Soție

Retiré por tercera vez el residuo dental de mi boca, lavando mis dientes con la intensión de quitarme ese nauseabundo sabor tan característico de Kavi. Pensé que lo peor fue cuando abusó de mí por primera vez, pero estaba equivocada. Una violación es la peor experiencia que le puede pasar a una mujer, pero convertirse en el juguete sexual de tu violador es catastrófico. Cada mañana he evitado lamentarme de mi situación, porque sé que terminaré bailando con la frustración y la demencia.

Pero la mente es algo peligrosa cuando no puedes controlar esos espasmos que sacuden tu cuerpo al recordar cada episodio vivido. Kavi es un ser despreciable, ama maltratar mi cuerpo e intenta destruir mi espíritu. Cada violación es peor cada día. Mientras cepillaba mis dientes, luché contra las arcadas que sentí al recordar lo que pasó hace unos minutos.

Annuska entró a mi habitación con una caja negra en sus manos, seguida de dos guardias. Me miró de arriba abajo con desdén.

—Inclínate y coloca las manos sobre tu cabeza —ordenó—. No tengo todo el día.

La sangre me bombardeó con furia por todo el cuerpo, y sentí que mis rodillas chocaban entre sí.

— ¿Para qué? —pregunté con recelo.

—Porque te hayas convertido en la puta de turno del Maestro, no tengo que darte alguna explicación —dijo—. Recuerda que no soy una mujer muy paciente, así que obedece.

—No hasta que me digas qué piensas hacerme —respondí enderezando mis hombros.

El brillo malévolo en sus ojos hizo que se me retorcieran las entrañas. Les ordenó a los guardias que me sujetaran. Harta de que me usaran, les di pelea. No puedo dejar extinguir ese fuego que nace en mi interior, esa rebeldía de saber que no soy una cobarde, que no soy una mujer sumisa, que no soy una maldita víctima. Aun así, su fuerza bruta prevaleció ante mi determinación de no dejarme pisotear.

Mi mente era un verdadero caos al tener mi trasero expuesto para Annuska, era tan degradante y espeluznante. Ella escupió sobre mi orificio y lentamente introdujo algo extraño. Abrí los ojos de golpe en respuesta al dolor, me retorcí ante las burlas de los guardias que inmovilizaban mis manos y presionaban mi espalda contra el colchón para impedir que escapara. Escupía cada vez que intentaba introducirlo un poco más. Me sentía como un pavo relleno para Navidad. Me retorcía a cada empuje, mi cara se contraía de dolor.

—Estate quieta, zorra —protestó—, haces que sea más doloroso.

—Esto duele —me quejé con voz rota.

Después de unos empujes más, un dilatador anal se encontraba bien posicionado en mi trasero. Annuska me dio un sonoro azote en el trasero. Deseé con todas mis fuerzas pararme y romperle el cuello en dos. Les ordenó a los guardias que me levantaran, luego me dio un baño. Sabía lo que me tocaría después. Como todas las noches después del inicio de mi violación, debo de ir a la habitación de Kavi. Me debatía en cuál de los dos odiar más.

Seguí el procedimiento de siempre, entré y Kavi se movió alrededor de la habitación, y aunque intenté luchar, sé que él forzará su camino dentro de mí. Pero quién dijo que tengo que facilitarle las cosas. Ayer lo mordí en el cuello hasta que su sangre casi me ahogó.

—Acuéstate en la cama y abre las piernas —dijo, desabrochando los botones de su camisa.

—No —dije, consciente de lo que pasa cuando me niego.

Avanzó con lentitud hacia mí, como un depredador. Sus ojos maniáticos me siguieron mientras caminaba en el sentido contrario de sus pasos. La tienda de campaña instalada en sus pantalones me confirmó que todo esto le excitaba al maldito enfermo. Se lanzó sobre mí, pero lo empujé a tiempo, me haló por los cabellos y caímos al piso. Tomó ventaja sujetando mis caderas con fuerza para acercarme a él. Le golpeé en la cara, pero eso no lo detuvo.

Empujó su lengua entre mis labios, me asfixió. Llevó su mano hacia mi sexo, y me retorcí en protesta. Se separó de mi cuerpo, escupí y limpié mis labios. Me arrastró y me tiró en la cama. Caminó hasta su mesita de noche, abrió el cajón y sacó una correa. Mi corazón se paralizó de miedo. Se chupó los dientes y me miró con una mirada oscura. Gateé sobre el colchón, me tomó por una rodilla y la retorcí para liberarme.

Caí de rodillas sobre el piso, Kavi con rapidez me tomó del pelo una vez más. Como desearía no tener ni un pelo en estos momentos, envolvió la cuerda alrededor de mi cuello, la tensó antes de que lo detuviera. Llevé mis manos a mi cuello para quitar la presión que ejercía.

—Mi hermosa y aguerrida Jaya —dijo, en voz baja y peligrosa—. No sabes cómo me diviertes.

Apretó más la correa sobre mi cuello. Mi mente se nubló por unos segundos por la falta de aire. Kavi se posicionó detrás de mí para inclinarme como si fuera una mascota y empujó dentro de mí sin previo aviso. Arqueé la espalda mientras gritaba. Apretó más y vi estrellas explotarse detrás de mis párpados. Creí que moriría con esta bestia dentro de mí. Me violó con violencia, como si estuviera desesperado. No lo sé, solo quería que todo esto acabara.

Salió de mi interior, me dio la vuelta hasta colocarme sobre mis rodillas. Ensució mi rostro con su liberación. Me mordió en los labios con fuerza, y grité de rabia.

—Eres impresionante, Jaya.

Me sentí furiosa, y me lancé sobre él. Caímos sobre la cama, y llevé mis manos hacia su garganta, intenté estrangularlo en venganza. Sus ojos se abrieron, pero no luchó contra mí. Mi odio hacia él me dio las fuerzas para presionar mis pulgares en su tráquea, de repente, sus manos estaban en mis caderas, se impulsó con fuerza. Me estrellé contra la pared y el piso.

—¡Te odio, maldito infeliz! —grité con voz rota.

—Me alegro bastante de saber que sientes algo por mí —dijo jadeando—. Pero no deseo que hables, no cuando pienso en ella. Así que pondré esos apetecibles labios a trabajar.

Kavi me obligó a darle sexo oral, pero temeroso de que le arrancara el miembro con los dientes, sacó de su mesita del horror un bastón eléctrico. Me dio algunos toquecitos para que supiera lo que obtendría si dañaba a su querido amigo.

Fue tan degradante brindarle placer con mis labios y pecho a una persona que se ha encargado de destruir mi vida. Después de darse por satisfecho, me dejó tirada en el piso, y lo vi entrar al baño. El sonido del agua me confirmó que estaba aseándose, mientras que yo me encontraba en el piso con rastros de su liberación en todo mi cuerpo. Ahora más que nunca, debo conseguir toda la información que pueda acerca de esa tal Beth. Sean veraces o no, no me importa. Solo deseo que Román me saque de este lugar y que pueda regresar a mi país y estar junto a mi familia y esposo.

—Jaya, levanta la cabeza —ordenó con voz imperativa.

El odio se arremolinó dentro de mi corazón al escuchar su orden. Hice lo que me pidió. Kavi analizó cada detalle de mi rostro, creo que esperaba que tuviera la mirada perdida, en cambio, lo que encontró fue solo aborrecimiento. Sonrió al notar eso.

—¿Has practicado el sexo anal con el señor Barrons? —preguntó mientras se secaba con la toalla. Negué con la cabeza y un temblor recorrió mi cuerpo—. ¿Annuska te colocó el dilatador?

Afirmé con el corazón martillando en mi pecho con fuerza.

—Por favor, Kavi, detente —supliqué.

—¿Por qué tienes miedo, Jaya? —Sonrió con frialdad—. ¿Ni en tu antigua y vacía vida te atreviste a probarlo?

Una corriente de aire helada se apoderó de la atmósfera. No iba a contestarle nada a ese hijo del infierno. Infeliz.

—¿Por qué haces esto? —pregunté derrotada.

—Porque quiero y puedo —respondió con frugalidad.

—No le temes a la ira de Dios —mascullé, odiándolo tanto que pensé que sufriría un paro cardiaco.

—Jaya, yo soy tu Dios ahora —Su rostro se tiñó de sombras en una fracción de segundo—. Súbete a la cama, déjame probar ese hermoso trasero que tienes.

Mi cuerpo se tensó. No permitiría que me volviera a tomar, mucho menos de esa forma. Lucharé contra Kavi, aunque sea lo último que haga.

Caminé por el pasillo por primera vez sola, en completo entumecimiento y con el trasero al rojo vivo. Me costó comprender que es difícil negarle algo a Kavi. Por lo menos, me llevé la satisfacción de que no se lo puse fácil. Vi a Ixchel, saliendo de una habitación. Aun con el dolor en mi corazón, obligué a mi cuerpo a ponerse en marcha para aprovechar y sacarle algo de información. Se me presentó una oportunidad calva y tenía que agarrarla por los moños.

—Ixchel, tenemos que hablar —le apremié con desesperación.

Ixchel me miró con temor, movió la cabeza de un lado a otro y dijo:

—¡Estás loca! —balbuceó nerviosa—. Que te hayas convertido en la puta del Maestro no te da poder para protegerme. Si los guardias nos encuentran aquí, la única castigada sería yo.

Me dieron ganas de estamparle un puñetazo en la cara a Ixchel.

—No hables de lo que no sabes, Ixchel —respondí apretando los dientes, mientras ponía mis manos en sus hombros.

El murmullo de dos guardias nos puso en alerta. Ixchel se puso rígida y me miró con temor, así que tomé su mano y la llevé a rastras por el pasillo. Doblamos por uno de los pasillos y encontramos algunas puertas. Intentamos abrir algunas sin éxito, mientras que las pisadas se hacían más sonoras a cada segundo. Miré hacia abajo al sentir que pisaba algo húmedo. Se me olvidó que antes de salir de la habitación del horror, Kavi me obligó a darme un baño para su deleite.

Así que había dejado mi rastro por todo el piso, mi corazón se aceleró. Comencé a negar con la cabeza y con desesperación giré uno de los manubrios. Ixchel hizo lo mismo. Los castigos son bastante dolorosos y no creía que mi cuerpo pudiera soportar algún maltrato más. Una de las puertas se abrió y entramos casi a empujones a la habitación. La luz del cuarto era pobre, solo entraban pequeños rayos de sol por una ranura en lo alto de la pared.

—¡Van a matarnos, Jaya! —sollozó Ixchel.

—No creo, Ixchel —mentí solo para calmarla.

—Tal vez a ti no, pero a mí sí —susurró asustada.

Ya me cansé de tantas indirectas acerca de mi impunidad por ser la muñeca sexual de ese degenerado.

—Sabes, tienes razón, estás colmando mi paciencia —levanté mis dedos y le mostré el poco espacio que había entre mis dedos índice y pulgar—. Más te vale que empieces a decirme lo que deseo saber o haré que Kavi te venda al peor cliente que tenga.

—Tú a mí no me amenazas, Jaya —replicó recelosa.

— ¿Quién te dijo que te estoy amenazando? —La miré de arriba abajo, igual como lo hace Annuska.

—No creo que tengas ese poder sobre El Maestro —masculló, incómoda.

No le rebatí ese comentario, solo le brindé una sonrisa ladina y dejé que mis palabras calaran en su cabeza.

—Recuerdo que una vez escuché a uno de los guardias hablar sobre una chica que golpeó en la cara a Annuska —abrí la boca como un pez cuando escuché que había golpeado a Annuska—. No puedo afirmar que sea verdad. Podría ser un mito, tal vez, ni siquiera es la chica que buscas.

¿Quién anda ahí?... Escuchamos la voz de uno, los guardias, ¿cómo se dieron cuenta de que estábamos aquí? "Las gotas de agua... no puedes ser más estúpida porque te mueres Lica", pensé.

— ¿Qué más sabes? —Pregunté con vehemencia.

Tragué saliva mientras oía a los guardias acercarse a nosotras.

— ¡Por favor, Jaya, no deseo que me castiguen! —me interrumpió, y la miré desconcertada—. Pregúntale a tu compañera de habitación, ella debería saber más que yo. Ambas compartían la misma habitación.

— ¿Ausencia? —pregunté sorprendida, pero sí ella es una pobre loca.

A lo mejor Ixchel lo que quería es sacarme el cuerpo de este tema. Vemos el manubrio girarse, nos colocamos detrás de la puerta para que no entraran.

—No hables, saldré de aquí con los guardias —susurré—, esperarás un tiempo prudente e irás a tu habitación o al lugar al cual te dirigías antes de que nos encontráramos ¿De acuerdo?

Asintió, abrí la puerta sin dejar que ellos pudieran echar un vistazo adentro.

— ¿Me buscaban? —pregunté mirándolos a la cara.

— ¿Qué hacía en ese lugar? —preguntó uno de ellos.

—Me perdí—mentí.

Ellos intercambiaron miradas antes de contestarme.

—El maestro mandó a buscarla —dijo uno de ellos.

— ¡Tan rápido me extrañó!— oculté un mechón de mi cabello detrás de mi oreja.

—El maestro tiene previsto salir y parece que usted lo acompañará.

— ¿Saben hacia dónde? —aventuré a preguntarles.

—No te creas la gran cosa, golfa. —Contestó uno de los guardias entrecerrando los ojos.

Si me hubiesen dicho que saldría con un cliente, estaría más tranquila. Pero salir con Kavi, me dio mala espina. Pero tenía que salvar a Ixchel de ser castigada. Por eso les sonreí a los guardias y les pedí que me llevaran hasta donde me esperaba El Maestro de todas mis pesadillas.

Para poder salir, se esmeraron en arreglarme. Mi cabello quedó asombroso, con unas ondas hermosas dignas de una revista. Llevo un vestido rojo satinado con escote en la espalda y tirantes cruzados, largo y holgado. En el vehículo, observo que Kavi intenta leer unos documentos. Con honestidad, mi único deseo es verlo muerto. Sin embargo, se me ocurrió la brillante idea de que quizás pudiera recolectar información fingiendo que deseo ayudarlo.

—Kavi, ¿hacia dónde me llevas? —susurré, fingiendo mirarlo con ternura.

—A la casa de unos supuestos amigos míos —sonrió ante su propia conclusión.

Me muevo hasta colocarme a su lado; se me retuerce el estómago por su cercanía, pero debo ser fuerte.

—¿Qué son esos documentos? —pregunté, frotando mi nariz en su mejilla en un gesto gracioso.

—Pensaba que mi presencia te daba asco —afirmó, alejándose un poco.

Mi cara hizo una mueca extraña entre burla y llanto. Casi me rio. Lo habría hecho, si no tuviera una misión que cumplir.

—Odio que abuses de mí. No tienes que usar esos métodos para poder tenerme —dije, con voz apagada.

Un atisbo de sonrisa apareció en los labios de Kavi.

—Mientes tan bien que me sabe a verdad tus palabras —comentó, su voz sonó tensa y firme.

Lo miré fijamente, insegura, preguntándome cuál sería el siguiente paso, y más aterrada que nunca. Él continuó mirándome, curioso.

—Contigo no se puede. —Fingí estar enojada—. Estoy cansada de luchar, no te amo, lo sabes, pero ya no quiero más. No quiero más maltratos, eso es todo. Eres el amo y señor de mi cuerpo, eso no lo puedo cambiar. No soy una mala persona por querer arreglar mi situación.

—Pensaré en eso mañana —respondió, tomando la carpeta y los lentes.

Me quedé en silencio y deseé que dijera algo más, cualquier cosa. Pero los segundos me hacían sentir más nerviosa. Me vi obligada a recurrir al método más viejo e infalible de una mujer, el drama.

—¿Qué lo pensarás mañana? —repliqué con dureza—. Te recuerdo que me secuestraste. —La rabia y desesperación que había estado enrollándose dentro de mí, y que ahora bullía hacia la superficie—. No puedo cambiar mi situación, te pertenezco, siempre te encargas de repetirlo hasta el cansancio: "Tu cuerpo me pertenece" —Hago una imitación mediocre de su acento—. Solo quiero fingir que tengo el control, aunque sea algo tan irreal como eso.

Kavi se quedó mirándome, sus ojos destellando frialdad. Al no decirme nada, prosigo.

—¿Podría ayudarte con eso, si quieres? —me ofrecí, observando las carpetas—. Trabajaba en el área de gestión de proyectos, planificación y calidad administrativa en mi país. Si quieres, omito lo que ya has leído —dije con media sonrisa.

Kavi sonrió y me entregó la carpeta.

—Gracias por tu repentina sinceridad —dijo y desvió la mirada a la carpeta. Sacó unas hojas y me indicó con su dedo en qué párrafo se había quedado.

Empecé a leer. Trataba de unos buques de carga que llegarían de diferentes puertos. De inmediato deduje que las diferentes mercancías se trataban de mujeres, armas y drogas. Luego, vi otro nombre; las hojas en mis manos temblaron al suponer por qué se mencionaba a Román en ese contrato. No podía quedarme con la duda.

—No comprendo la participación de esta persona —acoté de forma casual, pero lo que en realidad quería era aclarar toda la situación y, sin poder evitarlo, un nudo se formó en mi garganta.

Kavi iba a decirme algo, pero el auto se detuvo, dando por finalizada nuestra conversación. Me ayudó a desmontarme, aún consternada por la duda. La residencia en la que me trasladó Kavi es de estilo romaní, por lo que me comunicó. Se alza pomposa entre una naturaleza salvaje que la rodeaba, de colores vibrantes y detalles intrincados. En la entrada hay una puerta de madera hecha a mano decorada con símbolos y grabados.

Fuimos recibidos por un hombre regordete que abrazó con mucho entusiasmo a Kavi, mientras que a mí me devoró con la mirada sin reparos. Nos condujo al patio con una enorme hoguera, risas y cánticos llenaban el ambiente. También había varias mesas esparcidas, llenas de comida. Kavi tuvo la gentileza de explicarme cada plato, por ejemplo, el Sarma, que eran hojas de repollo rellenas de carne picada, arroz y especias, cocidas en una salsa de tomate o vinagre. Me dio a probar Rakia, que era una bebida alcohólica destilada hecha de frutas, como ciruelas, peras o uvas.

Me senté a su lado mientras hablaban en lo que reconocí como el idioma rumano. Después, unos bailarines con trajes adornados con bordados intrincados, lentejuelas, cuentas y otros detalles ornamentales animaron la actividad. Las mujeres con sus faldas largas y amplias les permitieron moverse con gracia y fluidez al compás del sonido de sus brazaletes. Los hombres llevaban pañuelos ornamentales que agregaban un toque de elegancia a su actuación.

Kavi se hizo la tarea de explicarme acerca de la danza que estaban bailando, llamada Hora, originaria de Rumania, una danza folclórica que se lleva a cabo en círculo y a menudo involucra movimientos de manos y pies coordinados con música alegre. Por un rato, llegué a entretenme con los bailes y cantos, pero la mayor parte del tiempo me sentí miserable.

En un momento, Kavi me llevó a una habitación circular con una pared revestida con un espejo que nos mostraba una cama grande y juguetes sexuales. Temí lo peor, por eso comencé a sudar a pesar del aire acondicionado. Gracias al cielo pude sentarme a pesar de la rigidez en mi cuerpo.

Presencié un espectáculo de dominación que revolvió mis entrañas. Vi cómo dos amos colocaron a una chica sobre sus rodillas y separara las piernas. La cama empezó a girar para que todos pudieran ver sus partes íntimas. No podía soportarlo; intenté levantarme de mi asiento, pero Kavi puso su mano sobre mi hombro y me presionó para que no me moviera. Era horrible ver cómo una mujer visiblemente subyugada por las drogas permitiera que le robaran su virginidad a la vista de unos pervertidos.

No pude soportarlo; sus gritos perforaron mis tímpanos, aunque la habitación contaba con aislantes de sonido. O tal vez, lo que creí escuchar fueron los míos. Me rebelé ante tanto sufrimiento, quité la mano de sobre mi hombro y escapé. Caminé por el pasillo, sintiendo con horror la voz de Kavi que me ordenaba que me detuviera; subí unas escaleras de caracol. Me estaba asfixiando, necesitaba respirar. Cuando llegué a una terraza en la segunda planta, me detuve.

La terraza está decorada con telas coloridas, cojines bordados y tapices que colgaban de las paredes, muebles, sillas de mimbre y macetas con flores. Kavi me abrazó por detrás y lloré durante un rato.

—Perdóname, Jaya. —Susurró, su tono frío y firme, pero sus palabras no significaban nada para mí.

Me giró para que pusiera mi rostro sobre su pecho, sus dedos acariciando mi pelo, su corazón latiendo contra mi oído y lo odié con todas mis fuerzas. Después de un tiempo, y a pesar de la resistencia de Kavi, me aparté dándole la espalda. Aun así, me atrajo hacia él para envolver mi cuerpo con sus brazos. Descansó su mentón sobre mi hombro, y nos quedamos en silencio. Desde cualquier punto de esta terraza se vería a una pareja enamorada mirando hacia el horizonte. Y mi único deseo real era vaciarle los ojos con mis uñas.

—¡Qué interesante sorpresa! —murmuró Kavi y seguí el rumbo de su mirada.

Mi corazón se hundió hasta el estómago al reconocer a la persona que se ocultaba entre unos arbustos. Agudicé el oído y escuché con más atención y capté el inequívoco ruido sordo de algo, golpeando repetidamente como un cajón que no cierra. El energúmeno de Román estaba reventando a una mujer doblada sobre sus rodillas. La mujer agitó su cabello de forma sensual y pude verle la cara, era muy bonita y algo mayor para él. Ella estaba disfrutando y no le importaba que fueran descubiertos. Me dieron asco.

—Tal parece que la esposa de Mihai encontró algo con que entretenerse —expresó Kavi.

Estaba empezando a odiar a ese malvado hijo de puta de Román. No sé cómo explicar en qué momento nuestras miradas se conectaron, todo el lugar se desvaneció. Ninguno apartó la mirada. No voy a mentir, su mirada me asustó y me sacudió hasta la médula.

No podía continuar observando esto, entonces Kavi me acarició el rostro, extendiendo sus dedos por el lóbulo de mi oreja, hacia abajo por mi garganta. Mi respiración se quebró, a pesar de la sensación de que su amiguito se estaba alzando como una asta contra mi trasero. Intenté apartarme, pero me agarró firmemente el cuello. Se inclinó y lamió mi nuca mientras sentía su pulgar sobre mis labios.

—Voy a tomar en cuenta las palabras que me dijiste en el vehículo —dijo suavemente, como si estuviera hablando con una niña pequeña—. No te prometo nada.

Asentí mientras oía a la mujer sollozar de placer. Román era un maldito imbécil, quería darle un puñetazo en su cara arrogante. No sé por qué me sentía tan molesta con él, ¿no podría estar celosa? Se me estremeció el corazón ante esa pregunta; Esquivé mis emociones contradictorias, todos los que estaban aquí eran basura para mí, incluido él.

—Quiero irme —le supliqué a Kavi con la voz quebrada. Así era como me sentía.

Su risa revoloteó en mi cuello.

—Déjame cerrar un trato breve con el cornudo de Mihai. —Envolvió los brazos alrededor de mí mientras me hablaba al oído—. Luego te complaceré.

Kavi me dejó sola en la terraza, no sin antes besarme. Lo dejé hacerlo controlando mis ganas de vomitar. No sé cuánto tiempo permanecí allí, sola, mientras escuchaba una sinfonía de gemidos. Luego, como si Dios escuchara todas mis plegarias, vi una escalera que conducía al jardín. Recalculé la distancia de la rama de un árbol que se alzaba frente a mí como un escape tentador; si lograba treparlo, podría huir si no me electrocutaba con los alambres de alta tensión. Mi corazón hizo un sonido rugiente en mis oídos, y cerré los ojos contra cualquier atisbo de duda.

Bajé sigilosa las escaleras, cada paso resonaba como un trueno en mis oídos. Me quité los zapatos, no miré hacia atrás. Corrí con toda la fuerza que mis piernas eran capaces. Llegué al árbol y traté de escalarlo con manos temblorosas. Soy latina, treparlo es pan comido. Cuando era niña, me subía junto a mi hermana a la mata de mango de mi abuela materna; solo tenía que recordar bien cómo lo hacía.

Después de algunos intentos fallidos, logré alcanzar una rama resistente y me aferré con fuerza. Pero entonces, como un eco de mis peores pesadillas, sentí el agarre helado de unas manos en mis tobillos. Amortigüé un grito y forcejeé, luchando contra la fuerza que intentaba arrastrarme de regreso.

—¿A dónde crees que vas, Pisică? —susurró Román, con un tono de burla en su voz.

Le di una patada tan fuerte que me dolió la planta de mi pie. Román no me soltó, sino que me haló hacia él, con las manos aferradas a la cadera. Caí de espaldas. El aire salió de mis pulmones con un sonido silbante. Román se abalanzó sobre mi cuerpo y, con sus resistentes muslos, aplastaron mi caja torácica, amenazando con romper mis costillas con sus rodillas. Se inclinó sobre mí, agarró mis muñecas, sosteniéndolas juntas sobre mi cabeza.

—Tranquila, Pisică —jadeó Román, con un lado de su cara roja por la patada que le conecté.

—¡Suéltame, infeliz! —bramé.

—Más te vale que te tranquilices, este lugar está lleno de vigilantes tanto afuera como adentro y ten la seguridad de que no hubieras dado ni dos pasos sin una bala en la cabeza. —La voz de Román sonaba enojada mientras yo trataba de quitármelo de encima.

—Que te jodan, infeliz —mascullé, molesta.

Él se rio entre dientes.

—¡No te muevas! —ordenó con los ojos fríos y venenosos. No lo pensé dos veces y le escupí la cara.

—A mí me escupes, pero no te vi quejarte cuando Kavi tenía su lengua bajando por tu garganta —gruñó. Sus fosas nasales se expandieron—. Recuerda que no tienes tiempo para el romance, tu deuda conmigo aún no la has pagado, Pisică.

—Tu pago está en veremos —dije con voz ronca, molesta—. Así que suéltame —luché para quitármelo de encima, pero era tan eficaz como mover a un elefante.

—Oh, como andas con Kavi te sientes muy segura —dijo pasando los dedos por mi brazo hasta el hombro. Agarró mi garganta con su palma y apretó con sus dedos callosos—. Ahora veo que te vistes para su placer, dime después de aquí irán a cenar a la luz de las velas porque tú, con ese vestido, Pisică, pones a cualquier hombre a mil.

—¡Que te quites! —bramé, percibí un aroma particular en la piel de Román, el olor del sexo. Me produjo asco—. A mí déjame en paz y vete a terminar lo que dejaste a medio camino con la tipa esa.

—Ya acabé con ella, pero eso ya no importa —enfatizó apretando con más fuerza mi garganta.

Eres un rastrero —dije, levanté la barbilla en un gesto de soberbia—. ¿Cómo puedes hablar así?

—Me sorprende tanta preocupación por una mujer que no conoces, si mal no recuerdo pasé horas dándote placer y ni tuviste la gentileza de acariciar a mi parte más querida —se quejó con voz tranquila. Qué ganas me dieron de demoler toda su cara—. Ruxandra es una zorra arrogante que, para mantener su boca cerrada, se conforma con un polvo detrás de su jardín. No te preocupes, Pisică, ella no es mi novia.

Abrí la boca para decirle que no me importaba el origen de su relación con Ruxandra. De repente, sus labios bajaron sobre mí y mi cabeza se empujó más profundamente en el suelo. Su beso era violento y posesivo, y al insertar su lengua en mi boca, se me aceleró el corazón.

Román utilizó una rodilla para extender mis piernas y luego se colocó entre ellas. Empezó a mecer su erección contra mi centro. En ese momento, recordé los gritos de la mujer y cómo él la tenía bien sujeta por las caderas. Fue muy inteligente para sacar su lengua a tiempo porque tenía pensado arrancársela de un solo mordisco.

—Deberías ser más comprensiva conmigo, Pisică, tengo algo que aún me duele —tomó aire y fue hacia mi boca para besarme de nuevo, pero aparté la cara—. Ok, como siempre me dejarás con las ganas. Voy a apartarme, pero júrame que no harás ningún ruido. No nos pueden ver juntos.

Román, incrédulo, me ayudó a levantarme. Me sentía enfadada con él por muchas razones. Mi enfado principal era desde que me involucró en su vida criminal hasta verlo revolcarse con esa mujer. No me daba información sobre mis papeles falsos. Me sentía traicionada y me daba igual todo. Le di una bofetada con todas mis fuerzas. Román furioso, quiso agarrar mi mano, pero lo aparté de un manotazo. Al mirar hacia la terraza, masculló algo que no entendí y me cogió como un saco inanimado, me colgó de su hombro y corrió hacia la casa. Entramos a una habitación en el primer piso.

En un abrir y cerrar de ojos, sintiéndome aturdida, miré a todos lados. Me aprisiono de un empujón en la pared mientras ponía el seguro a la puerta y encendió el interruptor de la luz. Empecé a golpearlo con mucha rabia y me dolían los puños mientras escuchaba el ruido que causaban mis golpes en su cuerpo. Román me aferró las muñecas con fuerza, provocando que mi espalda se estrellara contra la pared, con la fuerza necesaria para que me doliera.

—Hace un rato, no te importaba que te vieran —espeté, alzando la barbilla, mirándolo con los ojos llenos de ira—. No me vengas con esas mierdas de que no nos pueden ver.

—Tranquila, Pisică —escupió manteniéndome la mirada—. Si te sirve de algo, me encendí más cuando te vi.

—Me tienes harta, Román. Tengo para decirte que conseguí la información que buscabas, solo te la daré cuando esté a dos pasos de subirme a un avión para encontrarme con mi familia y mi esposo —dije con determinación, mintiendo como una descarada.

—Tú a mí no me pones condiciones —me amenazó agarrándome del pelo con fuerza—. Así que mejor me dices lo que sabes, ¡AHORA!

—Solo cuando me entregues los papeles en el aeropuerto y esté a punto de largarme —dije sin amedrentarme—. Si me matas, te jodes y de paso a ella también.

Román me llevó al escritorio y me sentó sobre él. Usó una de sus rodillas para ponerse entre mis piernas. Volví a abofetearlo dos veces más.

—¿Qué demonios te pasa, Pisică? —reprochó con rabia, los ojos le brillaban como los de un demonio.

—No confío en ti, eso es lo que me pasa —respondí con la respiración agitada y el corazón a punto de vomitarlo.

—No soy un puto mentiroso —siseó apretando con fiereza los dientes. Pensé que iba a golpearme cuando levantó sus manos, pero solo me abrazó y enterró su rostro en mi cuello—. Prometí ayudarte y cumpliré mi promesa.

Al percibir su cara en mi cuello, la sensación de sus labios cerca, despertaron sensaciones que creía muertas. En aquel instante comprendí que él utiliza su encanto para engatusar a las mujeres. No lo permitiría, me sacudí y empecé a golpearlo con mis puños. Román no cedía, usaba su peso en mi contra y por poco iba a terminar acostada sobre la mesa.

—Qué agradable sorpresa.

Ambos giramos la cabeza al mismo tiempo al escuchar una voz profunda y resonante. Vi a un hombre, de ojos oscuros, profundos, como pozos sin fondo. Con un pelo rizado y rebelde, que enmarcaban su rostro angular, poseía una barba áspera y fea cicatriz que le cruzaba la frente. En fin, un criminal.

—Pueden seguir en lo suyo, por lo que veo, están a punto de cogerse —dijo—. Me gusta observar.

Román reflexiona un instante, haciendo que parezca que está tomando la oferta en consideración. Me mira.

—Ni lo sueñes —le digo en ese momento.

Román me agarra el codo.

—Harás lo que te diga —me ordena. Sacudo la cabeza de un lado a otro.

—No, a Kavi no le gustará eso. Él no me comparte —miento y trato de soltar mi brazo, y Román estrecha sus ojos hacia mí.

—Inclínate sobre la mesa —dice Román—. No te creas tan especial.

—He presenciado a muchas mujeres pasar por las manos de Kavi, debo reconocer que tiene un buen gusto —manifestó el hombre—. Si algún día te aburres de él y no te asesina, puedes buscarme. Si me complaces, te concederé un deseo. No olvides mi nombre, Velkan, el maestro de las letras, preciosa.

—Haz lo que te ordeno, abre más las piernas y muéstrame los pechos —instruye Román—. No tengo mucho tiempo. O mejor, lo haces tú Velkan.

El aludido se levanta de su silla, mira a Román lleno de miedo. Con la mirada busca un objeto para golpearlos. La sangre me golpea las orejas. Entonces, cuando Velkan se acerca lo suficiente, Román le aprisiona la cabeza contra la pared.

—Rápido, pásame esa corbata y quítate la ropa interior —masculla en medio de un forcejeo. Por primera vez, no me quedo paralizada; hago lo que me ordena. Solo cuando me indica que le rodee el cuello es que me entran los nervios—. Debes apurarte o Velkan hará que Kavi nos mate a ambos.

A pesar de la lucha de Velkan por liberarse, Román no lo suelta. La música del jardín amortigua los gruñidos del secretario. Le envuelvo la corbata en el cuello y cuando Román le presiona, meto mi ropa interior con rapidez. Su cara se hincha sobre la restricción del tejido, su piel se pone de un rojo oscuro y púrpura. Él jadea, haciendo sonidos desesperados de ahogamiento hasta que deja de moverse.

—Ahora, ve a buscar en ese armario un maletín de color púrpura, cuando lo veas, tómalo —masculla, con la respiración entrecortada.

Asiento, nerviosa, y abro el armario, doy con el maletín en cuestión de segundos. Román lo abre, su sudor cae sobre sus cejas y sonríe mientras lo cierra. Estoy temblando, tan confundida y nerviosa.

—Vámonos, nuestro trabajo aquí terminó. —Su voz y sus facciones cambiaron, como si estuviera poseído por un demonio.

Unos segundos pasan antes de que responda.

—Yo contigo no iré a ningún lado —dije en tono mordaz.

Román intenta repetir su agarre sobre mi codo, pero lo esquivo y caigo de espaldas golpeando uno de mis tobillos con un sillón. Soy rápida y gateo hacia la puerta, trata de agarrarme una de mis piernas sin soltar el maletín púrpura. El sonido característico de un gatillo nos paraliza de inmediato.

—Ya escuchaste a la dama. —Bavol sale de las sombras apuntando a Román.

—¡Qué agradable sorpresa! —expresó Román con sarcasmo—. El perro leal de Kavi.

—Dejaste la vacante vacía —respondió Bavol. Luego me miró—. Venga conmigo. El señor no puede verla con este tipo.

No lo pienso dos veces, me refugio en la protección de Bavol. Sé que no le irá con el chisme a Kavi.

—¿Cómo supiste que estábamos aquí? —preguntó Román—. No creo en las coincidencias.

— Estaba resolviendo un problema en la habitación del lado —respondió Bavol—. Ya sabes, desconfía del nuevo rico y del viejo mendigo.

—¿Narcís o Iorghu? —indagó Román.

—Ambos, me gusta dejar la casa limpia —dijo Bavol sin dar más detalles.

—Kavi debe estar muy orgulloso —expresó Román, tranquilo e inhumano.

—No tanto como lo estuvo de ti. —Un silencio ensordecedor llenó la habitación—. Te aconsejo que no te le acerques, Román.

—Dame una razón para no hacerlo —se burló con infinita arrogancia—. Solo es una mujerzuela más en el harén de Kavi.

Lo fulminé con la mirada.

—La vi en la terraza sola y pensé por qué no me divierto un poco, me dio pelea traerla hasta aquí, pero sabes cómo soy Bavol —mintió. Lanzó una carcajada sin alterar su postura.

—¿Por qué mataste a Velkan? —preguntó Bavol.

—No me gustan los tríos a menos que sean dos mujeres —masculló restándole importancia de que había matado a un hombre.

Bavol asintió, pero algo dentro de mí supo que no le creía ni una palabra.

—Vámonos, Jaya —ordenó apuntando aún con la pistola a Román—. Esta mujer no es como las demás, Román. Ella será su futura Soție (esposa), ¿no es así, Jaya?

Bavol me mira y yo asiento sin saber muy bien lo que dijo, pero cuando vi que la expresión de Román se coloreó de horror, supe que me había metido en otro lío.

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