Papá y mamá
Lo que pensé que me tomaría unos cuantos días, se convirtieron en un abrir y cerrar de ojos, en meses. Ayer, realicé mi monitoreo mensual, mi bebé está a solo cinco semanas de nacer, según los cálculos de la doctora Hong. Tendré una hermosa niña, está demasiado grande para moverse mucho, pero puede patear fuerte y darse vuelta. En más de una ocasión, he podido notar a través de mi abdomen cómo me clavaba su codo o su talón.
Y qué decir de mis pechos, ¡estaban enormes! Desde hace unos días me estaba saliendo un poco de calostro, debido a esto, tenía que estar usando toallas. Luminitsa, la enfermera que trajo al mundo a Joska y que a partir de ese momento se convirtió en la guardiana de todos los hijos de Kavi, me ha sido de gran ayuda en estos meses.
La maternidad es una etapa maravillosa y muy difícil. Esperaba que, como me ha dado tanta lucha, llevarla en mi vientre me concediera el deseo de que se pareciese solo a mí. He soñado con ella, teniéndola entre mis brazos y regresando a casa, en otras ocasiones he que Kavi se ha levantado de entre los muertos y la reclama.
En cuanto a sus hijos, las cosas no me han resultado tan fáciles como lo había planeado. Creía que llegaría a Prístina, daría la noticia y me largaría para nunca más volver. Qué estúpida y tonta fui. Lo primero que hice fue reunirme con Luminitsa, para que me ayudara con los niños.
Me sorprendió la reacción de ella, prácticamente se desplomó sobre mí llorando por ese mal nacido. Mi estómago se revoloteó que hasta creí que iba a vomitar. Nunca he podido manejar la hipocresía, ahora tenía que consolar a una mujer que después de Jesús, su salvador era Kavi.
Le expliqué lo que Bavol me había dicho: teníamos que proteger a esos niños. En verdad, una parte de mí deseaba dejarlos, que se las arreglaran solos, total, no eran hijos míos. Estaba por usar ese razonamiento a mi favor, hasta que mi amigo, Rosendo, me hizo razonar que esos niños eran los hermanos de mi hija. A regañadientes accedí a quedarme hasta que encontrara una solución para todos. Así que los reuní a todos, Cappi el mayor se dio cuenta de que algo no andaba bien, por eso fue el primero en preguntar por su padre.
A Bavol se le trabaron las palabras, y la cara de Luminitsa tampoco ayudaba mucho. Por eso opté por darles la noticia de que pronto tendría a un hermanito y que tendría que cuidarlo, como a su padre le hubiera gustado que hicieran. Como dice el refrán: hijos de tigre, salen pintados. No fueron tontos, al escuchar que les hablé en pasado de su padre, los puso en alerta. ¿Cómo le explicas a un hijo que su padre ha muerto? Fui honesta con ellos y traté de responder a todas sus preguntas. Traté de crear una atmósfera de confianza y apertura con ellos, y les transmití a los niños, el mensaje de que no había una manera correcta ni equivocada de sentirse.
Lloraron y exigieron por horas que le buscara a su padre. Todo eso me abrumó y creí por un momento no poder ayudarlos. Gyula, me reprochó del porqué no les permití estar con su padre en su entierro. Bavol, les informó que su padre, fue quien dio la orden. Deseaba que lo recordaran vivo no encerrado en un ataúd. Los días fueron transcurriendo con lentitud, me dolía verlos tan tristes, pero no lamentaba para nada la muerte de su padre.
Los días se convirtieron en semanas, había días peores que otros. El proceso de duelo era diferente para cada uno de ellos, las niñas dormían conmigo porque les daba miedo dormir solas.Principio del formulario
Wesh y Joska comenzaron a personificar a la muerte como un fantasma, lo que provocaba que sus gritos nocturnos nos despertaran. Gyula, por otro lado, se volvió más callado y triste, lo cual me preocupaba bastante. En contraste, Cappi, que me recordaba mucho a su padre, conectó bien conmigo y me ayudó a construir un puente con sus hermanos. Después de tres meses, les permití que realizaran un funeral y Bavol les entregó las cenizas de su padre.
Joska tuvo la brillante idea de llevar las cenizas de su padre en medallones que colgarían de sus cuellos. Sin embargo, decidí deshacerme de la parte que me correspondía por mi bebé, tirándola por el retrete. En el quinto mes, Gyula comenzó a socializar un poco más, pero el comportamiento de Wesh empeoró, maltratando a Joska y a sus hermanas. Por eso, en contra de los razonamientos de Bavol y Luminitsa, busqué ayuda profesional. Ahora lo acompañaba a sus citas todos los miércoles.
Ser madre, o al menos pretender serlo, me estaba agotando. Por eso decidí salir a caminar un poco y dejarles una nota para que no se preocuparan. No era fácil manejar todas esas personalidades, aunque a pesar de todo les había tomado afecto. Rosendo me estaba ayudando con el proceso de adopción, que resultaba tedioso debido a la muerte de Darío. Me había prometido no comprar más conciencias y hacer las cosas correctamente.
Me senté en un banco de madera en el parque Arbëria, que antes formaba parte de una fábrica de ladrillos abandonada. El sonido de unas risas me llamó la atención, era una pareja que disfrutaba de su tiempo juntos. Sentí envidia por su felicidad, recordando lo que había perdido. Pero cuando interrumpí su intimidad, me enfrenté a un encuentro inesperado que me dejó sin aliento. Román estaba frente a mí, vivo y confundido por mi reacción. Era una presencia inesperada que desencadenó una mezcla de emociones en mí.
— ¿Por qué eres tan egoísta?
Mi corazón dio un vuelco al escuchar esa voz tras de mí, una sombra que me envolvía. Giré para enfrentar al hombre que se encontraba tan cerca, sintiendo el aire atrapado en mis pulmones y casi perdiendo el equilibrio. Escalofríos recorrieron mi cuerpo al contemplarlo.
— ¿Cómo puedes estar vivo? — Pregunté con dolor en la voz. — Deberías estar a siete metros bajo tierra.
Román se mantuvo estático, aparentemente confundido. Tal vez temía que saliera corriendo o gritara como una loca; era bueno que pensara eso, porque podría hacerlo si se acercaba más de lo debido.
—Qué tal si empezamos con un: "Hola, Román, me alegra mucho verte" —respondió mientras metía las manos en los bolsillos—. Luego, te cuento cómo me libré de las garras de la muerte.
¿En verdad pensó que le preguntaría cómo estaba? Por su culpa mi sufrimiento se extendió más del necesario, me acerqué y le abofeteé tan fuerte que sentí mi mano arder. Román ni se perturbó ante mi arrebato de violencia.
—Estoy un poco cansado de que siempre comencemos con golpes —dijo sin mirarme a los ojos—. Pensé que te alegraría verme.
—¡¿Qué?! —chillé enfadada.
La pareja de enamorados y algunos transeúntes nos miraron preocupados, estaba montando una escena en el parque y todo por culpa de Román. Su presencia me descolocaba, por eso y por muchas cosas más, volví a abofetearlo. Mi corazón tembló cuando sus ojos conectaron con los míos, entonces, tomó mi mano y me jaló hacia él, envolviendo media cintura con un brazo y posicionando el otro detrás de mi nuca, pegando mi cabeza a su pecho.
—Me vas dejando tu escenita, Lica —susurró contra mi pelo—. Trata de comportarte de manera civilizada.
Traté de alejarme de él, tanta cercanía me hacía daño. Además, me estaba aprisionando mi abultado vientre.
—¡Suéltame, Román! —mascullé, incómoda—. Estás apretujando a mi bebé.
Entonces pasó lo impensable, lo escuché sollozar. Román estaba llorando. Acarició con sus dedos mi pelo y puso sus labios en mi oído.
—Perdóname, Lica.
Esas palabras me petrificaron. No sé cuánto tiempo estuvimos así, las personas iban y venían, mientras continuaba escuchando la larga letanía de súplicas de Román.
— ¿Puedes soltarme por favor? —pregunté sin emoción—. Me duelen los pies.
Se apartó, inseguro de conceder mi petición.
— ¿Podemos hablar en otro lugar? —murmuró mientras se secaba los ojos—. Por favor.
Sonreí ante la ironía de pedirme que lo perdonara. Con tan solo pedir perdón, las cosas no se iban a solucionar tan fácil. Caminé hasta sentarme de nuevo en el banco, la decepción y el dolor de su traición era como un veneno que destrozaba mis huesos.
—Ni creas que olvidaré todo lo que me has hecho, Román —dije con rabia—. Tus lágrimas no borrarán mi dolor.
Román se sentó a mi lado y aun manteniendo la vista hacia el horizonte, me dijo:
—Tampoco pensé que lo harías —se tomó unos minutos para continuar—. Si permitía que continuaras golpeándome, alguien llamaría a la policía porque no sabes controlar tus emociones.
Cerré los ojos y me abracé muy fuerte. Quería hacerlo, sangrar y escucharlo suplicar hasta la eternidad.
— ¿Qué es lo que quieres, Román? —pregunté con los dientes apretados.
—Necesito hablar contigo, las dos últimas ocasiones que estuvimos juntos trataste de matarme —reprochó Román con frialdad.
—Todas las noches me reprochó esos errores, debí haberte disparado en la cabeza —repliqué irritada.
—Tal vez, seguiste esa línea de que no puedo vivir en un mundo donde no existas y por eso fallaste —objetó mientras su nuez de Adán subía y bajaba al tragar saliva.
El viento acunó algunos mechones de mi cabello, miré hacia el cielo, intentando hallar la valentía para enviarlo al mismo diablo.
—Sabes, pensándolo bien. Tú y yo no tenemos nada de qué hablar —dije con voz insensible, aunque por dentro estaba temblando.
—Te equivocas, Lica, lo nuestro apenas comienza.
Ahí estábamos de nuevo, mirándonos con expectación, tan próximos y distantes como la última vez que nos vimos. Se había dejado crecer nuevamente el pelo y la barba. Concentré todas mis fuerzas en mantener el contacto visual con él, su cuerpo era magnético y atrayente como un imán. Su presencia me abrumaba. Tenía que aferrarme al rencor si quería salir airosa de este momento. No cometería el mismo error dos veces, volvería a mi antigua vida, más renovada y fuerte.
—No existe "un lo nuestro", Román —Tomé un mechón de mi pelo para darle giros, sus ojos siguieron el movimiento de mi mano—. Nada de lo que digas cambiará la imagen que tengo de ti.
Román tomó mi mano para desenredar mi cabello. Una intensa presión se instaló en la zona central de mi corazón de forma dolorosa, aparté su mano de forma brusca.
— ¡No me toques! —grité, hecha una fiera.
Román se molestó ante mi arrebato.
— ¿Puedes calmarte? —me reprochó.
— Mantén las distancias conmigo —repliqué rabiosa—. Que haya accedido a hablar contigo no te da ningún derecho a tocarme.
—Bien, Lica, lo haremos a tu manera —Sonrió de medio lado—. Admito que fui un maldito bastardo contigo.
— ¡¿Ah, sí?! — se me resquebrajó la voz al responderle.
— ¿Puedes callarte? —preguntó cortante.
—Tú a mí no me das órdenes —mascullé.
Se crispó al igual que yo, al notar la energía que irradiaban nuestros cuerpos. Echamos chispas.
—Como te da un bledo mi ridículo intento de pedirte disculpas, iré directamente al punto. Lo que te dijo Darío no era del todo cierto, aunque él sí me dio la sugerencia de que incumpliéramos nuestro acuerdo. —Soltó una carcajada amarga—. Tu trabajo como espía era pésimo, era cuestión de tiempo para que Kavi nos descubriera. Así que Darío sugirió que en compensación a todo el dinero invertido, te sacaríamos del juego limpiamente.
Al escucharlo, me senté recta como si acabaran de propinarme una patada en el estómago.
—Sacarme del juego era sinónimo de matarme —dije, manteniendo mi voz neutral.
—Como te dije, eso lo sugirió Darío, no yo —enfatizó Román.
—Darío está muerto y no podrá confirmar tus palabras, aunque en honor a la verdad, tampoco les creería nada —aclaré.
—Él no tiene por qué confirmarte nada —la desolación se instaló en su mirada—. Es la verdad..., mi verdad.
— ¿Por qué tendría que creerte? —Gruñí apretando los dientes—. Si siempre me has mentido.
Las imágenes de los últimos meses colmaron mi cabeza. Estaba preparada para los maltratos de Annuska y de Kavi, lo que nunca pensé era que Román y Darío jugarían con mis esperanzas.
— ¿Recuerdas cuando robamos la llave? —preguntó con amargura.
—Cómo olvidarlo —respondí sarcástica—. Ese tal Rafael pensó que tendría sexo conmigo.
Cometí el error de mirarlo; mi pulso se aceleró cuando sentí la corriente de electricidad que me unía a Román como lazos imaginarios.
—Ves, yo ni siquiera recordaba su nombre —Hizo el intento de acercarse, pero se detuvo al ver que me apartaba—. El punto es que me resultó bastante confuso el interés de Darío en obtenerla. Le di la llave, no sin antes ir al lugar primero.
— ¿Qué era ese lugar? —curioseé con los ojos entornados.
—La llave le pertenecía a un depósito donde se guardaban, entre otras cosas, documentos de chicas que serían entregadas a compradores, registros que involucraban a ciertas personas con mucha influencia —explicó.
— ¿Personas como Kavi? —deduje.
—Personas como Darío. Eran niñas de doce a diecisiete años. Además de papeles de compra y venta de armas y drogas —dijo en voz baja.
—Pero ¿No figuraba el nombre de Kavi en esos registros? —insistí.
—Para mi sorpresa, no. Al parecer a Kavi no le gustaba comprar vírgenes —dijo con una sonrisa, aunque sonó a reproche—. Aunque por lo que sé, tienen una gran demanda en el mercado.
—Me cuesta creer eso—lo interrumpí con rabia renovada.
—No digo que no traficará con mujeres, Lica—dijo separando los labios, respiraba con dificultad—. A Kavi no le gustaba comprar niñas ni vírgenes, le gustaba comprar mercancía de medio uso, a bajo costo pero reutilizable.
—Escucharte hablar así, me produce náuseas. —Mi voz baja contenía una advertencia inflexible—. Ninguna mujer tiene el sello de virginidad pegada en la frente, no lo defiendas porque es ilógico tu razonamiento.
—Es duro, pero es la realidad, personas como Kavi solo te ven como una inversión a la cual sacarte el beneficio—objetó con una sonrisa burlona—. En cambio, Darío, siempre censuraba ese tipo de negocios y estaba metido hasta el fondo.
—Lo dice un hombre que tenía una productora pornográfica—dije en tono sarcástico.
—Te lo dice un productor de contenido para adultos para nada explotador, nunca me valí de la vulnerabilidad de ninguna mujer para aumentar mis bolsillos—Su pecho se infló al tomar una brusca bocanada de aire antes de proseguir—. Nunca he querido proyectar alguien que no soy, soy lo que ves, Lica. Mis chicas eran mujeres que querían hacer dinero y divertirse en el proceso. Nunca permití que ningún director las obligara a hacer algo que no estuvieran cómodas.
—Aun así, no deja de ser una empresa reprochable, Román—repliqué, incómoda.
—Si algo te sirve, ya no estoy en el negocio—murmuró.
— ¿Ah sí? —le respondí fingiendo sorpresa—. No sabía.
—No te pases de lista conmigo, en tu segundo intento de asesinarme, confesaste tus maquiavélicos planes. Ando libre de puro milagro—comentó dolido.
— ¿Por qué no estás en la cárcel? —pregunté molesta. Una cosa era que estuviera vivo y otra muy diferente que no estuviera en la cárcel.
—Me declararon libre por falta de pruebas y alguien pagó mi fianza, quiero creer que fuiste tú quien pagó mi fianza—respondió en plan irónico, encogiéndose de hombros.
—Si hubiera sido por mí, estarías pudriéndote en la cárcel —esbocé una amplia sonrisa—. Recuerda que te prometí que haría que alguien siempre te respirara por detrás.
—Los celos no te hubieran dejado dormir, Lica—repuso Román, escrutándome con curiosidad.
Ahogué un grito de indignación. Era bueno recordarle quién estaba a cargo de esta conversación.
—Como a ti no te ha dejado dormir el saber que mataste a la única persona que te quería. —Lo escuché bufar, sabía que le habían dolido mis palabras—. La verdad siempre duele, pero es liberadora, al final—lo miré con hastío y alcé una ceja.
—Sé por dónde quieres ir, pero esa mierda es mía y solo yo sabré cómo lidiarla —se echó a reír y negó con la cabeza. Luego apoyó los codos en sus muslos, y mirando hacia la nada, soltó una noticia que me dejó helada—. Deseo adoptar a Choomia.
Me levanté como un resorte, entrecerré los párpados. Se produjo un incómodo silencio entre los dos.
— ¿Crees que puedes venir a contarme algo que ya no me importa y pedirme que te dé a Choomia en adopción? —pregunté con voz insensible.
—No me digas que le tienes cariño, Lica—replicó cortante. —Es la hija de la zorra por la cual cambié tu libertad y del hombre que te violó y secuestró.
—Mira pedazo de mierda, sé muy bien quiénes son sus padres—hice una mueca que rebozaba amargura—. Pero ni aun así, te entregaré a Choomia.
—No finjas que los quieres—me interrumpió—. Son los hijos de Kavi, si deseas puedo criarlos a todos y quitarte esa responsabilidad.
—¿Qué sabes tú de criar con amor, si mataste al único que te lo mostró? —objeté con ironía.
Román negó con la cabeza y apretó la mandíbula como si deseara que mis palabras no entraran en su cabeza.
—Eres cruel, Lica— se quejó y vi gotitas de sudor en su frente.
—Aprende a lidiar con eso— Me encogí de hombros, luego le advertí—. No deseo que te acerques ni a esos niños, ni merodear por mi casa. No eres parte de sus vidas ni de la mía.
Román se levantó del banco de madera, sacó un papel de su bolsillo. Lo extendió y lo tomé con cautela, al leer unas cuantas líneas, sentí que mis fuerzas se drenaban.
—Esto no puede ser cierto—sollocé a punto de desmayarme—Esto tiene que ser un error.
Miré a Román, en busca de respuestas. Mi mente trabaja a mil por hora, esto no podía ser real. Una sonrisa se le instaló a Román, al verme tan desolada.
—Por más que lo desees, las letras no cambiarán su significado—me indignó su comentario—. De ahora en adelante, seremos papá y mamá.
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