Romano

Bucarest, Rumanía.

Años atrás.

Ten cuidado con lo que dices, podrías conseguirlo... duro y rápido.

 Beth, mi chica, estaba más hermosa que nunca mientras me mostraba algunas piezas de lencería que había comprado especialmente para mí. Ella estaba a no más de un par de metros de distancia de mí. Mi mente era un torrente de perversión; solo podía pensar en ejecutar un par de posiciones sexuales con ella.

—Amor, ¿cuál color me queda mejor: el rojo o el negro? —preguntó dubitativa.

"A quién le importa el color, si al final terminarás desnuda—pensé—, esa manía de envolver los regalos me saca de quicio".

—Amor, te hice una pregunta —se quejó Beth con el ceño fruncido—. Me podrías decir en qué diablos estás pensando.

Llevé mi vaso con Țuică a los labios y bebí un sorbo. Luego me rasqué un poco la barba; no deseaba ser un hijo de puta con mi chica.

—Solo estaba pensando que hoy hace un lindo día —mentí con una sonrisa en los labios.

Mentir nunca ha sido un problema para mí. La mayoría de las personas se mienten a diario y se acostumbran. En cambio, yo solo uso esa herramienta cuando es necesario.

Mi chica me miró, asegurándome de no parpadear, le sostuve la mirada. Finalmente, en un par de segundos, sonrió. Entonces, caminó hacia mí como una gata a punto de atacar a su presa.

Alcanzó mi pantalón, desabrochó el botón y bajó la cremallera. Con sus delicadas manos acarició a mi querido amigo. La besé con pasión en los labios mientras colocaba mi mano detrás de su cuello, deseando que se arrodillara. Las comisuras de los labios de Beth se levantaron en una sonrisa astuta que me cortó la respiración.

—Eres un amor, Romano —dijo y se alejó para abrir su armario. Sacó unos jeans y una camisa—. ¿Qué te parece si salimos a caminar por el parque Herăstrău?

—Me follo en todos los santos —maldigo entre dientes.

— ¿Dijiste algo, amor? —preguntó Beth mientras cubría su hermoso cuerpo.

—Nada —contesto acomodándome el pantalón—. Me parece genial tu idea.

En menos de una hora, caminaba con los dedos de Beth entrelazados a los míos entre árboles enormes con una mezcla de colores verdes, rojos y amarillos. El sonido del agua al ser elevada a causa de los remos se escuchaba a lo lejos, el bullicio de unos cuantos niños y el transitar de los ciclistas le daban vida a este parque. Todo estaría perfecto si no hiciera tanto calor y mi conciencia no dejara de reprocharme. Si hubiese sido honesto, estaría en otras cosas ahora.

Beth soltó mi mano para acercarse a un arbusto, tomó en sus manos una fea y asquerosa oruga.

—A la mayoría de las personas les repugna su aspecto inicial, pero les encanta en lo que terminan convirtiéndose al final —susurró ensimismada. A mi chica le ha dado por ponerse filosófica. —Muchos tenemos un comienzo feo, Romano, pero si queremos, podemos convertirnos en una bella mariposa.

Acaricié su mejilla y le sonreí. Mi mujer es hermosa por dentro y por fuera. Soy el hombre más dichoso del mundo.

—Tú eres hermosa en todos los sentidos, Beth —dije con sinceridad.

— ¡Oh, amor! —Beth depositó un beso en mi pecho. Se quedó mirando a la oruga y susurró: —Te demostraré que hasta las mariposas negras tienen su encanto y pueden continuar cambiando.

No sé por qué habla así algunas veces, como si estuviera hablándole a otra persona. Todos tenemos algo de loco y mi chica no sería la excepción. Ella depositó la oruga entre las ramas y continuamos con nuestro paseo, uno que me busqué yo solito por fingir ser honesto.

Fráncfort, Alemania. Actualidad.

—Estar tan perdido entre los recuerdos no es bueno, puede ser que algún día no encuentres el camino de regreso a la realidad —dijo Darío, colocando su chaqueta en el perchero.

Mi gran amigo, Darío, como siempre alertándome de que deje el pasado en el pasado. Me había percatado de su presencia desde hace un buen rato, solo que prefiero pensar en Beth que en hablar con él. Sin ella, solo soy el bagazo del hombre que una vez fui. Y todo gracias a Kavi, que la arrebató de mis brazos. Cada día me alejo más de su recuerdo. Es como si al fragmentarse me estuvieran advirtiendo que pronto caducarán en mi memoria. Temo con todo mi corazón que llegue el día en que no sabré si lo que evoco es un recuerdo o una utopía.

Golpeé con mi cabeza la parte posterior del cristal de la ventana, desprendiendo una frialdad a causa de la lluvia. Intenté ver a través de él, pero al estar tan húmedo impide que vea hacia afuera. Hago lo que sea para retrasar mi encuentro con Darío. Dejo salir mi aliento lentamente y giro para encararlo. De inmediato, sentí su mirada intentando analizarme; sus ojos añejados por el paso de los años le dan un toque de franqueza, pero no por eso bajo la guardia. Según dicen las malas lenguas, Darío puede hacer un pacto con el diablo y cerrar el trato llevándose la mejor parte. Pueden que estén en lo cierto, lo conocí siendo devorado por los lobos y ahora lidera la manada.

— ¿Qué te trae por aquí, mi viejo amigo? —dije al tomar asiento.

Para molestarlo, me crucé de piernas, imitando su postura de hombre de negocios. Darío me sonrió como un maldito depredador y guardó silencio. El desgraciado sabe muy bien que la paciencia no es una de mis mejores virtudes. Puse mi mejor cara de póker; no pienso morder el anzuelo.

—Sabes qué perro viejo —dijo ladeando la cabeza, tratando de ocultar su creciente disgusto—. No ladra en vano.

—Qué pena que mi abuela haya muerto —suspiré con notoriedad para hacerle entender que no deseo perder el tiempo—, te hubiera llevado a su casa para que compartieran refranes y recetas de comida.

—Jódete, Romano —bufó, Darío.

—Llevo años jodido —Darío mutó de expresión al escucharme—. Ahora dime, ¿qué te trae por aquí?

Darío colocó sobre mi escritorio un sobre, uno que no me había percatado. En otras circunstancias, ese error me hubiese costado la vida. Tomé el sobre en mis manos, saqué lo que tenía adentro y lo leí. Al terminar, me levanté de mi asiento y me dirigí hacia el minibar.

Me preparé un trago, uno bien fuerte. Luego levanté el vaso en dirección a Darío, quien rechazó mi invitación. Después de tomar mi bebida, llevé los papeles a la trituradora. Volví a sentarme y esperé las palabras de Darío.

—Te agradezco que le hayas facilitado el trabajo a mi secretaria —dice Darío, arqueando sus cejas.

— ¿Por qué crees que ella cooperará con nosotros? —pregunté sin rodeos.

—La chica fue asignada a Annuska, una de las mejores institutrices de Kavi. —Bajó la mirada y bufó al ver la mancha redonda y rojiza que teñía la alfombra—. Esa mujer, según me informaron, no es hija de un ministro o de alguien importante, diablos, ni siquiera era virgen.

Darío tiene su punto, sin soltar mi bebida, le indico que continúe. Un músculo palpitó en sus sienes.

—Kavi ha invertido mucho dinero y tiempo en ella, ¿para qué tantas molestias? —soltó intrigado—. Según mis fuentes, la chica solo ha dado problemas, y sabes que a Kavi no le gustan las chicas problemáticas. ¿Por qué aún la conserva? —rezongó molesto.

— ¿Cómo haremos para que trabaje para nosotros? —pregunté no muy convencido.

—Le ofreceremos su libertad —acotó Darío, acomodándose en su asiento con un movimiento cansado—. Dudo que rechace nuestra ayuda.

Dejé mi vaso sobre la mesa para peinar con las yemas de mis dedos mi barba. La espina de la duda impedía que tomara este asunto a la ligera, así que se lo hago saber.

—Lo pones todo muy fácil, Darío —dije arrugando la frente—. Te puedo asegurar que tendríamos más suerte engañando al diablo que a Kavi.

—No perdemos nada con intentarlo, si se niega, la matamos; sería una puta más en la morgue —dice Darío, crispando la mandíbula como si ese punto fuera irrelevante.

Hubo unos segundos de silencio.

—Una puta más... —No pude negar esa afirmación—. ¿Cómo hablaremos con ella?

—Mis fuentes me confirmaron que tienen previsto incluirla en la próxima puja; vendrán buenos compradores y Kavi ganará mucho dinero, así que tendremos que jugar duro para conseguirla —informó Darío, apoyando los codos sobre el respaldo de la silla y poniéndose cómodo.

Darío no me engaña; sabe muy bien que nuestras cabezas rodarían si Kavi llegara a sospechar que queremos jugar en su patio.

—Cuando ya no tienes nada que perder, cualquier oferta es buena —dice Darío secamente—. La verdadera pregunta es: — ¿Estás preparado, Román?

Crucé mis brazos, lo fulminé con la mirada antes de contestarle:

—El que no está dispuesto en esta vida a perderlo todo, no está preparado para ganar nada. 

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