Shock
Debí suponer que el cliente que me abordó minutos antes de comenzar la puja sería el que acabaría comprándome.
—Lica, ¿verdad? —preguntó con condescendencia—. Si mal no recuerdo, ese fue el nombre que me dio.
Me debatí en sí, debería luchar. ¿Podría ganarle y salir de aquí? O, para mi desgracia, podría terminar siendo lanzada por la ventana con el vehículo en movimiento, partiéndome el cuello y así morir de una vez. No cruzamos ni media palabra por un largo tiempo y cuando la limusina se detuvo, mi corazón se paralizó. La puerta se abrió y otro hombre se sentó al lado de mi comprador. Intercambiaron unas palabras y mi cliente salió. Para mi consternación, nos pusimos en movimiento.
Cerré los ojos y los volví a abrir con mi mirada dirigida a este extraño hombre. Escuché mi vientre rugir, mis labios se tambalearon tiritando de miedo. No puedo permitir que abusen de mí. Debo idear un plan para escapar.
—Puedo oler su miedo desde aquí —dijo el extraño en un tono jocoso cercano a la inquina—. Mis hombres tienen órdenes de matarla si intenta hacer algo estúpido.
—Eso no me asusta —mentí.
—Me alegro. Por cierto, me llamo Darío —expresó mientras se preparaba un trago—. Pagué una cuantiosa suma de dinero por sus servicios.
—¿Desea que le diga en qué debe usar su dinero? —se me estrellaron las palabras al salir de mi boca.
—Lica, Jaya o comoquiera que se llame —dijo aburrido—. Diviértame. Para eso pagué por su compañía.
Miro sus manos, son grandes y fuertes, lo suficiente para romperme el cuello. Con hombros anchos y una postura segura, irradiaba una confianza innata. De rostro anguloso adornado por una mandíbula fuerte y unos ojos azules penetrantes. Este tipo es un cretino y un repugnante cerdo.
—¿Qué desea que haga? —pregunto, mirándolo achicando los ojos.
—Qué tal una mamada —dijo con una sonrisa petulante.
Niego con la cabeza y arqueo ambas cejas.
—Qué tal si me deja libre —comento con sorna.
—¿Cree que soy un caballero de brillante armadura? —bufa por la nariz—. No soy ese tipo de hombre.
El vehículo vuelve a detenerse. El hombre sale del vehículo y me extiende la mano. Hago una mueca. Darío me mira otro poco antes de sorprenderme agarrándome por la nuca. Le sostengo la mirada mientras lo escucho decir con voz letal: —Le aconsejo que salga y no intente hacer nada estúpido.
Salgo de la limusina y quedo impactada. Es la primera vez que estoy fuera de la perrera y de las manos de Annuska. Es algo tan surreal para mí ver a personas caminando alrededor. No puedo perder esta oportunidad. Debo escapar, entonces unos brazos me aprisionan desde atrás, una capa de sudor se me seca sobre la piel.
—Recuerde lo que le dije, si intenta hacer algo estúpido, la mataré. Ahora míreme —ladeó un poco el rostro, desde este ángulo parecíamos un par de enamorados a punto de besarse, muy al estilo del Titanic—. Estamos en el Hotel Radisson Blu. Entraremos tomados de la mano, como una pareja que arde en deseos de tener sexo. Si hace algo estúpido —me apretó más fuerte—, cuando lleguemos a la habitación, la lanzaré por el balcón.
Darío me tomó del codo, haciendo caso omiso de mis acérrimas protestas.
—Este hotel pertenece a la cadena Radisson Blu. Su diseño circular es parecido a la autopista A66, ¿sabe a qué autopista me refiero?
—Soy una prisionera —me arrastra hasta el lobby, tiro de mi brazo liberándolo de su agarre—, no una turista.
En el lobby, la recepcionista le entregó una llave sin siquiera registrarnos. Darío sacó de su bolsillo su celular para contestar una llamada y me indicó con la mirada que no hiciera ninguna estupidez. Mis niveles de ansiedad estaban en su punto máximo. Debía buscar la forma de salir de esto, la única manera de poder escapar era utilizando el viejo truco del baño.
—Disculpe, ¿puede decirme dónde están los baños? —pregunté a la recepcionista.
La joven me miró como si me hubieran salido dos cabezas. Mordí mis labios en un intento por no gritarle que no fuera tan tonta y que me indicara dónde estaba el maldito baño. Los pocos segundos que tenía a mi favor se me escapaban como arena entre mis dedos. Señaló con sus dedos lo que buscaba, miré a Darío, quien me daba la espalda, y controlando mis nervios, caminé hacia allá.
Con el corazón latiendo con fuerza y la respiración entrecortada, entré en el baño del hotel, buscando desesperadamente una vía de escape de mi captor. Sin embargo, mis esperanzas se desvanecieron al inspeccionar la pequeña ventana; apenas ofrecía una salida, demasiado estrecha para que pudiera pasar. Con un suspiro de resignación, me preparé para salir y hallar otra solución. Salí en puntillas, buscando con la mirada a mi captor.
— ¿Desesperada por subir? —escapó de mí un pequeño grito de espanto al escuchar a Darío detrás de mí—. Este hotel tiene 96 metros de altura y ahora mismo deseo estrangularla en el baño del hotel.
—Usted me prometió lanzarme de una habitación, no ahorcarme —balbuceé, nerviosa.
—Hay cigarros que duran menos que algunas promesas —respondió, ocultando su creciente enfado con una sonrisa.
Me empujó hasta el ascensor junto con varias personas. Este ligero cosquilleo en mi estómago se incrementó en cada piso. Nos detuvimos en el piso 16, caminamos por un pasillo hasta la habitación 356. Usó la llave para abrir la habitación y me hizo señales con la mano para que pasase.
—Por favor, déjeme ir y le juro que no le diré nada a nadie —le imploré.
—¡Entre! —ordenó entre palabras amortiguadas por la ira—. Pagué un precio muy alto por usted y pretendo disfrutar de mi inversión.
Da toques insistentes en mi espalda, siento los pies como cemento. Al final, me empuja para que entre a la habitación.
—Tengo que responder una llamada, cuando regrese deseo verla más... disponible.
El momento que más temía ha llegado. La habitación es realmente romántica y lujosa. Cuenta con una sala de estar con un sofá cama y un sillón para avivar la imaginación. Luché para no fijarme demasiado en la cama, así que me dirigí al baño donde observé un jacuzzi, ver eso me enfermó. Cerré la puerta y me dirigí al minibar, tomé la primera botella que encontré y bebí directamente de ella; el licor quemó mi garganta. No me importaba, solo esperaba que me ayudara a amortiguar el dolor.
—Sabe mejor si la compartes, manșetă (muñeca).
Casi me ahogo al escuchar una voz desconocida. Era un tipo enorme. Lo miré a la cara y recapitulé todo lo que había vivido. Fui vendida como si fuera un pedazo de jamón, mi comprador creyó que me revendió a un tipo que me amenazó con lanzarme del balcón si no cooperaba. Me dejó sola con otro tipo musculoso y robusto, con tatuajes tribales que cubrían por completo sus brazos. Cerré mi garganta para que no pasara más licor, pero manteniendo la botella en un ángulo medio inclinado.
—¿Quién eres? —chillé molesta.
—No te contratamos para que hablaras, sino para... —hace la mímica del sexo oral—. Y deja de beber, no me gusta jugar con la necrófila.
—No haré nada contigo, ten la seguridad de que eso no está en el contrato —lo miré de arriba abajo, con desprecio.
—¿Importa? —bufó y recogió su cabello oscuro y desaliñado en una coleta.
Pensándolo bien, en realidad no sé cuál fue el acuerdo. Debo suponer que para la perrera realmente no les importa lo que hagan conmigo si el cliente pagó lo establecido. Dejé la botella en la mesa para quitarme el abrigo sin apartar mi mirada del extraño. Me acerco un poco más, llevando conmigo la botella sin quitar mi sonrisa. Él no se aparta, al contrario, enderezó más su postura tratando de intimidarme, bastardo, como si me importara.
Desde donde estoy, puedo ver que tiene los ojos de color marrón verdoso. No deja de brindarme una sonrisa repleta de sarcasmo ocultándola detrás de su barba estilo Garibaldi. Puede ser que el licor me esté haciendo efecto porque mi sangre corre como lava hirviendo, nublando el poco juicio que me queda para hacer salir toda la ira que estoy reteniendo.
—Muéstrame de qué estás hecha, bombón —dijo a la vez que saboreaba sus labios, mirando mi cuerpo.
Eso fue el detonante para sacar la fiera herida que llevo dentro. Lo primero que hice fue lanzarle la botella de whisky, que esquivó. El sonido de la botella al estrellarse contra la pared lo hizo girar, y fue entonces cuando disparé mi puño hacia él. El golpe se hundió en su mejilla de tal forma que terminó tambaleándose. Nunca pensé tener semejante fuerza. Mi respiración se siente irregular y mi corazón amenaza con salirse de mi pecho a causa de la adrenalina.
El extraño llevó su mano al lugar donde le propiné el puñetazo; su rostro enrojeció de ira, vi cómo todos sus músculos se pusieron rígidos. Debo ser más ágil que él, porque de lo contrario partirá mi cuello en dos con esas enormes manos que posee. Traté de huir, pero hizo un movimiento rápido tomándome del pelo, provocando que me arqueara en una posición incómoda. Estoy segura de que me romperá la espalda si no logro escapar. La fuerza con la que me dobló me causó un dolor insufrible en la cabeza. Golpeé su pecho y estómago para que se apartara de mí.
—¡Suéltame, animal! —grité, sintiendo las lágrimas, acumulándose en mis ojos.
—¿Miedo? —preguntó, taladrándome con la mirada—. Si no sabes morder, no ladres.
Tiró de mí casi arrastrándome por el suelo y me pegó contra la pared. Con una sola mano, tomó mis muñecas acomodándolas encima de mi cabeza. Por un momento pensé que me golpearía, pero tan solo inclinó su cabeza para rozar con su nariz mi vena carótida. Mi cuerpo se estremeció por el contacto tan desagradable de nuestras pieles.
—Alguien debe enseñarte algunos modales —masculló molesto. Mis mejillas ardieron como dos antorchas mientras sus profundos ojos, me estudiaban con intensidad—. No te preocupes, yo te enseñaré.
Mis neuronas una vez más comenzaron a trabajar. Saqué fuerzas de donde no las tenía, levanté un poco mi pierna para golpearlo en la ingle. Esquivó mi golpe y retrocedió, dándome el espacio suficiente para escapar de su agarre.
—Lo mataré si vuelve a tocarme, cretino —grité, mirándolo desafiante.
—¿Tú y cuántas más, preciosa? —respondió con una cínica sonrisa.
Miré hacia ambos lados, maldije porque las lágrimas nublaban mi visión. No quiero ser débil. Detesté cómo su mirada recorrió cada centímetro de mi cuerpo, fue repugnante. Sin quitar esa maliciosa sonrisa, dio unos pasos para acercarse. Busqué algo con lo cual lanzarle. No me quedó de otra que pelear cuerpo a cuerpo al no encontrar nada. Así que tomé ventaja subiéndome encima de la cama para utilizar la gravedad a mi favor y lanzarme sobre él como una gata salvaje. Terminamos forcejeando, pero mi aparente ventaja se esfumó cuando volvió a tomar mis muñecas y las retorció con fuerza.
Seguí luchando, utilizando las piernas para golpearlo en su estómago. El primer golpe lo esquivó, pero el segundo rodillazo impactó en su entrepierna. Se apartó llevando sus manos a su parte adolorida. Aproveché para correr hacia la puerta, giré el manubrio, pero una fuerza me aplastó contra la puerta. Su nariz olfateó mi cuello mientras que con sus manos tiró de mi cabello. Usé mis uñas para rasguñarlo en sus antebrazos. Tiró de mi cuerpo para alejarme de la puerta y por segunda vez chocó mi cuerpo contra la pared.
El impacto me dejó sin aliento y luché por una bocanada de aire. Apartó unos mechones de mi pelo que ocultaban mi rostro, usó una mano para levantar mi barbilla y le escupí en la cara. Me zarandeó y maldijo unas palabras en un idioma extraño.
—¿Crees que disfruto esto, maldita mujer? —dijo mientras se quitaba restos de mi saliva. Hice todo lo posible por no llorar, así que mordí mi labio inferior con fuerza hasta probar el sabor de mi propia sangre. Intenté patearlo y morderlo al mismo tiempo. Trepé sobre su cuerpo, halé su cabello y lo golpeé en la cabeza. Él me lanzó con fuerza sobre la cama en respuesta. Gateé para alejarme, pero me tomó de los tobillos y me haló hacia él. Utilicé uno de mis pies para golpearlo en el rostro. Después de varios intentos fallidos, logré conectar un golpe. Volvió a maldecir y utilizó su cuerpo para aplastarme contra el colchón.
—¡Bájate, infeliz! —grité con desesperación—. Estás aplastándome.
El hombre me giró, tomó mi cabeza y la hundió en el colchón tratando de ahogarme. Mis pulmones se oprimieron y me estremecí por la falta de aire.
—No voy a matarte —susurró jadeante—. Quitaré mi mano, si prometes portarte como una buena chica.
Dejé de luchar para poder librarme. La presión en mi cabeza disminuyó, permitiendo que pudiera respirar.
—Buena chica, me apartaré —masculló molesto—. No hagas nada estúpido.
Él cumplió su promesa, no sin antes darme una sonora cachetada en mi trasero. Lo vi todo rojo, solo escuchaba su risa de fondo. Giré para agarrarlo por el brazo y morderlo en su muñeca derecha. El hombre ahogó un gruñido, me empujó con fuerza sobre la cama. Me burlé de él mientras me limpiaba los labios.
—Estás loca —escupió con odio—. ¿Acaso te crees una perra? Me mordiste.
No pude evitar reírme, me dolía todo el cuerpo. Al final tendría que agradecerle a Annuska por todo el entrenamiento infernal al cual me sometió. Me puse como una gata a punto de atacar, me lancé al ataque y le mordí con fuerza el cuello.
No me importa cómo terminará esto, no seré ni sometida ni humillada por estos pervertidos. En el forcejeo, él me lanzó como si fuera un saco de papas sobre el colchón, pero esta vez caí sobre mi espalda y sin una pizca de aire. Se colocó encima de mí, pero no permití que inmovilizara mis brazos. Intenté arañarle la cara hasta que tomó mis manos y volvió una vez más a aprisionarlas sobre mi cabeza. Vi cómo mi caja torácica subía y bajaba con irregularidad.
—Ahora más que nunca voy a disfrutar domarte —arqueó las cejas y me miró de arriba abajo de manera libidinosa.
Sentí cómo se me encogía el estómago con cada inhalada de aire; estaba agotada. Nunca en mi vida había sudado tanto, pero esto era matar o morir, así que logré liberar una de mis manos e intenté sacarle un ojo. Rodamos en la cama, logré quedar arriba y le propiné varias bofetadas mientras lanzaba un sinnúmero de improperios. Él intentó apresar mis manos; sin embargo, fui más rápida que él, llevé mis manos hacia su cuello. No podía abarcarlo, así que apliqué todas mis fuerzas en estrangularlo.
Tomó mis muñecas y las apartó de su cuello, me molestó que mientras yo estaba jadeando, él estaba como si nada. Es más, apartó mis manos de su cuello sin el más mínimo esfuerzo. En su mirada pude ver que se había acabado el juego.
—Sabes, desde aquí la vista es espectacular —dijo con voz juguetona.
—Infeliz —chillé con fastidio—. Mal nacido.
—Tienes unas bonitas tetas —dijo humedeciendo sus labios.
Me di cuenta de que tenía las tetas al aire. Volví a mirarlo con odio, desde aquí podía ver cómo las marcas de mis dientes estaban trabajando en un feo hematoma en su cuello.
—Te odio —le grité propinándole algunos golpes.
—Oye, tú eres la que está encima de mí con los pechos al aire —dijo lanzando un beso y guiñándome un ojo—. Mi nombre es Romano, pero dadas las circunstancias puedes llamarme Román.
Resoplé indignada. Y solo por un segundo, lo observé. Es atractivo, pero si está aquí y si piensa violarme, su belleza no va a deslumbrarme. Sentí el despertar de su miembro entre mis piernas. Infeliz, cómo se atrevió a hacer algo tan repugnante como eso. Nos quedamos quietos, mirándonos por varios segundos. Fuimos interrumpidos por Darío.
—Vaya, veo que se están llevando muy bien ustedes dos.
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