Un cadáver

Había perdido la orientación desde hace rato, corrí mientras luchaba con el ardor que quemaba mis pulmones. Además, había tirado mis zapatos de tacón, y se me estaba haciendo difícil dar dos pasos sin soltar unas maldiciones. Las estrellas eran mi única guía por este bosque oscuro y tenebroso. Miré a mi alrededor, las ramas de los árboles me producían un poco de miedo; tal vez un animal peligroso se escondía detrás de ellas.

Serpenteé por un camino cubierto de hojas secas, con el corazón en la boca. Sentía una extraña sensación que provocó que los vellos de mi nuca se erizaran. Debía encontrar un sendero que me condujera hasta la carretera; necesitaba encontrar a alguien que me auxiliara.

Escuché que algo se movió, y por el miedo, atravesé tantos arbustos que era imposible que pudieran atraparme. Hice morir un sollozo en mi garganta mientras me abrazaba, intentaba darme un poco de valor. Tropecé por culpa de unas ramas, me raspé las rodillas, y mi cerebro me mostró un sinnúmero de posibles escenarios donde era el plato principal de algún animal salvaje.

No podía darme el lujo de que mi miedo me consumiera. Necesitaba encontrar una estación de policía; al demonio las advertencias de Darío y Román de que ellos colaboraban con Kavi. Me levanté para comenzar a caminar, cojeando un poco. Estaba sumida en mis pensamientos hasta que escuché que alguien dijo:

— ¿Estás perdida?

Mi piel se erizó mientras cientos de escalofríos recorrían mi espalda. Volteé lentamente para encontrarme con un joven de dudosa credibilidad, y no hablaba por su ropa. Había algo que me decía que debía alejarme de él.

— ¿Quién eres tú? —pregunté asustada.

—Mi nombre es Albert —dijo y me extendió su mano—. ¿Te has perdido, verdad?

—Estoy esperando a alguien —respondí con tanta confianza como pude.

Albert cortó la distancia que nos separaba, me di cuenta de que él andaba medio intoxicado. Sus ojos estaban inyectados de sangre, intenté alejarme un poco, pero se plantó enfrente de mí.

— ¿Podría hacerle compañía? —sus ojos recorrieron mi cuerpo—. Mientras esperas.

Lo escuché tragar saliva, después se relamió varias veces los labios como si tuviera sediento.

—No hace falta —contesté, recelosa—. Puede irse.

—Permítame quitarle algo que tiene en la cara —dijo con los ojos desencajados.

Albert intentó tocar mi rostro, me alejé dando un pequeño salto. Lo vi chuparse los labios, mientras que mis ojos fueron a parar a la parte sur de su cuerpo, encontrándome una mini tienda de campaña. No me chupaba el jodido dedo.

—No vuelva a tocarme —le advertí—. Puede terminar con un tiro en la cabeza, si mi pareja lo encuentra.

— ¿Pareja? —preguntó, no muy convencido de mis palabras. Acto seguido, se pasó la lengua por el borde de los dientes—. Yo no veo a nadie más que nosotros dos, lindura.

Me di la vuelta y comencé a caminar, alejándome de ese tipo antes de que pudiera hacerme daño. Pero Albert me retuvo por el brazo, intenté zafarme.

— ¿Cómo te atreves? ¡Suéltame! —mascullé, intentando controlar el temblor en mi voz.

Forcejeé con Albert hasta que este terminó tirándome al suelo. Me quejé por la caída y, utilizando mis manos, comencé a retroceder. Se arrojó sobre mí y puso sus manos en mi cuello, intentando estrangularme. Le propiné varios golpes en sus antebrazos y luego intenté con mis uñas arrancarle los ojos. Sentí su erección en mi entrepierna y lo abofeteé tan fuerte que logré quitármelo de encima. Intentó aprisionar una de mis piernas, pero utilicé la otra para golpearlo en la cara. El talón de mi pie ardió, pero su cara sangraba.

—Esto se pone mejor —siseó—. Me encantan las mujeres que pelean.

Tomé una piedra sólida en mi mano y lo golpeé en la cara con ella. Lo vi escupir sangre y lo escuché maldecir. Me levanté tambaleante, pero solo di unos cuantos pasos cuando me sujetó por el cabello y grité por ayuda. Entonces, una fuerza descomunal lo lanzó lejos de mí. Escuché sus alaridos de dolor mientras Román le rompía el pómulo, el labio y la nariz. Lo levantó por la camisa y le propinó un fuerte derechazo que lo lanzó nuevamente al piso.

Escuché a Román bramar como un toro, luego todo se volvió confuso para mí. Albert lloraba bajo los puños de Román. Llevé mis manos hacia mis oídos para no escucharlo.

— ¡Vas a matarlo! —grité desesperada—. No mates a Albert, por favor.

Román lo utilizó como saco de boxeo personal.

— ¡Suéltalo! —le grité al borde de la histeria.

Román solo dejó de golpearlo cuando este quedó inerte en el piso.

— ¿Albert? —preguntó sorprendido—. Perdóname, Lica, desde lejos se veía que este mal nacido estaba intentando violarte, ahora me doy cuenta de que estaban coqueteando.

Me entraron unas ganas enormes de golpearlo con la piedra, hasta que perdiera todos sus dientes. No estoy defendiendo a Albert, solo que no me gustan los actos de violencia.

—Pero ¿quién te crees que eres, Román? —le reproché, los acontecimientos de esta noche me estaban superando— ¿Te crees juez y verdugo sobre las personas?

Román bufó sin ganas. Se separó del cuerpo inerte de Albert, luego cerró su mano derecha formando un puño, lo llevó hasta su barbilla, presionando hasta que su cuello crujió.

—Vamos a aclarar algunos puntos, Lica —Román se acercó con sangre seca en su cuello y unos cardenales en sus muñecas—. No soy juez, eso no va conmigo, y solo me convierto en un verdugo, como me llamaste, si alguien intenta atacarme o hacerle daño a alguien que quiero. Un simple "te lo agradezco, Román" me hubiera bastado. O, ¿hubieras preferido que dejara que tu "Albert" te violase? —preguntó con sorna.

—No era eso lo que intentaba decirte —espeté.

Román estiró los brazos sobre su cabeza y luego me lanzó una mirada de enfado y decepción.

—Ahora tú y yo tenemos algo que arreglar —replicó, chasqueando con la lengua y negando con un gesto casi despectivo.

Cuando hizo crujir sus nudillos, me eché a correr. Unos brazos como el acero se volcaron sobre mi espalda, utilizó sus piernas para aprisionar las mías mientras colocaba mis manos sobre mi cabeza. Mi pecho subía y bajaba, solo esperaba que todos estos sobresaltos no le hicieran daño a mi bebé.

— ¿A dónde crees que vas? —gruñó.

— ¡Lejos de ti! —grité tratando de quitármelo de encima.

Román se burló de mis esfuerzos por zafarme.

—Intentaste matarme, Lica —Román, agarró mi garganta con su palma y apretó no muy fuerte, pero lo suficiente para recordarme que matarme sería muy fácil para él— ¿Por qué lo hiciste?

—No podía volver con Kavi después de que mataras a Elías, y si no podía regresar, ¿cómo podría conseguir información acerca de tu chica muerta? —admití derrotada—. Ahora soy inservible para tus fines, no soy útil para ti.

—Entonces pensaste: "matemos a Román", ¿verdad? —enfatizó sus palabras apretando mi garganta. —Dime, ¿cuándo realmente piensas, Lica?

—En estos momentos soy inservible para ti —repetí, cansada tanto a nivel físico como emocional.

—Ahí es donde te equivocas —dijo con los dientes apretados.

— ¡¿Qué?! —exclamé.

Román se colocó encima, llevó sus labios hacia los míos y chupó mi labio inferior con fuerza. Abrí la boca con la clara intención de protestar, y en un parpadeo, estaba explorando mi boca. Llevó sus manos a la parte trasera de mi cuello, presionándome contra él. Obvié mi necesidad de tomar aire, ¿por qué nunca Rodrigo me besó de esa manera, maldición? Sabía que era mezquino estar degustando los labios de Román y compararlos con los de mi esposo. Tan brusco como comenzó, de igual forma terminó el beso de Román.

— ¡Sigue tu camino! —dijo, alejándose de mí como si tuviera una enfermedad rara.

— ¿Cómo que siga mi camino? —Contesté y con una fuerza sobrehumana logré ponerme de rodillas— ¿Hacia dónde crees que pueda ir?

—Esa fue la pregunta que debiste hacerte cuando intentaste partirme el cuello con esa rama —rugió.

— ¿Sabes qué?... tienes toda la razón —me levanté del suelo—. Debí haber partido tu cuello, desgraciado.

Dio un paso amenazador hacia mí.

—No te tengo miedo, Román —levanté mi cabeza como si fuera una leona a punto de atacar.

—Sigue caminando por esa ruta —señaló con el dedo—. Te llevará hacia la carretera.

Dio la vuelta, lo que me causó un sentimiento de rabia y de tristeza. Llevé mi mano hacia mi corazón, me dolía que me dejara aquí sola y desamparada.

—Sabes, Román —grité—. No te necesito, te juro que los denunciaré a todos, pero contigo hablaré con inquina y perrería. Eres igual o peor que Kavi, te odio, me oyes... ¡Te odio!

Estas fueron las palabras más estúpidas que había dicho, pero tuvieron su resultado. Me abrí paso entre los matorrales. Escuchaba las pisadas de Román detrás de mí; me sentía cuidada y eso, viniendo de Román, me hacía sentir segura.

Caminé aproximadamente un cuarto de hora hasta que vi a lo lejos una cabaña campestre. Parecía que adentro se estaba celebrando algo; el portón estaba abierto. Miré hacia los alrededores y decidí entrar con la sombra de Román a mis espaldas. Sin saberlo, entré en una fiesta de perversión y libertinaje.

Una mujer con más pintura que un payaso me ofreció un trago, pero negué con amabilidad mientras me mezclaba con las demás personas. Mayor fue mi sorpresa cuando llegué a la sala; un hombre arremetía contra una mujer madura, y sus pechos rebotaban con cada envite. Juraría que había visto ese trasero en algún lugar.

Salí deprisa de ese lugar, con la suerte que siempre me acompañaba, hasta me obligaban a participar. Me topé con una tipeja de cabello negro ondulado, que le quitaba con un paño la sangre seca del cuello a Román. Tenía puestos unos lentes completamente empañados. ¡Qué tipa tan patética!

—Doy la vuelta y consigues a alguien que te auxilié —dije, sin disimular mi enfado.

—Lica, ella es Jazmín—Román le regaló una pícara sonrisa—. Al verme malherido, se ha ofrecido a ayudarme.

—¡Dónde quiera aparece una María Teresa de Calcuta! —grité con sarcasmo—. Pero nadie se digna a ayudarme.

—¿Por qué dices eso? ¿No ves que está malherido? —contestó Jazmín con una nota entre la adoración y la pena.

—Lo que pasa, preciosa, es que no todas tienen un corazón de azúcar como el tuyo —respondió Román con zalamería.

La cara de ella se pintó de miles de tonalidades de rojo; desde aquí escuchaba el sonido de su corazón, pobre ilusa.

—Yo mejor me largo —les dije a los tortolos mientras bufaba por la nariz.

— ¿Cariño, nos permites un minuto? —Román me tomó por el brazo y subimos una escalera hasta llegar al final del pasillo—. Para la próxima, sé más amable con las personas que nos brindan ayuda, Lica.

—Me vale mierda. Aléjate de mí y vete con la chica pulpo —gruñí.

Lo empujé y entré por una puerta que estaba entreabierta. Gemí en voz baja cuando encontré a una chica dándole sexo oral a un hombre. A decir verdad, nunca había visto tanto entusiasmo. El nivel de mi cuerpo se calentó, y Román, detrás de mí, hundió su rostro en mi cuello y subió las manos hasta mis hombros.

—¿Deseas que te muestre quién en realidad me gusta? —susurró con voz ronca.

—No entiendo lo que quieres decir —respondí jadeante, con el pulso acelerado.

—No te preocupes, te lo explicaré con paciencia.

Lo miré por encima del hombro.

—Soy una mujer casada.

—Y yo busco a mi novia —susurró en tono ronco y excitado—. Pero haremos un pequeño paréntesis en este preciso instante.

Me sacó de la habitación para aprisionarme contra la pared. Se inclinó para morder la piel de mi cuello. Giré los ojos y mordí mis labios a causa del placer que me producía. Escondió su rostro en mi cuello y aspiró mi olor como si yo fuera la mejor heroína del mundo. Las dudas y el remordimiento resurgieron con fuerza. Lejos de aquí estaba mi esposo, esperándome, mientras que restregaba mi cuerpo con un asesino, promotor de porno, que me estaba utilizando para encontrar a su novia muerta.

—Lica —tomó mi rostro entre sus manos—. Por el bien de ambos, no pienses en nada mientras estés conmigo.

Afirmé mientras mi mente se perdía en una bruma. Y realmente no sé si fui yo quien tomó la iniciativa en besarlo. Me picó un poco su barba, pero por probar sus labios esto era una pequeña molestia que estaba más que dispuesta a tolerar. Sus labios aún conservaban el sabor del whisky. Pero no deseaba que este beso fuera como los demás. Me dejé llevar, sintiendo ese extraño hormigueo que comenzaba en mis labios y recorría todo mi cuerpo.

Separamos nuestros labios, sin dejar de acariciarnos. De repente, me sentí tan débil que tuve que apoyarme en su pecho para no venirme abajo.

—Cuando vi ese horrendo cardenal que tienes en el cuello, quise matarlo —dijo mientras sus ojos llameaban de furia y las aletas de su nariz se expandían—. ¿Crees que me sentó bien verte sentada en el regazo de Kavi?

Sentí vergüenza, pero ¿qué podía hacer? Si Kavi ordenaba algo, lo mejor era obedecerle.

—Lo que hice esta noche, lo hice por ti —bramó—. ¿Y cómo me pagas, Lica? Intentando partirme el cuello en dos.

Román levantó mis piernas y lo envolví con estas alrededor de su cintura. Su lengua separó mis labios, extrayendo mis gemidos y haciéndolos suyos. Mi piel cobró vida cuando profundizamos el beso, reclamando mi boca como suya. Acaricié su nuca y sus hombros, sintiendo cómo sus músculos se contraían. Las manos de Román apretaron mis nalgas y restregó su erección en mi punto de placer. Después de eso, juré que huiría del lugar dejando todo atrás, incluido él.

— ¿Te gusta así?—preguntó, susurrando con alevosía— ¿O así?

Me estremecí y exhalé un jadeo involuntario.

—Mmm —musité.

Volvió a estampar sus labios sobre los míos mientras sujetaba mis caderas con firmeza. No pensaba en las personas que estaban fornicando a escasos metros de nosotros.

— ¡Lica Josefina Martín, maldita, desgraciada..., y yo que pensabas que estabas desaparecida!

Aún mareada por los besos de Román, esa voz la reconocería dónde fuera. Con un esfuerzo sobrehumano, terminé el beso. Mi corazón estalló de alegría al ver a mi amigo del alma. El que siempre estuvo conmigo en las buenas y en las malas.

—Rosendo—grité llena de júbilo aún colgado de Román.

—Puta—replicó airado.

Román miró sobre su hombro sin cambiar nuestra postura.

— ¿Y ese quién es? —preguntó, molesto por la interrupción.

—El amor de mi vida—contesté emocionada.

— ¿El amor de tu vida? —Preguntó Román, rabioso por mi algarabía. —Ese hombre—lo señaló con dedo acusador—Lo convertiré en un cadáver para ti...

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