Visitas inesperadas
Los gigantes tocaron la puerta, pero nadie se atrevía a responder, mucho menos después de escuchar que buscaban sounhirs para capturar, además los gigantes no eran precisamente fáciles de tratar, rompían todo por placer, se llevaban cualquier cosa que les llamara la atención, incluso sabiendo que lo terminarían botando en el camino, y disfrutaban de juegos en los que asustaban a sus pobres y pequeñas víctimas.
—¿Qué hacemos? —susurró Calbent mientras Carlos y Susana se apegaban fuertemente a él.
—Escóndanse... —respondió Kauth en otro susurro.
Carlos y Susana estaban bastante atemorizados por la situación, pero permanecían callados a pesar de todo, sabían que el pánico no les ayudaría en lo más mínimo en ese momento. Los gigantes seguían tocando la puerta del otro lado, cada vez con más insistencia.
—¿Por qué nunca abren la puerta? —dijo uno de los gigantes bastante molesto.
—Tal vez no hay nadie Labaham, deben estar en la ciudad.
—No, siempre se esconden, son como pequeñas pulgas que las sientes en la espalda, aunque no las puedas ver, sólo... hay que tocar más fuerte —entonces se levantó del suelo, y dio dos pasos hacia atrás, tomó un pequeño impulso y rompió la puerta de una patada—. Ahora si busquemos a las pulgas.
Estos dos gigantes eran de 9 y 10 metros aproximadamente, y la puerta era bastante pequeña para ellos, la torre era de roca sólida y no podían entrar de ninguna forma, pero uno de ellos se arrodilló frente a la entrada y extendió su brazo hacia el interior, intentando palpar todo lo que había.
Calbent se escondió justo al lado de la chimenea, que estaba al otro extremo de la habitación, Kauth detrás de unas escobas, Carlos y Susana estaban detrás de unos barriles y Letuk detrás del armario de los platos. La mano del gigante pasaba por toda la habitación de una forma torpe, rompiendo todo lo que topaba, el resto del equipo contenía la respiración esperando a no ser descubiertos.
—Labaham... no siento a ninguna persona adentro...
—Estira bien la mano, deben estar escondidos.
—Yo creo que no hay nadie, y está muy oscuro para ver.
El gigante entonces intentó mover todo lo que había adentro para ver si daba con alguien, creando un gran alboroto de cosas que caían y otras más que se rompían, pero el interior de la torre era bastante amplio y no era capaz de llegar muy lejos, entonces retiró su mano, pero en ese momento Kauth dejó caer un grupo de escobas que hicieron bastante ruido.
—¡¿Qué fue eso Labaham?! —dijo el gigante que acababa de estar hurgando en el interior.
—Te dije que son como pulgas... —este gigante se arrodilló frente a la entrada e intento ver el interior, pero no había luz alguna y no se distinguía nada—. No veo nada... pero siento su miedo, sé que hay pequeñas pulgas aquí adentro. —entonces metió todo su brazo por la puerta.
—Si se están escondiendo... entonces no deben querer hablar con nosotros Labaham.
—Nunca quieren hablar con nosotros, ¡Tonto! ¿Crees que alguna vez abrieron ellos la puerta?
—¿Entonces como los sacamos?
—Espera... ¡Creo que agarré a uno! —Sacó la mano y vio que sólo era un barril—. ¡Bah! Pensé que era uno grande —e inmediatamente volvió a meter la mano.
—Labaham el grupo se está moviendo, deberíamos volver con ellos.
—Espera... ya casi —el gigante forcejeaba afanosamente en el interior hasta que logró tumbar varios barriles donde se encontraban Carlos y Susana, ambos se asustaron y gritaron al ver la mano del gigante tan cerca—. ¡Ya los encontré!
—¡Bien hecho Labaham! Mohol se pondrá feliz.
El gigante trató de estirar más el brazo, la entrada de la puerta ya le apretaba el hombro, pero consiguió estirarse lo suficiente y pudo agarrar la pierna de uno de los niños, era la de Carlos, quien gritó al ver que el gigante lo había agarrado, Susana inmediatamente agarró una charola y empezó a golpear la mano del gigante para que soltara a su amigo, pero en vano fue el intento pues el gigante lo arrastró a la entrada y lo sacó.
—¡Carlooos! —gritó Susana desesperada y corrió a la entrada. Pero también fue capturada por el otro gigante.
—¡CARLOS! ¡SUSANA! —gritó Kauth saliendo de su escondite hacia la puerta. Sacó su espada, pero quedo intimidado por el tamaño de los gigantes que lo aguardaban en la entrada.
—Yo me llevaré a estos dos a la jaula Labaham —dijo uno de los gigantes que sujetaba a los niños en ambas manos.
Kauth quedó frente a frente con el gigante, que estaba sentado en el suelo en aquel momento, aun así, su tamaño seguía siendo imponente. Agarró con fuerza su espada, miró por un par de segundos a ambos gigantes y corrió tras el que se llevaba a Carlos y a Susana. Pero fue inmediatamente detenido y capturado por el gigante que tenía al lado.
Calbent escuchó los gritos de Kauth y también salió de la torre, vio que aquel gigante se levantaba y colocaba a Kauth en una especie de bolsa enorme que colgaba de su cintura, dejó caer a Kauth en ella y luego vio a Calbent mirando desde la entrada, atónito frente a lo que estaba pasando.
—¿Pero cuantas pulgas había adentro? —dijo el gigante agachándose para capturar a Calbent—. Ven conmigo, aún hay campo en mi bolsa —pero Calbent esquivó la mano del gigante y sabiendo que era imposible escapar corriendo decidió subir por las escaleras externas, que eran de madera y llegaban a la cima, rodeando en espiral toda la torre.
El gigante se volvió a levantar, ahora más molesto, e intentó agarrar a Calbent antes de que se alejara más, rompiendo a su paso todas las escaleras que estaban detrás de él. Pero Calbent logró subir lo suficiente para estar fuera del alcance del gigante que había estado a pocos centímetros de agarrarlo. Dio media vuelta y vio todas las escaleras destrozadas y más abajo al gigante que hacía muecas de enfadado.
—¡Lo siento! ¡Pero hoy no seré parte de tu botín! —dijo Calbent eufórico desde las escaleras que estaban a varios metros sobre el suelo.
Pero el gigante agarró el barril que hace instantes había sacado del interior de la torre, miró hacia donde estaba Calbent y lo arrojó con fuerza, destrozando una buena porción de las escaleras que estaban más arriba, dejando a Calbent en medio de la nada, ya no tenía camino para seguir avanzando, no había escaleras ni atrás ni adelante, y una sonrisa se dibujó en ese momento en el gigante.
—Tiene que ser una broma... —dijo Calbent para si mismo al ver que ya no tenía como llegar a la cima de la torre.
El gigante volvió a meter la mano en la torre y empezó a arrojar cosas hacia Calbent, desde platos, escobas, charolas, sillas y todo lo que encontraba en su camino, hasta que logró sacar la mitad de la mesa del comedor, pues la otra mitad había sido rota por la mano del primer gigante, y la arrojó hacia las escaleras, golpeándola y haciendo caer a Calbent, el gigante lo agarró en el aire y luego también lo metió a su bolsa.
—Te hubieras ahorrado el vano intento de huir, pequeña pulga —dijo el gigante mientras avanzaba hacia un grupo de gigantes que estaban más alejados.
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