Gamila Secret

Cuando llegué a la perrera, mi mente estaba en caos, temblaba y estaba nerviosa. Revisaron mi cuerpo para verificar la mercancía, es decir, mi cuerpo. No encontraron ningún daño, solo los moretones que me dejó Román. Me llevaron a mi habitación y la puerta se cerró detrás de mí. Suspiré profundamente, dejando que la ansiedad se desvaneciera.

No vi a Ausencia, así que recé para que no la estuvieran maltratando. Fui al baño, me desnudé y me quedé allí durante un buen rato, reflexionando sobre mi situación. Sentí un destello de placer recorrer mi cuerpo, así que encendí la ducha pensando que el agua me calmaría, pero no fue así. Me sentía ardiendo, necesitaba expulsar la droga de mi sistema, que era bastante concentrada a pesar de haber tomado solo un poco. Como dicen, una chispa puede incendiar un bosque entero.

Comencé a buscar placer, mordiendo mis labios para contener cualquier sonido. Estaba en mi punto máximo, pero el orgasmo se resistía. Sabía que no podría dormir así. Salí del baño y me tiré al colchón para arroparme con la sábana, consciente de las cámaras que nos vigilaban en todas las habitaciones. Comencé a tocarme, a pesar de no querer hacerlo; el calor se concentraba en mi entrepierna y palpitaba.

El clímax seguía siendo esquivo, así que pensé en Román a regañadientes. Abrí las piernas y escuché su voz en mi mente. Mantuve los ojos cerrados, imaginando lo que diría. Dejé escapar un gemido ahogado, deseando que estuviera entre mis muslos. Apreté los dientes mientras mis dedos exploraban más profundo.

Con los dedos dentro de mí y su voz en mi cabeza, subí las caderas y gemí, ahogando mis sonidos en la almohada. Me concentré en la sensación de tenerlo dentro de mí. No podía contenerlo por mucho más tiempo. Sentía que mi vista se nublaba, mi cuerpo se tensaba y mis pezones se endurecían.

Alcancé el clímax con fuerza, sollozando y con lágrimas en los ojos. Me dejé caer en el colchón, exhausta. La habitación estaba oscura y vacía cuando abrí los ojos.

Más tarde, me despertaron para llevarme a la sala de reflexión. Mientras fingía meditar, reflexionaba sobre mi pacto con Román y Darío. Prometieron ayudarme a liberarme del dominio de Kavi si obtenía información sobre Beth. ¿Debería confiar en ellos? En verdad, no me siento muy segura de creerles. Mi última salida con ese energúmeno, promotor del porno, pervertidor de menores y asesino a sueldo no salió como la esperaba.

Me abandonó a mi suerte con un posible narcotraficante español, mientras se enfrascaban en una pelea que terminó con uno de ellos muerto por asfixia. Luego, me obligó a registrar a Rafael en busca de una llave, cuyo propósito nunca me fue revelado. Además, golpeó brutalmente a los hombres de Viorel, enviando a este último al cementerio.

Así, pasé de ser una víctima de secuestro a convertirme en cómplice de robos y asesinatos. Me manipuló y humilló, dejándome claro que solo hablaría con Darío de ahora en adelante.

Tengo que despejar la confusión que siento. Llevo seis años encerrada en este lugar, donde he sufrido las peores degradaciones imaginables para una mujer. Aún recuerdo el día de mi primer examen médico, devastada por los gritos de mis compañeras siendo violadas y asesinadas. Mi esperanza estaba rota y mi espíritu agotado.

En el barco, probablemente nos drogaron, porque desperté en una cama sucia y maloliente. Intenté pedir ayuda, pero mi garganta la sentía como lija. Arrastrándome por el suelo, luchaba contra las náuseas provocadas por el hedor a orina.

Cuando unos hombres me sacaron a rastras y me pusieron en una camilla de ginecología, no podía controlar mis temblores. Un hombre con bata me examinó en un idioma desconocido para mí, y cuando intenté resistirme, me esposaron. Imploré piedad, pero solo recibí gritos y golpes.

Después de un chequeo invasivo, una enfermera que hablaba español me interrogó sobre detalles íntimos, pero me negué a responder. Solo quería entender por qué me estaban sometiendo a esto. Los días siguientes fueron aún peores, con más horrores por venir.

Unas manos frías y ásperas me sobresaltaron de repente. La voz de Espartaco me sacó de mis pensamientos. Con sus gruesos bigotes al estilo Charles Bronson y su actitud arrogante, era el instructor de yoga más desagradable que había conocido. Desde el primer día que entrené con él, me insultó llamándome "cerda asquerosa" y luego me convirtió en su bufón personal durante las clases. Les repetía a las otras chicas que mi aspecto era el resultado de una vida sedentaria y una mala alimentación.

A pesar de sus afirmaciones, el mérito de mejorar mi cuerpo realmente le corresponde al doctor Adler, nuestro psicólogo. Preocupados por mi salud mental, me obligaron a asistir a sesiones de terapia. Con el tiempo, el doctor Adler logró derribar mis barreras emocionales. Aunque he adaptado algunos de sus consejos a mi situación, debo admitir que me ha ayudado mucho.

Espartaco me asignó clases de kickboxing junto con Ixchel. Aproveché la oportunidad para investigar sobre Beth mientras caminábamos por los pasillos, pero no pude obtener más información. Sin embargo, algo me llamó la atención: según Ixchel, había una chica que deambulaba libremente, a veces gritaba y mostraba signos de golpes en los brazos, pero otras veces parecía feliz de permanecer en el lugar.

Al terminar las clases, nos permitieron ducharnos sin la presencia de guardias. En mi habitación, me acosté, pero no pude quedarme quieta. Seguía preocupada por Ausencia, temiendo lo peor. Escuché la puerta abrirse y supe que era Annuska.

—¿Estás dormida, Jaya? — preguntó la voz de Espartaco, un secreto a voces que disfrutaba visitando a las chicas en sus habitaciones para solicitar favores sexuales. Me giré para verlo, sintiendo repugnancia al verlo acariciarse los bigotes y lamerse los labios.

—Pero ¿cómo entró aquí? ¿Annuska sabe que está aquí? — pregunté con firmeza.

—No te preocupes por ella— ronroneó, avanzando hacia mí—. Pronto te olvidarás de ella y de todos.

—Estoy segura de que nadie sabe que está aquí—dije, notando la duda en sus ojos, confirmando mi punto—. Si intenta algo indebido, gritaré.

Enderecé mi postura, mirándolo con determinación. Si intentaba algo, usaría mis uñas para sacarle los ojos y mis pies para patearle el trasero por todas sus vejaciones.

—Eso es lo que deseo, Jaya. Que grites de placer— respondió con arrogancia.

La puerta se abrió de golpe y entró Annuska, mirándonos con recelo, tal vez sospechando la presencia de Espartaco en mi habitación.

—¿Qué haces aquí? — le preguntó a él—. No está permitido que entren a las habitaciones de las chicas.

—No tengo por qué darte explicaciones— contestó a la defensiva—. No eres mi jefa, Annuska.

Ella le ofreció una sonrisa desafiante y se colocó frente a él.

—Tal vez no sea tu jefa, pero soy la instructora de Jaya— dijo con firmeza. Luego, me miró y añadió—: El maestro desea verte, infórmale de su presencia en tu habitación.

Espartaco, tragó saliva forzosamente, mientras Annuska lo observaba con altanería. Me empujó hacia afuera, me condujo por el pasillo y me dejó en la puerta antes de alejarse.

Entré después de varios golpes en la puerta. Kavi estaba revisando unas carpetas y al notar mi presencia, sonrió y me ordenó acercarme.

—La timidez no es bienvenida entre nosotros— dijo con una voz que me hizo sentir un escalofrío en el cuello al recordar lo que había intentado hacer la última vez. Mi cuerpo empezó a temblar y una sensación de hormigueo se apoderó de mi vientre. Miré a mi alrededor bajo la mirada penetrante de Kavi. Una pintura llamó mi atención y solté un gemido de horror al observarla detenidamente. Aunque tenía matices clásicos, pude distinguir algo más.

—Ese cuadro es una réplica de La Piedad de William Bouguereau —dijo con una carcajada seca—. Le hice alguna que otra modificación, nada del otro mundo.

Kavi lo descolgó y lo apoyó en el suelo contra la pared. Lo observé detenidamente y me horrorizó la modificación que había hecho, era grotesca.

—Cambié el rostro de la madre de Jesús y puse el mío —afirmó con seguridad—. Eso sí es verdadero arte.

—¿Por qué estoy aquí? — pregunté incómoda por su presencia. La extraña modificación me demostraba que Kavi tenía problemas mentales. Aparté la vista porque me molestaba.

—Vamos a darnos un baño juntos— dijo con una mirada firme.

Sus palabras cayeron sobre mí como agua helada y retrocedí hasta que mi espalda chocó con la puerta.

—¿No vas a decir nada? — preguntó ante mi silencio.

—¿Por qué conmigo? — repliqué nerviosa.

—Porque así lo deseo— respondió con determinación y algo más que no pude descifrar.

Afligida por sus palabras, tomé una trémula bocanada de aire y bajé la mirada. Kavi interpretó mi silencio como una muestra de sumisión y acortó la distancia, tomando mis manos entre las suyas.

—Tu cuerpo me pertenece, Jaya— susurró rozando mi sien con sus labios.

Su voz, esa voz horrible y despiadada, resonó en mis oídos. Un sollozo sacudió mi cuerpo mientras Kavi esperaba una respuesta de mi parte.

—¿Y si le digo que no tengo ánimos de darme un baño con usted? — indagué con la barbilla temblando.

—No serías tan tonta de rechazar una invitación mía— expresó apretándome las nalgas con deseo—. Pero antes tengo que resolver unos asuntos primero.

Kavi levantó una ceja divertida y se apartó de mí para tomar el teléfono.

Presté atención al sonido de su voz, que era similar al de Román. Así que ambos hablaban rumano. Al concluir la llamada, se recostó sobre su escritorio con los brazos cruzados. Una sirvienta entró y le sirvió un trago en una elegante copa de cristal. Kavi tomó la copa entre sus dedos y observó el líquido ambarino removerse mientras lo movía en círculos. Unos golpes a la puerta hicieron que Kavi ensombreciera la mirada y apretara la mandíbula.

Unos hombres arrastraron a otro hombre, con el rostro magullado, y lo dejaron caer al suelo como si fuera un saco de papas.

—¿Cómo te atreves a dañar a una de mis niñas? — preguntó Kavi impasible.

El hombre, después de varios intentos fallidos por incorporarse, logró sentarse. Toda su cara sangraba y tenía la nariz partida.

—Ella se lo buscó— balbuceó el hombre, sonriendo con suficiencia—. Pagué para complacerme y lo único que hizo fue llorar y llorar. Tu puta no supo hacer bien su trabajo.

—No hay excusa para la violencia— expresó Kavi con el ceño fruncido—. Quien dicta las reglas aquí soy yo. Debiste pensarlo dos veces antes de dañar mi mercancía".

—Solo es una puta más, Kavi —masculló, escupiendo sangre. El hombre se inclinó hacia delante, sus ojos brillando con malicia—. Tal vez deberías considerar mi influencia en ciertos círculos. Podría hacer que tu vida se vuelva muy complicada

Kavi dejó la copa sobre la mesa y me indicó que me acercara con una mirada. Lo hice por pura coerción, sintiendo mis músculos tensos.

—Míralo, Jaya— me susurró lamiendo el lóbulo de mi oreja.

Comencé a respirar entrecortadamente cuando colocó su mano sobre uno de mis pechos.

—Ves a este hombre, dejó a Sarai casi irreconocible, ¿sabes de quién te hablo? —continuó Kavi mientras me acariciaba el pecho—. Este malnacido desfiguró su rostro y le rompió una pierna, así que es imposible que vuelva a caminar. Sarai me es inútil.

—¡Te pagué bien por ella! —exclamó el hombre furioso—. Me golpeaste por una maldita prostituta. Recuerda bien quiénes son mis amigos, Kavi.

Sentí una mezcla de indignación y frustración al escuchar al hombre hablar con tal desprecio y arrogancia sobre Sarai.

—Las amenazas no te servirán aquí. Estás en mis dominios, aquí mando yo, y tus amigos no moverán ni un dedo por ti, pedazo de basura— dijo Kavi manteniendo su postura.

—Aprende a ver las señales, Kavi. No puedes rebajarme al nivel de una de tus putas. No olvides que soy primo del canciller de este maldito país. Puedo destruirte con solo una llamada —exclamó el hombre, con los ojos fuera de las cuencas al comprender que Kavi no dudaría en quitarle la vida.

Kavi entornó los ojos. Su cuerpo irradiaba ondas de tensión.

—Bavol, estoy perdiendo el tiempo —le espetó Kavi con desdén—. Sabes que no me gusta perder nada.

Bavol elevó una pistola y disparó una vez. El sonido estruendoso del disparo resonó en la habitación. Ahogué un grito y me tragué la bilis en ese momento. Bajé la mirada y permanecí así durante unos segundos hasta que Kavi, tomándome por la barbilla, levantó mi cabeza y me miró con una expresión asesina que me caló profundamente.

—Camina —dijo entrelazando nuestras manos—. Es hora de nuestro baño.

Kavi abrió una puerta que estaba detrás de uno de los armarios. Se volteó para verme y le brindé una sonrisa forzada. Entramos a un baño, decorado con madera y azulejos de cerámica. Poseía una tina y en el fondo se encontraba una mampara de cristal de puertas dobles corredizas.

—Es una combinación de estilo modernista y hogareño, ¿te agrada? —preguntó de lo más repentino, como si no hubiera un hombre muerto en la sala contigua—. En ese cajón hay algunas toallas, ¿has usado el jabón

—No —susurré.

Para qué rayos me preguntaba eso. Lo más costoso que he comprado en mi vida es un jabón de la marca Dove. Odié la cara que puso Kavi, tan condescendiente. Me hizo sentir que me estaba haciendo un favor si permitía que me bañara con ese jabón.

—Abre ese cajón —ordenó—. Y toma una barra de jabón.

Hice lo que me ordenó, cuando lo tuve en mis manos, se lo llevé para entregárselo, pero se rehusó.

—Vas a entrar en esta ducha, te enjabonarás mientras te contemplo —dijo con un brillo maniático en los ojos—. Deseo ver cómo el agua moja tu piel, te frotarás con lentitud el jabón que tienes en las manos.

Después de oír su grosera petición, busqué sentido al dolor en mi corazón. Se me escapó un gemido lastimero. De repente, lo escuché reírse en voz alta, aumentando más mi tormento.

Lo vi tomar un control remoto y luego de tocar algunos botones, por los altavoces comenzó a escucharse la canción "Pearls" de la cantante británica Sade.

—Nunca he hecho esto —susurré aterrada.

—Siempre hay una primera vez, Jaya —puso sus manos sobre mis hombros—. Ve, no me hagas esperar.

La bilis intentó salirse por la garganta. Sé que por más que me niegue, al final su palabra prevalecerá. Así que me dirigí a la ducha, dándole la espalda. No deseaba que viera mis lágrimas y mi vergüenza. Giré el grifo y dejé que el agua tocara mi piel.

Escuché el sonido de un corcho al ser quitado de una botella. Kavi le dio ligeros toques a la puerta de cristal y me pasó una copa de champán, esta tembló en mi mano.

—Es un Armand de Brignac Brut Gold, degústalo suavemente. Mañana saldrás nuevamente con el señor Barrons —dijo mientras tomaba un pequeño sorbo—. Cuando finalicemos nuestro baño, me demostrarás tus estupendas habilidades sexuales. Me pica la curiosidad del por qué el señor Barrons está tan empeñado en preferir solo tus servicios.

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