Un viaje en todoterreno

Dos veces por semana, Bavol me lleva al campo de girasoles para que Kavi pueda observarme caminar. Esta dinámica es lo más aterradora. La última vez que vine, uno de los guardias de seguridad transportaba a un perro que había muerto a causa de los cables. ¿Qué placer retorcido le produciría a Kavi verme deambular en este campo de girasoles? Tal vez cuenta los minutos para escuchar mis gritos de dolor o, peor aún, pudiera estar esperando el momento para algo aún más siniestro.

En otras ocasiones, me lleva al Hardanger Retreat, donde al caer la noche me indica que me desnude. Me lleva a la terraza para contemplar mi cuerpo bajo el reflejo de la luna. Según él, le resulta fascinante ver mi piel erizada por el frío nocturno, cuando en realidad es su presencia lo que causa ese efecto. Otras veces, escuchamos música en un dialecto extraño, pero que a Kavi le encanta.

—El rumano es un poeta de nacimiento— dice Kavi con los ojos cerrados mientras agita con suavidad su copa de vino.

—¿Esa música es rumana? — le pregunté, tratando de mantener un tono ligero a pesar de que mi mente y corazón estaban al borde del colapso. Esta noche en particular hace mucho frío en la terraza—. ¿Usted es de allá?

Kavi abre los ojos y los posa en mí. Con una señal de su mano me indica que me acerque. Me siento a su lado en el mueble. Me hala hacia él hasta que mis pezones están apretados contra su pecho.

—¿Qué si soy rumano? Bueno, me considero un ciudadano del mundo. La Doina es la canción típica del pueblo rumano, a pesar de su sonido oriental que impregna a veces sus melodías— explica. La mano de Kavi viaja lentamente hasta la parte posterior de mi brazo y luego posa en uno de mis senos—. La Doina es una canción que todos los rumanos escuchan, desde las montañas del Balcán hasta el Maramureș en el Norte, desde las orillas del Danubio a ambos lados de los Cárpatos...

—Entendí el punto—le digo algo asqueada por su toque—¿Puedo preguntarle por qué me trae a este sitio?

—He encontrado que tu compañía me causa placer, dice Kavi. Se detiene al ver mi mirada confusa—. Te encuentro algo fascinante. Eres diferente. Otra mujer estaría incomodándome con sus lloriqueos o, por el contrario, intentaría seducirme. —Kavi rozó sus labios contra el costado de mi cuello—. Tú solo quieres desaparecer, que te mire, pero a la vez que me olvide de que existes. Me temes, aun así, no has salido corriendo. —Rozó sus dientes a lo largo del lóbulo de mi oreja—. Te diré algo, Jaya, las cosas a las que les tenemos miedo son invencibles, no por su naturaleza, sino por la forma en que las vemos.

Me quedé en silencio observando el brillo salvaje bailar en las profundidades de los ojos de Kavi. Una chispa que, en cuestión de segundos, se convirtió en una ráfaga de fuego que me consumió llenándome de odio y rabia, me dio las fuerzas para detener las caricias que le daba a uno de mis senos.

—¿Por qué me secuestró? —solté un gruñido sin poder contenerme. Una corriente de aire helada se apoderó de la atmósfera—. ¿Está consciente de todo el daño que me ha hecho en todos estos años?

—¿Realmente crees que estás atrapada conmigo? —dijo con una sonrisa—. Miles de mujeres están en peores condiciones que tú. Solo estás aquí desnuda, pero nunca te he obligado ni siquiera insinuado a darme una mamada o a que abras las piernas. No te aparté de tu familia, sino de esa vida monótona y vacía en la que quizás estabas sumergida. Estoy construyendo sobre ti mi tesoro más valioso y tienes el poder la desfachatez mis decisiones. —Kavi se inclinó y me sorprendió al depositar un suave beso en mi boca. Entonces, retuerce mi pezón tirando de él y me quejo. Se apartó de forma brusca y me dio la vuelta por los hombros para que me incorporara del mueble. Quiero que recuerdes algo, y por tu bien, espero que nunca lo olvides..., mi estimada... Lica: "A veces, para poder ver, hay que cerrar los ojos". —Cerró sus palabras con un guiño.

Bavol entra a la terraza y cubre mi cuerpo con una manta, indicándome que mi tiempo con el maestro ha terminado. Mientras camino por las escaleras, me doy la vuelta para verlo mover las manos al ritmo de la música. Estoy enfadada, deprimida y ganas de ahogarme en mi llanto, que retengo con mucha rabia.

En los días siguientes, noto un cambio significativo en todo el personal. Mis porciones de comida ahora son diferentes y hasta Annuska ha tenido que suavizar sus métodos de reeducación. Aprovecho este ligero cambio de circunstancias para investigar sobre la chica de Román. En mi segundo intento como espía, elijo a una chica llamada Ixchel. Durante nuestras clases de etiqueta y protocolo, le pregunto si conoce a una chica llamada Beth. Al principio, la noto vacilante, luego me dice que no recuerda haber escuchado un nombre así.

Siento una fuerte corazonada de que ella sí sabe algo. Sin embargo, los vigilantes nos llaman la atención por estar susurrando. Me veo obligada a apartarme de Ixchel, hasta que pueda conseguir otra oportunidad de hablar con ella. Después de terminar mis clases, Annuska me conduce por unos pasillos interminables. Me resulta difícil memorizar cada ruta de estos pasillos; se nota que fueron diseñados para desorientarnos.

Annuska me lleva hasta una gran puerta, la abre para dejarme entrar. Es otro pasillo, tan diferente a los demás. Este se encuentra decorado al estilo victoriano, con un lujoso techo adornado con pinturas antiguas. Continuamos caminando juntas y cuando me detengo a mirar uno de los cuadros en la pared, ella me arrastra con un tirón fuerte.

Llegamos a otro tramo de puertas similares, con figuras talladas sobre ellas, revestidas de bronce dorado, una imitación de las Puertas del Paraíso. Annuska abre la puerta, no sin antes quitarme la bata que traía puesta. Me desnuda y me hace cruzar la puerta de un duro empujón. Estoy dentro de una habitación a oscuras donde no se oye ni un alma, y este silencio me resulta aún más aterrador. De repente, alguien enciende una luz que me ciega.

—Hola, hermosa Jaya. Me imagino que te preguntarás por qué te mandé a llamar.

Kavi se encuentra parado sobre la esquina de un gran escritorio. En la parte del frente tiene una abertura y detrás tiene unas vitrinas con libros. Trago aire sintiendo cómo se hace una bola enorme en mi garganta.

—Ven, acércate a mí —dijo, levantando su mano para indicarme que me acercara. Fingiendo calma, caminé hasta posicionarme frente a él. Me tomó de los brazos para acercarse más, mientras empezaba a acariciar mi cuello y mis hombros. Mi respiración se hizo más pesada cuando sus manos capturaron mis nalgas. Me molestó mucho, pero no moví ni un músculo.

—¿Eres feliz aquí, Jaya? —preguntó, inclinándose para tomar uno de mis pezones y lamerlo. Su contacto me hizo hiperventilar; No creo que pueda soportarlo. Deseo golpearlo con algo hasta matarlo. Kavi apartó sus labios de mi pezón con el fin de besarme, sin embargo, los esquivé. Puse ambas manos sobre su pecho y él me miró iracundo por mi rechazo. Cubrí con mis brazos mis pechos y carraspeé mi garganta:

—¿Por qué me pregunta eso?

Los segundos se detuvieron; si antes lo odiaba, ahora me repugna más que nunca. Kavi colocó su mano sobre mi nuca, obligándome a descansar mi cabeza sobre su hombro. Sus labios se posaron cariñosamente en mi cabeza.

—Tu cuerpo me pertenece, si deseo follarte de mil formas diferentes, te abres de piernas de inmediato —susurró con sequedad—. Nunca vuelvas a apartarme —tomó mi rostro entre sus manos—. Ahora responde a mi pregunta... ¿Eres feliz?

Cuando Kavi encerró su puño en mi cuello, presionando con sus pulgares, mi tráquea; llevé mis manos hacia sus antebrazos, tratando de alejarlo. Me soltó con brusquedad y me sujeté de su pierna para no caer desplomada en el suelo. Sentí su mano sobre mi cabeza, calmándome como si fuera un cachorro. Me aferré a su pierna como un náufrago a la orilla.

—No llores —dijo con ternura—. No soporto el llanto.

Desearía poder detener mi llanto, todo mi ser se rebela por ser tan débil, pero temo morir. No puedo dejar este mundo sin antes haber regresado con los míos. Mi cuerpo se estremeció y me cuesta respirar. Mate Kavi me levantó como si fuera una pequeña, apartó mis lágrimas con sus dedos y luego me besó con ternura, provocando que me subiera la bilis por la garganta.

—¿No sé por qué lloras, mi pequeña? —preguntó en voz baja—. Solo te hice una pregunta, no deberías reaccionar así, ¿de acuerdo?

Logré asentir porque dudo que pueda hablar.

—Es hora de que te vayas a vestir —dijo mientras me apartaba—. El señor Barrons pagó una gran suma para volver a estar contigo. No es bueno hacer esperar al cliente.

¿Quién diablos es el señor Barrons?, pensé. Era la primera vez que escuchaba ese nombre. Una mano me tocó por la espalda, provocando que me sobresaltara; era Annuska, quien me dijo entre dientes que teníamos que irnos. Miré por última vez a Kavi, absorto entre unos papeles.

Dame fuerzas, señor, para soportar todo esto.

Annuska me vistió con un enterizo con cuello en V para cubrir mi espalda, que quedaba al descubierto. Luego me colocó una cazadora de cuero con capucha y unas botas largas que me cubrían más allá de las rodillas. Siguiendo el mismo procedimiento, me condujo hasta el estacionamiento donde me esperaba un vehículo.

Después de varias horas de carretera, el auto se detuvo. El chofer me ayudó a salir y me dijo que esperara al cliente en ese lugar. Mis ojos casi se salieron de sus órbitas cuando el chofer abordó el auto y se alejó. La ondulante carretera asfaltada cruzaba el extenso desierto, rodeada de dunas. El calor ondulaba sobre el pavimento, distorsionando la realidad, y lo único que me causaba pensar era en mi muerte.

Miré a mí alrededor y se repetía el mismo paisaje salitroso y deprimente. Con un poco de suerte, podría ver una cabeza de vaca o una barrilla seca rodando por ahí. ¿Qué se supone que debo hacer? ¿Recostarme en medio de la carretera y esperar que me atropelle un vehículo?

Los minutos se hicieron interminables. A lo lejos visualicé un auto que se acercaba a toda velocidad. Hice movimientos con mis brazos para que se detuviera, pero me pasó de largo. Maldije en voz alta y el auto se detuvo, comenzó a moverse en reversa. Podría aprovechar y pedirle que me llevara a una comisaría o a cualquier consulado. Un Audi se situó en frente de mí y bajó la ventanilla; me incliné para encontrarme con un hombre que se parecía mucho a Andy Serkis.

— ¿Cuánto cobras por una mamada? —preguntó y se relamió los labios con lascivia.

— ¿Disculpe? —contesté, sorprendida—. Creo que me está confundiendo con otra persona.

—No te hagas, perra —dijo el conductor con petulancia—. Te daré 50 euros.

Cuando pensé en mandar a la mierda a este tipo, escuché el rugir de otro vehículo. A los pocos segundos se detuvo detrás del Audi un todoterreno de color azul oscuro. La puerta del conductor se abrió y un hombre vestido de cuero negro, Román, me sonrió con petulancia. Se colocó a mi lado y sus ojos revolotearon de ida y vuelta entre el hombre y yo.

—Lo siento, amigo, pero la dama se va conmigo —informó Román al conductor sin esperar respuesta, y luego me tomó de la mano para llevarme al todoterreno.

—Te hubiese pagado mejor, zorra —gritó el hombre enfadado mientras se alejaba, dejando una estela de polvo a su paso.

Subí al todoterreno hecha una fiera. ¿Quién le dijo a ese imbécil que soy una prostituta? Cuando Román entró, me encontró con los brazos cruzados y roja de la rabia.

— ¿Te molestó lo que te dijo? —indagó Román mientras se colocaba el cinturón.

—Tú qué crees —contesté, enarcando una ceja.

— ¿Pero... te molestó? —indagó, negando con la cabeza como si yo no hubiera entendido su pregunta.

Miré a Román como si le hubieran salido tres cabezas.

—Ese idiota que me vio cara de zorra —repliqué exasperada.

—No has contestado a mi pregunta —persistió, ignorando mi mal humor.

Un ramalazo de ira me atravesó.

—¡Sí, me molestó bastante! —grité enardecida—. Contento.

Román me miró como si estuviera loca y puso en marcha el todoterreno. Encendió la radio, la canción de Rammstein, MeinTeil, retumbó en las bocinas. Me tomé el atrevimiento de bajar el volumen; Román resopló y me sorprendió frenando de golpe el todoterreno. Mi cabeza chocó contra el asiento.

—¿Estás loco? —me quejé adolorida.

Román tarareó mientras pisaba el acelerador hasta que juraría que sobrepasó los límites de velocidad. En el horizonte, veo el Audi y como si tuviera una visión de lo que pensaba hacer Román, cerré los ojos. El choque de metal resuena mientras el todoterreno embiste al Audi una y otra vez, tratando de sacarlo de la carretera en medio de mis gritos. La arena se levanta en nubes tras cada impacto. El conductor del Audi intenta maniobrar y evita cada embestida, pero Román persiste, determinado en detenerlo. Los dos vehículos zigzaguean por la carretera desierta, en medio del chirrido de gomas, el polvo y los escombros, volando en su estela. Finalmente, con un último golpe estratégico, Román logra enviar al Audi fuera de la carretera, dejándolo detenido en la arena.

—Más te vale que abras los ojos, pisică (gata) —dijo un eufórico Román.

—¡Oh por Dios! —Toco su brazo con nerviosismo—. Debemos ayudarlo, podría estar herido.

—¿Estás loca, mujer? —Román sacudió la cabeza y maldijo por lo alto—. Acabo de limpiar tu honor y me pides que lo ayude.

—¡Podría estar muerto! —exclamé, mirándole con angustia.

—Si te hace sentir mejor —dijo sonriendo con falsedad—. Échale una oración a su alma.

—¡Que te detengas! —gruñí sin poder contenerme.

Román cedió a regañadientes ante mi insistencia, dio la vuelta hasta llegar al lugar donde salió disparado el Audi. Encontramos al tipo tratando de encender el Audi, pero en la condición en la que está, dudo que funcione. El primero en romper el silencio fue Román.

—¿Por qué no vas a darle los primeros auxilios, como una buena samaritana? —dijo en tono de burla.

Exhalé el aire a través de los dientes. Me desmonté del todoterreno porque no soporté esa actitud tan poco humanitaria de su parte. El olor a goma quemada inundaba el aire.

—Lamento mucho la actitud de mi acompañante —grité a una distancia prudente para que se percatara de mi presencia—. Oiga, podría llamar a emergencia y a la policía. —Miré por encima de mi hombro y aproveché para pedir ayuda—. Necesito que lo haga ahora, he sido secuestrada y necesito ayuda.

—Ojalá te maten, estúpida mujerzuela —contestó iracundo el tipo.

Comenzó a correr hacia mí levantando los puños, y el sonido de un disparo y el chirrido de una goma al ser golpeada me causó un espanto.

—Un paso más. —Román, apuntó con una pistola al tipo—. Y esparciré tus sesos en este lugar.

El tipo levantó sus manos en rendición, se alejó varios pasos para decir: —Oye hombre, no es para tanto —balbuceó nervioso—. Te la puedes quedar... he tenido mejores —me señaló con el dedo—. Me detuve porque ella así me lo pidió. No sabía que tu novia era prostituta de carretera.

Abrí la boca sorprendida.

—Amigo, te lo juro por mi familia —el tipo hizo una pausa antes de añadir—: Me mostró uno de sus pechos y hombre, se me hizo difícil negarme.

—Infeliz —dije con los dientes apretados.

—Lica, sé buena y busca su celular —dijo un Román, incapaz de contener la risa—. Y tú no hagas nada estúpido.

Caminé hasta el conductor del Audi que me pasó su celular, entonces, una idea surcó con fuerza por mi mente. Finjo que me tropiezo y tomo entre mis manos un poco de tierra seca. Controlé mis nervios y reuní todo el valor que necesitaba. Cuando estoy frente a Román le arrojo la arena a los ojos. Mientras él se retuerce, corro hacia el todoterreno, mi única esperanza de libertad. Con manos temblorosas, busco frenéticamente las llaves, pero mi corazón se hunde al darme cuenta de que no están ahí.

El tiempo se agota y sin otra opción, intento huir a pie, pero Román me captura antes de poder alejarme demasiado. Gritando y pataleando en un frenesí de desesperación, lucho contra él, pero mis esfuerzos son en vano. Me arrastra hacia el todoterreno.

—¡No me jodas! —rugió, cierra la puerta conmigo adentro. Golpeo el vidrio y el eco de mis gritos se pierde en la vastedad del desierto. Escucho dos disparos y luego veo a Román mascullando obscenidades. Entra y cierra la puerta de un portazo. Pasaron unos minutos antes de que Román pusiera el todoterreno en marcha.

—¿Acaso enloqueciste? —preguntó sin mirarme. Al no recibir una respuesta de mi parte golpeó varias veces el volante—. Te hice una pregunta.

—¡Vete al diablo! —exclamé, furiosa—. No soy ninguna idiota, usted no va a ayudarme en nada.

—En estos momentos mi único deseo es estrangularte —comentó con sorna.

Solté una risotada floja.

—¿Cómo si sus amenazas me importaran? —Me miró y me sorprendió agarrándome por la nuca, como si fuera a golpearme. Le sostuve la mirada y añado—: Ninguno de ustedes tuvo la gentileza de aclarar mis dudas, si tienen espías en ese lugar, ¿por qué necesitan mi ayuda? Eso no tiene lógica. Cualquiera de ellos puede conseguir la información que desean que encuentre.

Román, con una sonrisa petulante, me libera.

—Con que la rubia piensa —dijo más para sí mismo.

Lo miré achicando los ojos. En cambio, él me sonrió como un lobo.

—Es cierto que teníamos un espía, pero ya no —admitió en tono sombrío.

—¿Tenían?... —musité, distraída. Agité la cabeza al pensar lo peor.

—Nuestra informante era una de las enfermeras, al parecer fue descubierta porque fue arrastrada a una furgoneta, violada y asesinada —expresó con los músculos endurecidos.

Mi mandíbula se puso rígida y de mis poros emanó pura rabia.

—¡Malditos! Y me buscaron como su reemplazo —dije con un gruñido y le di un manotazo al tablero. Aquello no me gustaba para nada—. ¿A qué diablos están jugando conmigo?

Román trazó una mueca en sus labios.

—Te brindamos un trato de ganar, ganar, siempre y cuando no nos descubran— expresó con una breve pausa antes de añadir con una voz más ronca de lo habitual—. Aunque ambos tenemos un gran número de pérdidas, no obstante, algo me indica que nos retiraremos de esta situación.

—¿Por qué no hablamos con la policía? —susurré y hablaba en serio.

Román sonrió con poca energía.

—¿Quiénes crees que son los clientes más beneficiados de Kavi? —gruñó antes de agregar en tono apático—: Y, para nuestra desgracia, Kavi juega con ventaja y utilizará cualquier medio para acorralarnos. Muchas veces hacemos cosas que no queremos, movidos por la necesidad —soltó una risa diabólica que al final se tornó triste.

—¿Hacia dónde me lleva? —indagué acomodándome sobre el asiento.

—A un motel —me informó y se rascó la barbilla cubierta de barba.

—¡¿Qué?! —pregunté entre nerviosa y sorprendida.

Román detuvo el todoterreno a la entrada de un motel. Se acomodó en el asiento para acariciar uno de mis muslos.

—Necesito de su ayuda —dijo guiñándome un ojo.

Román apretó mi muslo y un intenso calor se extendió por todo mi cuerpo. Sin embargo, el sentido común se hizo presente. Alejé su mano con un fuerte manotazo. Mi reacción le divirtió aún más.

—No se haga el listo conmigo —dije evitando hacer contacto visual con él, pero no por vergüenza—. Lo crea o no, soy una mujer decente.

—Lo que yo crea o no tiene importancia —me habló despacio, saboreando cada sílaba—. Tu utilidad es ayudarme a encontrar a mi Beth.

Román abrió la puerta y deslizó una pierna fuera del todoterreno— ¿Entendido?

Asentí mientras lo fulminaba con los ojos; mi respuesta le resultó más divertida, y a su vez, lanzó un beso hacia mi dirección y se alejó riendo.

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