Girasoles para Lica

Arrugo mi cara ante el dolor que siento en el cuerpo. Aún no puedo entender por qué no he perdido la razón encerrada en este lugar, han sido demasiadas humillaciones y maltratos. Entro al área de la piscina con sus grandes ventanales al descubierto, dan al exterior, decidida más que nunca, a encontrar información sobre la tal Beth y así obtener mi libertad.

Me siento en uno de los asientos, tenemos prohibido hablar entre nosotras mismas, por eso debo de ser muy discreta a la hora de abordar alguna de las chicas. Lucho contra mi ansiedad de ser descubierta y mi miedo al castigo. Mis ojos se posan en Imán, una joven, de cabello oscuro y complexión delgada, que nada con gracia en el agua. Tiene más tiempo que yo en este lugar, así que deben de conocer los entresijos de cada prisionera dentro de los muros de la perrera. Cuando Imán sale del agua y se sienta en el borde de la piscina para descansar. Me acercó sigilosamente, tratando de no llamar la atención de los guardias.

—Disculpa— susurro en voz baja, mi corazón late con fuerza en su pecho. Creo que ni me escuchó, incluso, en honor a la verdad, ni yo misma lo hice, así que aclaro mi garganta para llamar la atención de Imán—. ¿Puedo hablar contigo un momento?

Imán me mira de soslayo, temerosa. Después de unos segundos que me parecieron eternos, ladea la cabeza solo un poco, sus ojos oscuros me evalúan con cautela.

—¿Qué quieres? —pregunta Imán con desconfianza y luego me advierte—: Sabes que no podemos hablar entre nosotras.

—¿Conoces a una chica llamada Beth? —indago rápidamente, sabiendo que no tengo tiempo que perder—. ¿Sabes algo sobre ella?

La expresión de Imán se endureció ante la mención de Beth, y un destello de dolor cruzó sus ojos antes de que fuera reemplazado por una máscara de indiferencia.

—No sé de quién me hablas—responde Imán.

—Es importante— insisto, mi voz tiembla ligeramente—. Necesito encontrarla, y pensé que tal vez tú podrías ayudarme.

Imán me estudió por un momento más antes de asentir lentamente.

—¡Ustedes dos de rodillas mirando al piso y no se muevan! —nos ordenó uno de los guardias.

Nos arrodillamos de inmediato en el firme suelo con la espalda rígida.

—Saben que tienen prohibido hablar entre ustedes—nos informa uno de ellos —. ¿Qué estaban susurrándose? ¿Acaso piensan escapar?

Ambas negamos con la cabeza. Entonces, escucho unos sollozos por parte de Imán, y veo cómo sus lágrimas caen por su cara. Está asustada, atemorizada y muerta de miedo, al igual que yo.

—Fue ella quien me habló primero—balbucea, Imán. De inmediato, siento una presión en el corazón mientras que uno de los guardias coloca su pie sobre mi cabeza.

—¿Qué te preguntó? —indaga el otro guardia.

—Nada, no le pregunté nada—digo casi al borde de un colapso nervioso—. Solo quería... No lo sé... Cometí un error... No me castiguen, por favor.

Uno de ellos me levanta en vilo y me coloca sobre sus hombros como si fuera un saco de papas mientras se jacta con describirme el castigo que recibiré por desobedecer. Me trasladan a una celda diminuta donde el polvo me causa molestia en la garganta. El ambiente está impregnado de olores a humedad, cobre y mierda, y si las tuberías estuvieran al borde del colapso.

El tiempo se detiene para mí, en cambio, el dolor en mi cuerpo se intensifica. Con el transcurso de las horas, me veo obligada a retorcerme como un contorsionista para aliviar los calambres y la incomodidad. No puedo discernir cuándo comienza a resonar un gemido repetido en la oscuridad.

—¿Ho... hola?

No recibo respuesta por las próximas horas, entonces el gemido vuelve a sonar con más precisión mientras fuerzo mi cuerpo para ladearlo y un fuerte tirón en mi costado me tortura.

—Perdóname Jaya—reconozco la voz de Imán entre hipidos—. Es que me dio mucho miedo. Detesto este lugar, pero me aterra los castigos, solo quiero regresar a mi casa—dice y comienza a llorar desconsolada.

—No eres la única—logro decir luchando por no unirme a su llanto.

—Creo que conozco a la chica que buscas. Aunque ahora que lo pienso, tal vez no. Recuerda que nos cambian en nombre, así que la tal Beth no sea la que realmente buscas—susurra Imán. En eso le concedo la razón, por eso trato de describirla gracias a la foto que me mostró Román—. No sé Jaya, no logro ubicarla en mis recuerdos.

—Trata de recordar Imán—insisto.

—Esa tipa puede estar en cualquier lugar o tal vez esté en una zanja con el cuello roto—responde Imán—. Una vez escuche sobre una chica que fue torturada hasta la muerte, la desollaron y usaron su piel como decoración de uno de los salones del Maestro, podría ser ella, aunque, también escuche de otra que se paseaba como una reina, todos le temían hasta los guardias e instructores.

—¿Cómo una reina? —pregunté sorprendida.

—Existe un rumor que el Maestro tiene un harén con las mejores chicas, las más serviciales y que a mi entender se acostumbraron a este tipo de vida. Las aparta y marca sobre su piel que le pertenece como si fueran parte de un ganado y que no las comparte con ningún cliente. Son sus mujeres de elite, tal vez ella forme parte de ese grupo. No lo sé—dijo. Su voz sonaba distante, indiferente—. Beth podría ser cualquiera de nosotras.

Contengo en mi garganta un amago de vómito presa del pánico, en que lío me metí.

Annuska me informó mientras agarraba con fuerza mi mandíbula con una sola mano y me golpeaba que pasé dos días encerrada. Me advirtió que la próxima vez me romperían uno de mis huesos. Me llevaron a mi celda, donde una de las enfermeras se aseguró de que la deshidratación que sufrí no terminara matándome. Pasaron los días y logré recuperarme, pero todo se complicó cuando Annuska entró junto con Sally, otra de las instructoras.

De inmediato, me vistieron con un vestido de tirantes con estampados de girasoles y cubrieron mi rostro con pintura. Por más que pregunté, ninguna me dio una respuesta. Me sentía como una estúpida muñeca. Después me condujeron hasta un estacionamiento, donde me ordenaron que abordara un Mercedes negro. Dudé, pero el filo de una pistola en mi espalda me ayudó a obedecer. Ya dentro, el auto se puso en marcha.

Tenté a mi suerte y traté de abrir la puerta. Tras varios intentos, me di por vencida. Aún estaba oscuro para poder ver hacia afuera, la vena de mis sienes me palpitaba. Intenté contar hasta diez con la esperanza de tranquilizarme, pero fue inútil. Volví a acomodarme en el asiento, tomé entre mis dedos un mechón de mi pelo y le di varias vueltas de forma descuidada.

Me puse a pensar en mi familia y la opresión en mi pecho volvió. Entre tantas inquietudes, perdí la noción del tiempo. Cuando volví a mirar por la ventana, observé cómo emergía un sol pintando el cielo de colores amarillo, naranja y rojo, con las impresionantes moles de sierras con exuberantes pinares en el fondo.

Un hermoso paisaje para disfrutarlo en unas vacaciones junto a las personas que amas, no como prisionera. Cerré mis ojos con fuerza, traté de detener el temblor de mis labios. ¿Por qué me pasó esto a mí? Esta pregunta se repite como un bucle en mi cabeza, dejándome, como siempre, un fuerte dolor de cabeza.

Abrí los ojos y el día estaba más claro, creo que me quedé dormida. Vi a través de la ventana unas hermosas montañas cubiertas de un impresionante pasto verde, adornadas con unos árboles altos y frondosos. Froté mis ojos, dejando escapar un sonoro bostezo. En mi nuevo estado de somnolencia, volví a mirar por la ventana. A medida que transcurría el tiempo, el paisaje se tornaba más monótono y sombrío.

Este viaje se me está haciendo eterno, el chofer hizo un giro hacia la izquierda y nos salimos de la carretera para tomar un camino que no estaba asfaltado. El choque de las gomas contra las rocas provocaba que por momentos saltara de mi asiento. No me cabía la menor duda de que saldría disparada por los aires.

Esto tiene que ser obra de ese cuadrúpedo de Román. Lo más probable es que pagó el doble para que tengamos otro supuesto encuentro súper ardiente, hijo de puta. Aún no he podido conseguir nada de la información que desea. Le saldrá el tiro por la culata cuando me pregunte. Mi papel como espía es un fiasco total.

El constante tambaleo del auto me causó náuseas. Llegué como pude a la ventanilla que me separa del chofer, golpeé el cristal tintado para decirle al conductor que fuera más despacio. La única respuesta que obtuve fue un aumento de velocidad para disminuirla de golpe, provocando que me golpeara contra el cristal. En un momento dado, el vehículo se detuvo, y el chofer abrió la puerta.

Apoyé mis manos en el asiento, moví mi cuerpo para poder salir. El primer rayo de sol hizo que entrecerrara los ojos y los protegí levantando una mano.

—Sígame, por favor.

El chofer era enorme, debía de tener como dos metros de altura, su tono de piel era oscuro y no tenía ni una pizca de cabello. Sus manos se veían enormes, bien podría aplastarme el cráneo con solo aprisionarme entre ellas.

— ¿Hacia dónde me lleva? —balbuceé.

—Lo sabrá a su debido momento —me informó.

Apreté los labios evitando que se me escapara una carcajada. Este hombre, para ser tan grande, tiene una voz muy suave. Si transitar por este sendero en automóvil fue difícil, caminar fue peor. El polvo que levantaban mis pasos ensuciaba mis pies.

Sopló una brisa suave y húmeda que me dio un poco de calor, me abracé a mí misma. El siseo de las hojas secas que se mecían al ras del suelo, pintándolo con colores amarillentos y cobrizos, se sentía agradable. Llevábamos bastante tiempo caminando, y al menos merecía saber hacia dónde me llevaban.

—Oiga, ¿me llevan con algún cliente? —pregunté, nerviosa.

Me encontraba en el centro del bosque. Tenía miedo de ser atacada por un animal salvaje. Además, estar caminando con este extraño no me ofrecía mucha tranquilidad que digamos.

—La llevaré con el Maestro. Le daré un consejo, no haga nada estúpido —susurró sin mirarme.

Al escuchar eso, de inmediato se instaló un fuerte dolor en mi estómago. Mi cliente era el Maestro, Kavi. Una visión de ser ahogada entre la sangre de Román y Darío me dio dolor de cabeza. Tal vez fuimos descubiertos y ahora pagaríamos las consecuencias. Podría negarlo todo, pero soy una pésima actriz. Lo mejor sería huir.

Miré hacia los lados, buscando hacia dónde escapar. Mi corazón se aceleró y mis músculos se tensaron. Disminuí mis pasos, el chofer no se había percatado de mis planes. Cuando visualicé a mi derecha un pequeño tramo, no lo pensé dos veces y corrí como alma que se la lleva el diablo. Choqué con algunos árboles, uno en particular me provocó un fuerte dolor en el hombro. A mis espaldas escuché los gritos del chofer ordenándome que me detuviera.

Corrí lo más rápido que pude, los pulmones me ardían por el esfuerzo. Debería detenerme para poder orientarme, pero el miedo de ser atrapada me lo impedía. Creo que me estoy acercando a un río, como ya no puedo escuchar al chofer, reduzco la velocidad, coloco mis manos sobre mis rodillas, suelto el aire por la boca y trato de normalizar mi ritmo cardíaco.

No llego a dar ni dos pasos cuando unos fuertes brazos me aprisionan. Me levanta al vilo, presionando sus puños en la boca de mi estómago, causándome dolor. Le clavo las uñas en sus antebrazos y pateo varias veces, perdemos el equilibrio, aun así, no me suelta. Me retuerzo como una culebra y logro rasguñarlo cerca de su ojo. Me suelta en medio de maldiciones, no lo pienso dos veces para escapar de nuevo.

Corro más rápido, siento sus pisadas detrás de mí. Miro hacia atrás, el chofer casi va a atraparme, giro a la izquierda para cruzar en medio de unos matorrales. Me abro paso entre tanta maleza para terminar al principio de un claro.

—Por un momento llegué a pensar que estaban perdidos.

Trato de reprimir un grito de espanto, giro sobre mis talones para ver al Maestro a unos pocos pasos; él sonríe y empiezo a temblar.

— ¿Dónde está Bavol? —pregunta el Maestro escudriñándome con la mirada.

Abro y cierro la boca como si fuera un pez fuera del agua, no se me ocurre nada que decirle. Darío y Román me contaron horrores de este hombre. Además, por su culpa es que estoy aquí.

El maestro es un hombre de estatura alta y porte robusto, irradia una presencia imponente. Con su cabello castaño, casi llegando a gris, peinado hacia atrás. Su rostro angular, marcado por una mandíbula prominente y rasgos fuertes, proyecta una personalidad dominante. El ruido de las hojas secas al ser pisadas nos avisa que alguien se acercaba. Tanto el maestro como yo vemos cómo el chofer sale de entre algunos arbustos. Tiene cara de pocos amigos, mi corazón tiembla de solo pensar que seré torturada hasta morir por intentar escapar.

— ¿Por qué llegas tarde, Bavol? —pregunta el maestro Kavi.

Bavol, el chofer, se limpia las ramas que colgaban de su traje. Le lanzo una mirada suplicante, pero no lo siento tan receptivo. Este será mi fin si no actúo rápido.

—Fue mi culpa, Kavi—digo muerta de los nervios.

El maestro sonríe sin que les llegara a los ojos, acortó la distancia que nos separaba. Me hala por el brazo hasta pegarme a su pecho.

— ¿Quién te dijo mi nombre, pequeña? —pregunta a la vez que acariciaba mi pelo con ternura. Me quedo en silencio, petrificada. Kavi, también permanece callado—. Responde, pequeña.

Acaricia mi pelo un poco más fuerte para que no me distraiga, ¿cómo voy a escaparme de esta? Acabo de cometer un gran error.

—El origen del sufrimiento recae en una mentira—expresa él al cabo de unos segundos, con total frivolidad—. Mírame, ¿quién te dijo mi nombre?

Hago lo que me pide, noto con horror un brillo salvaje bailar en las profundidades de sus ojos. Rompo el contacto visual con el maestro, reprimo un estremecimiento para decir lo primero que me pasa por la mente.

—Fue Annuska—respondo, esquivando el azul verdoso de sus ojos que me abrasaba.

— ¿Cuándo? —indaga, analizando mi respuesta.

Una corriente de aire helado se apodera de la atmósfera.

—Hoy, antes de que abordara el automóvil—respondo cediendo a las lágrimas que había conseguido retener y que estaban empezando a salir de nuevo por el miedo que el maestro me causa—. Me dijo que me portara bien con Kavi.

—No llores—expresa él con ternura fingida. Me habla como si fuera una niña que acaba de ser sorprendida en medio de una travesura—. Solo sentí curiosidad por saber.

El maestro deja de acariciarme el pelo y se dirige a Bavol:

— ¿Por qué llegaron tarde? —gruñe como un depredador.

Bavol le explica algunos tecnicismos de carretera y luego admite que nos desorientamos, ese sería el motivo de nuestra tardanza. Si creyó o no las palabras de Bavol, el maestro no nos lo hace saber. Luego, le ordena a Bavol que nos deje solos.

— ¿Tienes idea del porqué te traje hasta aquí? —curiosea mientras acariciaba mi mejilla.

—No—respondo llena de nervios.

Kavi levanta las cejas, y su rostro adopta una expresión intrigante. Abre la boca, deslizando su lengua sobre los dientes, mientras me enfrenta con su mirada intensa.

—Deseo que me acompañes a dar un paseo—me informa.

—¿Un paseo? —balbuceo y bajo la mirada al suelo. Esta es la típica escena donde me cortan la garganta en canal y termino siendo encontrada por un campesino o caminante. Tal vez alguna pobre mención en el periódico o en las noticias de las seis.

El maestro levanta mi cabeza colocando su dedo debajo de mi mentón. Lo veo sonreír y mirarme con curiosidad, como si de alguna manera supiera lo que estoy pensando. Nos miramos el uno al otro durante unos segundos. Mi pecho se estremece con un sollozo que no logro liberar. Entonces, entrelaza su mano con la mía. El contacto de nuestras pieles me repugna.

Caminamos por el claro, tomados de la mano. El maestro me ordena que lo llame por su nombre de ahora en adelante. En el paseo, Kavi me habla de algunas de sus aficiones, como si estuviéramos en una clase de cita a ciegas, solo puedo asentir porque tengo la garganta cerrada. Llegamos a un campo lleno de girasoles, el espacio es hermoso. Sería perfecto si pudiera escapar de mi acompañante.

—Compré este lugar por la paz que transmite—dice inhalando profundamente.

—Sí, el olor de los girasoles es relajante—digo fingiendo un suspiro placentero.

—Los girasoles carecen de olor—expresa con una sonrisa petulante sin mirarme.

Su comentario me asusta y retrocedo intimidada, pero me detiene con un ligero apretón de su mano.

—Tomaré un café mientras te observo caminar entre los girasoles. —Él me mira con evidente satisfacción.

—¿Caminaré..., sola? —susurro, sorprendida.

Con su dedo señala el Hardanger Retreat que se encontraba en lo alto. Es una pequeña cabaña de madera que parece prepararse para deslizarse colina abajo hasta arribar hasta el riachuelo. Cuenta con dos ventanales hacia los laterales.

—Lo harás sola—informa con algo de emoción abandonando su voz. Deposita un suave beso en mi hombro, añade—: Bajo mi completa vigilancia.

Muerta de miedo, comienzo a caminar, mirando constantemente sobre mis hombros para darme cuenta de que el maestro no se ha movido ni un centímetro. La rigidez de mis músculos hace que choque con una roca. Tomo un girasol, el tallo se siente grueso y macizo en contraste con la suavidad de sus hojas amarillas.

—El campo está protegido por cables de alta tensión—carcajea. En cambio, yo jadeo paralizada por el miedo abrumador—. Son difíciles de ver con el sol en alto..., tenga cuidado.

—Pero yo no veo un cerco por ningún lado—mis nervios no me permiten hablar bien— ¿Do... dónde están?

Temo que mi pregunta haya sido inadecuada, pero cuando le miro a los ojos los noto divertidos.

—Lo mandé a instalar por un percance que tuve en el pasado y como no me gusta repetir los mismos errores, tomé precauciones. En donde los mandé a colocar, no te debe preocupar. Podrían estar antes de llegar al río, sobre el río o más allá del río... o en algún lugar en medio de este campo.

No sé por qué mi mente se empeñó en mostrarme imágenes mías siendo electrocutada. Kavi, antes de irse, acaricia con suavidad mi labio inferior. El brillo en sus ojos me aterra más que caminar por un campo lleno de electricidad.

—Espero que disfrutes del lugar—curva hacia arriba sus labios y desaparece.

Este sentimiento de desasosiego me abruma bastante. Solo le pido a Dios que me ayude a escapar de todo este infierno. Aunque, si pudiera elegir, preferiría estar luchando con el energúmeno de Román que bajo la vista de este psicópata llamado Kavi.

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