No formo parte de tu vida
6 meses después...
La maternidad ha sido la etapa más emocionante y caótica que he podido vivir. Marcó un punto de inflexión, cambiando por completo mis prioridades. Empezando a recorrer un camino de aprendizaje y descubrimiento. Kali, se parece mucho a su padre, además de haber heredado algunas de sus mañas. También siente una extraña fascinación por el "tío Román". Con tan solo verlo o escucharlo para que empiece a sonreír. Y qué decir de sus hermanos, la han mimado demasiado hasta volverla un poco soberbia.
Me agrada que la amen, aunque odie con todas mis fuerzas a su padre. Termino de colocar la última de las prendas en la maleta, decidí volver a mi país con Rosendo. Una mezcla de ansiedad y miedo se instaló en el centro de mi corazón. Desconocía cómo estarían mis familiares o Rodrigo. Cierro la maleta y solté un suspiro de frustración, las cosas se me complican cada día. Los niños quieren a Román y yo deseo que desaparezca de nuestras vidas, iré a mi país y no sabía si podía volver a ser la Lica de hace siete años.
Reconozco que, Román, se ha esforzado en ser un buen padre sustituto para los niños. Sin embargo, me ha costado horrores perdonarlo. Su traición aún me escuece y mi corazón no ha dejado de sangrar. Y aunque admití para mis adentros que me enamoré de él, ni en un millón de años pensaría en tener un futuro a su lado. Román es parte de mi pasado.
Volveré y lucharé en reparar mi matrimonio. Sabía que, con un poquito de esfuerzo por parte de ambos, las cosas volverían a ser como antes, incluso hasta mejor. Con el tema de la custodia de los niños era una cosa que tenía que resolver con Román. Ellos viajarán conmigo, pero no lo había invitado, esperaba que leyera entre líneas mi mensaje.
— ¿Crees que no me había dado cuenta de lo que piensas hacer?
Román, se encontraba en el umbral de la puerta, la maldita opresión en mi pecho no me permitió hablar, le di la espalda. No tenía por qué sentirme así, era adulta y dueña de mis decisiones.
—Amo a esos niños— se acercó a mí con cuidado—. Entiendo tu actitud arisca conmigo, pero no consentiré que me saques de sus vidas.
Me dio la vuelta y tomó mi barbilla para que no escapara de su mirada.
—No sé qué hacer para que me perdones, Lica—murmuró agriamente.
—Desaparece de una vez por todas —dije con brusquedad—. Si de verdad te importo tanto, sal de mi vida para siempre.
Román colocó sus manos sobre mi espalda para acariciarla con delicadeza.
— ¿En verdad eso es lo que necesitas para ser feliz? —Preguntó mientras sus manos avanzaron por mis costados hasta rozar los laterales de mis pechos— ¿Es eso lo que en verdad quieres?
Cerré los ojos y asentí, sabía que si veía en mis ojos se daría cuenta de mis dudas. Pero Román, jugó sucio. Mi prioridad era tratar de volver a ser quien era en el pasado. Por eso tenía que romper por lo sano.
—Román—me aclaré la garganta y me alejé un poco—. Regresaré a mi país a recuperar lo que era mío y me llevaré a los niños conmigo. Perdona si no te lo había comentado.
Román se rio, burlándose de mi comentario.
—He de suponer que recuperar tu vida, incluye a tu marido—ironizó, me miró con unos ojos fríos y brillantes que no revelaban nada.
No quería ser tan obvia, pero era mejor así. Entre más claro, mejor.
—Exacto—dije con voz molesta.
— ¿Y crees que él te estará esperando con los brazos abiertos? —se río sin ganas.
—Eso es un asunto que no te incumbe, Román, ese será mi problema —mascullé, con brusquedad—. No te metas a donde no te han llamado.
Me jaló contra él, sus ojos se oscurecieron debido a la rabia. ¿Pero qué diablos? Intentó besarme, detesto que haga eso, me solté de su agarre y le di una sonora bofetada.
—No creas que soy la estúpida que besaste en el pasado—mascullé rechinando los dientes—. No quiero que seas parte de mi vida y punto.

La despedida en el aeropuerto fue caótica, los niños no me hablan cuando se dieron cuenta de que Román no iría con nosotros, además, el energúmeno se encargó de hacerles saber que fue mi idea de no incluirlo. Fueron horas interminables, hasta que después de pensar que moriría encerrada en el avión que pude visualizar mi bella isla. Comencé a llorar, por fin podía regresar, fueron tantas lágrimas que pensé que nunca este sueño se volvería realidad.
Lo primero que hice fue besar el suelo que me vio nacer. Dejé a los niños instalados en el hotel y tomé el primer taxi en dirección a la casa de mis padres. Me quedé embelesada viendo como si fuera la primera vez el Teatro Nacional, el edificio de Bellas Artes, los elevados en la avenida 27 de febrero. Nada había cambiado, todo continuaba igual como lo dejé hace siete años. Los motoristas desafiando a la mismísima muerte, los tapones sin una razón de ser y los mercaderes intentando vender un producto ya caducado bajo un sol abrazador. Llegué a la casa de mi infancia más rápido de lo que pensé.
Subí cada escalón con el corazón palpitando en mi garganta, toqué su puerta con lágrimas inundando mis mejillas. Cuando pude ver a mi madre después de tantos años sentí que volvía a nacer. Su expresión al principio fue de duda, luego, cuando comprendió que era yo, cambió a júbilo. Nos abrazamos entre lágrimas y risas, mi corazón no podía contener tanta felicidad. Pregunté por mi padre, mi madre me llevó hasta su habitación, había sufrido un paro cardiaco y estaba delicado de salud.
Sentí miedo de empeorar su salud, sin embargo, mi presencia regocijó su corazón. Mi madre aprovechó para llamar a mi hermana, la cual se había convertido en madre de dos mellizas, una de ellas se llamaba como yo. Cuando estuvimos los cuatro juntos, no perdí la oportunidad de contarle todo lo que me había pasado. Obvié algunas cosas, conocía muy bien a mi madre. Si le decía que esos niños eran los hijos de la persona que me secuestró y violó para luego decirles que esa misma persona también era el padre de mi hija, sería catastrófico. Al final, les conté la versión en la que Kavi, murió como un puto héroe.
La noche llegó demasiado rápido y tenía que alimentar a Kali. Después de prometerles que volvería al día siguiente y darles la dirección del hotel, me dejaron ir. Regresé al hotel, los niños se quejaron de que no habían volado desde tan lejos para estar encerrados. Les prometí que conocerían mi país, pero tenía que resolver algunos asuntos primero. En la mañana saqué a los niños a caminar por el malecón. Y en la tarde, los llevé al Parque de las Luces, el lugar donde Rosendo se desnudó por mí.
Al caer la tarde, me vestí de rojo pasión para ir a visitar a Rodrigo. Paré un taxi solo con mi presencia, sabía que estaba vestida para matar. Deseaba destacarme en la primera con la primera impresión. Ni bien abordé el taxi cuando sentí una mano posarse en mi trasero, me giré dispuesta a pelar cuando me empujaron dentro del taxi. Grité por la impresión.
— ¿Qué diablos? —grité enfadada.
—Con ese vestido pareces una fulana —dijo Román soltando una risa seca—. Y esas no son maneras de recibir a un turista, deberías darte vergüenza.
Me quedé sin palabras, me trastornó su presencia. ¿Quién le dijo dónde me hospedaba? ¿Vino en el mismo vuelo que nosotros?
— Vete a la mierda —mascullé—. Largo de aquí.
Román negó con la cabeza, luego me pasó una tarjeta.
—Estoy pensando abrir de nuevo mi productora, si necesitas empleo, solo llámame —dijo con voz agradable.
Le tiré en la cara su tarjeta y me alejé lo más que pude. Apostaba que Rosendo estaba metido hasta el cuello. Le pasé la dirección al taxista; si Román deseaba ser partícipe de mi reencuentro con mi esposo, allá él. No le hablé en todo el trayecto. Llegamos a mi antigua casa, las luces estaban encendidas. Román me siguió como si fuera mi sombra. Dudé en tocar la puerta. Había bajado muchos kilos, aunque me estaba costando bajar los que obtuve en mi embarazo.
— ¿Miedo, querida? —Se rio Román entrecerrando los ojos—. Sí, está esperándote con los brazos abiertos.
— ¡Vete al diablo! —estallé, cansada de sus comentarios irónicos.
—Déjame ayudarte, Jaya —arqueó las cejas y me mostró la lengua.
Sabía que detestaba que me llamaran por ese nombre. Me apartó y con dos fuertes golpes, impactó la puerta, ni que fuéramos parte del cuerpo de antinarcóticos. Una mujer alta y esbelta, del color del ébano, poseedora de unos ojos muy vivaces nos abrió. Era la misma mujer que vi cuando busqué el perfil de Rodrigo.
— ¿Desean algo? —preguntó, mirándonos a ambos.
— ¿Quién eres? —repliqué.
— ¿Disculpe? —objetó ella, mirándome de arriba abajo.
—Señorita, sé que no nos conoce —intervino Román, hablando español—. Pero esta mujer era la dueña de esta casa.
Me sorprendió que hablara mi idioma.
—No sé quiénes son ustedes —dijo casi cerrando la puerta—. Es mejor que se marchen de mi casa.
— ¿Cómo fue que dijo? —Le grité, dando un palmazo a la puerta— ¿Acaso escuché, mi casa?
Un Rodrigo, más delgado salió a ver qué pasaba en la puerta de nuestra casa. Al verme, cerró los ojos y los frotó varias veces con sus manos. Se puso pálido y no podía creer quien estaba en la puerta de su casa.
— ¡Lica! —murmuró Rodrigo anonadado.
Delante de mí se encontraba la persona que juré ante Dios y los hombres que estaría hasta que la muerte nos separara. Me comenzó a doler todo el cuerpo, la cabeza, el pecho y el corazón. Rodrigo, aún conservaba esa mirada de hombre callado y pensativo.
— ¿Quién es esta mujer, Rodrigo? —pregunté iracunda.
Me miró como si no pudiera creer que estuviese aquí en su puerta; después de mirarme como si temiera que desapareciera, miró a Román.
— ¿Y este quién es? —gruñó.
Busqué un respiro emocional a esta puta pesadilla, así no fue como me imaginé nuestro reencuentro. Me abrí paso y entré a lo que una vez fue mi casa. Miré hacia todas las direcciones posibles, todo había sido removido, nada de lo que había comprado estaba. Parecía como si nunca hubiese vivido en esta casa.
—Lica —dijo Rodrigo, con voz entrecortada—. ¿En verdad eres tú?
Levanté la mano para que se callara. Caminé buscando algo que me confirmara que alguna vez estuve aquí. ¿A quién se le ocurrió cambiar el color de mis paredes? ¿Dónde estaba mi reloj de pared con la imagen de Inuyasha? Corrí hasta mi habitación, me detuve en el umbral, escudriñé cada rincón. Esa no era mi cama, ni mis almohadas ni mis malditas sábanas las cuales había comprado. Esta habitación me gritaba que era una maldita intrusa. Batallé contra el ácido que me quemó el estómago cuando sentí a Rodrigo detrás de mí.
— ¿Desde cuándo, Rodrigo? —pregunté y mientras esperaba su respuesta, sentía que me estuviera hundiendo en arenas movedizas.
—Semanas después que te hubiese declarado muerta, Lica —susurró.
Nunca pensé que Rodrigo, podría hacerme eso. Rosendo, nunca me dio por muerta, hizo todo lo que pudo y al final dio conmigo.
—Muerta. —Respiré hondo —Qué rápido se te fue el duelo —mascullé temblando de ira.
Me giré para encararlo, sus fosas nasales se dilataron y sus ojos se estrecharon de ira.
—No tienes ningún derecho a recriminarme nada —me reprochó—. Sufrí mucho tu desaparición, ¿qué esperabas que hiciera, Lica? —La ira hizo que le sobresalieran las venas del cuello—. Hice todo lo que podía, ahora vienes a mi casa en manos de un perfecto desconocido, gritando y abriendo puertas. Te esperé por siete años.
Fueron tantas cosas que quise decirle, pero no pude decir ni una. Mi cuerpo tembló, mi mente trataba de asimilar los hechos, pero mi corazón se negaba a cooperar. Román se colocó a mi lado, sus ojos revolotearon de ida y vuelta entre Rodrigo y yo. Luego añadió:
—Oye amigo, no soy un desconocido. Me llamo Román —al terminar le extendió la mano.
— ¿Y crees que eso me dice mucho? —Rodrigo, lo miró despectivamente—. Usted, "amigo", tiene cara de un matón delincuente.
Una sonrisa destructiva barrió el rostro de Román, bufó y comentó: —Nada más cerca de la realidad.
Rodrigo, dio un respingo. No permitiría que estos dos se pelearan. Román, todo lo resolvía a golpes y no vine desde tan lejos a ver a estos dos pelear.
—Necesitamos hablar, Rodrigo —intervine—. Solos —puntualicé.
No esperé su respuesta, caminé hasta lo que años atrás era mi balcón. En el pasillo me topé con la usurpadora. Quería decirle unas cuantas cosas, pero escuché cuando Román, le decía a Rodrigo que no era mi amigo, sino el padre de mi hija. No perdería mi tiempo en aclararle nada, Román, lo hizo con la finalidad de fastidiarlo.
— ¿Es cierto que tienes una niña? —Rodrigo, dejó que sus palabras flotaran en el silencio.
—Su nombre es, Kali —dije, una multitud de pensamientos se precipitaron y chocaron dentro de mí.
Vi lágrimas deslizándose por sus mejillas. Luego, se limpió la cara con el dorso de la mano, pero su mirada no vaciló.
— ¿Cómo pudiste hacerme esto? —Bajó la mirada, sus manos temblaban—. Luchamos tanto por tener un bebe, y regresas después de todos estos años en brazos de tu amante y con un bebe que no es mío.
Mi cerebro colapsó. Lo miré a los ojos, decepcionada.
—Román, no es el padre de mi hija—le aclaré, incómoda.
— ¿Dónde estuviste todo este tiempo, Lica? —Cerró los puños, murmurando cosas para sí.
Exasperada, le propiné una fugaz pero poderosa bofetada en la mandíbula.
—Es mejor que te mantengas callado, Rodrigo —dije con frialdad—. Tengo algo que decirte.
Rodrigo, me agarró por los hombros y me sacudió. Me soltó con brusquedad como si estar en estrecho contacto con mi cuerpo le provocará dolor físico. Se negó a mirarme, por eso puso su vista fija en el suelo.
— Mi madre siempre tuvo razón contigo —exclamó con el temor grabados en cada sílaba.
«Ah... con que mi suegra, doña Carlota, tenía razón».
— Permíteme aclararte algunos puntos. Ese día en que fuimos a la playa, fui atrapada por unos maleantes que se dedicaban a la trata de blancas. Mi error fue entrarme al agua con la persona equivocada. No la pasé de puta como acabas de alejar, tuve que soportar incontables maltratos y humillaciones.
Hice una pausa, la bilis me subió por la garganta al recodar a Kavi abusando de mí. Sequé algunas lágrimas antes de continuar.
—Tuve que aprender un idioma y comportarme como si fuera una mujerzuela. Fui violada Rodrigo para que me entiendas.
Levantó la vista del suelo con las lágrimas emborronándole la vista.
—Pensar que algún día regresaría con ustedes, me ayudó a no volverme completamente loca—comenté mientras me estremecía violentamente. Rodrigo, intentó acercarse, pero retrocedí. Dejé salir toda la carga que llevaba sobre mis hombros.
—Regresé con una niña tan inocente como yo. En nuestro matrimonio siempre permitimos que fueran tres y no dos que tomaran las decisiones importantes—expresé irritada—. A raíz de eso, vivía fantaseando con una vida diferente sin saber que mi deseo sería lo que posiblemente acabaría conmigo. Era demasiado, Rodrigo, tu falta de carácter me asfixiaba y no podía soportarlo.
Tragué saliva porque las siguientes palabras fueron las más difíciles de admitir, incluso para mí.
—Román, me ofreció un trato: Si conseguía información sobre el paradero de su novia, me ayudaba a regresar contigo. Nunca perdió las esperanzas por encontrarla, y a diferencia de ti, nunca la dio por muerta —mi voz se quebró, pero me obligué a continuar—. Cuida de mi hija, sabe hasta más que yo que significa cada balbuceo. Reconozco que empecé a sentir algo por él, pero siempre te fui fiel, lo creas o no.
Terminé expulsando todo lo que llevaba dentro. Los segundos se hicieron eternos mientras permitía que Rodrigo asimilara todo lo que le había dicho.
— Vienes a mi casa a reprocharme los defectos de nuestro matrimonio. Sin preguntarme cómo he estado o cómo he podido vivir sin ti todos estos años. Cada vez que cerraba los ojos escuchaba tu grito de auxilio cuando te estabas ahogando. Tu ausencia me estaba consumiendo, pero fue a causa de ti que decidí cambiar, hacerme el hombre que siempre quisiste que fuera. —Rodrigo enrojeció al dominar un grito de dolor que hirvió en su garganta—. Tú te ocultaste en tu propio mundo, esperabas tanto que fuera yo quien hiciera el cambio cuando el problema era de ambos. Dejaste de preocuparte por ti y me incluiste. Todo dejó de importarte y lo acepté porque te amaba demasiado, y, para mi desgracia, sigo haciéndolo.
Ante la fiereza de su voz, entorné los ojos.
—Pero esa mujer que ves allí tomó todos mis pedazos. Con paciencia y amor me reconstruyó. Me enseñó a no conformarme con menos. Para ti siempre seré el hijo de mamá y sabes algo, amo a mi madre y ella siempre será parte de mi vida—comentó. Y añadió con los labios temblorosos—: Seryira, está embarazada, seré padre gracias a ella. He encontrado el perfecto equilibrio en mi vida, Lica. Creo que tienes que mirar dentro de ti misma antes de echarle la culpa a los demás de tus errores. Te amo y siempre lo haré, pero estoy construyendo una vida en la que tú no formas parte de ella.
Un tiro a quemarropa. Estaba enfadada con Rodrigo y conmigo misma. Nunca imaginé que mi reunión con él acabaría de esta forma, reprochándonos nuestros errores. Pero ¿cómo se atreve a decirme que ya no podía ser parte de su vida? Crucé un océano para estar con él. Sabía que esto podría pasar, las fotos que vi de ellos en su perfil me confirmaron que mi tiempo con Rodrigo había llegado a su fin. Sin embargo, a veces te aferras a alguien cuando estás cayendo a sabiendas de que no deberías. Pensé que todo podía ser como antes, como me duelen las palabras de Darío, no puedo retroceder ni siquiera pisando en mis propias huellas.
Mi tiempo en esta casa se había acabado. Le di la espalda, llegué hasta la sala en donde Román conversaba con Seryira, no era ninguna idiota, esos dos habían escuchado todo. Tomé mi cartera, salí hecha una furia de lo que una vez fue mi casa. Me detuve en la acera, tenía que conseguir un taxi lo más rápido posible.
—Me imagino que ya puedo pensar que puedo tener esperanzas contigo—expresó Román con burla.
Solté una risa seca, me había olvidado por completo de Román, antes de que me hablara sentía que un agonizante dolor se extendía por mi pecho. Pero ahora que lo veo, me pregunto tantas cosas.
—Ni en tus más salvajes sueños—le dije girando los ojos.
—No pierdo nada—comentó haciendo un puchero con los labios.
—Llévame al hotel, Román—dije mirando un punto muerto.
No estaba segura si fuese capaz de recuperarme de todo esto. Sin embargo, tenía que cuidar a siete niños que me esperaban en el hotel. Cerré los ojos tratando de sacar fuerzas de donde fuera.
—Kali tiene que estar hecha una fiera—dijo mientras una sonrisa se extendía por sus labios.
Negué con la cabeza y sonreí. Aunque me sentía como la mierda, pensar en mi hija me dio un poco de paz en medio de este caos.


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top