Prefacio
3 meses atrás.
Daniel.
Me duele todo el cuerpo y siento la mandíbula hinchándose. Veo a Luca y Mateo dejar la escuela con sus respectivos padres. Mateo ni siquiera me saluda y eso me duele mucho más que cualquiera de los golpes que siento en el cuerpo.
Mi padre se quedó firmando en la secretaría, así que acá estoy solo y machucado en la puerta de la escuela. Cómo siempre. Porque aunque cualquiera que me vea desde fuera piensa que soy un tipo que se las sabe todas, seguro de mí mismo y acompañado siempre de gente, lo cierto es que estoy roto por dentro y la soledad es mi única compañía. Por eso creo que me gusta tanto el rugby, sentir el apoyo de mis compañeros, sus manos en mis hombros en el melé enfrentándonos de lleno a lo que venga. Es una de las mejores sensaciones. Y en las pocas que siento la contención de otros.
La mano fuerte de mi padre en el hombro me saca de mis pensamientos y lanzo una exclamación de dolor.
—Me tengo que ir a comprar las cosas para la comida. Volvés solo. Ya bastante tengo que interrumpir mi vida para venir a arreglar tus cagadas.
Escucho su voz y no hay ni enojo ni preocupación, ninguna emoción como la que sentí en las voces de los padres de Luca o de Mateo. Resoplo intentando no doblarme por el dolor que siento en mis costillas mientras lo veo irse sin ningún cargo de conciencia por dejarme así, como si pudiera caminar sin problemas.
Me quedo unos segundos apoyado en una de las columnas de la entrada de la escuela, ya casi no quedan estudiantes. Camino lento tomándome del abdomen, Mateo es muy fuerte y no tuvo piedad al darme una que otra patada. Pero tampoco yo la tuve. Paso por el estacionamiento y veo a Nacho apoyado en su auto, otro de los pilares del equipo. Me ve y se acerca.
—Vamos, que te llevo —propone mientras me toma del brazo y me ayuda a bajar el cordón de la vereda—. No puedo creer la paliza que te dio Mateo. Espero que lo suspendan.
—No nos suspenden a ninguno. Pero tenemos que limpiar todos los bancos —respondo mientras subo al auto lo más rápido que el cuerpo me permite. No quiero que nadie más me vea en este estado.
—¿Saben quienes fuimos los de los bancos?
—No. Ni lo van a saber, quedáte tranquilo por eso.
—Lo suponía —contesta golpeándome el hombro como lo hace siempre que hacemos una buena jugada. Pero no creo que esta lo haya sido.
Mi mirada se pierde por la ventanilla en el trayecto a mi casa, viendo las mismas calles, las mismas casas que hoy tienen algo diferente. Pienso que hay algo diferente en mí, en mi visión de las cosas. Algo que se rompió. Algo que ya estaba roto. No pensé que algo roto podría romperse más ... Pero sí que puede.
Nacho estaciona y se baja conmigo. Entramos a la casa y mira para todos lados. Intento ordenar algunas cosas que mi hermano dejó tiradas mientas lo acompaño.
—¿Estás solo?
—Sí —respondo mientras me desplomo en el sillón y lo veo caminar hacia la heladera.
Vuelve con hielo y me lo pone sobre los hematomas del rostro torneando su cuerpo muy cerca del mío. Siento la calidez de su respiración muy cerca de mi boca, sus piernas rozando las mías y una electricidad me recorre.
Nunca sentí nada por Nacho, siempre lo vi como un compañero de equipo, ni siquiera como un amigo a pesar de sus intentos de estar siempre cerca de mí. Pero estás ganas de entender lo que me pasa, de conocerme de verdad, de entender todas esas veces que quise besar a Mateo, que me puse duro cerca de Luca, hacen que mi cuerpo reaccione ante un simple roce y que no pueda frenarlo.
Una de sus manos se apoya en mi pierna e instintivamente la tomo con fuerza. Nacho se frena y me mira a los ojos, tan cerca de mi rostro que puedo oler su respiración. Su mirada es profunda y baja a mi boca mientras abre la suya y muerde su labio inferior. ¿Acaso quiere besarme?
No llego ni a formular la pregunta en mi mente, cuando siento sus labios sobre los míos, besándome con urgencia, con deseo, con ganas. Y respondo de la misma forma, abriendo la boca para dar paso a su lengua, abriéndome a experimentar esto que me tortura desde hace años. Esto que creció en mí hasta este punto donde duele, donde es irrefrenable.
Nunca había besado a un hombre, mentiría si dijera que no lo había deseado, pero nunca tuve los huevos para hacerlo y se siente jodidamente bien. Todas las sensaciones que nunca sentí cuando bese a una chica explotan en mi cuerpo, haciéndome confirmar lo que internamente nunca me atreví a confirmar.
Las manos de Nacho se cuelan debajo de mi camiseta, quitándola en un solo movimiento y aprieto con mis manos la suya, subiéndola, sin dejar de besarnos. Pierdo por completo la noción de tiempo y espacio, sintiendo la presión que crece en mis pantalones cuando un golpe en la puerta y la figura furiosa y sorprendida de mi padre me devuelven a la realidad.
Nota de autor: Esta escena se sitúa después del capítulo 29 "La pelea" de Soy Luca. Y junto a ese capítulo, es el desencadenante para lo que sucede, con Daniel, en la escena 32 "Después de clases".
Desde el próximo capítulo, el primero de esta historia, comenzamos desde la actualidad.
Gracias por pasarse por acá 👨🏼🤝👨🏻💛🌈
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