Malas noticias

Una hora antes de salir del trabajo, bastante agotada, siento mi celular vibrar. Lo desbloqueo y me encuentro con un mensaje de Rodrigo: "Hola, amor, espero que estés bien. Te escribo porque quiero que llegues temprano a casa, te tengo una sorpresa. No hagas la cena. Te Amo".

Miles de ideas saltan en mi cabeza, algunas buenas y otras un poco disparatadas. Solo espero que no sea que vamos a cenar con mi suegra, Carlota. En verdad, no tengo nada en contra de ella; solo es que es el ser más insoportable que he conocido. Es manipuladora, controladora, hipócrita y metiche. En fin, sé que es la madre de mi esposo y merece todo mi respeto, aunque me cueste.

Tenía planes de visitar a mis padres, llevo días sin verlos y los extraño. Me hubiera gustado que mi matrimonio hubiese sido parecido al de ellos. Se llevan tan bien que no sabes dónde comienza uno y termina el otro. Son buenos amigos, buenos cómplices, buenos vecinos y excelentes padres.

La diferencia de edad y cultural no fue un impedimento para ellos. Han convivido y superado los problemas que conlleva estar en pareja. Siempre se quedaron con el deseo de tener un varón que prolongara el apellido familiar, aunque nunca los escuché quejarse de haber tenido niñas.

En vez de visitarlos, aproveché el tiempo para comprar algunas cosas que necesitaba. De regreso a casa, encontré la cena lista y servida. Sé que me tocará fregar los platos para mantener la igualdad.

—¡Hola, amor! —, me saludó Rodrigo mientras terminaba de colocar unos cubiertos sobre la mesa. Me dio un beso casto y un abrazo de hermanos. Luego hizo las preguntas de siempre. — ¿Cómo te fue? ¿Qué le dijiste a doña Victoria hoy?

—Fue igual que ayer—suspiré profundamente—. Victoria me reprendió como siempre, nada fuera de lo normal. Pensé en ir a visitar a mi madre, pero decidí realizar algunas compras.

No me gustó la expresión de Rodrigo cuando le conté qué pensaba visitar a mis padres. Siempre hemos tenido ese problema. Según él, soy muy apegada a mi madre, mientras que él, a esta altura del juego, no ha cortado el cordón umbilical con la suya.

—Sabes, Rodrigo, nunca me han gustado tus gestos cuando te digo que pienso visitar a mi madre—comenté un poco molesta mientras dejaba la cartera sobre el mueble.

—Sabes lo que pienso de tu apego hacia tu madre—dijo, con tono firme—. Mi madre siempre dice...

Tuve el arrebato de gritarle: "¿Y ahora qué diablos tiene que decir tu madre?", pero me mordí la lengua a tiempo.

—Tu madre dice muchas cosas—interrumpí mientras rodaba los ojos.

Detesto discutir por el mismo tema vez tras vez. Cuando firmé el documento civil, sellé mi calvario con Carlota. ¡No la soporto! Ella se entromete hasta en cosas que no debe. Inclusive llama para preguntar con esa voz tan chillona: "¿Qué estás haciendo? ¿Dónde estás? ¿Por qué no me has dado un nieto? ¿Acaso eres estéril? ¿Por qué no me devuelves las llamadas?"

Le ruego al Dios del cielo que me ayude a conseguirle marido. Cuánto lamento que Francisco, el padre de mi esposo, la abandonara, porque tras su huida he tenido que pagar las terribles consecuencias.

—Mi madre solo se preocupa por ti, no seas malagradecida—expresó Rodrigo, incómodo.

Me hierve la sangre de impotencia, siempre es lo mismo. No sé hasta cuándo tendré que soportarlo. Me cruzo de brazos y le doy la espalda, irritada. A los pocos segundos, siento a Rodrigo abrazarme.

—No preparé la cena para que discutamos, te tengo una sorpresa.

Respiro hondo e intento como siempre ocultar el malestar que me causa mi suegra.

— ¿Me gustará? —pregunto fingiendo interés.

—Perderás la cabeza cuando te cuente —contesta Rodrigo entusiasmado.

— ¡Me comprarás un bolso Hermès! —lanzo entusiasmada.

Rodrigo niega con la cabeza. —No es nada material, Lica.

Debo recordar que la ecuación matemática de mi esposo es la siguiente: "Si le gusta a él, a mí también debe de gustarme".

—Entonces, ¿qué es? —curioseo mientras coloco los vasos sobre la mesa.

—¡Este domingo nos iremos a la playa junto con nuestros mejores amigos! —expresó Rodrigo entusiasmado.

Siento cómo se me forma un nudo en el estómago. Es ridículo que me haga una cena para informarme de que iremos a la playa con nuestros amigos. No me gusta mi físico para estar exhibiéndolo en la playa. La cara de felicidad de Rodrigo no me está ayudando mucho que digamos.

— ¿Y quiénes irán? —pregunto mortificada.

—Alberto, Carolina, Marcos y Aleida. —Rodrigo se aclara la garganta y me mira—. Ah, lo olvidaba, invité a mi madre. Con lo que le gusta la playa, no podía dejarla.

La noticia me deja helada. De mis ojos sueltan chispitas asesinas al pensar que esto puede ser obra de mi suegra, pero me obligo a serenarme y tratar de fingir alegría por mi futuro viaje a la playa.

Al día siguiente, Rodrigo no se callaba con el dichoso viaje y ese mal presentimiento que se instaló en mi corazón va en aumento a cada segundo que trascurre. Además, en el trabajo se presentaron bastantes situaciones críticas que me tenían los pelos de punta.

A las tres de la tarde, me llegó un mensaje a mi WhatsApp:

"Querido amor: Me abandonaste por Rodrigo rompiendo mi corazón. Solo espero que él no sea como los turistas, que solo quiera pasar vacaciones en ti. Hice una reservación en nuestro restaurante favorito para hoy en la noche. Deseo verte como antes, salvaje y alocada. Siempre tuyo, Rosendo".

Leí el mensaje dos veces más. Rosendo es mi único mejor amigo, el que conservé desde la universidad. Soy tan mala amiga; amo a Rosendo con todo mi corazón y no soy capaz de llamarlo para preguntarle cómo está.

Me caería muy bien, reírme un poco y así despejar la mente. Le escribo a Rodrigo para avisarle de mis planes con Rosendo. A mi esposo parece que la noticia no le hizo mucha gracia, pero no me importa. Iré de todos modos.

Cuando terminé mi faena laboral, decidí visitar a mi madre. Al llegar, me encontré con mi querida hermana, Alexandra. La amo, pero cómo fastidia la condenada.

—Hola, Willy —respondió y me ofreció una dona.

Mi querida hermana, desde que engordé, me llama Willy, en alusión a la orca de la película de 1993. En cambio, yo la llamo Emily, el personaje principal de la película de Tim Burton, "El cadáver de mi novia".

—Soy Lica, Emily —dije mientras colocaba la cartera sobre el mueble.

—Como sea, Lica, no estoy bromeando cuando te digo que morirás de diabetes —expresó sin titubeos.

—Y tú de anorexia, Alexandra —solté una risa seca—. ¿Dónde están papá y mamá?

—Salieron a enviar tu perfil para que puedas entrar al programa de Kilos Mortales —comentó Alexandra quitándose los zapatos.

Gruñí y le levanté el dedo corazón. No duré más de lo necesario con mi hermana, se ha vuelto demasiado insoportable. De regreso a mi hogar, no dejé de pensar en ese viaje. No deseo que se burlen de mí, estoy harta de que me ridiculicen y me denigren por mi peso.

Después de asearme, me preparé una pequeña ensalada mientras leía otro mensaje de Rosendo: "Espero que no me dejes como las palmeras en el mar, bellas pero solas. Te veo hoy a las 7.00 p.m. Siempre tuyo, Rosendo".

Rosendo sabe cómo levantarme el ánimo. Así que después de comerme la ensalada, fui al armario a buscar el traje perfecto para esta noche. Llegué al restaurante Onno's, ubicado en la Zona Colonial. Rosendo y yo teníamos la costumbre de ir a ese lugar después de salir de la universidad.

El ambiente aquí siempre ha sido divertido, buena música y los precios normales para ser una zona turística. El lugar cuenta con una terraza abierta para fumadores y el área cerrada con aire acondicionado para no fumadores.

Encontré a Rosendo enviando un mensaje de texto desde su celular. Sabrá Dios a cuál pobre damisela ingenua de su labia tiene en mira. Al percatarse de mi presencia, gritó:

—¡Mi amor, cuanto tiempo, ven con tu papi! —exclamó abriendo sus brazos.

Me eché a reír a carcajadas ante su exagerado comentario.

—¿Cómo estás, mi papito? —respondí coqueta.

—Eso quisieras, niña mala —Rosendo hizo un rugido imitando el sonido de un tigre—. Que sea tu "papito".

Mi risa repercutió en la sala.

—¿Dónde escondiste la oveja? —dije mientras tomaba asiento—. Te sale lana de los dientes.

—Supérame, Lica, soy todo lo que está bien —comentó y lo vi encogerse de hombros—. Además, no eres ninguna mansa oveja, más bien eres una cabra de los mil infiernos.

Fruncí el ceño y respiré hondo.

—Déjame tranquila, Rosendo, no me he sentido bien —dije algo preocupada.

Rosendo pidió dos margaritas; el desgraciado sabe que solo me gusta la cerveza.

—Y te lo creo, vivir sin mí debe de ser un calvario para ti. —Rosendo me acarició la mejilla con la mano y después soltó un suspiro largo y pesado—. Te superé dejándome querer por otros cuerpos, pero ustedes, las mujeres son seres egoístas, no les gusta compartirme a sabiendas de que soy un bien común para la humanidad.

—Cualquier mujer que tenga dos dedos de frente no se metería contigo, Rosendo —expresé mientras tomaba un sorbo.

—¿Celosa, mi vida? —Me guiñó un ojo— Ustedes, las mujeres, anhelan encontrar a un hombre con un pene monstruoso para luego llorar cuando sienten el primer empujón que le llega hasta las tripas. Pero dime, te noto tensa... ¿Te pone nerviosa mi presencia o me creo tu excusa de que algo te agobia?

Rosendo levantó sus cejas. Fijé la mirada en un punto muerto antes de decirle:

—No sé por dónde empezar.

—Siempre, por el principio, solo desahógate y yo trataré de entenderte —apuntó Rosendo con humor para aligerar el ambiente.

Rosendo se sentó derecho y cruzamos la mirada. Le conté todo con lujo de detalles. Mi preocupación por el viaje del domingo, ese mal presentimiento instalado en mi pecho, mis constantes discusiones con Rodrigo por mi suegra, los comentarios de mi hermana que finjo que no me duelen, pero que sí. En fin, le conté todo.

Rosendo siempre ha sido un amor. Me escuchó y cuando lo consideró oportuno me dio su punto de vista. El tiempo pasó volando al igual que nuestras bebidas; en verdad, no me gusta la margarita, pero entre charla y charla, me tomé varias copas.

Es tarde y sé que debo irme si no quiero que se arme Troya con Rodrigo. Rosendo me hizo pagar la cuenta como siempre. Según él, apoyando al movimiento feminista.

—Aún estás en mi lista de locas por mis huesos, Lica —dijo Rosendo. De pronto, dio un paso hacia mí y me abrazó.

—Rosendo, controla tus impulsos, estoy casada —bromeé.

—Sí, lo sé —se llevó las manos al pecho fingiendo un paro cardíaco—. El fuerte dolor de mi corazón lo confirma.

—Deja el drama—le di un beso en su mejilla—. Bien recuerdo que nadie bailó y comió como tú en mi boda.

Rosendo giró sus ojos, me abrazó de nuevo y besó mis dos mejillas muy al estilo europeo.

—Era el espíritu del dolor que me poseía esa noche. —Rosendo me sonrió e hizo con la mano un gesto vago a modo de despedida—. Adiós, Lica. No seas una extraña.

—Adiós, Rosendo.

Al llegar a casa, Rodrigo ya había preparado la cena y pasamos un momento agradable viendo una película. Durante la película, noté en la pantalla del celular de Rodrigo que aparecía el nombre de su madre como llamada entrante. Disimuladamente, lancé un cojín al celular para amortiguar el sonido de la llamada. He tenido suficiente de mi suegra, así que por esta noche trataré de disfrutar.

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