Anhelos

Lágrimas, no fluyan más.

Y si vuestro anhelo es fluir,

hacedlo con suavidad.

Lord Herbert.

Santo Domingo, años atrás.

No sé si les han pasado, que se levantan sintiendo un recelo en el corazón, un mal presentimiento que les cuesta explicar o entender. Así fue como me levanté esa mañana, una como cualquier otra, solo que con la leve sospecha de que algo malo me asechaba.

Todas mis mañanas suelen ser monótonas, haciendo malabares para ir un paso adelante del corto tiempo matutino. Además, debo idear la próxima excusa poco creíble, a la que me aferro hasta la muerte para justificar mi tardanza. He dado innumerables excusas a mi jefa, sonrío al recordar mi gran ingenio a la hora de inventar esas historias. Llevo un diario mental de las que he usado, las cuales pronto se volverán obsoletas. Aunque tengo bastante material gracias a la serie "Mil Formas de Morir", no soy buena fingiendo.

Mientras planeo lo que debo hacer, evito mirar mi reflejo en el espejo. Aunque soy una mujer bella, mi obesidad y mi tono de piel descolorido como una tayota, gracias a la descendencia canadiense de mi padre, son motivos de complejo. En mi adolescencia, era una joven esbelta, una amazona con falta de seguidores. Todo cambió cuando me casé con Rodrigo, quien ama comer, pero no engorda ni un gramo.

Pensé que su fórmula mágica se aplicaría en mí, qué tonta y estúpida fui. Nada justifica mi dejadez y falta de cuidado hacia mi persona. A pesar de las dietas por hacer y las razones para no hacerlas, aún guardo la esperanza de que la dieta de la fe funcione en mi caso.

Después de casi morir por asfixia al tragarme una tostada sin masticarla, permití que Rodrigo me llevara al trabajo. Pasamos el trayecto en silencio, como siempre. No es que no me guste hablar con Rodrigo, sino que el tiempo nos ha demostrado que es mejor que estemos callados.

Llevo 5 años casada con Rodrigo; nuestro matrimonio se podría catalogar como normal, con sus altas y bajas. Nuestro único problema es su madre, Carlota. Es bastante frustrante para una mujer pasarse la vida descifrando el inquietante dilema de si se casó con su novio o con la suegra.

Mi esposo me dejó a tres esquinas de mi trabajo, tratando de esquivar el embotellamiento del demonio que teníamos delante. Nos despedimos como siempre, con un beso suave en los labios y con la efímera promesa de que nos llamaremos en el transcurso del día, algo que nunca hemos cumplido desde hace casi tres años.

Al entrar al edificio, la fila para tomar los ascensores era kilométrica. Mi oficina está ubicada en el undécimo piso, así que no puedo perder más tiempo y me vi obligada a subir por las escaleras. Por misericordia divina, pude llegar a mi trabajo, toda sudada, agotada y con un posible pre infarto.

Al llegar, saludé a Camila, la recepcionista, quien me hizo la señal de que mi jefa, Victoria, me estaba esperando con un genio de los mil demonios. No es algo nuevo; si no fuera tan necesaria para esta empresa, hace tiempo que mi jefa me habría puesto de patitas en la calle.

Después de escucharla durante al menos 15 minutos, caminé silenciosamente hasta mi cubículo y saludé a Geraldo, que tiene cara de tarado y apostaría mi ojo derecho a que es un depravado sexual. No duré ni dos segundos sentada en mi silla antes de levantarme para ir a la cocina a tomar un poco de café, mi motor para trabajar.

Allí me topé con Pedro, un buen chico que trabaja en el área de soporte técnico. Él es una persona encantadora, pero no puede detenerse cuando habla, y con el tiempo, te va creando cierta resistencia a quedarte a charlar con él. Después de fingir que lo escuchaba, le di un leve abrazo y salí casi volando de la cocina.

No creo que me dé tiempo para acabar con todas mis asignaciones. Al mediodía, cuando mis tripas protestaron, salí a comer algo. Fui a un comedor ubicado a pocas esquinas, pedí el plato del día y como siempre, tuve que luchar contra la sensación de que estoy desperdiciando mi vida. Desde hace unos años, siento que mi vida se me escapa de las manos. Es triste ver morir tus mejores años y no tener una solución a la mano.

Luché contra las insistentes lágrimas que deseaban escapar de la cárcel de mis ojos, así que corté esa línea de pensamientos. Mi familia, Rodrigo y mis amigos siempre me han dicho que me conforme con lo que tengo, porque en este mundo, muchas morirían por obtener, aunque sea la mitad de lo que poseo.

Aunque he luchado por todo lo que tengo, esto no me satisface como debería. ¿Está mal anhelar lo que nunca has tenido?

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