🥬Capítulo 1🥬
Desde la ventanilla del copiloto, observé cómo los rascacielos se alzaban hacia el cielo azul, reflejando la luz del sol de la tarde. Denver era una ciudad vibrante y bulliciosa, muy diferente al tranquilo rancho donde solía vivir. Mientras pasábamos por las concurridas calles, noté la diversidad de la gente: grupos de jóvenes paseando, ciclistas recorriendo las ciclovías y cafés llenos de personas disfrutando del día.
Finalmente, el auto de mi padre se detuvo frente a un imponente edificio escolar. Bajé del vehículo sintiéndome pequeño frente a la grandeza de mi nuevo entorno. La fachada de la escuela era impresionante: un edificio de ladrillos rojos con grandes ventanas, rodeado de árboles y un campo de césped verde. Había un letrero con el nombre de la escuela en letras blancas y negras: Denver High School. La atmósfera era de actividad constante, con estudiantes entrando y saliendo, algunos riendo y otros concentrados en sus conversaciones.
Era como si estuviera a punto de sumergirme en un océano desconocido, y no estaba seguro de cómo navegar sus aguas. Al salir del auto, sentí la mirada de las personas posarse sobre mí, como si mi presencia resaltara más de lo normal en ese entorno juvenil. Sabía que ser gordo aquí, en esta escuela llena de jóvenes, sería como ser el elefante en la habitación.
Ser gordo no es el fin del mundo, ¿saben? Lo sé muy bien. El verdadero problema radica en las repercusiones para la salud. Sin embargo, ser así implica enfrentar estereotipos y problemas sociales. Si eres gordo, sabes de qué hablo: el ciclo del gordo. Primero te juzgan con la mirada, como si fueras lo peor, y luego vienen los insultos. Hay otros pasos, pero prefiero no mencionarlos por ahora. Los he vivido antes, pero parece que voy a volver a experimentar todo ese ciclo de chico gordo.
¿Otra vez?
Sí, amigos, otra vez. En mi "rancho" (mi antiguo hogar), la gente estaba acostumbrada a verme tal como era. Las cosas habían vuelto a la normalidad, era "perfecto".
Bueno, lo era. Hasta que a mi brillante padre se le ocurrió mudarnos. Después de darle muchas vueltas, decidió que TODOS necesitábamos un cambio de escenario. Pero el único que realmente necesitaba un cambio era él.
¿Por qué meternos a todos en el mismo saco?
Sospechaba que la verdadera razón detrás de esta mudanza abrupta tenía que ver con algo más que simplemente "necesitar aventuras". Creía firmemente que todo esto tenía que ver con su ex. Después de estar juntos un buen tiempo, ella simplemente desapareció, ghosteándolo por completo, solo para empezar a salir con un amigo cercano de mi padre. Un golpe bajo.
¿Qué ganaba yo mudándome de mi querido rancho? Amaba vivir en el campo; todo era tan relajado y simple. Los días transcurrían entre árboles frondosos y senderos bordeados de flores silvestres. Me encantaba pasear por los caminos polvorientos y observar cómo cambiaba el paisaje con las estaciones. Los atardeceres pintaban el cielo con tonos dorados y anaranjados, mientras que por las noches el cielo se convertía en un lienzo estrellado.
Pero según él, la zona "rural" donde vivíamos se había vuelto aburrida y monótona. Según él, nuestras vidas carecían de aventuras.
Para empezar, vamos a aclarar dos cosas:
1. No era para nada rural si teníamos un maldito McDonald's en el pueblo. (Tenían las mejores papas fritas.)
2. Había una maldita feria en el pueblo cada mes. Había aventuras todo el tiempo, solo que él no sabía lo que era una.
Entonces, mi padre hizo algo muy drástico: nos mudamos a la gran ciudad de Denver. Lo odié desde el momento en que supe de la mudanza. Sabía que mudarme a la ciudad significaba comenzar de nuevo.
Mi situación pasó de mala a peor, casi precaria. El punto es que ahora tendría que enfrentar de nuevo todo el bochornoso ciclo del chico gordo. El mayor problema eran las miradas fijas. Les aseguro que ese era el mayor problema de ser gordo: las miradas penetrantes. No sé si pensaban que me los iba a comer, o si mi cuerpo estaba hecho de papas fritas y me miraban hambrientos. Pero en cualquier lugar al que fuera, parecía que la gente me veía con esa mirada.
La sensación ahora era tan intensa como siempre, y si a eso sumamos que era nuevo en la escuela, las miradas se multiplicaban como las ofertas de pizzas en Friday's.
Mientras caminaba hacia la oficina administrativa del colegio, me aseguré de mantener los ojos en el suelo por si había algún billete suelto, pero también para pasar desapercibido. Nadie realmente deseaba encontrarse con mi rostro redondeado y corpulento; era como si tratara de esconderlo, pero mi figura voluminosa no pasaba desapercibida. No tenía la intención de ser el foco de atención, pero ahí estaba, destacando entre individuos esbeltos y elegantes. A medida que caminaba entre la multitud, me sentía como un gigante entre duendes, atrayendo miradas curiosas y disimuladas.
Para intentar mitigar la visibilidad de mi cuerpo, había optado por vestirme con varias capas de ropa. Llevaba una camisa de manga larga holgada de color gris oscuro, sobre la cual me ponía un suéter de lana color azul marino. Encima de todo, una chaqueta verde oliva que me llegaba hasta los muslos. Mis pantalones eran de mezclilla azul oscuro y llevaba unas zapatillas deportivas negras bastante gastadas. No es que el clima lo justificara, pero prefería la incomodidad del calor al juicio visible de los demás.
Sabía cómo serían las cosas ahora. Si hubiera estado en mi rancho, todo sería normal, pero ahora tenía que empezar de cero.
Llegué a la oficina administrativa y exhalé aliviado al cerrar la puerta detrás de mí. La habitación era pequeña y funcional, con paredes blancas decoradas con carteles sobre reglas escolares y eventos. El escritorio de la secretaria estaba repleto de papeles y había una computadora vieja con una pantalla parpadeante.
Me dirigí hacia el mostrador, donde una mujer de mediana edad con gafas me miró con curiosidad por encima de sus anteojos. Su expresión no reveló nada, pero sentí la incómoda certeza de que mi presencia no pasaba desapercibida. Quizás esperaba el comentario que nadie se había atrevido a hacer hasta ahora. No me extrañaba; mi figura hablaba por sí sola.
Hasta el momento, ningún comentario sobre mi tamaño había surgido en esta nueva ciudad, lo cual era desconcertante. En mi antiguo pueblo, la gente solía ser más franca al respecto. ¿Dolía? Claro que sí. Cada mirada, cada pausa incómoda en la conversación, era una confirmación silenciosa de que mi peso era un tema evidente.
—Nakamura —dijo la misma señora con un tono que denotaba cierta curiosidad, esperando mi respuesta mientras observaba cada detalle de mi persona. Además de ser gordo, tenía ascendencia japonesa por parte de mi padre, lo que me hacía susceptible a preguntas sobre por qué no era delgado como los demás de mi linaje.
—Sí, soy Andrew Nakamura —respondí, intentando mantener la compostura a pesar de sentirme algo incómodo bajo su escrutinio.
La señora continuó mirándome con interés, y luego asintió como si algo le hubiera llamado la atención.
—Es inusual ver a un chico tan alto y con tus rasgos por aquí. ¿Eres nuevo en la ciudad? —preguntó con un tono que pretendía ser amable, pero que aún así resonaba con cierta curiosidad indiscreta.
Tragué saliva antes de responder, consciente de que mi apariencia ya había despertado suficiente atención.
—Sí, nos mudamos hace poco —dije, tratando de sonar lo más tranquilo posible.
—Bueno, espero que te adaptes rápido. Aquí tienes tu horario y el número de tu casillero —dijo, entregándome un papel con el membrete de la escuela.
—Gracias —respondí con un leve asentimiento, tomando el papel con timidez. Me di la vuelta para irme, pero la voz de la señora me detuvo.
—Andrew, si necesitas algo o tienes alguna pregunta, no dudes en preguntar. Estamos aquí para ayudarte —añadió, tratando de transmitir un poco de calidez en sus palabras.
Asentí nuevamente, agradecido por su ofrecimiento, aunque en el fondo me sentía más perdido que nunca.
—Mañana será mi primer día aquí... —murmuré para mí mismo, sintiendo cómo la ansiedad se apoderaba de mí—. No sé qué esperar. Ser el "chico nuevo" de nuevo... y encima, ¿cómo serán las miradas?
Salí de la oficina con la cabeza baja, sintiendo el peso de las expectativas y las miradas a mi alrededor. Papá debía estar esperándome afuera.
Salí de la oficina con la cabeza baja, sintiendo el peso de las expectativas y las miradas a mi alrededor. Las conversaciones a mi alrededor se desvanecieron en un murmullo indistinguible mientras me dirigía hacia la salida. Cada paso que daba me acercaba un poco más al comienzo de una nueva etapa en mi vida, pero también me alejaba de la seguridad de lo conocido.
El sol del atardecer se filtraba a través de las ventanas del pasillo, iluminando los rostros de los estudiantes que se apresuraban a sus actividades. Me sentía como un extraño en un mundo que ya había comenzado sin mí.
En el fondo de mi mente, una voz susurraba preguntas sin respuesta.
¿Cómo sería realmente mañana?
¿Podría hacer amigos o sería una vez más el centro de las burlas?
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