Epílogo

Entramos a tientas en la habitación del hotel, sumidos en la completa oscuridad, tropezando con los muebles mientras nuestras ansias luchaban por liberarse en un torbellino de besos y caricias. Me dejé llevar por el deseo más salvaje, navegando por el abismo de la lujuria hasta alcanzar el paraíso sin culpa ni remordimiento. Cuando nuestros cuerpos finalmente se separaron, mi compañero se acercó a tientas hacia el interruptor de luz. Al iluminarse la habitación, experimenté una liberación, una conciencia sin culpa que ansiaba entregarse por completo a los placeres que mi mente había urdido.

—¿Estás lista para lo que viene? —susurró.

Gemí con los labios sellados, procurando no sonar desesperada. Intenté apartarme, pero él me atrapó con firmeza entre su cuerpo y la pared. Mis uñas se aferraron a sus antebrazos mientras frotaba audazmente mi trasero contra su entrepierna. Con determinación, Román acarició mis caderas y espalda, tomando mi cabello para acceder a mi cuello.

Su lengua recorrió mi piel con parsimonia, encendiendo cada centímetro y avivando mis sentidos. Sus labios me devoraron mientras su miembro se insinuaba contra mí. Me giró y me colocó sobre una mesa, despojándome de la blusa para amasar mis pechos con avidez. Entre gemidos, moví las caderas con desenfreno, deseando enloquecerlo.

—Eres muy atrevida —murmuró, acariciando mi oreja con su lengua y mordiendo mi lóbulo, arrancándome un suspiro ahogado.

Separándome de él con una risa, decidí explorar más allá de sus jugosos labios. Su vello facial me irritaba, así que me deslicé hasta su mandíbula, pecho y estómago antes de llegar a mi objetivo. Tomé su miembro en mi boca y observé su reacción, ajustando el ritmo mientras sus gemidos y contracciones musculares me enloquecían. Cuando intentó guiar mis movimientos, aparté sus manos. Era yo quien tomaba las riendas. Impulsando sus caderas hacia adelante, provocó una arcada que detuvo mi placer momentáneamente.

"Infeliz".

Dejé de darle placer y me dirigí a la cama, despojándome de mis ropas en el camino. Me tendí sobre el colchón, abrí las piernas y cerré los ojos, acariciando mis pechos. Román debía complacerme; ese era el acuerdo. La cama cedió bajo su peso y mis sentidos se inundaron de placer cuando su lengua encontró mi clítoris.

—Mírame, Lica... —ordenó.

No le hice caso, deseaba que continuara, así que elevé las caderas y rocé mi sexo contra su rostro. Introdujo dos dedos en mí y maldije en voz alta, mientras su lengua y sus dedos me dilataban. No quería gritar, pero el placer me invadía sin control, y de repente me faltó el aliento; estaba al borde del orgasmo cuando me tomó por los brazos y me apartó de la cama, dejándome aturdida. Me llevó como si fuera una muñeca hasta el gran espejo que reflejaba nuestros cuerpos desnudos y empapados de sudor.

—Míranos —exigió con la voz ronca de pasión.

Cuando obedecí, lo vi sonreír. Deslizó su otra mano por mi espalda, siguiendo las curvas de mi cuerpo, y luego sus labios se posaron en mi cuello, enviando escalofríos por todo mi ser. Pero de repente se detuvo, y con un gesto de exasperación me quejé.

—He soñado tanto con este momento —susurró en mi oído—. Y pase lo que pase, sientas lo que sientas, nunca apartes tu mirada del espejo.

Me inclinó un poco y con una fogosa estocada me penetró desde atrás. Grité de placer, sus embestidas implacables me estaban volviendo loca.

—No llevamos ni una hora de casados y ya me estás dando órdenes —sollocé, arqueándome—. Debería haberte hecho esperar un poco más.

Román gruñó cerca de mi oído, sus manos expertas acariciaban mi cuerpo mientras me penetraba. Luego, rodeó mi garganta con su mano y me besó. Cada embestida me arrancaba un grito de desesperación. Justo cuando sentía que iba a llegar al clímax, se retiró de mi interior.

—No tan rápido, esposa mía —me dijo mirándome por encima del hombro—. Hemos tenido demasiadas interrupciones, y te haré mía de todas las formas posibles. No hemos volado tan lejos para quedarnos con las ganas.

Sus palabras me alarmaron y excitaron al mismo tiempo. Que Dios me ayude con esta decisión de casarme con Román y formar una nueva familia. Por ahora, viviré como si cada momento fuera el último. La vida me ha enseñado que puedes tenerlo todo y perderlo en un instante. Por eso, cumpliré mi promesa de ser feliz junto a las personas que amo.

En un cementerio en Fráncfort.

Los observé desde la distancia, oculto entre las sombras. Me dolía ver sus rostros afligidos, imaginando que su padre estaba encerrado en aquel lugar. Limpié nuevamente mis mejillas, inhalando profundamente. Daría cualquier cosa por abrazarlos una vez más, escucharlos y guiarlos como se debe. Sacrificaba mi deseo de estar con ellos para ofrecerles un futuro mejor y distinto. Hice lo que cualquier padre que ama a sus hijos locamente haría. Lo que nunca imaginé era que esta separación doliera tanto.

Choomia y Gypsy discutían animadamente sobre quién colocaría el arreglo floral, mientras Gyula sostenía a mi pequeña Kali en brazos. Cappi, Joska y Wesh entonaban una canción que reconocí como tradicional de nuestra cultura. Los extrañaba a todos terriblemente, especialmente porque me estaba perdiendo el crecimiento de mi pequeña Kali. Según el último informe de Bavol, Kali era mi viva imagen en miniatura. Siempre había hecho lo correcto de la manera incorrecta, y fue por eso que decidí planear y ejecutar mi propia muerte.

Pero antes, debía limpiar el patio para que mis hijos pudieran jugar libremente como lo estaban haciendo ahora. Sabía que estaba rodeado de muchos enemigos, y como las ratas se acercan a la comida, siempre he sido un bocado difícil de ignorar.

Mi primera tarea fue investigar a Bavol, Luminitsa, Elías y Annuska. Los primeros tres salieron limpios, pero Annuska estaba podrida hasta la médula. No satisfecho, continué con mis pesquisas y descubrí que había estado conspirando en mi contra. Sabía que Jaya esperaba un hijo mío, y aquel que atentara contra uno de mis hijos se consideraría muerto.

Guardé silencio también porque tenía un tigre disfrazado de gatito acechándome. No pude evitar reír al recordar la expresión idiota de Darío cuando le corté la garganta. Debía hacerlo sufrir un poco más: me había arrebatado a Román, ayudó a Beth a alejarse de mí y, lo peor de todo, estaba cerca de descubrir la existencia y el paradero de mis hijos.

Siempre había jugado con la gente, usándolos como juguetes para mi diversión hasta que me cansaban y los descartaba. Y lo mejor era que creo que eso nunca cambiaría. Seguía observando a mis hijos, sintiendo un nudo en la garganta y luchando contra las lágrimas. Verlos y no poder abrazarlos me estaba consumiendo en una agonía infernal. Mi corazón dolía y me alejaba de lo único que tenía sentido para mí.

Al dirigirme hacia el vehículo que me esperaba, me quité la maldita peluca. Las nubes se habían juntado y la lluvia comenzó a caer. Sabía que estaban bien, y eliminaría a todos mis enemigos para allanarles el camino. Confiaba en que Román y Jaya les brindarían el calor de una familia estable. Ellos los estaban ayudando a reintegrarse a una vida normal; no la vida encerrada que yo siempre les mostré. Los había sobreprotegido demasiado y eso se volvería en mi contra. Si su felicidad estaba lejos de mí, pondría la distancia que fuera necesaria.

No me fío del todo. Bavol y Luminitsa me mantuvieron informado en todo momento. Al principio sentí celos de Román, celos de que pudiera pasar tiempo con mis hijos cuando yo no era más que una sombra que los cuidaba y protegía en el anonimato. Pero no permaneceré en la oscuridad para siempre. Cuando Cappi alcance la mayoría de edad, lo atraeré hacia mí. Establecí que él tendría la custodia de sus hermanos cuando fuera lo suficientemente mayor para cuidarlos, y solo entonces regresaré.

Respecto a mi pequeña Kali, también me las arreglaré para que me conozca antes de tiempo. Bavol tiene que hacer firmar algunos documentos a Jaya en los próximos años, documentos que me darán el control absoluto sobre mi hija. Que ella se quede con los hijos que tenga con Román; los míos serán para mí.

Sin que lo supieran, estuve en su boda ayer y también los acompañé a Santo Domingo. Necesitaba vigilarlos de cerca; Jaya no podía volver con su esposo. Seryira fue bien pagada para que estuviera con Rodrigo; ahora estaba embarazada o fingía estarlo. Eso no era mi problema. Jaya y Román estaban juntos y protegerían a mis hijos. Siempre estaré un paso adelante de los demás. Siempre.

Mientras tanto, me divertiré con la dueña de mi dolor, mi Beth. La soberana de mi oscuridad. Cuando la encontré, la convencí de que podríamos remediar nuestros errores. No fue fácil, pero valió la pena. Choomia no se merecía a la madre que le tocó tener, pero yo sí. Nunca sabré por qué me importa tanto. Nadie más me ha importado entre todas las mujeres que he poseído en mi vida, excepto ella.

A pesar de todo lo que me ha hecho sufrir, incluso después de cuántas veces me haya herido, todavía la amo. Supongo que, incluso después de todos estos años, ella nunca dejó de habitar en mi corazón. La amo. La odio. Todo al mismo tiempo y con la misma intensidad. Al subir al vehículo, la vi recostada con calma. Mi pecho se contrajo; nunca antes había sentido esto. La atraje hacia mí y le di miles de besos en su hermoso rostro. Frunció el ceño, brevemente miró hacia arriba desde debajo de sus cejas y luego suspiró para pregunta.

— ¿Cómo está mi hija? —preguntó.

—Ella está bien —besé sus labios—. Y sus hermanos también.

Su rostro se quedó en blanco, totalmente desprovisto de emoción. Eso me preocupó profundamente. No soy fácilmente asustadizo, pero he visto esa mirada antes y sé qué podría desencadenar si no actúo con precaución.

— ¿Y Román? —preguntó, como si fuera un completo extraño para ella.

—Feliz con su esposa —respondí entre dientes.

Impulsado por los celos, volví a unir mis labios con los de Beth. Sus labios eran mi único consuelo ahora que todo se desvanecía. He pasado por mucho para tenerla, y no permitiré que eso cambie. Di la orden a Ausencia, la compañera de Jaya, a quien ella cariñosamente llamaba así, para que pusiera en marcha el vehículo.

Ausencia era una de mis más leales servidoras. Hizo un excelente trabajo trazando el perfil psicológico de Jaya, escuchándola mientras ella pensaba que era solo una loca más, para luego mantenerme informado. Me reí para mis adentros; si alguna vez decide incursionar en la actuación, tendrá una carrera exitosa.

— ¿Hacia dónde me llevas? —preguntó Beth, un poco confundida y molesta.

Al mirar la oscuridad que habita en ella, sentí cómo mi corazón caía más y más en su trampa. Mi cuerpo, mi mente y mi corazón, para mi perdición, le pertenecían. Ella me abandonaría. Sus ojos lo dicen todo. No puede ver más allá de esto, no importa cuánto lo intente.

No la perderé.

No la dejaré ir.

Era mía para siempre.

Aunque nos destruyamos el uno al otro, Beth, nunca podrás escapar de tu destino. Porque tu destino siempre he sido yo.

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