Capítulo 15: Entrenamiento

Daniel 

Llego al campo y el entrenador ya está ahí con el equipo, organizando a los nuevos. Diviso a Nacho entre los ingresantes, no me sorprende, sabía que iba a estudiar en esta universidad. Pero sí me pone bastante incómodo. No hablamos más desde el intento fallido de sexting y encontrarnos en un campo, el primer día de entrenamiento se siente extraño. 

Me acerco al grupo y cuando me ve me clava la mirada, sonriendo abiertamente. Siento los nervios en mi estomago a cada paso que avanzo. No estoy preparado para mostrarme abiertamente homosexual. Y menos en el equipo de rugby al que recién estoy llegando. Ya es una carga ser el nuevo, por lo que, ser el nuevo gay, es demasiada etiqueta. 

Sé que es horrible este pensamiento, y me encantaría ser más libre como Nacho. No tener miedo de lo que soy y mostrarme sin tapujos. Pero crecí rodeado del prejuicio y la intolerancia. Ojalá pudiera despojarme de esa mierda que me oprime, sacármela de encima como ropa vieja. Llegará el día, lo sé. Pero por ahora es lo que hay.

El entrenador Navarro nos invita a sentarnos en círculo junto a todo el equipo y nos presenta, somos ocho ingresantes.

—Los jugadores de Rugby necesitan diferentes cantidades de fuerza, potencia, resistencia, velocidad y agilidad. Hay pocos deportes de equipo que requieren un rango similar tan diverso y exhaustivo de atributos físicos. —Empieza a hablar, su voz es firme y autoritaria—; esto va para los nuevos. Aunque asumo que ya lo saben, estudié sus fichas de ingreso y cada uno tiene un excelente rendimiento en su equipo de origen.

No sé cómo hace Nacho pero termina sentado a mi lado, distrayéndome de las palabras del entrenador.

—Hola, lindo —murmura cerca de mi oído produciendo una ola de escalofrío. Giro mi cuello para mirarlo, pero no le contesto, tampoco sonrío, mi cara es la inexpresión. Intento que se de cuenta de que estoy acá para entrenar. Que realmente me importa el deporte y que no quiero problemas.

Los nuevos somos el foco, las miradas están en nosotros, escrutándonos, viendo de qué estamos hechos, en qué posición nos destacamos o servimos mejor al equipo. Somos una ficha nueva en el tablero de juego del entrenador y, al mismo tiempo, representamos el peligro para las fichas más antiguas que pueden ser reemplazadas en un solo movimiento. Para bien o para mal, las miradas están puestas en nosotros buscando el mínimo error.

—Las diferentes demandas de las distintas posiciones de juego influyen en el entrenamiento —continúa Navarro—. Por ejemplo, los cinco de adelante requieren potencia y resistencia para actuar eficazmente en el scrum, mientras que un ala hará sprints más frecuentes a lo largo del partido y como consecuencia requerirá niveles más altos de velocidad y resistencia. Por esto, los voy a dividir en grupos, según su posición en el juego.

Las palabras del entrenador no ayudan a mi incomodidad, ya que tengo a Nacho pegado al lado mío y se que ocupamos varias veces los mismos puestos en el campo. Presiento que no se va a separar de mi.

—Bueno, basta de palabrerío y vamos a comenzar. Primero vamos a calentar con un trote. Cinco vueltas a la cancha completa. Luego, nos dividimos en parejas y les doy las indicaciones de los ejercicios.

Empiezo a trotar y Nacho me sigue hasta colocarse al lado mío, corriendo a mi mismo ritmo.

—¿Qué pasa? ¿Me parece a mi o me estás evitando?

—No te estoy evitando, Nacho. Solo que no quiero empezar mal en el equipo.

—¿Empezar mal? ¿Todavía te cuesta la mirada de los otros? Ya no estamos en el instituto...

—Para mí no es tan fácil, todavía.... Ya sabés como es éste mundo, Nacho.

—¡Que se jodan! Estamos en el siglo XXI, no en la edad de piedra.

—Sin hablar, Zolezzi —Grita el entrenador. Miro a Nacho con cara de pocos amigos y acelero el paso para seguir trotando solo.


Luego de las cinco vueltas nos concentramos en el medio del campo y Nacho otra vez aparece a mi lado. El entrenador nos divide en parejas, y claro... está demás mencionar quien es la mía.

—A este ejercicio lo llamo pelota de maul —dice el entrenador mientras va explicando la dinámica—. Un jugador se pone en cuclillas protegiendo la pelota mientras el compañero trata de formar un maul. Intenten durar quince segundos. Los cuento con el cronómetro. —Levanta el aparato que cuelga de su cuello—. Cuando finalice el tiempo escucharan el silbato y cambian de rol. Intenten no matarse.

El entrenador me lanza la pelota. Me agacho abrazándola protegiéndola del avance del cuerpo de Nacho sobre el mío. Resisto en cuclillas intentando no caer sintiendo el peso de mi compañero sobre mí, su calor, su respiración en mi oreja. Nueve, diez, once, cuento mentalmente, hasta que siento una mano de Nacho pellizcarme. La sorpresa me hace caer de espaldas en el césped. No suelto la pelota, ni muerto. Nacho lanza una carcajada y suena el silbato del entrenador. Me ofrece una mano para ayudarme a pararme.

—Eso va contra las reglas —murmuro entre dientes mientras cambiamos de lugar.

Vuelve a sonreír y abraza la pelota. Me tiro sobre él con toda la fuerza que puedo intentando voltearlo pero es más fuerte de lo que pensé. Su olor se impregna en mis fosas nasales, su respiración agitada. El sonido del silbato me vuelve a la realidad que por un momento abandono. Y Nacho cae hacia atrás. Le tiendo mi mano para que pueda levantarse y con el impulso se tira sobre mi y volvemos a caer sobre mi lado.

—Cinco vueltas más de trote al campo —grita ahora Navarro. Nos mira con bronca, con el mismo desagrado que mi padre. Mi cara está roja y no por el esfuerzo. Presiento que mi año deportivo está arruinado y que me espera el banco por varios partidos.

—Corren como chicas —grita Salva, otro de los ingresantes,  golpeando mi hombro al pasar.  Nacho lanza una carcajada y lo sigue, perdiéndose los dos más adelante. 

Trato de manejar la respiración. Sigo fuera de estado y no dormí lo suficiente como para resistir tan duro entrenamiento. Siento el ardor en mis gemelos de resistir en cuclillas.


Cuando terminamos las cinco vueltas volvemos a concentrarnos en el centro del campo.

—Es todo por hoy. A las duchas, señores —vocifera el entrenador. Comienzo a caminar cuando siento que nos llama— ¡Ey, ustedes dos! No entran al vestuario. Se bañan en sus habitaciones, en sus casas o en donde sea.

—¿Que? —Pregunta Nacho quedándose tan sorprendido como lo estoy.

—Lo que escuchó. Esto no es un grupo de citas. —Se produce un silencio tenso. Las miradas del entrenador y de Nacho no bajan, se desafían. Mientras la mía no puede hacer más que mirar el césped y querer desaparecer.

—No es justo. Tenemos el mismo derecho que todos —gruñe Nacho por fin.

—Acá los derechos los determino yo.

Nacho se saca la camiseta, la tira con fuerza sobre los pies del entrenador y se retira. Supongo que eso significa que abandona el equipo. No puedo hacer lo mismo, no puedo perder la beca. Por más que me sienta humillado, por más que sienta que nada de esto es justo, no puedo hacer más que tragarme el orgullo.

—Lo siento, señor. Lo que usted diga. —Contesto intentando que la voz no se me quiebre.

Doy media vuelta sin mirar atrás hacia la residencia. Siento la angustia creciendo en mi pecho, arde. Un nudo crece en mi garganta. Un nudo de lágrimas que no quiero soltar. No lo merezco, no hice nada malo, no voy a llorar. No voy a llorar. Repito como un mantra. 

Entro en la habitación cerrando la puerta de un golpe. Jonhy está sentado en la computadora. Intento no mirarlo. No quiero que me vea así.

—¿Estás bien? —dice levantándose de la silla. Intenta acercarse pero me aparto.

Me quito la camiseta lanzándola en mi cama y entro al baño. Dejo correr el agua de la ducha sobre mi espalda, dejo correr mis lágrimas sobre mis mejillas. Dejo todo salir.


Salgo de la ducha y escucho unos acordes de guitarra salir de la habitación de Jonhy. Es una melodía dulce y dolorosa. Abro el ropero en busca de una camiseta, me siento como la mierda y creo que merezco sentirme así. No puedo dejar de pensar en todo lo que fui en el pasado, en todo lo que hice sufrir a Luca. 

La melodía se convierte en los acordes de 21 guns de Green Day. La voz de Jonnhy es dulce, suave y rasposa. Mi piel se eriza al escucharlo cantar. Es mi banda favorita. ¿Estará cantando para mí?

Does the pain weigh out the pride?

And you look for a place to hide?

Did someone break your heart inside?

You're in ruins

Su voz se cuela en mis oídos, en mi piel, en mi alma. Las lágrimas vuelven a salir. Apoyo mi cabeza en la puerta del ropero. Dejo caer el peso de mi cuerpo. Siento que no me quedan fuerzas...

Give up the fight

One, 21 guns

Throw up your arms into the sky

You and I

Los acordes de la guitarra se mezclan con mis sollozos y solo queda el silencio. Jonhy sale de su habitación, escucho sus pasos. Siento sus brazos rodearme la espalda. Un abrazo fuerte, cálido, firme. Mis lágrimas no paran de salir. Me siento pequeño en sus brazos pero a la vez seguro.

—No sé qué es lo que pasa pero te aseguro que va a pasar. Nada es para siempre... tranquilo. No estás solo. Estoy acá.





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