Capítulo 17. Cena de negocios.
Capítulo 17. Cena de negocios.
Andrew en su otra vida seguro que fue piloto volador de alfombras mágicas. Los movimientos del coche sorteando el tráfico, me recuerdan a la escena de la película Aladín, cuando intenta salir de la cueva que se está derrumbando. Sin duda Andrew hace magia. En unos tres minutos llegamos a nuestro destino, cosa que no está del todo mal ya que llegamos dentro de los cinco minutos de retraso permitidos.
Estamos en el 12 de Gracie Square, una calle sin salida al tráfico que da directamente al East River. Todo me parece maravilloso. Cuando Andrew me abre la puerta, Oscar ya está de pie esperando para darme la mano. Me ayuda a salir del coche con sutileza y me quedo de pie, frente a él. Su mirada mineral me atraviesa. Mi mundo se detiene. Me da un leve beso en los labios y no necesito más. Lo sé con certeza, lo veo claro y no me importa, decido voluntariamente entregarme a esta sensación. Sé que voy a morir de Amor…
Subimos cogidos de la mano al ático de los Martins. Durante el largo trayecto en ascensor Oscar sonriente mira al frente a la vez que me acaricia los nudillos con su pulgar… Cada roce de su piel es un rayo que me atraviesa el pecho. Le correspondo apoyando mi cabeza en su hombro. Aunque en el fondo creo que me apoyo en él porque temo caer fulminada por esta sensación que me invade y amenaza con escapar violentamente por todos los poros de mi piel. “Nunca me había sentido así”.
Hace 4 días estaba en mi trabajo en la recepción de un hotel de Madrid, aburrida y fantasiosa, como siempre. Deseosa de salir con mis amigas y disfrutar del regalo de la vida. Pero un teléfono olvidado vibró y ahora estoy aquí, en el Upper East Side, elegantemente vestida, subiendo a cenar a casa de unos completos desconocidos, cogida de la mano de Oscar, a quién tampoco conozco, prácticamente, de nada, aunque hay algo poderosamente atrayente en él, un magnetismo, que hace que el tiempo vuele cuando estoy a su lado y que no desee otra cosa que no sea estar con él. Y que, por cierto, ha hecho que vuelva mi mundo del revés.
El ascensor se detiene en la planta 14, la última de edificio, y salimos al amplísimo rellano enmoquetado, donde en una mesa central de madera de raíz hay un florero de cristal esférico y enorme, con un fastuoso ramo de rosas de tallo largo color champan, hortensias lilas, azuladas y rosas, y lirios blancos. Los apliques de la pared de cristales de Swarovski emiten una luz muy cálida y producen destellos irisados sobre las paredes mostaza de estuco veneciano, bordeadas por molduras blancas de escayola.
Nos dirigimos a la puerta de la derecha y nos recibe el ama de llaves, perfectamente uniformada. Nos conduce a una pequeña sala que hay a la derecha de la entrada que parece una biblioteca, aunque por la cantidad de antigüedades que tiene bien podría ser un museo, y nos invita a sentarnos en un sofá vintage de piel marrón. No nos hemos terminado de acomodar cuando aparece un señor de unos cincuenta y tantos años con una pronunciada curva de la felicidad, vestido con un traje de lino beige que resalta su bronceada piel. Me llaman la atención su pelo y su perilla, canosos y como si se las acabara de recortar. Me recuerda a la típica imagen de película histórica de los miembros del senado romano…
- ¡Oscar! – exclama efusivo en un perfecto español y me quedo sorprendida - ¡Dichosos los ojos que te ven! – se abalanza hacía Oscar que se levanta como si tuviera un resorte y va a su encuentro, viéndose obligado a dejarme en un segundo plano. - ¡Ya tenía yo gana de tirarte de las orejas! – se dan la mano y hacen ese gesto tan de macho español de hundirse la espalda el uno al otro a palmetazos. No puedo evitar que se me escape una sonrisita.
- ¡Pepe! ¡Qué bien te veo! – “¿Pepe?, hemos venido hasta Nueva York para hablar con… ¡Pepe!” - ¡Eres un viejo canalla! A ver si al final el que te tira a ti de las orejas ¡soy yo! – Se ríen a pleno pulmón, parece que se conocen de bastante bien. Oscar se separa un poco del tal Pepe, y se gira hacia mí. A Pepe se le abren los ojos y se le descuelga la boca, reacciona sobreactuadamente.
- Veo que no solo tienes buen gusto para el arte… - dice a Oscar dirigiéndose hacia mí y sin quitarme ojo, lo que hace que me sonroje. Sonrío y le doy la mano, no sé qué decir pero no hace falta porque Pepe sigue hablando… – Y, ¿tiene nombre esta belleza? – pregunta y acto seguido me besa la mano.
- Mi nombre es Éride, aunque todos me llaman Eri. – Oscar me observa, como siempre, con ese punto de fascinación. Supongo que nunca ha pensado de dónde viene mi nombre, o tal vez sí... Por su parte Pepe, reacciona de un modo extraño…
- Oh! Le pido disculpas, Eri… – dice Pepe apenado y no entiendo muy bien a qué viene ese cambio tan brusco de tono, y aunque estoy relajada porque Oscar sigue sonriendo, a mí me debe ver el desconcierto en la cara porque argumenta – Me temo que no hemos preparado la casa adecuadamente para recibir a una diosa griega. – Me guiña el ojo, sonríe pícaramente y me da otro beso en la mano.
Miro a Oscar perpleja y los tres estallamos en carcajadas, justo en el momento en que una mujer preciosa que encierra en sus ojos toda la profundidad del océano, hace su aparición. Debe tener diez años menos que Pepe, y también va vestida en tonos claros, lo cual resalta aún más su mirada abisal. Me recuerda a la actriz de la serie Vikings, Jessalyn Gilsing, aunque con el pelo corto. La sigue una doncella que trae 4 copas de champán en una bandeja de plata. Pepe se dedica a repartir copas mientras la señora se dirige a Oscar.
- Oscar, deja que te vea… – dice en español aunque con un marcado acento americano. – Estás guapísimo como siempre – le da un maternal beso en la mejilla que es correspondido por otro beso de Oscar.
- Eveling, me gustaría presentarte a mi acompañante, Eri, ella es la experta de la que os hablé. – Afirma en un tono muy profesional, lo que me recuerda el motivo por el que estoy aquí. Me yergo y doy un paso hacia ella.
- Encantada, querida. – Me ofrece la mano – llámame Eve.
- El placer es mío – digo correspondiendo el saludo.
- Bueno, ya podemos brindar – anuncia Pepe felizmente - ¡Por el reencuentro!
Estoy bastante confusa, esta situación no me cuadra, se supone que esto es una cena de negocios, una mera transacción entre clientes que tienen un objeto, supuestamente, de valor y un agente de una casa de empeños que va a comprobar si es cierto y negociar un precio conveniente para ambas partes… Pero me da la sensación de que esta relación es menos formal, incluso me atrevería a decir que familiar…
Una vez hecho el brindis y las presentaciones, empiezan una conversación a tres bandas, en la que tengo poco que decir pero mucho que escuchar, así que me limito a asentir y sonreír cuando corresponde. Al parecer los Martins fueron la familia con la que Oscar convivió durante el último curso que hizo en la Universidad de Columbia. Ahora me explico todo.
El ama de llaves aparece de nuevo para indicarnos que la cena está servida. Atraviesa toda la estancia hasta una puerta doble y la abre. La biblioteca da a una magnífica terraza con abundante vegetación y unas con impresionantes vistas al este del río y la parte este de la ciudad. Después de los comentarios de rigor, sobre las sobrecogedoras vistas, nos dirigimos a nuestra izquierda, dejando atrás otro par de puertas idénticas a la que nos ha dado salida desde la biblioteca.
Al fondo de la terraza hay una pérgola de madera adornada con pequeñas luces blancas bajo la que se puede ver una rica mesa servida para cinco comensales, aunque por el momento, si no se me ha olvidado contar, somos cuatro...
Oscar me cede el paso rozando levemente aunque adrede, la parte baja de mi espalda. Noto como las yemas de sus dedos abrasan intensamente mi piel incluso a través de la tela, con la necesidad de marcar un territorio que, sin él saberlo, ya es suyo… Le vuelvo la mirada para agradecer el gesto y pienso que mejor no mirarle a los ojos en toda la noche, porque puedo ver una llama, por ahora, controlada de deseo que los iluminan, a la vez que su mandíbula se tensa. “Siente lo mismo que yo, o son imaginaciones mías…” Le doy las gracias bajando los parpados pausadamente y por segunda vez esta tarde creo que voy a morir…
Poco a poco la luz del atardecer da paso a una noche cálida y preciosa. La cena está resultando ser muy agradable. Hablamos de todo un poco, de literatura, de arte, de ciencia, de creencias, de música… Las opiniones de todos me resultan muy relevantes, pero cuando habla Oscar, parece que la estancia se ilumina, es un gran entendido en casi todos los temas, y me siento muy feliz de poder mantener sin problemas este nivel de conversación, con él y con el matrimonio Martins, de los que he de admitir que son gente muy culta a la vez que muy humildes.
Me está encantando este entorno, ya que son temas de los que normalmente no puedo hablar en los círculos en los que me muevo. Está bien dejar de ser por una noche Eri la recepcionista, para ser Éride la diosa griega, experta en historia. Así, en un abrir y cerrar de ojos, llegamos a los postres, de los que se ha encargado Eve, personalmente.
- Eveling, mi amor, eres la culpable de esta barriga… – dice Pepe, riendo y señalando su vientre que sube y baja al compás de sus carcajadas, haciéndonos reír a todos.
- No te equivoques, el culpable es ese sofá – dice señalando hacia las puertas que están al lado de la pérgola.
El festival de carcajadas va en aumento, mientras discuten sobre quién es el culpable de la barriga de Pepe, Oscar aprovecha para cogerme la mano izquierda que descansa en mi regazo, por debajo de la mesa. Se produce una explosión dentro de mi pecho y una necesidad crece en mí. Le correspondo poniendo mi otra mano sobre la suya. Giro mi cabeza y en su perfil puedo apreciar cómo, en un gesto muy sutil, se muerde el labio inferior a la vez que inhala con fuerza hinchando su pecho, lo que hace que mi corazón lata más fuerte de lo habitual, siento los latidos intentando escapar de mi cuerpo, chocando contra mi piel que tiembla ante la sola imagen de Oscar…
Me excuso cómo puedo y pido permiso para ir al baño, necesito alejarme un minuto de Oscar o no voy a ser capaz de guardar las formas… Me dan las indicaciones oportunas y atravieso la puerta que esta junto al cenador. Parece que Oscar, junto al cabernet están haciendo efecto y una sensación de inestabilidad, afortunadamente, controlable, me hace sentir que floto en una nube.
Entro en un glorioso salón donde una majestuosa chimenea de mármol de Carrara, sobre la que descansa un Warhol, presiden la estancia. Frente a la chimenea, está el sofá de la discordia, un chaise longue de piel blanco que debe ser más grande que todo mi apartamento entero, “parece muy cómodo, no me extraña que Pepe lo culpe…” Hacia la izquierda veo unas puertas correderas que dan directamente a la biblioteca en la que fuimos recibidos. Sigo hacia delante y atravieso el salón. Llego a un distribuidor con varias puertas y, francamente, no recuerdo cuál es la del baño. En ese momento pasa el ama de llaves seguida de la doncella con un carrito de bebidas y un set de copas y coctelera. “Parece que la noche se va a animar… aún más…”
El ama de llaves abre una puerta dándome paso a un baño entero cubierto de travertinos, del tamaño de un salón estándar. Me refresco la nuca y la cara interna de las muñecas. Me retoco un poco el maquillaje. Parece que la sensación de inestabilidad va desapareciendo. Termino de arreglarme el pelo y observo la imagen que me devuelve el espejo. Me gusta lo que veo, sonrío y me dedico un guiño.
Cojo el pomo de la puerta decidida a salir pero alguien desde fuera la abre a la misma vez y me quedo cara a cara con un hombre de unos treinta y tantos, alto y con los ojos de un azul intenso que me recuerdan a alguien...
- ¡Perdón! – es lo único que se me ocurre decir.
- No te excuses, preciosa… - se abalanza sobre mí, aunque reacciono rápidamente y doy un paso atrás. – Perdona, creo que he bebido más de la cuenta. – Se excusa enseguida y me relajo un poco. - ¿Desde cuándo tenemos chicas tan guapas escondidas en el baño? – pregunta riéndose.
- Si no le importa, me gustaría salir del baño, no creo que sea el sitio más adecuado para hacer unas presentaciones… – Salimos al pasillo. – Hola soy Éride, experta en historia española e hispano-americana del siglo XVI – levanto la mano.
- Encantado, soy Josep, el hijo de Pepe y de Eve, y hace más de dos horas que debería haber llegado a cenar con Oscar y creo que con usted… - Ya sabía que esos ojos me sonaban, son los de su madre. Me estrecha la mano y me lanza una mirada poco limpia que produce un poco de asco.
Me suelto de su mano, que se parece más a la garra de un buitre que a la de una persona, y me dirijo rápidamente a la terraza, atravesando el salón sin mirar atrás. Aparezco bajo la pérgola dónde la conversación sigue más o menos en el punto en que la dejé, con la diferencia de que el servicio de la cena ha sido retirado y la camarera con las bebidas aguarda en una zona contigua con sofás y sillones de jardín...
- ¡Eri! – exclama Pepe, precisamente hablábamos de ti. Sonrío y vuelvo un poco la cabeza. Josep aparece tras de mí poniéndome una mano sobre el hombro. El gesto de Oscar se tensa y se incorpora en la silla. – Hombre, Jo, por fin nos honras con tu presencia. Te presentaría a Eri, pero creo que ya os habéis presentado… - sonríe pícaro mientras que en los ojos de Oscar se materializa la ira.
- Oscar, ¿¡cuánto tiempo!? – Josep, se acerca y le ofrece la mano. Se saludan con frialdad y continua diciendo – Me podías haber avisado de que traerías esta belleza, además, si hubiera sabido que en tu trabajo había compañeras tan guapas, nunca habría aceptado el puesto en la fundación… - comenta de soslayo, volviéndome la mirada.
Palidezco ante el comentario y se me revuelven las tripas. Los puños de Oscar se cierran con fuerza. La situación se está poniendo muy tensa. Algo ha debido de pasar entre ellos en algún momento, tal vez por eso hace tanto que no tienen relación, tal vez por eso hemos brindados por los reencuentros…
Continuará…
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