Bailamos, muñeca
Nota: Este capítulo esta dividido en tres partes.
Miré con recelo a Román, que mostró la gentileza de abrirme la puerta. Me tomó de la mano para conducirme por una estrecha calzada de piedra, rodeada de arbustos que brindaban cierta sensación de privacidad. El motel era de tres niveles en sus cuatro extremos, con una pequeña piscina en el centro, las paredes exteriores pintadas de violeta y puertas rojo granate. En la recepción, la decoración continuó de manera extravagante, con un papel tapiz verde pistacho. El amarillo chillón de los muebles me produjo dolor de cabeza.
Una joven embelesada observando su móvil ni siquiera se percató de nuestra presencia. Era una mujer medio guapa, tuve que reconocer, de cuerpo esbelto y melena abundante. Román tocó la campanita para que fuéramos atendidos. La joven abrió los ojos de manera un poco exagerada cuando posó su vista en Román.
— Bienvenidos a Genussgasthof —susurró ella en tono sensual—. ¿En qué puedo servirles?
Giré los ojos, esa mocosa ni siquiera sabe cómo bañarse para estar de coqueta con un tipo como Román.
—Me puedes servir para muchas cosas —dijo él con voz ronca e inclinándose hacia delante—. ¿Puedes decirme si la habitación 27 está desocupada?
Román le mostró su mejor sonrisa y a la caraja se le estamparon los pezones en la blusa.
—Déjeme revisar —respondió mientras consultaba el libro de registro para comprobar si estaba disponible—. Esa habitación ha sido apartada por un señor de apellido Barrons.
Román cubrió la mano de la recepcionista con la suya. A la chica se le subieron los colores a la cabeza. Él esbozó una amplia sonrisa y la joven se quedó absorta en la unión de sus manos.
—Mi amiga debe esperar al señor Barrons en esa habitación —susurró echándome una mirada por encima de su hombro—. ¿Podrías darme la llave?
—Por supuesto —respondió mientras se mordía los labios.
Román le lanzó una mirada llena de lujuria, luego añadió—: ¿puedes chequear si la habitación que le queda al lado está desocupada? Necesito descansar a menos que aparezca algo que me mantenga despierto.
Las neuronas de esta chica sufrieron un cortocircuito al imaginar el resultado de ella, Román y una habitación, todo en el mismo paquete. Después de revisar el libro una vez más, le informó que la habitación 26 había sido apartada, pero la 28 estaba desocupada. Hice una mueca de aburrimiento y me alejé un poco; tanta zalamería me asqueaba. Ellos continuaron hablando y coqueteando de lo lindo.
—Entonces, ¿puedo contar contigo? —preguntó Román.
—Es una petición un poco extraña, pero sí, cuente con eso —respondió la joven risueña.
—No escatimes en precios, te lo retribuiré con creces —comentó él con voz ronca y profunda.
Los dos hablaron de algo a lo que no le había prestado atención. La chica le depositó las llaves en la mano. Luego Román me hizo una señal para que lo siguiera, antes de marcharnos le tocó un mechón de pelo a la chica.
—No tardes mucho. Me pongo triste si me hacen esperar —susurró con una mueca irónica, arrastrando la última palabra.
Román colocó su mano sobre mi hombro, guiándome hacia la salida. El flirteo había terminado junto con mi papel de espectadora. Le aparté la mano y lo miré con desprecio por jugar con las hormonas de esa pobre joven.
— ¿Celosa, pisică? —preguntó en tono burlón.
—No eres nada mío para estar celosa —respondí entre dientes—. Aunque desconocía esa faceta tuya de gigoló.
Nuestras miradas mantienen una mini batalla de voluntades. Sin decir media palabra, me hizo seguirlo hasta la habitación 27, ubicada en la segunda planta del motel. Introdujo la llave en la ranura, empujó la puerta y entramos. La habitación era algo simple, con una cama no muy grande, televisión, teléfono, dos sillones y una mesita.
— ¿Qué se supone que haremos aquí? —curioseé sentándome al borde del colchón.
— ¿Qué se supone que ocurre entre una mujer y un hombre en un motel? —respondió girando los ojos.
—Hablar —respondí arqueando una ceja.
—Pisică, ¿qué mujer con sangre en las venas me traería aquí solo para que charlemos? —expuso él con voz morbosa.
—Si esa mujer soy yo, pues sí —comenté fingiendo que me miraba las uñas—. A leguas se nota que no darías la talla.
— ¿Te gustaría comprobar? —dijo mientras se tocaba el cinturón del pantalón.
— ¿Para qué? —Bostecé fingiendo aburrimiento—. Para comprobar las filtraciones de la pared mientras tú, dizque, haces lo tuyo.
Él me miró durante un eterno instante. Había un brillo divertido en sus iris.
—Pisică, no reflejes tus traumas sexuales conmigo, que tus antiguas parejas te hayan dejado a medio camino no es mi problema —comentó con una sonrisita que me cabreó bastante.
— ¿De qué traumas estás hablando? —pregunté molesta—. Y no me llames así, ni siquiera sé lo que significa.
Dos toques en la puerta evitaron que escuchara su respuesta. Román abrió la puerta y una pareja entró a la habitación. Una mujer con una gran cantidad de silicona en los pechos y en los labios se abalanzó sobre él. Me sorprendió volver a ver al hombre que fingió ser mi comprador. Mi supuesto señor Barrons.
—Chicos, llegaron justo a tiempo —dijo Román mientras volvía a abrazar a la chica—. Ya saben lo que tienen que hacer.
Cuando la pareja se desvistió, yo me levanté como un resorte de la cama.
—Pero ¿qué significa esto? —pregunté consternada.
—Cariño, solo son dos personas que se están desnudando —respondió Román en medio de una carcajada—. La ecuación es simple: un hombre y una mujer, más motel igual a sexo explosivo.
—Yo no voy a participar en ninguna orgía —enderecé los hombros a la defensiva.
—Pues ni yo tampoco... por ahora —dijo Román con voz morbosa y guiñándole los ojos a la chica—. Regresaremos en un buen rato. Confío en ustedes, Cristal, vámonos.
Román abrió la puerta y me ofreció su mano. Tardé unos segundos en comprender que utilizó un nombre falso para referirse a mí. Salimos de la habitación y enseguida empezamos a escuchar gemidos y jadeos.
Nos topamos con la recepcionista en las escaleras, traía consigo una bolsa. Bajé unos peldaños para darles un poco de intimidad. Román se inclinó para susurrarle algo en el oído, ella afirmó muy contenta y luego se fue.
—Andando —indicó bajando las escaleras.
—¿Dejaremos a la pareja en la habitación? —curioseé.
—No conocía esa faceta de ti —respondió con una carcajada—. Voyerista.
Llegamos al parqueo, Román pasó de largo al todoterreno para detenerse delante de una camioneta Toyota Hilux, de vidrios tintados.
—Móntate —ordenó.
Hice lo que me pidió sin preguntar, encendió la camioneta sin ponerla en marcha, y sin mirarme me informó que los vidrios estaban tintados, como si no me hubiera dado cuenta.
— ¿Qué esperamos? —pregunté al notar que no ponía el vehículo en marcha.
Un auto se parqueó no muy lejos del todoterreno, y dos hombres se desmontaron.
—A esos dos tipos que ves ahí —siseó Román como una serpiente—. Son del personal de Kavi, desean comprobar que todo anda bien. Al mal nacido le gusta cuidar de sus inversiones. Lo que no saben es que tenemos una coartada.
Mi corazón me dio una patada en las costillas. Me giré hacia él y nos miramos a los ojos.
—¿Te refieres a la pareja? —le pregunté en voz baja.
—Exacto —carraspeó él.
—¿Y qué pasa con la recepcionista? —indagué frunciendo el ceño.
—Eso también lo tenemos cubierto —suspiró con cansancio y se pasó una mano por el pelo.
Cuando vimos que los guardias de Kavi entraron al motel, nos pusimos en marcha. Durante media hora, Román se limitó a conducir y a cambiar el dial, distraído en sus cavilaciones. Luego hizo un giro para desviarnos de la carretera, después de avanzar un poco, detuvo el auto detrás de unos árboles.
—Sal, tenemos que cambiarnos de ropa —indicó sin mirarme.
Me pasa la bolsa que le dio la recepcionista y sale de la camioneta. Dentro de la bolsa había una peluca azabache y un vestido feo y ordinario, digno de una stripper. Salgo de la camioneta, él abre el baúl y como si estuviera en su casa, se quita la camisa y las botas. Inhalo hondo y cierro los párpados de golpe. Román deja escapar una risita al pillarme observándolo.
— ¿Necesitas que te ayude? —pregunta, mirándome de forma atrevida.
Al observar que no me movía, camina hacia mí con su pecho desnudo y el botón de sus pantalones desabrochado, mostrando aquella sugerente línea vertical de vello. Mis nervios se multiplican por mil, a cada paso que da retrocedo sin darme cuenta. Ni loca dejaría que me pusiera un dedo encima.
—Detente —digo frenando sus intenciones—. No soy una muñeca para que me vistas. No me has revelado ni siquiera el motivo por el cual abandonamos el motel, ni sé qué hago aquí en medio de un monte y pretendes que me ponga estos trapos conseguidos por la joven con la que coqueteaste. ¿Por quién me tomas? Exijo una explicación.
Frunzo el ceño y me cruzo de brazos. Román, de dos zancadas, está enfrente de mí. Nuestros cuerpos apenas separados por una fracción de distancia. Puedo sentir el calor de su aliento estrellándose en mi rostro. Percibo el peligro que brota de él, aun así, no aparto la mirada.
—No tenemos todo el puto día —me grita a la cara. La vena de su cuello palpita con fuerza.
—Bájame la voz... —gruño.
Mi corazón bombea con tanta desesperación que mis latidos hacen eco entre nosotros.
—No tienes ningún derecho a exigirme nada —me agarra la barbilla, pero mi respuesta es hundirle las uñas en la muñeca con fuerza. Sus ojos se clavan en mi mano y retira sus dedos de mi rostro con rapidez—. Te diré lo que necesitas saber cuándo nos marchemos de este lugar.
—Que sea la última vez que me grites —aprieto los labios y lo encaro—. Más te vale que cambies esa forma de tratar conmigo porque, a menos que me mates ahora mismo, si esto se repite, seré yo quien te delate con el Maestro —le entierro el dedo índice en el pecho—. Ahora, aléjate que necesito vestirme.
Román se da la vuelta con una sonrisa irónica en los labios. Mi corazón se hunde hasta el estómago. Tengo que concentrarme en una manera de salir de aquí. Sin embargo, no me muevo, me quedo observando su cuerpo. Lo miro de arriba abajo. No conozco el motivo, pero algo me persuade a hacerlo. Y no era para menos, a decir verdad. Román tenía un cuerpo de infarto, los músculos de su abdomen muy bien marcados y esos tatuajes.
—Debes darte prisa —sonríe sin alzar del todo las comisuras de sus labios al pillarme observándolo—. Me haces sentir como un hombre vulnerable y expuesto. Sabes, debajo de esta piel late un corazón.
Resoplé indignada, me di la vuelta y caminé hasta ocultarme detrás de un gran árbol. Me hizo sentir como una maldita pervertida, lo admito, el desgraciado tiene buen cuerpo, pero que no se crea la gran cosa. Me cambié de ropa, creo que era más factible que anduviera desnuda. Coloqué la peluca sobre mi cabeza, se me escaparon algunos mechones del pelo al no tener pinchos con que sujetarlos. Al terminar abordé la camioneta, nos pusimos en marcha de inmediato.
—La pareja que dejamos en el hotel, ¿quiénes son? —pregunté de inmediato.
—Son amigos míos, Sharon y Peter, trabajan para mí —respondió Román. Abrió la guantera del auto y sacó un paquete de cigarrillos, encendió uno.
—¿Acaso eres empresario? —curioseé.
—Se podría decir que sí, tengo una productora —respondió con ironía y expulsó una nube de humo por la boca.
—¿Qué tipo de producciones haces? —pregunté intrigada.
—Producimos películas para adultos —me miró de soslayo, al ver que no decía nada, añadió—: No me vengas con que eres puritana.
—No soy una puritana, pero no apruebo ese tipo de películas —gruñí antes de agregar en tono apático—: Y me molesta que fumes conmigo aquí adentro.
Román lanzó una carcajada. Luego le dio una última calada a su cigarrillo, abrió la ventana y lo arrojó con un simple movimiento de muñeca.
—Te puedo preguntar, ¿por qué no las apruebas? —Una expresión traviesa adornó los labios de Román.
—Porque ese tipo de películas denigra a la mujer, da una visión distorsionada de lo que son las relaciones sexuales, destruye miles de hogares en el mundo y muestra una forma falsa del amor —respondí enumerando mis razones.
—No me vengas con eso —apartó la mirada de la carretera—. Sabes, tienes doble moral y arréglate esa peluca.
—Yo no tengo doble moral por decir que no apruebo lo que produces —hice una mueca de desagrado—. Además, necesito horquillas para poder mantener mi cabello fijo.
—La pornografía es todo material que representa actos eróticos para provocar la excitación sexual. Y me atrevo a asegurarte que mirabas fotos de hombres sin camisa que te excitaban en revistas de moda y farándula, y que tenías carpetas de famosos en posiciones incitantes en tu ordenador —dijo con un brillo oscuro en los ojos. Cogió un mechón largo de mi pelo entre su dedo índice y pulgar y yo, le propiné un manotazo.
Negué con la cabeza y eché un vistazo a la ventana, no iba a contestarle nada. Llegamos a una urbanización repleta de negocios que parece que están cerrados. Nos estacionamos detrás de un restaurante.
—¿Qué haremos en este lugar? —pregunté mientras inspeccionaba el lugar.
—Entraremos a ese restaurante, Lica —Román señaló al lugar al que entraríamos—. Allí dentro se encuentran dos españoles que tienen unas llaves que necesitamos.
— ¿Vamos a robar unas llaves? —pregunté dudosa.
Román se quitó el cinturón y levantó su mano para quitarme un poco de barra labial. Sentí un insistente cosquilleo que subió y bajó por mi estómago. No me agradó esa sensación.
—No me toques —me aparté y lo escuché resoplar.
—Nuestro hombre se llama Rafael Jiménez, trabaja para las personas que le hacen competencia a Kavi —dijo, aclarándose la garganta—. Ellos tienen algo que Kavi quiere, pero nosotros vamos a conseguirlo primero.
—¿Cómo conseguiremos esa llave? —cuestioné mientras observaba el restaurante.
Román no dijo nada, se desmontó de la camioneta y ocultó su rostro al ponerse una gorra negra con el logo de Red Bull y unos lentes de sol oscuros. Entramos al restaurante, donde muy pocas personas se encontraban. Nos sentamos en la barra, y Román pidió dos cervezas para nosotros.
—Mira hacia tu izquierda, sin levantar sospechas —Volteé mi cuerpo y vi a las personas que indicaba Román—. Te dije sin levantar sospechas, no que voltearas como si fuera una persona endemoniada en pleno exorcismo.
Le mostré el dedo corazón en respuesta.
—Ahora quiero que vayas y le hagas compañía —ordenó mientras se tomaba la cerveza.
—¡Estás loco! —me quejé—. No conozco a ese tipo y ni sé qué voy a decirle.
—Tienes material suficiente para llamar su atención e iniciar una conversación —replicó él mirando mis pechos—. Para eso Kavi gasta miles de euros en tu educación, debes saber de sobra cómo complacer a un cliente.
Parte de mi reeducación es ser adiestrada sexualmente para complacer y atender las necesidades de los clientes.
—No sé qué decirle, soy muy mala en el arte del coqueteo. Además, este vestido es horrible y me pica.
Román me lanzó una breve mirada por encima de sus gafas. Arqueó una ceja y su expresión se tiñó de suspicacia.
—Eres una mujer hermosa con un bonito cuerpo, para idiotas como él eres demasiado —río con tantas ganas que casi logró que riera con él—. Además, tienes una lengua viperina que bien podría catalogarse como armamento peligroso.
—No soy suficiente —dije con una estela de tristeza. Nunca fui tan trascendente en el colegio y en la universidad, una más del montón. Me casé con Rodrigo y, en menos de tres años de matrimonio, la esencia del amor se había desvanecido. —Soy incapaz de retener la atención de ningún hombre.
—Te equivocas —susurró. Colocó su mano sobre mi muslo. Su voz se volvió suave y ronca, lo que me provocó una extraña picazón en el estómago—. Eres la clase de mujer a la que un hombre siempre quiere ligarse, en mi caso, en más de una ocasión hasta que rompamos cada cama y quedemos imposibilitados para caminar.
Sonreí un poco. Sabía que mentía.
—Ahora a trabajar —dijo con sus labios torcidos en una mueca—. Ya está bueno de charlas motivacionales.
Tardé unos minutos en hacer lo que me pedía, que se supone que debo hacer. Nunca he sido una mujer extrovertida ni coqueta; es más, siempre he pasado por odiosa. Me ajusto el vestido de stripper y lucho contra la intención de rascarme la piel por la picazón que me causa. Tengo el corazón en la boca mientras me muevo por el lugar.
Hago una respiración profunda antes de colocarme enfrente del español que se quedó embelesado con mis pechos. Tomé asiento sin esperar a que me invitara. Agarré su vaso y recé al Dios todopoderoso para no cometer el error de poner mis labios en las manchas de él. Bebí rápidamente la bebida, quemando mi garganta de paso.
—Hola, soy Selene —dije humedeciendo los labios.
—Me llamo Rafael —respondió ronroneando—. ¿Qué hace una mujer tan hermosa como tú por estos lados?
¿Y ahora qué hago? ¿Qué digo? Miré hacia donde estaba Román y vi que ya no estaba. Una angustia muy adaptada a mi realidad me estaba torturando. Me niego a pensar que me dejó sola con este tipo.
—No me has respondido, preciosa —puso una mano entre mis piernas, estas se cerraron automáticamente cuando intentó masajear el interior de mis muslos.
—Espera... espera un momento... —Aunque me perturbaba su proximidad, tenía que pensar en cómo zafarme de esto—. No seas tan impaciente, me siento sola y busco algo con qué entretenerme —digo mordiéndome los labios con lascivia y mirándolo, fingiendo timidez—. Pero antes me gustaría que bailáramos.
Las aletas de su nariz se dilataron. Rafael creyó que hoy sería su día de suerte.
—Me parece perfecto —me tomó de la mano—. Bailamos, muñeca.
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