Ironías

Mi salud decayó después de mi regreso de Eritrea. El viaje de vuelta fue una auténtica tortura, y empeoró cuando me enteré de que a partir de entonces compartiría mi cama con Kavi. Él volvió más perturbado que nunca y se ocupó diariamente de mi higiene, insistiendo en que mi supuesta inmundicia le molestaba. Si tanto le afectó, ¿por qué me dejó a su merced en Eritrea?

Dejé sobre la mesa el té de manzanilla que había pedido, mi estómago estaba revuelto. Me encontraba en una encrucijada; si cerraba los ojos, recordaba los cuerpos sin vida de Dragan y del informante, pero si los mantenía abiertos, veía a Kavi. Necesitaba ver a Román; por su culpa sentía un gran peso de culpa, además de otros asuntos que se sumaban, me estaba volviendo loca. Dudaba de que Kavi me permitiera salir; lo notaba más paranoico, más posesivo conmigo. Temía que su locura lo llevara a arrebatarme lo poco de vida que me quedaba.

Caminé en círculos por la habitación; los dolores abdominales, la sensibilidad en los pezones y el deseo frecuente de orinar convertían mis mañanas en un verdadero infierno. Tanto estrés me estaba consumiendo.

— ¿Cómo está la putita del Maestro?

La perversa voz de Annuska me provocó escalofríos. La imaginé rasguñando el pizarrón con sus uñas de manera maliciosa. Me volteé y la encontré con las manos en las caderas, mirándome como si fuera un insecto repugnante y fácil de eliminar.

— ¿Qué haces aquí? —pregunté, luchando contra las náuseas.

—El Maestro me comentó que te ha notado un poco enferma —respondió con desdén.

— ¿Acaso además de instructora sádica, también tienes conocimientos en medicina? —repliqué con sarcasmo.

—Puede ser —contestó con un tono sarcástico—. Te sorprendería lo que sé hacer con un bisturí.

—Imagino que además de depilarte la vagina, afilas el bisturí con la lengua —dije, incómoda con su presencia.

—Cuidado, Jaya, esa corona de puta puede que no te dure demasiado —me advirtió.

Estaba a punto de contestarle cuando tuve que sentarme porque me sentí mareada.

— ¿Cuándo fue tu última menstruación? —preguntó con interés.

Levanté la vista y Annuska ladeó la cabeza, como si estuviera resolviendo ecuaciones trigonométricas. ¿Por qué hacía esa pregunta tan absurda? Sabía que el estrés podía afectar mi ciclo menstrual. Nada más lejos que un embarazo, ya que era estéril. Después de tantos intentos fallidos, había llegado a la conclusión de que nunca podría ser madre. Recordé cuando visité a la doctora Maciel Galván, especialista en fertilidad, con Rodrigo:

«Me encontraba junto a Rodrigo, esperando nuestro turno para consultarnos con la doctora Galván, especialista en fertilidad o endocrinóloga reproductiva, con una formación como ginecóloga obstetra. La noche anterior habíamos tenido una conversación sobre nuestros futuros planes, si la doctora nos decía que nunca podríamos convertirnos en padres. Rodrigo fue muy comprensivo y amoroso conmigo. La versión caribeña de Tinker Bell nos atendió. Ordenó unos cuantos papeles para revisar los cuestionarios que tuvimos que llenar antes de poder hablar personalmente con ella.

—Soy la doctora Galván, no entraré en presentaciones porque si están aquí es porque ustedes mismos hicieron las investigaciones de lugar —dijo sin apartar su vista de los documentos—. Les haré algunas preguntas, para establecer un punto de partida, desde ahora les advierto que se montarán en una montaña rusa. Solo espero que sean perseverantes y valientes. Si no se cansan, podrán ver los resultados al final.

Luego nos explicó que una mujer con menos de 35 años que haya tenido relaciones sexuales sin protección al menos 2 veces por semana y no haya sido capaz de embarazarse en un período de doce meses, era posible que debiera contactar a un especialista en fertilidad. Pero como no era mi caso, eso nos motivó a buscarla.

Le expliqué que desde el principio de nuestro matrimonio acordamos que tendríamos un bebé de inmediato. Llevaba dos años de casada, sin planificar y sin quedar embarazada, lo cual me preocupaba mucho. La doctora me escuchó con atención, luego nos explicó que tenía que descartar si mi problema era a causa de problemas con la endometriosis, quistes ováricos o si mis trompas de Falopio estaban obstruidas. Comenzaríamos un tratamiento para aumentar mis niveles hormonales, pero que no podía darme un tiempo estimado. Me dijo que lloraría mucho y que mi bebé vendría en el momento que menos lo esperaba».

— ¿No recuerdas cuándo fue tu última menstruación? —insistió Annuska, frunciendo el ceño.

—Soy estéril, Annuska —admití.

Era absurdo pensar que podría estar embarazada. Sería lo más injusto que podría pasarme. Pasé tres años en un tratamiento al que nunca le vi resultados.

—Eso lo determinará el doctor, así que andando —dijo con dureza.

"Positivo".

Mi mundo se desmoronó por 8 letras. Era lo más injusto, devastador y demoledor que me había ocurrido hasta ahora. Ni siquiera haber sido secuestrada, maltratada, humillada o violada se comparaba con este dolor. La ley de Finagle dice que, si algo puede ir mal, irá mal en el peor momento posible. Y era cierto.

Ni siquiera pude contener mi llanto cuando me confirmaron que dentro de mi vientre crecía una abominación. Me encerré en el baño que compartía con Kavi, me desnudé y observé mi vientre. Terminé desplomándome en el piso, llevé mis rodillas hacia mi pecho y escondí mi rostro entre ellas. Lloré hasta el punto de sentir que mis pulmones iban a explotar. Era una macabra ironía estar embarazada después de intentar por todos los medios concebir un hijo junto al hombre que amaba.

Sentía que caía en un abismo oscuro y frío. Era demasiado para mí, deseaba con todas mis fuerzas morir. No iba a permitir que ese engendro se desarrollara a costa de mi cuerpo. Pataleé, me halé el pelo y grité hasta quedarme afónica. El dolor en mi corazón me producía un dolor físico latoso. No iba a permitir que mi sangre se mezclara con la de Kavi. Eso nunca pasaría. Jamás. Escuché que tocaron la puerta, no moví ni el más mísero músculo, ojalá que se desprendiera el techo y me aplastara.

—Bébete esto —dijo Annuska.

Annuska pateó ligeramente mi cuerpo para que viera lo que tenía en sus manos. A duras penas me arrastré, como si fuera un gusano, hasta llegar al inodoro. Ayudándome de este, logré sentarme. Aclaré mi garganta antes de preguntarle:

— ¿Qué es eso?

—Para que veas que no soy tan mala persona, estas dos pastillas te ayudarán a expulsar lo que llevas ahí dentro. La primera bloqueará la progesterona, después de 24 horas te tomarás la otra. Te producirá cólicos y sangrado para vaciar el útero. Y para que estemos seguras, bébete este té, está hecho con varias hierbas abortivas. Annuska lo dejó en el piso.

—El Maestro tuvo que salir del país, pero volverá dentro de unos días —dijo, sonriendo con malicia—. Cuando regrese, lo acompañarás a un evento.

Con estas palabras, salió del baño, dejándome sola. Mi decisión ya estaba tomada, solo debía llevarla a cabo.

Kavi regresó dos semanas después, su actitud hacia mí no había cambiado en nada. No cruzó muchas palabras conmigo; lo único que recuerdo fue su advertencia de estar lista para salir esta noche a la hora indicada, y eso hice. Él llevaba puesto un traje de tres piezas color gris, hecho a medida. Yo tenía un vestido blanco de cóctel de mangas cortas, con apliques de encaje satinado y pliegues en cascada. Llevaba el cabello semi recogido y rizado en las puntas.

Desde el día en que tomé mi decisión, he tenido que asumir las consecuencias. Mi cuerpo me estaba pasando factura; parecía más un fantasma que un ser vivo, pálida, demacrada y débil. Tenía que acompañar a Kavi a la Old Opera House, donde se celebraba la culminación de un concurso de música en el que al ganador se le otorgaría la beca Perlman, según pude entender.

Llegamos al lugar, una arquitectura impresionante. El bullicio de las personas y el ambiente lleno de expectativas no me hacían nada bien. Mi pobre cuerpo había tenido que soportar muchas cosas en estos pocos días. Kavi saludó a algunas personas y, para mi sorpresa, me presentó como una amiga y no como su amante. Saludamos a ministros, cancilleres, e incluso vi a algunas estrellas de la música y del espectáculo de lejos. Era una lástima que no tuviera ni el valor ni las fuerzas para acercarme a uno de esos artistas y pedirles ayuda.

Cuando Kavi terminó los saludos protocolares, me condujo a una zona donde podríamos ver la competencia sin ser molestados. Después de ver cómo se llenaba el lugar, comenzó la función. El telón se abrió, mostrando a un grupo de jóvenes con sonrisas nerviosas. Los aplausos no se hicieron esperar.

Después del preludio musical, se nos mostraron los orígenes y comentarios de los antiguos ganadores por una pantalla gigante. Luego llegó el turno de los jurados de comentar su experiencia. Tres personas que se presentaron como los organizadores de la beca no perdieron la oportunidad de agradecer las donaciones de Kavi a la causa. Sentí náuseas al verlos agradeciéndole por su "buen corazón".

Luego vinieron las presentaciones de los participantes. Había mucho talento en juego, y me costaba decidir a quién apoyar. Me impresionó mucho la participación del joven no vidente. Se me escapó una lágrima cuando interpretó "The Scientist" de Coldplay.

"Nadie dijo que sería fácil".

Sin embargo, la actuación de la chica rellenita me impactó aún más. Me recordó mucho a mí cuando era más gordita. Ella poseía una hermosa y poderosa voz, y aunque por momentos titubeaba, no se le podía restar mérito. Me tenía embelesada, pero Kavi interrumpió mi concentración cuando colocó su mano sobre mi rodilla desnuda. Moví la rodilla disimuladamente, su contacto me repugnaba, pero hizo más fuerte su agarre.

Decidí ignorar a Kavi y mi malestar. En ese momento, el joven ciego subió al escenario. Y ocurrió una metamorfosis; la canción se cargó de una energía envolvente, se sentía la pasión en cada estrofa. La chica logró transmitir esa determinación de encender todo a través del dolor. Y su culminación fue sorprendente. Los aplausos no se hicieron esperar, pero todo se vino abajo cuando abofeteó al chico.

Aproveché la oportunidad para excusarme e ir al baño. Me costaba horrores compartir el mismo aire que Kavi. Caminé por el largo pasillo, custodiada por un guardia de seguridad. Al ingresar a los baños, me topé con la joven que se lavaba la cara con brusquedad.

—De continuar así, echarás a perder tu maquillaje —le advertí.

La chica dejó de maltratar su rostro y me respondió desanimada.

—Perdone, pensaba que estaba sola.

— ¿No eres de aquí? Tu acento es muy extraño —le pregunté.

—Usted tampoco es de aquí. —Respondió, inclinando la cabeza—. Su acento también es raro.

Me reí por su respuesta. Estaba bien que me lo dijera por andar de entrometida.

—Me llamo Lica —comenté, extendiendo mi mano—. Me gustó mucho tu interpretación.

—Gracias. —Me devolvió el gesto—. Me alegra que le haya gustado, aunque ahora mismo me siento como una porquería.

—Tu madre tiene que estar orgullosa de ti —expresé, tratando de animarla, aunque por la expresión de su rostro, causó el efecto contrario.

—Mi madre murió —gimoteó.

—Cuánto lo siento. —me acerqué y le acaricié el pelo—. Ha de hacerte mucha falta.

—Sé que, si ella estuviera aquí conmigo, muchas cosas de las que he tenido que soportar sola, no serían tan demoledoras para mí —sollozó—. Me han pasado tantas cosas en estos últimos días. Daría lo que fuera para estar nuevamente dentro de su vientre.

—¿Tu madre murió en un accidente? —pregunté con voz dulce.

—Mi madre murió al darme a luz. —La chica miraba hacia ningún punto—. Se le presentaron algunas complicaciones. Creo que los doctores se lo advirtieron por su corta edad.

—¿Aun así, decidió tenerte? —dije, sin ocultar mi sorpresa.

—Mi madre aseguraba que todo saldría bien. —Tragó un poco de saliva—. Haría cualquier cosa con tal de que yo naciera; con lo que nunca contó fue que su ausencia ha sido lo peor a lo que he tenido que lidiar.

—Tu madre fue un ser humano con un gran corazón. Por tanto, si existe algo en ti, es porque algo de ella vive dentro —puntualicé.

Aunque ahora me sentía un poco mezquina al consolar a una chica que lloraba por la ausencia de una madre, cuando, en mi caso, traté de deshacerme de mi bebé. Cuando Annuska me dejó sola, no negaré que me sentía tentada a interrumpir mi embarazo. Odio al padre de mi hijo con todas mis fuerzas, pero ¿acaso no actuaría peor que él si me desprendiera de algo que también era mío? Kavi podía ser muchas cosas, pero mal padre no era. Aunque eso era irrelevante para mí, no podía deshacerme de mi bebé.

Muchos tal vez pensarían que esto es solo un coágulo de sangre, puede que así sea. No obstante, en ese coágulo de sangre que estaba dentro de mi vientre, estaba mi hijo. Podría hacer lo que me plazca, pero eso no me daba el derecho a quitarle la vida a un ser que no había pedido nacer.

Si lograba escapar antes de dar a luz, lo daría en adopción. Aún es difícil para mí procesar su crianza, si el bebé bien pudiera parecerse a Kavi; conocí a sus hijos y su genética es bastante fuerte. Esto es solo una de las tantas alternativas que poseo, todavía no tenía nada definido.

—Gracias por tus palabras, señora.

Me conmovió verla llorar, tal vez era por mi nuevo estado que me ponía muy susceptible.

—Dentro de unos meses me convertiré en madre. —Se me quebró la voz—. ¿Me podrías decir tu nombre?

—Peach, mi nombre es Peach, señora.

"Bonito nombre, aunque bastante raro".

—Si mi bebé es una niña, te prometo que le pondré tu nombre.

Sus mejillas se enrojecieron, me causó cierta ternura. La puerta se abrió para que la misma chica que llevó al chico ciego a la tarima entrara. Después de que intercambiaran algunas palabras entre ellas, Peach se despidió de mí con un fuerte abrazo y un beso en las mejillas que me dejó sorprendida.

—Sé que usted será una excelente madre —dijo al cerrar la puerta.

Me quedé sola con un nudo en la garganta. Desconocía cómo podría salir adelante con este embarazo. Tenía que hablar con Darío antes de que se hiciera notorio. Abrí el grifo para refrescarme un poco, teniendo mucho cuidado con mi maquillaje. La puerta fue abierta de una patada, me incliné hacia atrás para ver quién era. La mirada asesina de Kavi provocó que diera varios pasos hacia atrás.

— ¿Pensaste que nunca me daría cuenta? —gritó muy molesto.

—Perdona si me he tardado un poco, Kavi, me quedé charlando con la joven...

Kavi señaló con el dedo mi vientre, por instinto llevé mis manos tratando de protegerlo.

—Esa inmundicia no va a nacer, Jaya —masculló.

—No sé de qué me estás hablando... —balbuceé.

—Annuska me acaba de llamar para informarme de tu nuevo estado —dijo, con pura rabia asesina.

"Maldita, hiena traidora", ¿cómo rayos pensé que ella guardaría el secreto?

—Kavi...

— ¡Cállate! No permitiré que la semilla de Dragan germine en tu vientre —expresó con brusquedad.

"Pero ¡quién diablos le dijo que mi bebé era de Dragan!"

Kavi me abofeteó, luego me zarandeó con dureza. Saqué fuerzas de donde no las tenía para empujarlo.

—Kavi, cálmate, por favor. —Traté de modular mi voz—. Este bebé es tuyo, te lo juro.

—Está decidido, Lica, Jaya o cómo diablos te llames, maldita sea —dijo, tomándome por el cuello—. Esa cosa no ha de nacer.

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