vigilando mis pasos.
     Ignacio está conversando animadamente con su mejor amigo, pero ambos se detienen cuando los alcanzamos.
     —Buenas... —saludo apenas.
     Nati me susurra un "no seas tan cagona, dale" antes de pasar por mi lado y colocarse junto a su tórtolo:
     —Afuera está re lindo, ¿no?
     —Sí, la verdad que da para jugar un partidi... ¡Au! Digo, para salir un rato.
     Qué papelón que están haciendo para ayudarme...
     Pero, en el fondo, agradezco sus intenciones.
     —Nacho —El aludido me observa—, ¿podemos hablar a solas? Afuera, si querés, aprovechando lo que dijeron Emiliano y Nati. —Les lanzo una mirada antes de volverme hacia él.
     —Claro, está bien...
     Seguido de su respuesta, ambos emprendemos la marcha hacia el exterior del edificio.
     A pesar del ruido molesto a esta hora, ya que los alumnos de diferentes clases se reúnen en ambos patios a jugar o charlar, un silencio incómodo nos invade.
     Me atrevo a mirarlo y noto que, para él, el escaso pasto del patio delantero es más interesante que yo. ¿Por qué es tan difícil decirle lo que siento? Solo debo disculparme y listo, asunto arreglado, pero tengo que elegir las palabras correctas. ¿Cuáles son? No sé.
     No tengo certezas cuando se trata de Ignacio Leyes.
     Los asientos con sombra están todos ocupados, por lo que tenemos que conformarnos con el que recibe los rayos del sol.
     —Fah, ¡pica el sol a esta hora, eh! —Él solo asiente. No me queda de otra más que respirar profundo e ir directo al grano—: quería pedirte disculpas por lo de ayer. Te dejé re tirado cuando vos me estabas esperando y... ¿Por qué me mirás así?
     —Emiliano y Natalia exageraron la situación, Adelina, digo, Ade. No es necesario que te disculpes, está bien. Fue Emiliano quien se preocupó al verme solo y Natalia preguntó dónde estabas. No te hagas mala sangre por lo sucedido, ¿sí?
     Más que su sonrisa, son sus palabras las que me hacen sentir desencajada.
     —No. —digo después de unos segundos.
     —¿No...?
     —Me hago mala sangre porque sé lo que se siente que te dejen solo en un recreo. Nati me puteó con un buen motivo: sería hipócrita de mi parte hacer lo mismo que tantas veces viví. Parece una pelotudez, ya sé, pero... —Suspiro antes de terminar la oración—: me importa mucho la amistad que estamos formando los cuatro. —No me atrevo a mirarlo directamente—. Me cuesta abrirme a la idea de que ya no somos solo Nati y yo, me cuesta porque tengo miedo de cagarla y que todos terminemos separándonos, como siempre me pasa. No quiero perderlos, Nacho. Ustedes son importantes para mí, posta que lo son.
     Levanto la mirada hacia él y noto una expresión en su rostro que me cuesta entender: sus labios están curvados en una pequeña sonrisa, pero su ceño está levemente fruncido y el bronce de sus pupilas parece algo opaco. ¿Qué es lo que siente? ¿Tristeza, pena...?
     —¿Puedo darte un abrazo?
     ¿Qué?
     —Sí, obvio que sí.
     Ni siquiera yo esperaba soltar esa respuesta.
     Sus brazos me rodean con cuidado como si yo fuese frágil. Y tal vez estoy siéndolo ahora; tal vez soy una copa de cristal que puede hacerse añicos ante el menor toque. La calidez del abrazo me asegura sus buenas intenciones, pero no puedo corresponder el gesto. Inmóvil, un torbellino de pensamientos arrasa dentro de mí y destroza cada milímetro disponible de sentido común. Su mejilla se posa sobre mi hombro, por lo que sus lentes se mueven un poco de lugar. Sin embargo, sé que no necesita ver mi cara en este momento.
     No sé cuánto duró el abrazo. Creo que fueron unos pocos segundos, pero se sintió como si hubiese durado mucho más.
     —Gracias —Es lo único que logro pronunciar.
     Él se acomoda los lentes y me sonríe.
     —¿Te sientes mejor?
     No sé. La verdad es que no sé si me siento mejor, peor o diferente.
     —Sí, estoy mejor —¿miento?—. ¿Entonces está todo bien ahora?
     —Siempre fue así, Ade.
     Los colores cálidos del sol se reflejan en la figura de Nacho.
     Natalia y Emiliano tenían razón: hoy está re lindo el día.

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¡Buenas, personitas del multiverso! ¿Cómo están?

Perdonen por subir el capítulo a una hora tan insana, pero me quedé jugando y se me pasó el tiempo. Este capítulo se los traigo para festejar que... ¡tenemos nueva portada! No sé si conocen a OmiBiIre, pero sus trabajos son preciosos, de verdad. Me alegra muchísimo darle una lavada de cara, como se suele decir, a esta novela. Espero que ustedes estén disfrutando la lectura.

En fin, ¿qué les pareció este capítulo? ¿Ustedes también tratan de dar un empujón como lo hicieron Emiliano y Natalia? ¿Se esperaban el abrazo entre Nacho y Adelina?
¡Cuéntenme en los comentarios!

Saludos desde las nubes.

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